Capítulo 28

 

 

Sienna se colocó la ropa que le había dado Cronos nada más llegar al castillo por primera vez. La camisa se le ajustaba al cuerpo y a los brazos, pero tenía una abertura en la espalda para las alas y así iba completamente tapada. Estaba temblando.

Lo que acababa de hacer con Paris... nunca había vivido nada parecido. Ni siquiera con él. Nada podría haberla preparado para el modo en que había despertado su cuerpo junto a él. Paris le había dado tanto placer; sabía exactamente dónde tocarla, cómo besarla y qué decir para disparar su deseo. Se había entregado a él por completo, en cuerpo y alma, olvidándose del resto del mundo.

Pero, a pesar de lo hermoso que había sido todo, solo media hora después, había entre los dos un ambiente incómodo. Para ella había sido el encuentro más intenso e importante de lo que estaba preparada para afrontar. Todo eso la llevaba a preguntarse si para él sería siempre así con todo el mundo.

—Y... dime, ¿ha funcionado el estar conmigo? —le preguntó e inmediatamente deseó haberse mordido la lengua, porque le aterraba lo que pudiese responder, y al mismo tiempo estaba impaciente por escucharlo—. Para tu demonio, quiero decir.

Paris asintió al tiempo que se sentaba junto al manantial.

—Sí, vuelvo a estar fuerte.

Sin embargo el temor de Sienna siguió aumentando porque la expresión de su rostro era como una máscara que ocultaba sus sentimientos.

—¿Sabes utilizar un arma? —le preguntó él bruscamente, dejando claro que se había acabado la conversación sobre el demonio.

Muy bien. Entonces no iban a hablar de lo que había ocurrido, lo que quería decir que tampoco iban a hablar de lo que iba a ser de su relación.

«Dos días no son una relación, tonta».

—¿Qué clase de arma? —qué pregunta tan absurda. Fuera el tipo de arma que fuera, la respuesta sería la misma.

—Cualquiera.

—No, la verdad es que no. Cuando Ira se apodera de mí, se sirve de mi cuerpo para matar, o de lo que tenga a mano. Nunca me doy cuenta cuando lo hace, pero después me invaden los recuerdos; el caso es que no aprendo de sus habilidades.

—¿Y antes de que te poseyera el demonio?

—No, siempre era de las que me quedaba en un segundo plano —mierda. ¿Por qué tenía que decirle algo que sin duda haría que estuviese aún más distante?

Pero se llevó una sorpresa. Paris le mostró una pequeña pistola y le enseñó todo su funcionamiento.

—Solo tienes que apuntar y apretar el gatillo —concluyó—. Des donde des, hará daño a la criatura a la que dispares.

¿Y si fallaba y no daba a nada? Seguramente sería lo que hiciera la mayor parte de las veces, porque solo con pensar en empuñar un arma le temblaban las manos.

—Entonces, ¿quieres que me compre un arma y la lleve siempre encima? —jamás, en toda su vida había disparado.

—No —se acercó a ella y le metió la pistola por la cinturilla del pantalón—. Quiero que lleves está. Lleva puesto el seguro, así que no se puede disparar.

Resultó más fría y pesada de lo que Sienna habría pensado.

—¿No te da miedo que te dispare por la espalda? —bromeó, pero estaba claro que la relación no había llegado al punto en el que se podían hacer esa clase de bromas, porque se hizo un intenso silencio.

Tras el que Paris volvió a sorprenderla.

—No. No me da miedo —declaró con absoluta confianza.

—Me alegro —respondió ella con alivio.

Paris se aclaró la garganta.

—¿Dispongo de toda tu atención?

—Sí, claro —lo supo de inmediato, con la certeza con la que irrumpía la realidad. Era su manera de despedirse de ella; estaba preparándola para vivir sin él. Se le aflojaron las rodillas, pero consiguió mantenerse en pie—. Sí —reiteró.

—Bien. Escúchame bien —le pidió, mirándola fijamente a los ojos—. He investigado mucho sobre los muertos vivientes. Si alguien te amenaza, es que puede verte y si te ve, sus armas podrán hacerte daño. No hace falta que te recuerde las criaturas de antes, te vieron y te habrían tocado. Tú también puedes tocar a cualquiera que pueda tocarte a ti, así que debes actuar rápido y ser la primera, sin pensar. Dispara sin dudar. ¿Entendido?

—Sí.

—Muy bien. Podemos pasar a otra cosa.

Entonces sacó un puñal con el filo de cristal y le hizo un gesto para que se acercara.

En un segundo, Sienna se colocó frente a él, pero por lo visto no era lo bastante cerca, así que Paris la agarró de la cadera y la colocó entre sus piernas. Era evidente que el movimiento no pretendía ser sexual, pero aun así, el sentirlo cerca consiguió excitarla de nuevo.

Le puso el puñal en la mano y se lo hizo agarrar a la vez que la miraba a los ojos, el inmenso azul lleno de gravedad.

—Si alguien se acerca demasiado a ti, se merecerá lo que le hagas. Tienes que atacar los órganos vitales, donde solo haya carne y no tengas que preocuparte por encontrarte con un hueso. Como aquí —le agarró la mano y se la puso en el costado, apoyando el filo del puñal unos centímetros por encima de la cadera—. O aquí —la subió hasta el estómago.

Por algún motivo, a Sienna empezaron a sonarle las tripas, recordándole lo hambrienta que estaba, y no solo de él. Se le sonrojaron las mejillas y se preguntó si su destino era siempre quedar en vergüenza delante de Paris.

Pero él esbozó una ligera sonrisa.

—Aún no has comido, ¿verdad?

Aunque no era más que una sombra de lo que podría ser, esa tenue sonrisa le iluminó el rostro y multiplicó su ya increíble belleza. También a ella le iluminó el rostro e hizo que lo deseara aún más.

—Estoy muerta de hambre —reconoció.

Pasaron unos segundos antes de que él maldijera entre dientes.

—Esto va en contra de los pocos principios que me quedan —con el ceño fruncido, se metió la mano en un bolsillo del que sacó una bolsita de plástico que contenía unos polvos morados.

—¿El qué? —¿tocarla? ¿Darle armas?

Ahora que se había dado cuenta del hambre que tenía, Sienna empezó a sentir dolor y escalofríos, tenía la sensación de que se le encogiera la piel sobre los huesos.

«No pienses en ello, no te pasa nada».

Paris miró la bolsita durante un buen rato y luego respiró hondo.

Sienna no quiso decirle nada, para darle tiempo de que resolviera lo que le preocupaba, y se quedó observando el puñal que tenía en la mano. Tenía un filo irregular, donde el cristal parecía reflejar el arcoíris. El mango era de cobre sólido y aún estaba templado por el calor de su cuerpo.

—Nunca había visto un cuchillo como este —dijo ella.

—Ni volverás a verlo porque solo existen dos en el mundo y yo tengo el otro. Es capaz de matar a cualquier ser, incluso a un dios, y hará lo que le ordenes siempre que lo tengas en la mano. Por ejemplo, si necesitas esconderlo, solo tienes que sujetarlo bien y pensar: «invisible».

Sienna abrió los ojos de par en par al comprender lo que le estaba diciendo.

—No puedo aceptarlo. Es demasiado valioso, tienes que conservarlo junto al otro. Además...

—No discutas conmigo —ordenó en un tono tajante que no dejaba lugar a protestas y con eso zanjó la conversación.

Sacó un pequeño frasco de otro bolsillo y vertió dentro la mitad del contenido de la bolsita de plástico.

Sienna le había dicho adónde se dirigía y con quién estaría, pero Paris debía de haberlo olvidado si estaba a punto de darle aquel frasco.

—Escúchame, Paris. Voy tras el líder de los Cazadores. No puedes arriesgarte a que esto caiga en manos del enemigo y...

—No digas ni una palabra más. He decidido que no vas a acercarte a ese psicópata y no hay más que hablar, así que quédate con el cuchillo y dame las gracias —agitó un poco el frasco antes de ponérselo en los labios—. Ahora tómate esto.

—¿Cómo que has tomado la decisión? No puedes...

—Bebe.

No tuvo otra opción que obedecer porque Paris ya había empezado a llenarle la boca con el líquido. Por todos los cielos, estaba delicioso. Era una versión diluida de lo que le daba Cronos, pero era igual de rico. Tomó un trago, luego otro y otro, dejándose llevar por la cálida sensación que le transmitía aquel líquido que hacía desaparecer el dolor en un abrir y cerrar de ojos.

—Ya no más —Paris retiró el frasco de su boca antes de que pudiera pasar la lengua para beberse cualquier gota que pudiese quedar.

Sienna protestó con un gemido, luego cerró los ojos y lo saboreó con deleite. Se le erizó el vello de todo el cuerpo y tuvo la sensación de flotar.

—¿Qué es ese líquido? Nunca he conseguido que Cronos me lo diga.

—Ambrosía.

Ah. Recordaba haber leído que era una sustancia que consumían los inmortales porque les reportaba placer y les ayudaba a reafirmar su poder. Como bien sabía ya, los mitos a menudo eran equívocos o sencillamente mentira.

—¿Por qué siento que...?

—No. No quiero que me preguntes nada sobre ese tema —le metió la bolsita en un bolsillo y le enganchó el frasco al cinturón—. Cuando sientas que tienes el síndr... quiero decir, cuando te sientas débil, toma unos sorbos y recuperarás las fuerzas.

—Es cierto.

Paris la miró a los ojos con frialdad.

—Dices que lo que te daba Cronos te daba energía para una semana, ¿verdad?

No podía preguntarle nada, ¿pero él a ella sí? Podría haberse negado a responder o exigirle que al menos la dejara preguntar a ella también. Pero no lo hizo.

—Sí —le preocupaba el cambio de humor que había experimentado y no quería hacer nada para contrariarlo más.

—Lo que acabas de tomar debería bastarte para unos días —la agarró de los brazos con fuerza—. Necesito que me escuches con atención y que recuerdes lo que te voy a decir.

—Está bien —murmuró ella, contagiada de su nerviosismo.

—Nunca, pase lo que pase, debes permitir que nadie pruebe tu sangre. ¿Comprendes? Si alguien lo hace, tienes que matarlo antes de que se aleje de ti.

—¿Quién iba a querer probar mi sangre? —¿un humano? Imposible, pues no podían verla ni sentirla. ¿Un vampiro? Podría ser. Aquellas criaturas nocturnas existían, pero les gustaba toda la sangre, así que no iban a ir tras el fantasma de una mujer.

Vio cómo Paris apretaba la mandíbula, señal de su creciente enfado.

—Te sorprendería saberlo. Ahora prométemelo. Prométeme que matarás a cualquiera que lo haga.

—Te lo prometo —esa vez fue ella la que le puso las manos en los brazos, pero lo hizo para ofrecerle consuelo porque se daba cuenta de que intentaba decirle algo importante sin asustarla. Intentaba protegerla aunque tuviesen que separarse.

Paris la soltó para apartarse el pelo de la cara y fue entonces cuando Sienna se dio cuenta de que tenía unas manchas negras en los dedos. Le agarró una mano y frotó aquellos puntos que parecían de tinta. No desaparecieron y Sienna frunció el ceño.

—No se quitan. Están tatuados —le explicó él con voz neutra.

Se había quedado muy quieto al sentir que ella lo tocaba, incluso había dejado de respirar.

¿Por qué se habría tatuado manchas en los dedos? Lo miró a los ojos y encontró en ellos una mezcla de confusión y el deseo de siempre. Se olvidó de lo primero y se concentró en lo segundo, se llevó su dedo a la boca y lo chupó.

Sus pupilas hicieron una vez más ese baile en el que se dilataban, encogían y volvían a dilatarse. Sintió su aroma a champán y chocolate negro, la envolvía, la embriagaba y despertaba todos sus sentidos. Le mordió la mano suavemente, lo que arrancó un gemido de su boca.

—¿Tienes hijos? —le preguntó de pronto y tuvo que luchar contra la tristeza que le provocaba pensar en aquello. «Yo no puedo. Ya no». Para distraerse, siguió chupándole el dedo con más fuerza que antes, acariciándolo con la lengua.

—No —respondió sin dejarse desconcertar por el repentino cambio de tema—. Siempre sé cuándo una mujer... Sexo lo sabe y entonces la desea aún más, pero dejar embarazada a una desconocida es una de las dos cosas que nunca le he permitido que me obligue a hacer.

—¿Cuál es la otra?

—Acostarme con un menor.

Debía de tener que estar siempre alerta y dispuesto a luchar para evitar ambas cosas. Sienna sabía por experiencia la fuerza que tenían los deseos de los demonios.

—¿Y quieres tenerlos? ¿Quieres tener hijos? Algún día, claro, con alguna mujer a la que ames —«déjalo, es demasiado doloroso».

Él se encogió de hombros fingiendo indiferencia, o tratando de hacerlo al menos.

—Lo que quiero es tenerte a ti, aquí y ahora —respondió—. Deja que te haga mía una vez más antes de ponernos en camino.

Una vez más, la idea era tan excitante como deprimente. Una idea que no podría rechazar por nada del mundo.

—Sí.

De pronto sintió una especie de silbido a su espalda, una ráfaga de aire frío y el cuerpo de Paris se sacudió. Se le abrieron los ojos de par en par y retiró las manos de ella. Con ceño arrugado, bajó la mirada. Tenía un cuchillo clavado en el pecho.

Sienna lanzó un grito a la vez que se daba media vuelta y lo protegía con su propio cuerpo. Pero el cuchillo ya la había atravesado como si no fuera más que aire. Fuera quien fuera el que había lanzado el arma, no podía verla y, si no podía ver ni tocar a los muertos, sus armas no podían herirla.

El culpable era un tipo grande, muy grande, con el pelo rosa y unas lágrimas de sangre tatuadas debajo de uno de los ojos. Estaba de pie en la entrada de la cueva.

El odio brillaba en sus ojos.

—¿Qué te parece lo que opino del juego limpio? —gruñó.

Paris empujó a Sienna para que se escondiera tras él, pero lo hizo con tanto ímpetu que ella se tropezó y cayó al agua del manantial. Desde allí vio con horror el modo en que los dos hombres se atacaban con la mirada, no había duda de que enseguida lo harían también con las armas. Ambos conocían la danza de la muerte, a juzgar por el modo en que tomaron posición.

—¿Cómo me has encontrado? Olvídalo, no me importa. Le has lanzado un cuchillo a mi mujer y por eso te voy a cortar la mano con la que lo has hecho —Paris se sacó el cuchillo que tenía clavado en el pecho con gesto de dolor, pero el brillo rojo de su mirada hacía pensar que el deseo de matar a aquel hombre era mucho más fuerte que el dolor.

—¿Tu mujer? —el tipo se echó a reír al tiempo que se sacaba otros dos puñales de una funda cruzada que llevaba a la espalda—. ¿Qué mujer? Aquí no estamos más que tú y yo, demonio.

—Me da igual que no puedas verla —le dijo Paris con un rugido que era más animal que humano—. Es mía y tú has traído la violencia a su puerta. Eso te va a costar las pelotas.

—¿Ah, sí? Tú me heriste delante de mi mujer y ahora yo voy a herirte a ti delante de la tuya —sonrió con maldad mientras movía los puñales en el aire.

—Lo dudo mucho —Paris sacó el otro puñal de cristal.

—Si quieres salir de aquí con vida, vas a tener que decirme dónde está mi diosa.

—Es a ti al que le gusta más el dolor que la conversación, ¿no es cierto? —le dijo Paris—. Adelante entonces. Aquí tienes tu dolor.

En un abrir y cerrar de ojos estaban luchando como si se movieran a cámara rápida. Sienna apenas podía seguirlos con la mirada. Veía solo algunas imágenes rápidas, como cuando Paris inmovilizó al punki poniéndole la bota en la garganta. El corazón se le detuvo en el pecho al ver que el otro trataba de clavarle el puñal en el estómago, pero Paris se defendió con un golpe al que le sucedieron muchos otros. Hubo puñetazos, patadas, garras que desgarraban la piel, los metales chocaban, los cuerpos rodaban por el suelo y salpicaba la sangre en todas direcciones. Sienna jamás había visto nada tan brutal.

Manejaban las armas con maestría, con una maestría letal y sí, la mano del punki de pelo rosa saltó por los aires tal y como había prometido Paris. Pero eso no le impidió abalanzarse sobre su adversario y seguir luchando.

Sienna habría deseado sacar su nueva pistola y disparar a aquella bestia, pero se movían tan rápido y estaban tan juntos que tenía miedo de dar a Paris. Además, seguramente la bala no le hiciera nada a aquel salvaje, probablemente lo atravesaría igual que su puñal la había atravesado a ella sin causarle el menor daño.

Entonces... ¿qué podía hacer? No sabía, lo que sí sabía era que así no estaba ayudando a nadie, así pues, salió del agua. El aire frío la hizo estremecer con tal fuerza que le castañearon los dientes y se formaron cristales de hielo sobre la piel. Un segundo después apareció ante ella el ángel Zacharel.

—Detenlos —le suplicó.

Sus ojos verdes tenían una mirada dura, impertérrita y completamente centrada en ella.

—Ven. Vamos a dejarlos que sigan luchando solos.

Debía de haberle entrado agua en los oídos porque no era posible que hubiera dicho lo que había creído oír.

—¿Que me vaya contigo y deje aquí a Paris? —¿acaso no eran amigos?

—Sí, lo has comprendido perfectamente. Paris preferiría que no fueses testigo de tanta violencia. Estoy seguro.

—Me da lo mismo. No pienso moverme de aquí —Sienna empezaba a darse cuenta de que los guerreros como aquel ángel o como Paris no estaban acostumbrados a que les llevaran la contraria y tomaban cualquier negativa como un desafío. Por eso levantó las manos con un gesto de inocencia y dio un paso atrás.

Quizá fuera una cobardía, pero funcionó. Zacharel la miró frunciendo el ceño.

—Voy a quedarme aquí y no hay más que hablar.

Sintiendo la nueva amenaza, Paris lanzó un fuerte rugido y se lanzó sobre el ángel. Zacharel cayó al suelo, pero no se defendió, ni siquiera lo tocó, y sin embargo Paris salió disparado hacia el otro lado de la cueva, directo contra la pared.

El punki de pelo rosa se le echó encima un segundo más tarde con ferocidad renovada, pero Paris lo recibió con el puñal en la mano y se lo clavó en un órgano vital, tal y como le había enseñado a Sienna. El cuchillo se hundió en el corazón de su enemigo, que soltó negras maldiciones mientras se alejaba dando tumbos y desangrándose.

Paris volvió a poner la vista en Zacharel.

—Aléjate, ángel —le dijo ella.

—Me temo que no. Lo hago para salvarte, a ti y a muchos otros.

¿Entonces?

—Ven conmigo, Sienna —le dijo Paris entre jadeos de dolor. Sangraba abundantemente y estaba temblando, pero aun así no se había borrado de sus ojos ese brillo animal.

Sienna deseaba correr hacia él y lo habría hecho si el ángel no hubiese dicho:

—No puedo dejar que lo haga, demonio —entonces apareció a su lado y la agarró.

La seducción más oscura
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