Capítulo 50
Prioridad número uno: Sienna.
Por una vez, Sexo no se escondió en un rincón de la mente de Paris, sino que le infundió fuerzas para ir en su busca. Cerrada ya la herida del cuchillo de Cronos, Paris se dejó guiar por la oscuridad de su interior sin que esta lo consumiera. Los tres juntos formaban un ser poderoso.
De pronto vio a un hombre, un Cazador, que se acercaba a ella por detrás empuñando una pistola. Paris se lanzó sobre él y le asestó una puñalada en el cuello sin darle tiempo a que pegara un solo tiro.
Zacharel le había avisado de que en aquel reino entre reinos, justo encima del corazón de los Cielos, todo el mundo podría verla. Y, si podían verla, también podrían tocarla y hacerle daño. Por tanto podrían matarla igual que a él. Ira no podría curar su cuerpo, herido ya durante su ausencia, de la que todavía no le había hablado.
La primera víctima de Paris cayó a sus pies. Uno menos. Ya solo quedaban unos mil.
—¿Serías capaz de volar y ponerte a salvo? —le preguntó mientras mataba a otro Cazador. Ahí iba el segundo.
Ella no respondió y, temiendo lo peor, Paris se volvió para protegerla de cualquier peligro, pero descubrió que lo había adelantado y estaba librando su propia batalla. O había dejado que Ira la controlara, o había aprendido mucho en la última hora. Más bien parecía lo primero. Mejor así.
Se movía entre la multitud empuñando el cuchillo de cristal y con la mirada clavada en Cronos. Los Cazadores iban cayendo a su paso. Se giraba, se agachaba y lanzaba golpes a uno y otro lado. De pronto desplegó las alas y se levantó del suelo.
Era un verdadero ángel de la muerte. Paris nunca había visto nada tan hermoso. Fue tras ella y acabó con todos los que se atrevieron a mirarla. Sin titubear.
Alguien le lanzó una estrella que se le clavó en el brazo y le hizo sangrar. Pero eso no lo frenó, ni siquiera buscó al culpable. Había demasiada gente, demasiadas alas y demasiadas armas.
Algunos dioses podían disparar con sus propias manos, otros lanzaban cristales de hielo. Salvo con Cronos y Rhea, Paris nunca había tenido el menor problema con ningún Titán, pero parecía que los ángeles sí que los habían tenido y, puesto que los ángeles eran sus aliados, atacó sin pensar ni hacer preguntas a cualquier Titán que se pusiera en su camino.
Pero, ¿por qué Titanes contra ángeles? Quizá fuera una cuestión territorial. Era posible. Pero, aunque hubiera sido simplemente porque no les gustaban los Titanes, también los habría apoyado.
Un grupo de Cazadores se abalanzó sobre Sienna, ganándose toda su atención y su furia. Parecía que la habían reconocido como uno de los suyos, o más bien como traidora de los suyos, pues su odio era evidente. Le sorprendió la rapidez con que la habían encontrado, era como si Rhea y Galen la hubiesen colocado en el primer puesto de los que había que matar.
Con una rapidez que el ojo humano era incapaz de seguir, Paris pasó entre ellos, girando y moviendo los brazos, cortando lo que encontraba a su paso. Vio que uno de ellos llevaba una pistola y, sin dejar de andar hacia él, le lanzó el cuchillo de cristal como si fuera un boomerang, y precisamente en eso se convirtió para cortarle la muñeca antes de que tuviese tiempo de disparar.
Pero se le había escapado otro Cazador que estaba apuntando a Lucien. Fue a lanzar el cuchillo, pero se oyó antes el disparo, que alcanzó a Lucien en un costado. El guerrero gritó de dolor, pero no cayó, sino que siguió luchando.
Los demás Señores acudieron en su ayuda. Eran los mejores. Llevaban mucho tiempo luchando juntos, en los Cielos y en la Tierra. Sabían cómo colocarse para cubrirse los unos a los otros y qué hacer cuando herían a alguno. Pero Lucien no necesitó demasiada ayuda porque fue tras el que lo había herido sin dudarlo y no paró hasta verlo caer muerto.
—Cuidado —lo avisó Paris al ver que se le acercaba otro por detrás.
Lucien se agachó y el puñal del Cazador se clavó en el aire. Paris tuvo tiempo de llegar a él, primero lo aturdió a puñetazos para después terminar el trabajo con el cuchillo.
—Gracias —le dijo Lucien.
—No hay de qué —buscó a Sienna con la mirada. Mierda, la había perdido de vista. Aún había muchos en pie, los heridos habían abandonado el campo de batalla, aunque muchos no habían podido escapar.
La sangre salpicaba por todas partes y salían volando distintas partes del cuerpo. ¿Eso que tenía a sus pies era un ala? Sí, vaya, pobre ángel.
«Encuentra a Sienna», le ordenó su demonio.
Fue hacia donde la había visto por última vez, dejando un rastro de muerte a su paso. Para eso lo habían creado. Para luchar. Para matar. También sufrió algunas heridas, pero no le impidieron continuar.
De pronto vio caer a Maddox por el rabillo del ojo. Y luego a Reyes. ¿Y ese otro era Sabin? Se pondrían bien, se dijo a sí mismo. Todos ellos eran fuertes como Lucien.
A pocos metros de él vio que Gideon estaba herido en el estómago y sangrando abundantemente, pero seguía luchando contra dos gigantes. No veía a Strider, pero allí estaban Kaia, Gwen, Haidee y Scarlet, moviéndose entre el enemigo con una sonrisa en los labios.
«Los chicos deben de estar bien para que ellas estén tan contentas», dedujo Paris y le cortó la cabeza desde atrás a uno de los dos gigantes para que Gideon pudiese concentrarse en el otro. Había tantos Cazadores, tantos inmortales... Si habían conseguido herir a sus amigos, Sienna podría...
¡Allí estaba! Vio de refilón sus alas negras, empapadas en sangre, pero no sabía si era de ella o de otra persona. La impaciencia y la preocupación lo impulsaron a correr hacia ella. Lanzó un grito de guerra al ver que un hombre se abalanzaba sobre ella e, inmediatamente, se abalanzó él sobre dicho hombre. Una ligera torsión de cuello y misión cumplida.
Se puso en pie y se acercó a su mujer, que estaba dando buena cuenta de otro Cazador. Tenía los brazos cubiertos de sangre hasta los codos, la camisa rota y una herida en el costado.
La oscuridad volvió a crecer en su interior.
Zacharel apareció de pronto frente a ella, desafiando a los Titanes a ponerse en su camino. Muy cerca se encontraba Cronos y fue toda una sorpresa verlo luchar. Varios hombres de Rhea estaban golpeándolo como si fuera una piñata, sin embargo no habían conseguido hacerle ni un rasguño. Era demasiado fuerte y demasiado rápido. Demasiado poderoso. Maldito fuera.
Los Cazadores cayeron y entonces quedaron Cronos contra Rhea, nadie se interponía en su camino. Ambos llevaban espadas cortas y se lanzaron a la vez contra el otro. Hubo contacto. Metal contra metal, saltaban chispas.
—¡Perra!
—¡Cabrón!
—Si tu hombre me mata, morirás también —espetó Cronos.
—Habrá merecido la pena.
A su alrededor, todos, humanos, ángeles y Señores, sintieron que aumentaba su furia, pues sus emociones se alimentaban de las de los reyes.
A Paris se le pasó por la cabeza que la batalla debía de estar haciendo temblar al mundo entero, provocando terremotos, tornados, tsunamis, erupciones volcánicas y todo tipo de tormentas. ¿Qué encontrarían a su regreso?
«Concéntrate».
«Mata», pensó y se lanzó al ataque con uñas y dientes. Por fin estaba junto a Sienna y, cómo no, fue entonces cuando apareció Galen. Estaba cubierto de sangre y temblando de furia. En un abrir y cerrar de ojos, le puso una espada en el cuello a Sienna.
No tuvo tiempo de defenderse, pues estaba demasiado ocupada acabando con otro Cazador.
—¡No! —gritó Paris al tiempo que se lanzaba sobre ellos. La espada de Galen le cortó el pecho en lugar del cuello, pero rompió la piel, el músculo y el hueso. La sangre salía a borbotones.
De pronto oyó un grito agudo que le perforó los tímpanos. Era Sienna, que lo había visto. Paris pensó que quizá el golpe le había dado en el corazón porque se le detuvo un instante al oír su voz. Se le nubló la vista, los cuerpos se convirtieron en manchas. Una negra, Sienna y su ira, y otra blanca, Galen y su fuerza bruta; los dos enzarzados en una pelea brutal.
«Vamos, vamos», no iba a dejarse vencer tan fácilmente.
Se puso en pie, pero enseguida volvió a caer bajo el peso de un cuerpo que se le vino encima. El agresor empezó a pegarle en la cara; le rompió el labio. No sabía quién era, pero intuía que se trataba de un humano, así que lo repelió de una patada y se lo quitó de encima.
—Siempre he querido tener el honor de matar a uno de los tuyos.
Paris lanzó el cuchillo y dio en el blanco. Otro cuerpo que caía.
Sienna... Sienna... ¡Allí! Seguía luchando con Galen, pero ahora se movía más despacio y en sus alas había más manchas rojas. Las tenía rotas y estaba débil, dolorida. Paris se acercó a ellos con la mirada clavada en su objetivo y dispuesto a acabar con el que se pusiera por delante. Fue entones cuando ocurrió.
Galen se sentó encima de ella, dispuesto a asestarle el golpe definitivo.
—¿Dónde está Legion? —le gritó el Guardián del demonio de la Esperanza, arrodillándose sobre los hombros de Sienna.
—No voy a decírtelo... —en su voz no había ni rastro de la voz profunda de Ira, lo que quería decir que ahora no era el demonio el que la controlaba. Por tanto estaría sintiendo todo el dolor de sus heridas.
«¡Date prisa! ¡Ve con ella!». Se tambaleó, recuperó el equilibrio y siguió andando. Cada vez más cerca, pero no lo suficiente.
Otro humano, otro golpe, otro muerto.
—¿Dónde está? —insistió Galen.
—Donde nunca podrás encontrarla —respondió Sienna.
Justo detrás de ellos, Cronos atacó a Rhea con tal fuerza que la despojó de la espada. El rey la agarró del pelo y la obligó a arrodillarse. Una vez en esa postura, sacó un trozo de cadena y le ató las manos a la espalda mientras ella no dejaba de lanzar maldiciones a diestro y siniestro. La reina no podría ir a ninguna parte hasta que él quisiese.
De repente sintió un profundo dolor en la espalda y supo que alguien le había apuñalado por la espalda. Una vez más le fallaron las rodillas y cayó al suelo. Dio orden de que el cuchillo se alargase y así pudo matar al que aún tenía detrás. Siguió avanzando a gatas en busca de Sienna, seguro de que llegaría junto a ella aunque cada vez perdía más sangre.
Galen se apartó de ella, pero Sienna no se movió.
¿Qué le había hecho ese cabrón? Siguió gateando hacia ella.
—Espera, pequeña. Ya casi estoy.
Cronos y Galen se encontraron en el centro del campo de batalla. Los dos heridos y cojeando.
—Vaya, vaya. Por fin nos encontramos —dijo el rey. Tosió y escupió un diente. Había soltado el arma para atar a su mujer y ahora no llevaba ninguna.
No podía moverse con el pensamiento, estaba demasiado débil.
Galen sí levantó su espada.
—Vaya, vaya, desde luego. Veo que no has traído lo que prometiste y ahora estás indefenso.
—¿Yo? De eso nada. Si quieres a tu mujer —continuó diciendo—, vete ahora mismo. Yo te la traeré y podrás quedártela. Pero no podrás volver a desafiarme nunca más. Así que márchate.
Vio estremecerse a Sienna y sintió un gran alivio. Ya casi estaba ahí, casi... Entonces, ella se puso en pie, sacudió la cabeza y miró a su alrededor, aún bajo el efecto de Ira. Cronos le daba la espalda y, aunque miraba hacia ella, Galen no le prestaba ninguna atención.
El cuchillo de cristal que llevaba en la mano reflejaba la luz. Entonces creció igual que había hecho el de él y el extremo se curvó en forma de gancho; se había transformado en una guadaña, la única arma capaz de matar al hombre que ocupaba el trono de los Titanes. Paris adivinó lo que iba a hacer y se quedó helado.
Cualquiera que estuviera mirando desde detrás de Galen, la perspectiva del cuadro de Danika, vería solo a Cronos, no a la mujer menuda que había detrás de él. La mujer que estaba a punto de cambiar el mundo.
—Jamás me postraré ante ti —aseguró Galen con desprecio—. Y recuperaré a mi mujer sin tu ayuda.
—Entonces lo harás después de que yo la haya matado.
Galen rugió y le temblaba la mano con la que empuñaba el arma.
—En realidad —dijo Sienna mientras Galen se abalanzaba sobre él—, vas a ser tú el que muera —y también ella se lanzó hacia el rey.
Su arma era más grande y fuerte, por lo que se adelantó a Galen.
Cronos no llegó a saber qué o quién le dio.
Su cabeza salió volando y el cuerpo cayó al suelo. Rhea soltó un grito ensordecedor, pero por un momento adoptó un gesto triunfal.
—Ha merecido la pena —murmuró y luego se quedó callada, completamente inmóvil.
«Mi mujer», pensó Paris con orgullo. «Ha sido ella la que lo ha hecho. Ella ha ganado».
Mientras la multitud gritaba al descubrir lo que había ocurrido, del cuerpo del rey se alzó una figura negra con los ojos rojos, fauces afiladas y una cola larga. Otra parecida surgió del cuerpo de Rhea, pero la suya tenía cuernos y garras tan largas como sables.
Eran los demonios que escapaban.
La Avaricia y los Conflictos salieron volando enloquecidos y desaparecieron en medio de la noche. Dos de los demonios de Pandora quedarían de nuevo libres por el mundo.
—Alguien debería ir tras ellos —quiso decir Paris, pero entonces oyó gritar a Sienna y se olvidó de todo.
La vio extender los brazos, contorsionar la espalda y echar la cabeza hacia atrás antes de gritar una y otra vez.
Por fin llegó a su lado y ella se calmó, pero siguió en la misma postura, temblando. Paris quería estrecharla en sus brazos, pero debía protegerla, haciéndole de escudo. Ahora y siempre.
Allí estaba Galen, jadeando y quizá pensando en atacar, pero la batalla había acabado tan bruscamente como había comenzado. Los pocos Cazadores que quedaban se dieron cuenta de que estaban en franca minoría y se batieron en retirada aunque no encontrarían muchos lugares en los que refugiarse. Dioses y diosas cubiertos de sangre se arrodillaron, algunos inclinaron la cabeza, otros se limitaron a observar, atónitos.
Los ángeles rodearon a Sienna, como retando al guardián de la Esperanza a que se acercara a ella.
—Saludemos a la nueva reina —dijo una diosa de pronto.
El resto de los Titanes repitió la frase y, uno a uno, fueron arrodillándose ante Paris, que no comprendía muy bien lo que estaba pasando; no podían referirse a él al hablar de la nueva reina. Tenía sus momentos, pero bueno, quizá fuera algo de los Titanes, como cuando Viola llamaba «princesa» a una mascota macho.
—Se dirigen a la chica que tienes detrás —le explicó Zacharel.
¿A Sienna? ¿Sienna era la reina? ¿La reina de los Titanes? Aún agachado, Paris se giró a ver qué tal estaba. La sensación de aturdimiento no hizo sino aumentar.
—Las decisiones que tomamos perfilan nuestro destino —añadió el ángel—. Aunque hasta ahora no lo he sabido con certeza, el destino de Sienna era convertirse en la herramienta principal del rey, ya fuera para provocar su caída o su salvación, dependiendo de las decisiones que tomara Cronos.
—Pero él debería... seguro que lo sabía. Sus Ojos... sin duda se lo dijeron —las palabras le quemaban en la garganta y lo debilitaban más y más.
—Seguramente lo hicieron —dijo Zacharel—. A su manera. Pero es posible que Cronos no quisiera verlo, o que ellos no se lo mostraran todo. Ahora el trono le pertenece a Sienna. Por eso todos queríamos que estuviese de nuestro lado. Todos los poderes que Cronos fue robando durante siglos ahora irán a parar a ella.
«¿Elijo bien a las mujeres, o no?», pensó con una carcajada que le llenó la boca de sangre.
Una densa bruma le nublaba la mente, pero no lo suficiente como para no darse cuenta de que se estaba muriendo. Había perdido demasiada sangre y cada vez le costaba más respirar. Pero ahora sabía que Sienna estaría siempre a salvo y eso era lo más importante. No podía pedir más. Excepto, quizá, haber podido compartir el futuro con ella. Eso le habría gustado mucho.
Sin apenas fuerzas ya, se dejó caer sobre su regazo.
—¿Paris?
Lo envolvió una oscuridad que nada tenía que ver con la furia.
—Te... amo —dijo.
—¡Paris!
—Salva a... mis amigos... no les dejes... morir —la oscuridad se apoderó de él y no se enteró de nada más.
Excepto de una palabra.
—¡Paris!
Su voz parecía arrastrarlo. Un destello blanco. Luego oscuridad. Otro destello blanco más largo. Y otro, y otro aún más largo... era como si su cuerpo y su demonio estuviesen separándose... hasta que oyó de nuevo la voz de Sienna y todo volvió a aparecer a su alrededor.
—¡... no vas a dejarme! No voy a permitírtelo. ¿Recuerdas cuando hablamos de tener a alguien por quien morir? Bueno, pues tú eres ese alguien para mí. Si te mueres, te seguiré —estaba muy furiosa, a punto de tener uno de sus ataques de mal humor—. ¿Me has oído?
El suelo tembló bajo su cuerpo.
Paris sonrió porque en ese momento se dio cuenta de algo maravilloso. Todo iba a salir bien. Sienna era muy obstinada. Había derrotado a Cronos y había demostrado ser más lista que Galen. Comparado con todo eso, aquello no era nada.
Estarían juntos de una manera u otra. Ella se encargaría de que así fuese.