Capítulo 5
Sienna Blackstone, recién coronada Reina de las Bestias, Princesa de la Sangre y las Sombras y Duquesa del Horror, tenía la espalda apoyada en la pared del castillo que se había visto obligada a considerar su hogar. Las alas le pesaban mucho y tiraban de los huesos y tendones que hacía poco que se le habían formado, lo que le provocaba un constante dolor tan intenso y humillante que a veces la hacía llorar.
Las alas se dejaron caer a los lados de su cuerpo como un manto de medianoche hasta que los extremos afilados tocaron el suelo. Recordaba haber visto esas mismas alas en Aeron, anterior dueño del cuerpo que albergaba al demonio de la Ira. En su cuerpo musculado y lleno de tatuajes, habían parecido suaves, livianas y hermosas como nubes de tormenta. Sin embargo en la delicada figura de Sienna, resultaban tan grandes y pesadas que le costaba mantener el equilibrio.
Desgraciadamente ese no era su mayor problema. Cronos, dios de dioses, según él mismo, y cretino de los cretinos, según ella, apareció delante de ella, echando pestes. Decir que estaba «molesto» habría sido como describir el océano Atlántico como un charco.
Cuando ella lo había conocido, Cronos tenía el aspecto de un viejo de cabello gris, piel arrugada y hombros encorvados. Ahora tenía el cuerpo y el rostro de un modelo de revista, aunque seguía siendo un bárbaro. El cabello castaño le caía sobre los hombros, anchos y fuertes. Tenía la piel suave y perfectamente bronceada. También se había deshecho de la remilgada toga y la había sustituido por camisa de malla negra y pantalones de cuero del mismo color.
El cambio era descomunal... y espeluznante. A Sienna le daban ganas de preguntarle por qué lo había hecho y ofrecerse para castigar a su estilista como merecía y sin cobrarle nada. Pero, claro, no se atrevía a hacerlo. Las quejas y gritos que estaba emitiendo podrían dejar paso a una paliza salvaje. Al menos esa era la impresión que daba.
—Yo te salvé —espetó con voz letal mientras iba de un lado a otro—. Te doté de fuerza, te regalé un demonio y, ¿cómo me lo pagas? Desobedeciéndome constantemente. ¡Es inconcebible!
¿Le había regalado? Menudo regalo cargarla con una maldición eterna que solo le reportaría dolor y tristeza.
—Yo te obedecí —le recordó Sienna. Al menos al principio.
—Al principio —añadió él, dando voz a sus pensamientos, pero al decirlo él se convertía en una acusación que dolía como un latigazo—. Y solo porque no tenías otra opción, pero desde entonces has aprendido a bloquear mi poder.
Era cierto. El hecho de que lo hubiese conseguido era un vestigio de su férrea obstinación. Con solo pensarlo, aquel ser que gritaba y resoplaba era capaz de causar un dolor indescriptible. Con mover la mano podía hacer desaparecer ciudades enteras. Algo que Sienna no debía olvidar.
Por eso eligió sus palabras con mucho cuidado.
—Para ser justos deberíamos decir que me engañaste —bueno, quizá no las eligiera con tanto cuidado. Por lo menos no había utilizado un tono agresivo o de acusación.
La mirada que le lanzó Cronos hizo que le temblaran las rodillas.
—¿En qué te engañé?
Sienna se apretó contra la pared.
—Me prometiste que vería a mi hermana pequeña.
«Eres tan guapa, Enna».
«¿De verdad?».
«Claro. ¡Eres la chica más guapa del mundo entero!».
Skye, su única hermana, una niña a la que Sienna había adorado con todo su corazón, había sido raptada hacía años y nunca más habían vuelto a verla o a saber nada de ella. Sienna la echaba de menos tremendamente, rogaba por que estuviera bien y que no le hubiesen hecho demasiadas crueldades.
—Pero lo único que hiciste fue permitirme un fugaz vistazo —añadió Sienna, pasándose la mano por el estómago, como hacía siempre que pensaba en su hermana, acordándose de otra niña a la que había querido y a la que había perdido... Cortó aquel pensamiento de raíz. «No voy a venirme abajo delante de esta criatura».
Cronos apretó los dientes con un chirrido.
—Ese vistazo... debería haber sabido que me traería problemas —hizo una pausa, parecía a punto de lanzar un gruñido—. Supongo que al menos debería admitir la verdad. Lo que viste no era más que una ilusión, no era realmente tu hermana.
Un momento, un momento. ¿Una ilusión? Sienna se mordió la lengua. ¿Por qué iba a...? ¿Cómo era posible...? Se hiciese la pregunta que se hiciese, la respuesta era la misma. Cronos había jugado con ella, lo mismo de lo que Paris la había acusado una vez a ella. Llamarlo bestia cruel era demasiado suave.
«Tranquila, cálmate».
—¿Al menos sigue viva? —le preguntó entre dientes.
—Por supuesto.
Con Cronos no había nada que pudiese darse por supuesto; él vivía según sus propias reglas y ni siquiera las acataba siempre.
Cada vez que aparecía, el demonio de Sienna le mostraba las atrocidades que había hecho Cronos: las vidas con las que había acabado, no solo las de sus enemigos, incluso las de su propia gente, la de cualquiera que se atreviese a desafiarlo. También había robado. Se había apoderado de objetos antiguos, de poderes que pertenecían a otras personas, de mujeres. No tenía vergüenza. Ni límite.
—¿Cómo sé que ahora dices la verdad?
—No puedes saberlo, pero tu demonio sí.
Se hizo un intenso silencio mientras Sienna buscaba en su interior. Ira estaba tranquilo, no parecía frenético por castigar a Cronos por mentir. Efectivamente, la imagen de Skye que había visto había sido una ilusión, pero era cierto que Cronos pensaba que estaba viva. Sienna volvió a apretar los dientes para decir:
—Tráemela, tráeme a la verdadera Skye y deja que se quede conmigo. Después, haré lo que me pidas.
—No.
—¿Por qué? —dio una patada al suelo. Sabía que era una reacción infantil, pero no tenía otra manera de mostrar el desagrado que sentía hacia aquella criatura—. ¿Acaso tú, que se supone que todo lo sabes, no sabes dónde está?
Cronos la miró con cara de pocos amigos y echándole el aliento.
—¡Ya está bien con tu hermana! ¿No tienes curiosidad por saber por qué te he regalado a tu Ira? ¿A ti, a una mujer tan frágil, fallecida hace poco y que hizo enfadar a uno de mis guerreros más fuertes? ¿No quieres saber por qué tengo tanto empeño en que participes en mi guerra?
«No le sugieras al rey de los Titanes que debería tomarse una pastillita de menta», pensó Sienna tratando de no respirar. «Y no se te ocurra pensar en el guerrero al que hiciste enfadar. Ni se te ocurra pensar en Paris». No, no, no.
—S... sí —¿ahora estaba tartamudeando? «¡Ten un poco más de valor, Blackstone!».
Cronos tenía un brillo rojo en la mirada. Rojo demonio. Un brillo diabólico que parecía una mezcla de sangre y toxinas nucleares. Además de ser el rey de los Titanes, estaba poseído por la Codicia... y en esos momentos estaba claro que era el demonio el que controlaba lo que hacía y lo que decía. El castillo comenzó a temblar, la ira consiguió sacudir hasta los cimientos.
—Conoces a los Cazadores, sabes cómo actúan porque formaste parte de su causa.
—Lo sé —jamás podría olvidarlo o perdonarse a sí misma por ello. Había llegado a llevar el símbolo del infinito en la muñeca, la marca de los Cazadores que le recordaba constantemente cuáles eran sus objetivos. Ahora que era un espíritu, no tenía más tatuaje que la mariposa que llevaba alrededor de las alas, algo por lo que se sentía muy agradecida—. Pero podrías decir lo mismo de muchos otros, de miles, quizá.
Pero esos miles no tenían la menor idea de lo tontos que eran, de que eran completamente prescindibles; poco más que marionetas manejadas por otros mediante hilos. Igual que lo había sido ella... hasta que la realidad le había dado un buen golpe y había cortado esos hilos bruscamente.
Poco después de que la poseyera la Ira, Cronos la había llevado a tierras de Cazadores. Como Cronos podía hacerse invisible y ella ya lo era para el ojo humano, nadie se había enterado de que estaban allí. Del mismo modo que había visto los pecados del rey de los Titanes, Sienna había podido ver las atrocidades que cometían los Cazadores: robos, violaciones y asesinatos, todo en nombre del «bien». Solo pensar que en otro tiempo ella había sido parte, una parte supuestamente esencial, de su causa, que los había ayudado...
«Castígalos... Robo, violación, asesinato...».
Ahí estaba. Ira. Su oscuro acompañante. Al recordar lo que había visto y sabiendo que estaba a varios mundos de distancia de los responsables de dichas atrocidades, el demonio la impulsaba a vengarse de los Cazadores. No quería que tuviera piedad con ellos, ni siquiera con los seres inocentes que pudiera haber entre ellos, por todo el dolor que habían causado, quería que les hiciera mucho más daño del que habían hecho ellos a otros.
«Castígalos».
Sienna se tapó los oídos.
—Calla, calla, calla —pidió una y otra vez.
A veces podía resistirse a sus deseos, otras, no. Era entonces cuando el demonio se apoderaba de ella y todo se volvía negro. Al menos durante un tiempo.
Ella estaba condenada a vivir recluida en aquella monstruosidad de castillo, sin embargo, por algún motivo, su demonio no sufría dicha condena. Cuando Ira controlaba la mente de Sienna, podían salir de allí y el demonio solía utilizar su cuerpo para castigar a otros como le placía.
Días después, Sienna despertaba con las manos cubiertas de sangre y, por supuesto, el recuerdo de lo que había hecho el demonio no tardaba en invadir su mente. Eran siempre actos crueles y sádicos que le revolvían el estómago. Sin embargo, nada, absolutamente nada, de lo que la había obligado a hacer era tan repulsivo como lo que estaban haciendo los Cazadores con seres humanos inocentes.
Humanos. Qué extraño le resultaba hablar de ellos en tercera persona. Ella había sido humana, una humana muy tonta. «¿Cómo pude llegar a creerme que los Cazadores pretendían acabar con el mal?».
Bueno, en realidad era fácil de comprender. Durante la adolescencia había visto actuar a un terrible demonio, o lo que había creído que era un demonio; la experiencia la había dejado aterrada y la había hecho convencerse de que dicho mal era el motivo por el que se habían llevado a su hermana. Eso, unido al shock que había supuesto descubrir que en el mundo había muchas otras cosas además de seres humanos, que estaban rodeados de infinidad de criaturas...
Al menos ese otro mundo de criaturas sobrenaturales sí había resultado ser cierto. Sin embargo el resto... Sí que existían los demonios, pero lo que ella había visto aquella noche no había sido uno de ellos. Su novio, un Cazador, la había drogado, que era el método preferido de esos seres abyectos para reclutar seguidores, después había creado el ambiente perfecto para infundirle miedo y su cerebro, preparado para sufrir alucinaciones, había hecho el resto. Tras hacerle creer que había visto un demonio, su novio había alimentado su miedo con historias sobre el mal contra el que podrían luchar y el bien que podrían hacer, asegurándole incluso que quizá pudiera encontrar y salvar a su hermana.
Lo que no le había dicho era que los seres humanos tomaban sus propias decisiones, influidos por demonios o no. Eran ellos los que decidían abrazar la oscuridad o correr hacia la luz.
No todos los Cazadores disfrazaban su malevolencia de honradez. Sienna lo sabía, de verdad que sí. Algunos eran sinceros y realmente deseaban liberar al mundo de todo mal, sin crear un mal propio para conseguir sus propósitos. Pero nunca podría superar el hecho de haber contribuido voluntariamente a una causa tan retorcida. Y lo peor de todo era que había hecho daño a Paris, un guerrero dispuesto a dar la vida por aquellos a los que amaba.
No pudo frenar los pensamientos que inundaron su cabeza a continuación, todos ellos sobre el hombre al que había causado un daño irreparable. Lo había atacado en su momento más débil y habría llegado a participar en su asesinato a sangre fría si él no hubiera huido con ella.
Durante dicha huida, Sienna había sufrido un disparo y había llegado a culpar de ello a Paris, pues había creído que Paris la había utilizado como escudo para protegerse a sí mismo. Cuánto lo había despreciado por ello. Sin embargo ahora a la única que despreciaba era a sí misma.
No, eso no era del todo cierto. También odiaba a los Cazadores y todo lo que representaban.
Cronos quería que los castigase. Su demonio quería castigarlos. Ella también quería hacerlo. Pero Cronos se negaba a ponerla en libertad; le exigía que espiara a Galen, mano derecha del líder y guardián del demonio de la Esperanza. Sí, un demonio era el segundo al mando de los asesinos de demonios, pero ninguno de ellos lo sabía. Todos pensaban que era un ángel.
—Con la devoción que mostraste en vida hacia los Cazadores, Galen creerá que realmente quieres volver a unirte a él en muerte —le explicó Cronos, como si le hubiera leído el pensamiento. Quizá lo hubiera hecho—. Te recibirá con los brazos abiertos.
—Pero si no podrá verme.
—Claro que podrá. Eso déjamelo a mí.
—¿No se preguntará por qué estoy poseída por un demonio? ¿Cómo es posible que lo esté?
—Lo sabe porque mi mujer, su líder, se lo dijo. Pero tiene tanta seguridad en sí mismo, en su atractivo y en su fuerza, que creerá que es él el que te vigila a ti.
—En tal caso, nunca me dirá nada.
—No, te dará información falsa de la que podremos deducir la verdad.
—¿Y si me pide que le demuestre mi lealtad?
—Lo hará.
Y ella se vería obligada a hacer lo que él le pidiese. ¿Le pediría que hiciese daño a guerreros a los que en realidad a ella le gustaría ayudar? ¿O que maltratara a seres humanos inocentes? Su respuesta siempre sería la misma. ¡Jamás!
«Mírame. Fui un ser humano que desconocía por completo el mundo sobrenatural, después una Cazadora atrapada en medio de todo, odiaba a los demonios que perseguía, y ahora soy uno de esos demonios... y espero ayudar a otros».
—Lo siento, pero voy a tener que volver a responderte lo mismo.
Otra vez apareció ese destello rojo en los ojos de Cronos, pero esa vez aún con más fuerza. Si tenía sentido común, ella se tomaría aquel color rojo como una señal de que debía dejar de oponer resistencia.
Pero, ¿por qué empezar a ser sensata ahora?
—Por si lo has olvidado, mi primera respuesta fue un no rotundo —aclaró con firmeza.
—Tu superior te ordenó que te acostaras con Paris y lo hiciste —rugió Cronos—. Así que no me vengas ahora con esa actitud de superioridad moral.
Sí, pero con Paris había sentido una atracción inmediata y abrumadora. Lo había deseado como nunca lo había hecho.
Sí, lo había deseado a pesar de creer que el demonio que llevaba dentro era el culpable de la infidelidad, de la ruptura de los matrimonios, de los embarazos adolescentes, de las violaciones y de la peligrosa propagación de las enfermedades de transmisión sexual. A pesar de que Paris tenía, y siempre tendría, un sinfín de amantes, algo que Sienna había comprobado gracias a una compañera de trabajo que lo había observado durante días y le había hecho fotos con todas las mujeres con las que se acostaba, unas fotos que después le había mostrado a Sienna. Aun así, ella había sentido un ataque de celos y una emoción que jamás debería haber sentido tratándose de una misión de trabajo.
¿Había dicho ya que era una tonta?
—Si te pide que mates por él, sedúcelo y llévatelo a la cama —siguió diciendo Cronos—. Así evitarás tener que hacer cosas desagradables.
Sin duda tenían ideas muy distintas de lo que era algo desagradable.
—Sería más fácil que me pidieras que te trajera la cabeza de Galen en una caja mágica a lomos de Pegaso porque él no sentirá ningún deseo sexual por mí. Nunca he sido de las que atraen la atención de los hombres.
Sabía bien el aspecto que tenía. Unos ojos castaños demasiado grandes para su cara, unos labios también demasiado grandes, una piel llena de pecas y un cabello ondulado que no era ni liso y sedoso ni realmente rizado... en resumen, corriente y nada atractiva.
Cronos no se dejó disuadir.
—Tienes razón, nunca lo has sido.
«La verdad no puede hacer daño», se dijo a sí misma a pesar del dolor que sentía.
—Pero tu aspecto no importa —prosiguió él—. Galen se sentirá atraído por tu poder demoniaco. Querrá controlarte y darte toda esa información falsa para aprovecharse de ti. Cuanto más lo pienso, más me gusta la idea. Te acostarás con él.
Sienna respiró hondo.
—Lo que realmente haría daño a los Cazadores sería que matara a Galen, no que me acostara con él.
—Sí, pero la muerte no forma parte de su destino.
—¿Cuál es su destino, entonces? ¿Qué es lo que crees que puede hacer por ti?
Se hizo el silencio.
Sienna volvió a tomar aire y a soltarlo lentamente.
—Está bien, el plan tiene dos inconvenientes. Galen es un asqueroso y yo soy un desastre en la cama —un momento, eso no había sonado como debía—. Quiero decir que, aunque me desee por el poder de mi demonio —le rechinaban los dientes solo de decir aquellas palabras—... o porque piense que puede darme información falsa, o controlarme, o por los motivos que quieras, jamás querría repetir. Y el plan sería un desastre.
La única razón por la que había despertado el interés de Paris era que él había estado desesperado por acostarse con alguien... ¡con quien fuera! Solo para poder sobrevivir.
—Es más probable que Galen se ría de mí que me cuente sus secretos.
Cronos la miró fijamente y enarcó ambas cejas con un gesto de condescendencia.
—Se te puede entrenar para que lo hagas mejor.
—Y también a los perros, pero pueden morderte —ella haría algo mucho peor.
Hubo un instante de silencio.
—¡Me sacas de quicio, mujer! No te pido que te ofrezcas voluntaria a que te torturen, solo que permitas que un hombre te haga suya para cumplir con tu obligación... algo que, además, ya has hecho antes.
—Para mí es un compromiso demasiado grande. Lo único que puedo hacer es matarlo, nada más.
—Galen es un guerrero inmortal, lleva miles de años en campos de batalla. ¿Cómo piensas matarlo?
—Eso déjamelo a mí —respondió Sienna, repitiendo las palabras que había dicho él antes—. Se me ocurre otra idea. ¿Por qué no puedes matarlo tú? Pensé que eras todopoderoso.
—¡Ya está bien! —exclamó Cronos a la vez que golpeaba la pared con los puños, uno a cada lado de la cara de Sienna. La fuerza de sus puños hizo dos agujeros en el muro y cayeron varios ladrillos.
Estupendo. El castillo volvía a temblar.
—¿Cómo te atreves a cuestionarme, tú, que eres una insignificante esclava? Soy tu dueño y señor, tu destino está en mis manos. No respondo ante nadie.
«Excepto ante tu mujer». Con los reyes, cuando se hería a uno siempre se hería a otro, pues el dolor se traspasaba por el vínculo que los unía. Pero Sienna no iba a hablarle de ella.
—No me importa quién seas. No pienso acostarme con Galen.
Antes de que pudiera hacer nada para evitarlo, Cronos la agarró del cuello y apretó hasta dejarla sin respiración. Le ardían los pulmones y sentía un sabor ácido en la garganta. Los muros del castillo temblaban, como si todo fuera a derrumbarse de un momento a otro.
—Puedo acabar con tu alma y entonces ya no existirías en modo alguno, pero también puedo salvarte y concederte por fin un poco de paz —apretó más y más fuerte... y entonces la soltó de golpe—. Recuérdalo porque eres tú la que va a elegir su destino.
Sienna apenas podía contener la necesidad de golpearlo con los dos puños.
—Decida lo que decida —respondió sin preocuparse por las consecuencias—, seguirás siendo un imbécil.
Inesperadamente, Cronos esbozó una amplia sonrisa que dejó a la vista todos sus dientes.
—¿Ah, sí?
En otro tiempo, Sienna siempre había tenido miedo de ofender a los demás y había tratado de evitar cualquier confrontación. Pero quizá el mal carácter del demonio había hecho mella en ella, o quizá ese nuevo genio había nacido en ella al comprobar lo inútil que había sido su vida. En cualquier caso, nunca había tenido más que perder y le había importado tan poco.
—Deberías haber elegido a otro para albergar la Ira. Porque... verás... mi respuesta sigue siendo... no.
En lugar de encender más la ira de Cronos, dio la impresión de que sus palabras lo calmaron. Se le suavizó el gesto y el brillo asesino desapareció de su mirada. Incluso apartó los brazos de ella.
Increíble.
—No —dijo con voz tranquila—. No había nadie mejor que tú.
El corazón le latía con fuerza en el pecho. Aunque estaba muerta, su espíritu tenía corazón y la necesidad de respirar desde el momento en que el demonio había entrado en su cuerpo. Por desgracia, eso quería decir que también sentía dolor y que, si le hacían un corte, sangraba.
—¿Por qué yo? —le preguntó por fin—. Tienes que darme alguna explicación.
—¿Tú crees? —se dio media vuelta, haciendo caso omiso a su pregunta—. En este reino escondido del resto del Cielo, donde nadie podría encontrarte, no tengo por qué hacer absolutamente nada.
Sienna se fijó en que tenía la mandíbula apretada y, antes de que pudiera hablar, él añadió:
—¿Te gusta vivir aquí, Sienna?
—No —no porque no pudiera salir de aquel castillo, sino porque Cronos había hecho todo lo que estaba en su mano para amargarle la vida.
Se había adentrado en su mente y había hecho aflorar sus peores recuerdos, que veía proyectados como películas en todas las habitaciones. Una constante persecución que causaba en ella culpa y vergüenza.
Todos los días tenía que revivir el secuestro de Skye. Se veía a ella misma, sin poder evitar que ese hombre se la llevara. Presenciaba un día tras otro la pérdida de ese bebé que no había podido dar a luz, algo que odiaba recordar, en lo que habría preferido no volver a pensar nunca más. Veía cómo había traicionado al hermoso Paris, el daño que le había ocasionado al primer hombre que había hecho que deseara algo más. Cómo lo había condenado solo por su raza.
—Es una lástima —dijo Cronos—. Porque vas a seguir aquí hasta que accedas a volver al rebaño y ser mi espía.
Sienna levantó bien la cabeza y lo miró.
—Si esas son las opciones, me quedaré aquí para siempre.
Cronos volvió a sonreír, esa vez con fría crueldad.
—¿De verdad? ¿Y si te dijera que te elegí a ti por tu hermana?
—Insistiría en que me explicaras por qué —lo miró fijamente, el rey de los Titanes en el punto de mira. Era un ser sin moralidad, sin escrúpulos, taimado. Debía tener cuidado—. También te diría que podrías haber utilizado esa excusa mucho antes.
—No si temía que te obsesionaras con ella y te olvidaras de mi objetivo. Pero no me has dejado otra opción.
Sienna fingió despreocupación.
Algo que sacó de quicio a Cronos.
—¿Y si te digo que tu querida Skye vivió con Galen? ¿Que incluso le dio un hijo?
«Llévame a nadar, Enna. Por favor, por favor, por favor. No volveré a pedirte nada nunca más».
—No te creo —las palabras salieron de su boca en un tono agudo, desesperado. «Está mintiendo. Tiene que ser mentira»—. Por favor —añadió a su pesar.
Pero Cronos aún no había terminado.
—¿Y si Galen es el único que sabe dónde están tu hermana y su hijo? ¿Y si los tortura? ¿Y si convertirte en su puta fuera la única manera de averiguar la verdad? ¿La única manera de salvarlos?
—Yo... —no sabía qué decir.
«¡Es mentira!» El grito de desesperación retumbó en su mente y no lo había emitido el demonio sino ella misma. Tenía que ser fuerte. Tenía que conseguir que le diera alguna prueba antes de decir nada.
—Piensa en todo lo que te he dicho, mi querida Sienna. Volveré pronto y hablaremos de las nuevas obligaciones que quieras aceptar —dicho eso, desapareció.
Sienna cayó al suelo de rodillas, como si Cronos se hubiese llevado su fuerza consigo. Le ardían los ojos y le temblaba la barbilla. Las alas tiraban de la espalda y se doblaban de un modo extraño, y entonces salió de sus labios un intenso grito. Todos los días aprendía una lección más terrible que la anterior.
Las lágrimas empezaron a caerle por la cara, quemándole la piel. ¿Cuánto más podría soportar? ¿Cuánto aguantaría antes de derrumbarse para siempre?
Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por Skye y Cronos lo sabía. Ella era lo único que le quedaba; era como si se hubiese convertido en su hija además de su hermana. Pero lo cierto era que tenía sentido porque solo la había visto siendo niña y el bebé que había perdido también era una niña, una niña que no había tenido la oportunidad de crecer. Y ahora descubría que quizá tuviese un sobrino o una sobrina. Sí, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa.
Cronos lo sabía. Ahora comprendía que hubiese controlado su ira de ese modo. No tenía por qué hacerle daño para conseguir lo que quería. Por eso la había elegido a ella para que participara en sus jueguecitos. Volvía a ser una marioneta, los hilos que creía rotos ahora los manejaba otra mano.
La mano de un ser contra el que no podía luchar.