Capítulo 43

 

 

Nada más poner un pie en la azotea, Paris sintió la presencia del mal acechándolos. Gracias a la sangre de William, las sombras no podían entrar en el castillo, tal y como había dicho Sienna, pero lo que los acechaba no era exactamente una sombra.

Sexo se retiró de inmediato, pues no parecía querer tener nada que ver con lo que iba a ocurrir.

Con la mano en el cuchillo de cristal, Paris dejó a Sienna en el suelo y la colocó a su espalda. El cielo era una inmensidad de terciopelo negro sin una sola estrella y la luna, una guadaña roja. El aire estaba lleno de humedad, caliente en unos lados y fría en otros.

O Sienna presentía el peligro igual que él, o sabía que no debía distraerlo, ya que se mantuvo en silencio. Paris fijó la mirada en un punto aún más negro que los demás, tras el cual apareció otro y luego otro, se fusionaron y se alargaron... hasta que apareció un hombre frente a ellos, completamente envuelto de negro y con un velo de niebla.

Sienna lanzó un grito ahogado. Paris no habría sabido decir si de miedo o de fascinación.

Era un hombre muy guapo, para aquellos a los que les gustaran los asesinos en serie; con unos fríos ojos negros y más músculos de los que Paris había tenido nunca.

Paris se agazapó como si se preparase para atacar. Aquel tipo había cometido un error al acercarse a él en ese momento porque, desde que había entrado al salón y se había dado cuenta de que sus amigos habían montado todo aquello para apartarlo de Sienna, había estado haciendo verdaderos esfuerzos por controlar la oleada de furia que sentía.

Comprendía por qué lo hacían. De verdad. Y no los culpaba por ello, pero habían llevado las cosas demasiado lejos.

Dio la orden mental para que el cuchillo de cristal se transformase en un arma capaz de destruir a aquella criatura, el objeto se transformó de inmediato en... ¿una linterna? ¿Qué era eso, una broma?

El Hombre Sombra se echó a reír, soltó una carcajada espeluznante sin un ápice de alegría o sentido del humor.

—Sé lo que estás preguntándote. Puedo pasar por alto lo de la sangre y lo haré si es necesario. Mis fantasmas se alimentan de los inmortales, es el precio que tienen que pagar por estar aquí. Pero ahora que está ahí dentro el Señor de la Oscuridad, su enemigo, no pueden hacerlo. Es inaceptable.

—Tus fantasmas no van a alimentarse de mis amigos —recordó la imagen del guerrero en un charco de sangre, con las tripas fuera. Apenas había podido ver el dolor de aquel prisionero, así que no podía ni imaginar lo que había debido de sentir.

—Tenemos que encontrar otra solución o tendré que expulsaros de mi reino. Te aseguro que no os gustarán nada mis métodos.

Había momentos para el enfrentamiento físico y otros en los que era mejor negociar.

—¿Qué otra cosa podrían comer?

—Inmortales —respondió enfadado—. Solo inmortales.

—Entonces tenemos un problema —se echó hacia atrás, acercando a Sienna a la puerta.

El Hombre Sombra se lanzó sobre ellos, aquella niebla oscura se desplegó como si tuviera alas. Paris apretó el interruptor de la linterna y enfocó la luz hacia la oscuridad, pero antes de que pudiera alcanzar a su adversario, el Hombre Sombra se alejó por el aire.

Cuando se detuvo, se quedaron mirando el uno al otro.

—¿Eso es todo lo que sabes hacer? —con esa provocación solo pretendía ganar tiempo para que Sienna pudiese entrar en el castillo. Solo esperaba que ella se diera cuenta, pero no oyó sus pasos, ni el ruido de la puerta.

—Si te enseñara todo lo que sé hacer, sería lo último que vieras.

—Demuéstramelo.

Así fue cómo comenzó un enfrentamiento que parecía una coreografía sacada de Star Wars. Era curioso que los dos conociesen los movimientos. Paris utilizaba la linterna como si fuera un sable de luz, moviendo el haz dorado con las contorsiones que hacía su cuerpo para esquivar aquellas alas de bruma.

Por fin hubo contacto. La luz alcanzó al hombre en una pierna, se oyó un chisporroteo y después un grito de cólera que a Paris se le clavó en la mente como si fueran balas y le hizo tambalearse.

Lo que le costó muy caro.

Una de las alas le dio en el brazo con tal fuerza que se le cayó la linterna. Parecía que no estaban hechas solo de bruma. Entonces aquel enorme cuerpo lo envolvió y lo inundó con sus gritos. El sonido era tan alto que le retumbaron los tímpanos hasta estallarle y sintió el calor húmedo de la sangre que le salía de las orejas.

Él también gritó a la vez que se tapaba los oídos y caía de rodillas. Sintió que un millón de hormigas le trepaba por el cuerpo y empezaban a morderle, arrancándole la piel y la carne.

Otro grito y de pronto se alejó la oscuridad. Necesitó unos segundos para orientarse, pero lo que vio le dio ganas de vomitar. El Hombre Sombra estaba a poca distancia de él, Sienna lo mantenía alejado con la linterna. Veía que movían la boca, pero no podía oír lo que decían.

Hasta que de pronto... ¡zas! Se le curaron los tímpanos y recuperó el oído con una explosión de sonido.

—¿... con cuántos estás dispuesto a conformarte? —decía Sienna, tratando de disimular el asco que sentía.

—Cinco. Al día.

—¡Nunca se han comido cinco en un día! Uno —sugirió—. A la semana.

—Tres. Al día.

—Tres en una semana.

Hubo un momento de silencio antes de que el Hombre Sombra asintiera.

—Hecho. El primer pago será hoy.

—De acuerdo, pero siempre y cuando todos nosotros, los Señores, sus parejas, los bebes, los inmortales y yo, estemos a salvo vayamos donde vayamos y hagamos lo que hagamos en este reino.

Otro silencio y de nuevo asintió.

—Hecho. Pero deberás darte prisa, mujer. Podría cambiar de opinión antes del primer pago —dicho eso, la niebla negra se disipó y desapareció del todo.

Sienna corrió junto a Paris y se arrodilló junto a él para examinar sus heridas.

—¿Estás bien?

Paris dejó caer la cabeza. No la había salvado, ni siquiera la había ayudado. Había tenido que salvarlo ella a él. La había fallado. ¿Qué clase de guerrero era?

—Lo siento mucho, pequeña.

—¿El qué? ¿Por qué? —le devolvió la linterna.

Una orden y volvió a convertirse en el cuchillo de cristal.

—Te he fallado. Podría haberte hecho daño.

Ya se lo había advertido Zacharel, ¿no? Le había avisado de que el mal genio se apoderaría de él y haría daño a su mujer. Paris había pensado que eso quería decir que la golpearía o algo así, algo que estaba seguro de que no haría jamás. Pero no era eso. El ángel sabía lo que decía. El mal genio le haría perder la cabeza y, al hacerlo, permitiría que otros le hicieran daño.

No podía volver a ocurrir. No volvería a perder la concentración de esa manera, pasara lo que pasara.

—Paris, tú nunca me has fallado —le aseguró con determinación.

Claro que lo había hecho, pero era la última vez. Al ponerse en pie sintió un dolor insoportable en los muslos. Después ayudó a Sienna a levantarse también y la llevó al interior del castillo. Fueron hasta un rincón, comprobó que la ventana más cercana seguía protegida con la sangre de William y luego le agarró el rostro con ambas manos.

—Espérame aquí, ¿de acuerdo? Tengo que pedirle a Lucien que encuentre tres... comidas aceptables.

—No hace falta que sean inmortales —le dijo ella—. Al final ha reconocido que los inmortales saben mejor, pero que les vale cualquiera.

Entonces sabía muy bien a quién utilizar. Aún quedaban Cazadores encerrados en las mazmorras de Budapest.

—¿Quién...?

—No te preocupes por eso —no sabía cómo reaccionaría si se enteraba y resultaba que los conocía—. Ahora que lo pienso, ¿por qué no vas mejor a nuestra habitación en lugar de quedarte aquí? Me reuniré contigo en cuanto pueda —antes de que pudiera responder, le dio un beso y la dejó allí.

No tardó en localizar a Lucien. El guerrero seguía en el salón de baile y, al ver a Paris, le pidió mil disculpas con los ojos llenos de arrepentimiento.

—Ya hablaremos más tarde de eso. Ahora necesito que hagas algo.

Apenas había terminado de explicarle la tarea cuando desapareció para volver unos minutos después con un Cazador en cada mano. Los humanos eran más fáciles de transportar que los inmortales.

Ninguno de los dos tenía fuerza para defenderse, así que se quedaron allí sin protestar y Lucien pudo ir en busca del tercero.

Paris pensó que quizá debería sentirse mal por lo que estaba haciendo, pero aquellos hombres habían intentado matar a sus amigos y a sus amantes. Les habrían cortado la sangre a sus mujeres sin dudarlo un momento.

Lo tenían merecido.

Una vez reunidos los tres, Lucien y él los llevaron al piso superior. Sienna no se había movido del rincón donde la había dejado. Paris maldijo entre dientes al verla, pero ella no dijo nada al ver a los Cazadores, se limitó a observar con los ojos abiertos de par en par mientras Lucien y él los sacaban a la azotea.

—Quédate aquí —le ordenó antes de cerrarle la puerta en la cara. No quería que viera lo que iba a ocurrir.

Se acercaron al borde del tejado y miraron hacia abajo. Había una buena altura hasta llegar al suelo, encharcado de sangre. No importaba. No iba a sentirse culpable. Pero sí que se preguntó si Sienna los conocía o si imaginaba que iba a utilizar la información que ella le había dado para encontrar a más Cazadores y utilizarlos para lo mismo que aquellos siempre que fuera necesario.

«Suéltalos», le ordenó una voz sin cuerpo que reconoció como la del Hombre Sombra.

Fue entonces cuando los Cazadores empezaron a forcejear, intentando soltarse. Paris y Lucien intercambiaron una mirada de horror antes de lanzarlos al vacío. Las sombras aparecieron enseguida y los engulleron. La noche se llenó de gritos de dolor, más espeluznantes aún que los que había oído cuando lo había envuelto el Hombre Sombra. Y después, silencio.

«Has cumplido el trato», dijo la voz que arrastraba el viento. «Estáis a salvo. Por ahora».

No estaba seguro de poder fiarse del Hombre Sombra, pero Sienna lo habría descubierto si hubiera mentido antes, así que no había más que hablar.

—Gracias —le dijo a Lucien.

—No hay de qué —una pausa y luego un suspiro—. Escucha, de verdad siento mucho lo de antes y voy a hablar con los demás. En ningún momento me gustó lo que íbamos a hacer, no me parecía bien presionarte de ese modo. Ahora voy a asegurarme de que todos respeten a tu mujer. Si la quieres, la aceptaremos.

Paris sintió un nudo en la garganta.

—Gracias —dijo de nuevo.

Lucien le puso la mano en el hombro con cariño y con más fuerza de la que sin duda pretendía. Después se marchó y apareció Sienna.

—Ya está, ¿verdad?

Paris asintió en silencio, con aprensión.

—Bien. Esos hombres habían hecho cosas horribles, vi sus pecados. Ira quería que yo los castigara.

¿Eso era todo? ¿No iba a cuestionarlo, ni a censurar lo que había hecho? ¿Simplemente lo aceptaba?

—Te amo —le dijo Paris, que no pudo contener las palabras. No podía seguir ocultando la verdad, ni siquiera a sí mismo.

Ella se quedó boquiabierta y lo miró con los ojos completamente verdes, el color marrón había desaparecido de ellos. Lo que sentía por aquella mujer no se parecía a nada que hubiera sentido antes. Moriría por ella y lo haría feliz.

Era perfecta para él. Lo hacía feliz. Lo llenaba de calma y de deseo. Era todo un desafío.

—Yo... —en sus mejillas aparecieron dos círculos rosados. Quizá de excitación. Al menos eso esperaba.

—No, no digas nada —le tendió una mano—. Ven aquí.

Sienna dio un paso y entonces pudo abrazarla y sentir el aroma tropical de su cuerpo que lo llenaba de energía. Nada ni nadie podría separarlo de ella. Era suya y siempre lo sería.

Le cubrió el cuello de besos, de los besos más dulces del mundo.

—Vamos a practicar un poco el vuelo, ¿de acuerdo? —le propuso después.

—Sí.

Ella también lo amaba, tenía que ser así. Si no lo amaba, tendría que seducirla y cortejarla hasta que lo hiciera. «Sería la batalla más importante de mi vida».

Pasaron las siguientes horas entrenando la técnica para abrir las alas lo más rápido posible y despegar los pies del suelo. Paris nunca había volado, pero repitió todo lo que le había contado Aeron, todo lo que había aprendido observando a su amigo y comprobó con deleite los progresos de Sienna. El problema era que sabía que había muchas cosas que ignoraba.

Sexo acabó por salir de su escondite con tanto contacto físico y lo presionó para que hiciera algo más.

«Aún no. Esto es muy importante».

«Me lo prometiste. Muy a menudo, dijiste».

«Y así ha sido, estúpido exigente».

—Así nunca aprenderá a mantenerse en el aire —dijo entonces una voz masculina que conocía bien.

Paris no se molestó en volverse a mirar.

—¿Qué sugieres que haga, entonces? —era lo único relacionado con Sienna en lo que estaba dispuesto a admitir sugerencias.

Zacharel se acercó a ellos frotándose la barbilla.

—Solo puedo enseñarla como me enseñaron a mí. Tiene que ponerse en el borde del tejado y extender las alas tanto como puedo.

—¿Y si me caigo? —preguntó Sienna, asustada—. No podré agarrarme a mí misma.

—No te caerás —aseguró el ángel con una convicción que no dejaba lugar a dudas.

Sienna miró a Paris a los ojos y él asintió. Era muy importante que aprendiera a volar porque algún día podría salvarle el alma. Sí, tal y como habían demostrado las sombras, las almas también podían sufrir ataques devastadores.

Pasó a su lado y, al sentir el roce de sus dedos, Paris le agarró la mano y decidió acompañarla. Cuanto más se acercaban al borde del tejado, más temblaba ella.

—¿Tienes miedo a las alturas, pequeña?

—No debería, pero es que es una buena caída.

—Todo va a ir bien. No vamos a dejar que te pase nada. Te lo prometo.

—Apártate —le ordenó Zacharel y Paris obedeció, aunque a su pesar—. Ahora extiende las alas —le dijo a Sienna.

Paris nunca había reparado en la belleza de aquellas dos enormes alas negras como la noche. Tenían unas finas líneas moradas que se arremolinaban en el centro para después seguir hasta las puntas.

—Muy bien. Ahora intenta no tener miedo —y sin decir nada más, Zacharel la empujó al vacío.

Ella lanzó un grito de horror mientras caía... y caía...

—¡Nooooo! —Paris se lanzó tras ella para intentar alcanzarla.

Pero Zacharel lo detuvo con un gancho de derecha en la mandíbula y lo tiró al suelo. Sexo gimoteó en su interior, pero se negó a replegarse.

—¡Dijiste que no iba a caerse! —gritó Paris mientras se ponía en pie con la intención de volver a lanzarse a por ella.

—No se ha caído. La he empujado.

—Si le pasa algo...

Zacharel desapareció para volver un segundo después con Sienna a su lado. Estaba completamente lívida y, al comprobar que estaba en suelo firme, se derrumbó temblando.

—Hijo de perra —le dijo al ángel.

—Es la única manera de aprender —respondió Zacharel sin el menor sentimiento—. Así es cómo aprendemos todo. Además, no eres más que un alma, así que dudo mucho que te hubiera pasado algo aunque te hubieses estrellado contra el suelo.

—¡Lo dudas!

—Vamos, chica demonio, un poco de valor. Ponte de pie y vamos a intentarlo otra vez.

Esa vez fue Paris el que le propinó un gancho de derecha. El ángel echó la cabeza a un lado, pero apenas se limitó a parpadear, algo confuso, quizá.

—Vuelve a hacer eso y acabo contigo.

Paris no esperó a que respondiera, agarró a Sienna en brazos y la llevó al dormitorio.

La seducción más oscura
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