Capítulo 47

 

 

Suspensión de la pena, pensó Sienna. Y solo porque Fox, la guardaespaldas de Galen, había hecho lo que no había hecho él y había probado su sangre. Se había manchado las manos de sangre mientras la sacaba a rastras del dormitorio y la llevaba a un sótano en el que no había nada más que una mesa y un desagüe debajo. Sienna se había encargado de que así fuera. Le había prometido a Paris que mataría a cualquiera que probara su sangre e iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para cumplir con su palabra.

Al dejarla en la mesa, la mujer había percibido el dulce aroma de la ambrosía y se había chupado la mano. Después de cerrar los ojos y gemir de placer, había querido darse un buen festín; se le había echado encima y la había lamido y mordido a su antojo, tras lo cual no la había matado, sino que la había llevado a un dormitorio y la había atado en un rincón.

De eso hacía ya... ¿cuántos días? Sienna había perdido la cuenta. El tiempo pasaba muy despacio y al mismo tiempo demasiado deprisa. La herida de la puñalada de Cronos se había curado ya, pero Fox le había hecho muchas otras para seguir bebiéndose su sangre, por lo que no había conseguido recuperar las fuerzas.

¿Qué estaría haciendo Paris? ¿La odiaría? ¿Habría conseguido Lucien impedir que saliera del castillo? Sí, probablemente. Los Señores habían dejado muy claro lo que opinaban de ella, así que aprovecharían la oportunidad para sembrar sentimientos negativos en Paris.

«No pienses en eso. No es bueno para tu salud mental».

Necesitaba un plan. Lo primero que tenía que hacer era sacar de allí a Legion. Después, volvería y obligaría a Galen a probar su sangre, pues sería la única manera de que confiara en ella después de escapar con su prisionera. Y necesitaba que se fiara de ella; no podría matarlo si no podía acercarse a él.

Recordó el rostro aterrado de Legion. No era la mujer de Galen, por mucho que Galen creyese que sí.

Ira se estiró dentro de su cabeza. Estaba tan débil como ella. Necesitaba alimentarse, estaba desesperado por castigar a alguien y Galen era el candidato perfecto.

Se movió para intentar frotar las muñecas contra la pared, pero las alas se interponían en su camino y la mordaza le impedía pedir ayuda a gritos. Claro que tampoco lo habría hecho porque Zacharel se la habría llevado a los Cielos. Así que tenía que pensar en otra alternativa.

En ese momento se abrió la puerta y apareció Fox. Llevaba botas de combate, pantalones de cuero negros y un corpiño. Nada más entrar se pasó la lengua por los labios y se arrodilló frente a ella. Iba a por su dosis.

—¿Me has echado de menos? —preguntó al tiempo que sacaba el cuchillo.

«Vamos, lucha. Haz algo».

—Me das lástima. Galen fue lo bastante fuerte para resistirse, no como tú. ¿No te da vergüenza?

Pero estaba demasiado extasiada con el olor de la ambrosía como para responder, ni siquiera comprobó que siguiera atada, cosa que hacía siempre. Su adicción iba en aumento y eso era bueno.

—Supongo que no. Eres demasiado estúpida para...

Con un rugido, Foz se lanzó contra ella, momento que Sienna aprovechó para darle un rodillazo en la cara que la tiró al suelo.

—Vas a pagar muy caro lo que acabas de hacer —la amenazó.

Sienna consiguió ponerse en pie con gran esfuerzo, pues tenía las manos atadas a la espalda y los tobillos inmovilizados con otra cuerda. No sabía qué iba a pasarle, pero tampoco le importaba. De pronto apareció Legion detrás de Fox, con una sartén de hierro en la mano. El golpe del hierro al aterrizar en la cabeza de Fox retumbó en toda la habitación.

Nada más ver caer a Fox, Legion soltó la sartén como si le quemara las manos y se quedó allí, jadeando y mirándola horrorizada.

—Quítale el cuchillo y suéltame —le ordenó Sienna rápidamente—. Lo siento, pero no disponemos de mucho tiempo.

Legion no se movió, estaba temblando y llorando.

—Yo... sé que estás aquí, pero no puedo verte, ni oírte.

No. No, no, no. Si no podía verla, tampoco podría tocarla. Sienna intentó todo lo que se le ocurrió para hacerse sentir, mientras Ira daba botes en su cabeza, desesperado por escapar. Finalmente, no le quedó otra opción que dejar que el demonio se hiciera cargo de la situación.

Aquella fue la primera vez que fue consciente de los cambios de su cuerpo y de su mente. No sabía si era porque se había hecho más fuerte o porque Ira estaba más débil, el caso fue que sintió cómo su piel se llenaba de escamas y le salían garras y colmillos.

Un segundo después, Legion exclamó:

—Ira.

La muchacha reunió el valor necesario para agarrar el cuchillo de Fox, acercarse a Sienna y cortar las cuerdas para liberarla.

—Sabía que no te había matado —aseguró la joven con voz suave—. Podía sentir a mi Ira. Habría venido antes, pero Galen me ordenó que no saliera de la habitación mientras él estuviera allí. Han sido necesarios tres días para que se recuperara. Esta mañana salió y yo aproveché para seguir a Fox hasta aquí.

Sienna se quedó solo con un dato. Tres días. Paris habría tenido que acostarse por lo menos con una mujer, quizá con dos. «No pienses tampoco en eso». No podía permitirse derrumbarse anímicamente.

Por fin libre, se metió el cuchillo en la cinturilla del pantalón, se puso en pie y le tendió una mano a Legion. La joven se había quedado inmóvil, mirando a su alrededor con profunda tristeza.

—¿Dónde está ahora Galen? —le preguntó Sienna, aún con la voz de su demonio.

—No lo sé. No ha vuelto desde esta mañana.

Eso era bueno.

—Vámonos —le dijo con un gesto—. Tú y yo tenemos que salir de aquí ahora mismo.

—No puedo.

—Claro que puedes.

—No. Hice una promesa —su tristeza aumentó visiblemente—. Tengo que quedarme aquí con él.

«Eso ya lo veremos». Con promesa o sin ella, Sienna iba a sacarla de allí. No podía perder el tiempo discutiendo y tampoco le serviría de nada luchar con ella con lo débil que estaba. Solo quedaba una opción.

—Está bien. Me iré sin ti —mintió—. Pero antes necesito un arma.

A pesar del dolor, se agachó a agarrar la sartén de hierro y golpeó a la joven igual que ella había golpeado a Fox.

Legion cayó al suelo encima de la otra mujer. Iba a quedarle una buena marca.

Echársela al hombro fue una hazaña prácticamente imposible, pero por fin consiguió levantar a la muchacha. El esfuerzo hizo que Ira perdiera el control de su cuerpo y, al mismo tiempo, ella perdió bastante fuerza. Tuvo que apoyarse en la pared para llegar hasta la puerta y salir al pasillo.

Un larguísimo pasillo que recorrió dando tumbos y tras el que le esperaba una escalera de caracol, pero aún estaba muy lejos. De pronto vio a Galen caminando hacia ella, armado hasta los dientes y con la muerte en el pensamiento, no había duda. Sienna no pudo hacer otra cosa que verlo acercarse, empeñado en recuperar a Legion.

No iba a haber manera de que confiara en ella. Su única esperanza era conseguir que probara su sangre, entonces ya no querría matarla. ¿Verdad? Tenía que ser así.

Estaba a punto de soltar a Legion cuando vio aparecer a Zacharel a un lado y al tipo de las sombras al otro. ¿Cuánta gente iba tras ella? Galen también los vio y gritó una oscura amenaza. Estaban más cerca de alcanzarla que él.

Y entonces ocurrió. La bruma negra la envolvió primero. Legion y ella se vieron transportadas a un mundo de gritos espeluznantes entre los que creyó oír las protestas de Zacharel, pero seguramente no era cierto porque el ángel no experimentaba emoción alguna.

Ira se replegó a un rincón de su mente y, justo cuando Sienna había abierto la boca para gritar también, Ira lanzó de nuevo aquellas imágenes borrosas y no supo cómo reaccionar. Intentó luchar para liberarse, pero la bruma negra no la dejaba moverse ni ver lo que tenía alrededor.

—Mujer —le dijo la sombra—. Quiero proponerte un trato.

Perdió a Legion en medio de la niebla y, por más que lo intentó, no consiguió volver a agarrarla, pero la veía flotando con los ojos cerrados.

—¿Tienes nombre? —le preguntó ella.

—Sí.

Al ver que no decía nada más, insistió.

—¿Y se puede saber cuál es?

—Algunos me llaman Hades.

¿El rey de los muertos? ¿El Gran Señor del Inframundo? ¿El dios griego? ¿El mismo al que los Cazadores temían más que a ningún otro? ¿Ese Hades? «No voy a dejarme intimidar».

—Te escucho —le dijo porque no sabía qué otra cosa decir.

—Tu hombre te necesita.

Al oír eso se le encogió el estómago.

—¿Qué quieres decir?

—Está rechazando a todas las mujeres y cada vez está más débil. Puedo llevarte con él, siempre que lleguemos a un acuerdo.

Paris estaba cada vez más débil. La noticia de que se hubiese empeñado en serle fiel no debería haberla alegrado, pero así fue.

—¿Cómo sé que dices la verdad? ¿Qué quieres a cambio? —¿más cuerpos para alimentar a las sombras?

—A diferencia de ese imbécil de Cronos, yo no tengo necesidad de mentir. Una parte de mí espera que digas que no para poder obligarte y disfrutar con tu sufrimiento, tus gritos se unirían a los otros en una maravillosa sinfonía. Pero hoy me siento magnánimo y voy a darte una oportunidad.

«Esto solo puede acabar mal».

—Oí lo que te dijo el ángel —siguió diciendo—. Y también lo que te dijo Cronos. Eres clave para la victoria y quiero que juegues en mi equipo.

¡No! Antes todos la rechazaban y ahora todo el mundo la quería.

—Lo siento, pero no. Ya he elegido bando.

—Imaginaba que dirías eso. Pero también te oí negociar con la diosa. Ella te pidió un favor y aceptaste. Yo quiero lo mismo.

—¿Quieres que mate a un enemigo tuyo? —increíble.

—No. Solo quiero que me hagas un favor que ya especificaré más adelante. Será lo que yo desee, siempre y cuando no haga ningún daño ni a tu hombre ni a sus amigos. ¿De acuerdo?

—No puedo volver con Paris. Antes tienes que hacer otra cosa para salvarlo.

—No puedo, pero tú sí. Lo único que tienes que hacer es dejarme que te lleve con él. Así de fácil.

Demasiado fácil.

—Me costó mucho dejarlo, casi me mata.

—Y si no vuelves, lo matarás a él —su voz se había convertido en una caricia—. Deja que te lleve con él. Puedes estar con el, darle fuerzas y salvarlo, y después convencerlo de que renuncie a ti. Nadie ha sido capaz de hacerlo, ni lo será.

«Qué débil soy. No puedo dejarlo morir».

—La chica se viene conmigo. Eso no es negociable.

—Claro que lo es. Tendrás que hacerme otro favor.

¿Cuántos favores iba a deber cuando todo eso acabase?

—De acuerdo, pero con las mismas condiciones.

—Muy bien.

Aunque apenas se veía nada en la oscuridad, creyó ver una sonrisa.

—Te llevaré con tu hombre y a la chica con Aeron.

Sienna parpadeó y de pronto se encontró en una tienda de campaña situada en algún lugar fuera del Reino de Sangre y Sombras. Había muchísima luz. Entonces vio la alfombra de piel y dejó de importarle dónde estaba. Paris estaba allí tumbado completamente inmóvil. Demasiado inmóvil. La invadió el miedo hasta que respiró hondo y sintió ese aroma. El aire olía a champán y a chocolate, una fragancia que la embriagó porque era la del demonio de Paris. Se le hizo la boca agua y se le aceleró el pulso. Se olvidó por completo de sus propias heridas al sentir aquel calor húmedo entre las piernas.

—Paris —susurró. Tenía la piel caliente, empapada en sudor. Estaba desnudo y muy excitado—. Ay, Paris —«no puedo dejar que vuelva a ocurrir esto. Tengo que hacer algo».

—¿Sienna?

Se inclinó sobre él y lo besó con la certeza de que ese pequeño gesto bastaría para hacerlo revivir. Cuanto más se besaban, más pasión había en sus movimientos y, cuando por fin abrió los ojos, se encontró con ese brillo rojo. La agarró por la cintura y la tiró sobre la alfombra, boca arriba.

Le arrancó la ropa y, en cuanto estuvo desnuda, le separó las piernas y se metió dentro de ella con fuerza, hasta lo más profundo.

Mientras se movían juntos, él echó la cabeza hacia atrás con un rugido y ella levantó las caderas para sentirlo aún más adentro. Era brutal, maravilloso.

Cuánto lo había echado de menos. Lo necesitaba tanto. Le clavó las uñas en las nalgas, apretándolo fuerte contra sí. Se dejó llevar por una pasión que era más fuerte que ella misma, una pasión que la consumía, que le rompía el corazón para luego volver a unir los pedazos. El amor que sentía por él no tenía límites.

Justo cuando estaba a punto de alcanzar el clímax, Paris se detuvo de golpe y la miró a los ojos, con preocupación y temor.

—¿Te he hecho daño, pequeña? —le preguntó mientras le acariciaba los labios.

—Luego hablamos. Ahora hazme el amor —estaba a punto. En cualquier momento estallaría de placer.

Sintió la vibración de su sexo dentro, como si sus palabras lo hubiesen excitado aún más.

—¿Qué haces aquí?

—¡No hables! —y le apretó la erección.

—Sí —bajó las caderas una vez y otra, cada vez con más fuerza.

Sus bocas se encontraron e intercambiaron gemidos y jadeos, sus lenguas intercambiaban fluidos y fue mejor que nunca. Sienna no quería que acabase nunca, pero, pero... ¡Ah!

Fue como si dentro de ella estallaran miles de pequeñas bombas de placer. Paris dijo su nombre una y mil veces mientras se corría y ella gritó el de él. Le regaló hasta la última gota de su pasión y ella disfrutó del momento, emocionada.

Cuando por fin se derrumbó sobre ella, Sienna lo abrazó y no dejó que se moviera de allí, justo donde quería tenerlo, donde querría que estuviese siempre. En ese momento, no se creía capaz de volver a abandonarlo.

—Te amo —susurró—. Te amo con todo mi corazón.

—Más te vale —le dijo él al oído.

«Ese es mi hombre», pensó con una sonrisa en los labios, una respuesta muy propia de Paris.

Se soltó de sus brazos, solo para tumbarse a su lado y seguir abrazándola.

—Ahora que ya no me estoy muriendo, hablemos —anunció con gesto más sombrío.

La seducción más oscura
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