Capítulo 46

 

 

Paris se despertó sobresaltado y se incorporó pegando un bote. Estaba aturdido y sentía una fuerte aprensión en el pecho. Tocó el resto de la cama. Estaba fría, vacía.

—Sienna —la llamó, pensando que quizá estuviera en el cuarto de baño. Necesitaba abrazarla y saber que estaba bien.

Silencio.

—Sienna —esa vez gritó y, con la vibración de su propia voz, se le despertaron los recuerdos y se le aclaró la mente.

Sienna lo había dejado. Lo había abandonado para ir en busca de Galen. Puso los pies en el suelo, sin hacer caso al aturdimiento que sentía.

«La necesito», dijo Sexo.

«Lo sé. La encontraré».

—No te levantes —le dijo una voz conocida. Lucien acababa de materializarse en la habitación.

Paris se puso en tensión y trató de pensar. Su amigo acercó una silla a la cama y se sentó en una postura aparentemente relajada, pero la expresión de su rostro era de preocupación.

—Tngo que levantarme —dijo mirando a su alrededor en busca de todo lo que necesitaba. Ropa, calzado, armas. Entonces vio los dos cuchillos de cristal sobre la mesilla. Apretó los dientes. Se había marchado sin el arma que él le había dado para que pudiera protegerse.

Por un instante, el temor fue más fuerte que él mismo. Dejó caer la cabeza sobre las manos.

«La necesito».

«¡Lo sé, maldita sea! ¿Acaso crees que no lo sé?».

—Vino a verme —le dijo Lucien—. Me pidió que me asegurara de que no salías de aquí.

Paris levantó la cabeza y miró a su amigo a los ojos con repentina furia.

—¿Le has hecho daño?

—No.

Bien.

—¿Qué le has dicho?

—Ya hablaremos de eso. Parece ser que también habló con Viola y le pidió que se asegurara de que tu demonio estaba bien alimentado.

Aquello lo dejó boquiabierto. Sienna quería que se acostara con otra mujer. Cualquier otro más débil se habría vuelto loco y, si bien estaba enfadado y dolido comprendía por qué lo había hecho. Sienna quería su bienestar por encima de todo, incluso de sí mismo. A él le ocurría lo mismo, precisamente por eso iba a ir tras ella. Iba a encontrar la manera de atarla a él para siempre, fuera como fuera.

«Es nuestra», afirmó Sexo a pesar de su reticencia inicial.

«No seré yo el que te lleve la contraria».

Se puso en pie y se tambaleó.

Lucien se acercó.

—¿Vas a intentar impedirme que vaya en su busca? —le preguntó a modo de desafío porque nadie podría impedírselo.

—No —respondió el guerrero—. Voy a acompañarte a recuperar a tu chica.

 

 

Sienna se arrastró hasta la puerta, dejando un rastro de sangre tras de sí, pero por fin llegó. Esperaba poder atravesar la madera, pero no fue así. Alcanzar el picaporte fue toda una odisea. A cada segundo que pasaba se sentía más débil.

Pero había dos cosas que le daban fuerza. El odio que sentía hacia Cronos, Rhea y Galen, y el amor por Paris. Había llegado hasta allí y ahora no iba a echarse atrás. Empezaba a ver estrellas entre la bruma que le nublaba la visión y le costaba respirar como si el aire se hubiese vuelto sólido.

Giró el picaporte y empujó la puerta con el hombro. Chirrió al abrirse. ¡Sí! Lo había conseguido.

Avanzó a gatas. Una mano delante de la otra, una rodilla y luego la otra. Cada vez había más estrellitas.

A pocos metros de ella, oyó lloriquear a una mujer.

Y maldecir a un hombre.

¿Sería Galen?

—Ayudadme... —logró decir.

Oyó unos pasos y unas plumas que rozaban el suelo de madera. Después apareció un hombre rubio muy guapo que se agachó junto a ella. Ahí estaba Galen, el hombre del retrato. Tenía el torso desnudo y lleno de vendajes con manchas de sangre. Tenía un puñal en la mano y lo levantaba como si hubiese pretendido atacarla y luego se lo hubiese pensado mejor.

—¿Tú quién eres? —le preguntó.

Se le aceleró el pulso y eso hizo que sangrara más.

—Soy... Ira. De los Cazadores —¿por qué su demonio no le mostraba imágenes de los pecados de Galen? ¿Estaría tan débil como ella? Quizá dependiera de su fuerza como a veces dependía ella de la de él.

A un lado de la habitación, vio levantarse de entre las sombras a una joven de pelo claro y piel pálida. ¿Sería Legion, la muchacha que estaban buscando los Señores? ¿La que se había ofrecido a cambio de Ashlyn?

¿La misma por la que Galen había puesto en peligro su propia vida?

«Es un infierno», gimoteó Ira.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Galen—. ¿Cómo has llegado aquí?

Sienna lamentó no haber preparado una historia convincente. Pero no tenía nada y no se le ocurría ninguna excusa para convencer a Galen de que podía fiarse de ella. Al menos hasta que pudiera defenderse.

—Ayuda —se limitó a decir.

Legion se acercó.

—¿Ira? No puedo verte, pero puedo sentirte.

«Mi infierno».

—Apártate, Legion —le ordenó Galen y, automáticamente, la muchacha volvió a su rincón.

¿Qué le habría hecho para provocarle tanto temor? ¿Qué tenía intención de hacerle? En cualquier caso, Sienna no podía dejarle que le hiciera daño, tendría que encontrar la manera de protegerla.

—Es mía —declaró Galen con furia, como si le hubiese leído los pensamientos—. Tócala y morirás, pero antes jugaré un poco contigo.

Sienna lo miró. Últimamente la habían amenazado tanto, que aquellas frases empezaban a no ser más que ruido.

Se pasó la lengua por los labios y se acercó un poco más a ella.

—Hueles muy bien —dijo en otro tono más suave—. Muy, muy bien.

Sienna se quedó inmóvil. Por una parte deseaba que probara su sangre para poder controlarlo, pero por otra parte la idea le repugnaba. A pesar de lo mucho que despreciaba a Cronos, de pronto le agradeció que le hubiese puesto esa ambrosía en las venas porque, en cuanto Galen cayese rendido por su poder, Paris estaría a salvo.

Entonces podría escribir un nuevo futuro y crear una cuarta alternativa. Tal y como se había prometido, mataría al rey y a la reina de los Titanes. No tendría piedad de ellos.

Galen siguió oliéndola con placer, pero de repente se puso en pie y gritó:

—¡Fox!

Maldito fuera. Sienna reunió las pocas fuerzas que le quedaban y fue tras él. Tenía que hacerle probar su sangre. Alargó una mano ensangrentada hacia él.

—¡Fox! —volvió a gritar, con los ojos abiertos de par en par, horrorizado al comprobar que estaba contra la pared y no podía moverse mientras ella seguía acercándose...

Entonces una mano la agarró del pelo y tiró de ella hacia atrás. Parecía que había alguien más en la casa que podía verla, pensó mientras se le escapaban las fuerzas.

—Mátala —ordenó Galen—. Mátala.

 

 

Kane sabía que estaba soñando. ¿Cómo si no iba a poder ver a Amun y a Haidee enfrentándose a los dos jinetes, puñal en mano? ¿Por qué si no iba a tener Haidee la cara azul como el hielo y el pelo a punto de congelársele? ¿Por qué si no iba a estar William limándose las uñas, apoyado en la pared?

¿Qué hacía si no aquella hermosa mujer con el cabello rubio mirándolo con esos ojos color lavanda, frunciendo el ceño y tirando de los grilletes que le inmovilizaban las muñecas y los tobillos?

Quizá no estuviese soñando. Quizá aquella mujer fuese un ángel.

—¿Muerto? —preguntó.

Había deseado morir tantas veces, que quizá hubiese conseguido por fin que su alma abandonase el cuerpo. Quizá se hubiese librado de su demonio y lo habían enviado a ese reino secreto de los Cielos en el que vivían Baden y Pandora. Un reino en el que los poseídos por demonios debían pasar toda su otra vida.

Baden había sido su mejor amigo y el guardián de la Desconfianza. Aeron había estado durante un tiempo en aquel reino secreto y había hablado con Baden, incluso con Pandora, que los odiaba con una intensidad que no había decrecido con el paso de los siglos.

Aeron había escapado con su Olivia. Pero Kane no quería escapar.

—¿Muerto? —preguntó otra vez y, mientras hablaba, el cerebro le envió una advertencia. «Mía».

Aquella mujer, que debía de ser la criatura más hermosa que había visto en su vida, solo dijo una palabra.

—No —pero Kane sintió la fuerza de su voz en todo el cuerpo. Una fuerza pura, embriagadora.

«Mía», era ya un rugido.

Los ángeles no podían mentir, así que estaba claro que había dicho la verdad. Si no estaba muerto, entonces estaba vivo. La idea no le gustó demasiado. Detestaba que aquella belleza lo viera en semejante estado. En su peor momento; violado, herido, débil.

—Entonces mátame —le pidió.

«Mía», la voz era cada vez más fuerte. No comprendía ese afán de posesión, ni quería comprenderlo.

Se hizo un intenso silencio. La calma antes de la tempestad porque, al segundo siguiente, Desastre protestó con fuerza. A gritos desde el interior de su cabeza.

No, no estaba muerto.

Se llevó las manos a los oídos y fue entonces cuando se dio cuenta de que le habían soltado las cadenas que le ataban los brazos. Lo había hecho aquella mujer. Lo había liberado.

—No —dijo de nuevo—. No voy a matarte.

«Mía».

«Calla».

Volvió a la teoría de que todo era un sueño, solo eso, lo que significaba que ella haría lo que él desease, ¿verdad?

—Mátame.

Le puso las manos en las axilas y lo incorporó. Kane sintió su calor, la suavidad de sus manos y el aroma erótico del pachuli.

«Mía».

Sintió un grito en la garganta que amenazaba con llegar hasta la boca. Le pesaban los brazos, no podía moverlos y sin embargo tenía que luchar contra el deseo de agarrarla. Quería besarla en la boca y meterse dentro de su cuerpo.

Quería... y lo haría.

«Mía, es mía».

La rubia, que de pronto ya no era una rubia, sino una hermosa mujer negra, no, una latina ardiente, lo observaba de cerca con sus penetrantes ojos oscuros.

—No he venido para acabar con tu vida —le dijo—. Te voy a llevar al mundo de los humanos y, a cambio, tú me matarás a mí. Antes quiero que lo jures.

Desastre dejó de gritar y se echó a reír.

 

 

Cronos recorrió la Sala de los Futuros a solas, mientras sus emociones se inclinaban hacia la destrucción. La había buscado por todas partes, pero no había logrado encontrar a Rhea. Los Cazadores que había apresado y encerrado habían desaparecido, así que imaginaba que Rhea los había soltado de alguna manera. Y Sienna aún no había hecho su trabajo con Galen.

Si tenía que arrasar el mundo entero solo para salvarse él, lo haría.

Iba a salirse con la suya de un modo u otro. Dominaría el mundo de los humanos, controlaría a su mujer y tendría la vida, la vida eterna porque era inmortal y rey, el más poderoso de todos, aunque alguno que otro lo hiciera temblar.

Se detuvo frente a un jarrón que había esculpido y pintado uno de sus Ojos hacía ya mucho tiempo. En él se veía a Scarlet, la odiada hija de Rhea, guardiana del demonio de las Pesadillas, estaba quitándole la cabeza. Dos supuestos asesinatos. Dos lugares distintos y dos momentos distintos.

¿Por qué?

Nunca había podido resolver ese misterio. Se suponía que solo había una persona que pudiera matarlo... ¿A menos que Galen y Scarlet trabajaran juntos? Pero se odiaban el uno al otro y luchaban en bandos contrarios. La prueba era que hacía poco que Scarlet se había colado en los sueños de Galen y lo había convencido de su propia perdición. Aquellos sueños habían hecho que Galen atacara al compañero de Scarlet, Gideon, lo que la había enfurecido aún más.

Cronos parpadeó un par de veces mientras pensaba algo. ¿Podría ser tan sencillo? ¿Sería posible que Scarlet se hubiese colado en los sueños de su Ojo? ¿Acaso le había mostrado una realidad falsa? Scarlet y él eran enemigos de nacimiento, y sus continuos enfrentamientos se habían convertido en una especie de juego.

Quizá, pensó. Eso querría decir que iba por el buen camino. Galen era el mayor peligro, así que había que controlarlo cuanto antes.

Ahora Sienna sabía lo implacable que podía ser cuando quería asegurarse de alcanzar sus objetivos y sin duda cumpliría con su parte del trato. Si no lo conseguía, Cronos cumpliría la amenaza que le había hecho y mataría a Paris. Y haría que ella estuviese delante.

La seducción más oscura
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