Capítulo 48

 

 

Paris trató de mantenerse relajado para que Sienna no se sintiera incómoda, ni se diera cuenta de que prácticamente no la dejaba moverse. La tenía abrazada con tal fuerza que le permitía respirar, pero poco más.

No iba a dejar que se fuera a ninguna parte.

Afortunadamente, Sexo se había retirado a descansar y no podía decir nada.

—Está bien —dijo ella—. Hablemos. Yo primero. ¿Me odias?

—¿Odiarte? Pequeña, no te ofendas, pero puede que sea la mayor tontería que hayas dicho nunca.

—No me ofendo. Es un alivio después de lo que te hice...

—Lo único que hiciste fue recordarme que tengo que estar muy alerta contigo —lo cierto era que lo que había hecho le había hecho albergar la esperanza de que lo amara tanto como él a ella.

—¿No estás enfadado conmigo porque fuera en busca de Galen?

¿Cómo iba a enfadarse si él habría hecho lo mismo?

—Solo estoy enfadado conmigo mismo. Debería haberte dejado tan exhausta, que no pudieras volver a caminar.

—Necesitas un poco más de práctica —bromeó.

—Qué bruja.

Al acariciarle la cara, se fijó en que tenía varios cortes y magulladuras que reconoció enseguida porque a él también lo habían atado unas cuantas veces. Eran quemaduras de cuerdas.

—¿Esto te lo ha hecho Galen?

El horror se reflejó en el rostro de Sienna.

—No quiero hablar de eso.

Muy bien. Antes quería que se sintiera segura y tranquila, pero ya averiguaría quién se lo había hecho y, fuera quien fuera, buscaría venganza.

—Entonces te diré algo que debes saber. No me he acostado con nadie mientras tú no estabas —a pesar de lo débil que estaba y de todas las mujeres que le habían llevado sus amigos. Al final, todos excepto Lucien habían salido en busca de Sienna.

Por cierto, tenía que decirles que dejaran de hacerlo.

Y, hablando de Lucien, seguramente se habría pasado por allí mientras hacían el amor con la intención de protegerlo de lo que estuviera provocando esos ruidos y, al descubrir de qué se trataba, se habría alejado discretamente.

—Lo sé —susurró mientras le acariciaba el pecho con las yemas de los dedos—. Confío en ti, Paris, pero has estado muy cerca de la muerte —le besó el pecho, justo encima del corazón—. No me gusta que hayas llegado a estar así.

—No pasa nada. Y, para que lo sepas, Sexo también te ha echado de menos.

Sienna soltó una carcajada que era como música para sus oídos.

—Me alegro mucho de oír eso. Ahora tengo que marcharme, no tengo más remedio, pero necesito saber que vas a cuidarte y...

—No.

—No seas así.

—Intenta marcharte. Ya verás lo que ocurre.

—Paris...

—Quédate a mi lado o me dejo morir. No hay más que decir. Prométemelo.

Se hizo un tenso silencio.

—Tengo un plan que debo llevar a cabo.

—Los planes se cambian.

Le dio un suave puñetazo en el pecho.

—Eres imposible.

—Dime lo que quiero oír, Sienna.

De sus labios salió un suspiro de resignación.

—Está bien. Me quedo contigo, pero vamos a tener que buscar una solución al problema de Cronos y Rhea, otra para el problema de Galen y otra para esa profecía que dice que tú y tus amigos vais a morir. Porque, no sé si te lo he dicho, pero Cronos me dijo que si Galen muere, tus amigos y tú moriréis. Y si Cronos muere, tus amigos y tú moriréis también.

—No digo que dude de lo que oíste, pero sí que dudo mucho de la fuente de dicha información. Aunque lo que dijera fuera cierto, seguro que hay una manera de anular la profecía. Siempre la hay. No me preocupa en absoluto —de hecho, más que preocupado, estaba eufórico. Y, ¿eso que tenía en los ojos eran lágrimas? Sí, sí que lo eran. No le importaba si eso le hacía menos duro. Lo único que le importaba era que Sienna estaba allí, a su lado, y era toda suya—. Gracias —le dijo bajando la mano hasta su cintura, pero no bastaba con esas palabras—. Ahora que estamos oficialmente juntos, quiero contarte algunas cosas sobre mí. No quiero ocultarte nada. Quiero que me conozcas tal y como soy.

Sienna debió de adivinar a qué se refería.

—No tienes por qué hacerlo. No me importa lo que hicieras en el pasado.

—Pero quiero que sepas dónde te estás metiendo exactamente. Así, si Ira te enseña alguna vez algo sobre mí o mis amigos te dicen algo, no te llevarás ninguna sorpresa y no nos causará problemas.

—Digas lo que digas, no cambiará lo que siento por ti.

—Me alegro, pero voy a decírtelo de todos modos.

—Está bien —dijo con un suspiro que le acarició la piel.

Ella lo amaba. Todo iba a ir bien.

—Verás, Sienna, soy adicto a la ambrosía, pero no he vuelto a tocarla siquiera desde antes de volver a encontrarte —se apresuró a añadir—. Si alguna vez pasa algo y tengo tu sangre cerca, no tienes por qué preocuparte porque jamás te haré ningún daño.

—Lo sé —asintió—. No puedo creer que te drogara. No sabía nada de tu adicción, de haberlo sabido, habría encontrado otra manera de dejarte sin sentido. Lo siento muchísimo, jamás podré perdonármelo.

—Tienes que perdonártelo ahora mismo. Es una orden. Claro que, antes de perdonarte, tendré que darte unos azotes.

Eso la hizo reír de la manera más adorable que había oído nunca.

—Me lo merezco.

También él se echó a reír con dulzura.

—No puedes aceptar un castigo, pequeña. Tienes que defenderte.

Sienna soltó una especie de ronroneo que lo hizo excitarse de nuevo.

«Cuéntale el resto para que podáis pasar a lo bueno cuanto antes».

—Bueno, aún queda algo. Sé que Ira te mostró mi pasado, pero no estoy seguro de que te lo enseñara todo. Ya te hablé del esclavo, pero no es el único hombre con el que he estado.

—¿No? Bueno, yo también me besé con una chica en la universidad —dijo sin necesidad de pararse a pensarlo—. Era mi compañera de habitación. Afuera llovía mucho, fue muy romántico.

Una vez más estaba dispuesta a aceptarlo todo de él sin escandalizarse... cómo no iba a amarla.

—¿Te gustó?

—La verdad es que sí —dijo en tono de confesión.

Y a él le gustaba imaginarlo. No pudo evitar preguntarse qué podría proponerle que le supusiera un desafío demasiado excitante para decir que no. Iba a ser un placer tratar de averiguarlo.

—Después de los azotes, creo que nos vamos a imaginar que yo soy tu compañera de piso y me vas a contar cómo os besasteis —«y después te voy a convencer para que hagamos cosas que ni siquiera imaginas».

—Eres incorregible.

—Pero tú me quieres de todas maneras.

—Eso siempre. Te querré siempre.

Antes de que pudiera responder hubo una explosión frente a la tienda. Paris agarró los cuchillos de cristal, le dio uno a Sienna y se quedó con otro. Un segundo después estaba en pie, sin preocuparse por estar desnudo.

Era Cronos y, a juzgar por la expresión de su rostro, estaba furioso. El primer impulso de Paris fue atacar, pero se contuvo. El segundo, pensar con más calma. Necesitaba respuestas.

La mirada del rey pasó de largo a Paris y se centró de lleno en Sienna, que acababa de terminar de ponerse la ropa.

—Lo has estropeado todo —le dijo con una especie de rugido.

Paris se colocó delante de ella a modo de escudo que la protegiera de la mirada del rey. Pero con un solo movimiento de mano, Cronos lo lanzó a un extremo de la tienda y quedó maniatado por cuerdas invisibles.

El pánico le llenó la boca de un sabor amargo.

La oscuridad despertó en su interior y con ella, el deseo de matar al rey de los Titanes. Luchó con tal fuerza contra aquellas ataduras, que se le desgarraron los músculos, pero eso no le impidió seguir.

Miró a Sienna y le dijo con la mirada que utilizara el cuchillo de cristal. Pero ella no le hizo caso, se limitó a mirar a Cronos con la cabeza bien alta.

—No voy a volver con Galen —anunció.

—Aunque se hubiese enganchado a ti, Galen jamás confiaría en ti, ni te seguiría, ya que te odia por haberte llevado a su prisionera y por haber herido a su soldado. Y no es de los que perdona, más bien se venga de todo multiplicándolo por mil.

—Tiene que haber otra manera de hacerlo y la vamos a encontrar. Danos un poco de tiempo.

—¿Tiempo? —repitió Cronos, furibundo—. Una vez me preguntaste por qué quería que me ayudaras voluntariamente y la respuesta era muy sencilla. Sabía que algún día me darías la espalda y, ahora que ya lo has hecho, eso no me preocupa. Pero me temo que te has quedado sin tiempo. Voy a destruir todo lo que aprecias de algún modo.

Paris observó con horror cómo Cronos desapareció para volver a aparecer frente a Sienna. La agarró del pelo, justo en el momento que él consiguió liberarse por fin, a costa de dislocarse los dos hombros. Echó a correr hacia ellos.

Pero cuando ya casi los tocaba, oyó gritar a Sienna:

—¡Zacharel! Yo te invoco.

Cronos alargó la mano y apuñaló a Paris antes de que él pudiera alcanzarlos. Sienna lanzó un chillido de pavor y desaparecieron los dos, ella con la mirada clavada en los ojos de Paris, mientras este caía al suelo, derrotado por el dolor que lo consumía.

La seducción más oscura
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