Capítulo 49

 

 

—Es la última vez que hacemos esto —gritó Sienna, preocupada por Paris y desesperada por volver con él—. Estoy harta de que todo el mundo me lleve de un lado a otro sin preguntar —a su alrededor estaba todo negro. Sin color, sin vida, solo un vacío sin fin—. Que sea la última vez.

—Fuiste incapaz de hacer lo más sencillo y ahora tendrás que conformarte con el plan B —le advirtió Cronos, rasgando el silencio con el cuchillo de su voz.

«No voy a preguntarle. No quiero saber cuáles son sus planes».

—¡Zacharel! —volvió a llamarlo. ¿Trabajar con los ángeles? ¿Por qué no? Podría aprender a volar bien y controlar su propio destino de una vez por todas.

Vio una ráfaga de luz y luego volvió la oscuridad. Otra ráfaga un poco más larga. Creyó ver también unas nubes enormes sobre un cielo nocturno. Una estrella por ahí y otra por allá, como ojos que la miraban y observaban todos sus movimientos. Debía de estar en otro reino. Uno en el que no vivía ni una sola criatura.

Dio un giro de ciento ochenta grados y se encontró de nuevo con Cronos a varios metros de distancia. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas separadas. De pronto se alegró de no haber soltado el cuchillo de cristal de Paris.

—Otro motivo por el que quería que actuases por voluntad propia —dijo Cronos—. Si me hubieses dado la espalda, te habrías convertido en soldado de Rhea y habrías pasado a estar bajo su protección.

¿Ahora quería hablar? Pues podía meterse las confesiones por donde le cupieran.

—Llévame otra vez con Paris ahora mismo.

—¿O qué? —le preguntó con sorna.

—O me enfrentaré a ti —«iba a hacerlo de todos modos, solo se ha adelantado un poco».

El rey de los Titanes soltó una sonora carcajada.

—Podrías intentarlo.

—Llévame con Paris —insistió Sienna—. Es tu última oportunidad.

Pero él siguió hablando como si nada.

—No fue Rhea la que mató a tu hermana. Lo hice yo.

El corazón le dio un vuelco antes de apresurarse a negarlo.

—No.

Seguro que mentía para castigarla porque, si era cierto, significaría que habría ayudado al hombre que le había quitado la vida a su querida Skye y la había dejado tirada en un charco de sangre. Querría decir que habría derramado su sangre por un hombre que había asesinado a una inocente y habría estado a punto de sacrificar su propia vida y su felicidad por el asesino de su hermana...

¡No!

Sin embargo, de pronto tenía sentido que Ira hubiese visto algo extraño en relación a la muerte de Skye. Se le quedó la boca seca y se le formó un nudo en la garganta que apenas la dejaba respirar.

—La agarré con mis propias manos y le corté el cuello. Vi cómo la vida se le escapaba. Pero antes maté a su marido ante sus ojos. Puedo demostrártelo —se quitó una cadena que llevaba al cuello. De ella colgaba una mariposa con un diamante negro en el centro.

En ese momento desapareció lo que fuera que había impedido que Ira le mostrara sus pecados. Sienna cerró los ojos y se llevó las manos a la cabeza al ver la escena ante sí. Vio a Cronos, agarrando a Skye y a otro hombre, haciéndolos arrodillarse. Lo vio matar al hombre y vio a Skye lanzarse voluntariamente contra su cuchillo. Cronos hizo el movimiento definitivo para acabar con ella. Y después la vio muerta.

Las náuseas le revolvieron el estómago y la furia se encendió en su interior, quemándola por dentro como cristales incandescentes.

—Llevo mil años vivo —le dijo Cronos—. ¿Crees que no he tenido tiempo de aprender unos cuantos trucos?

«Lo castigaremos», dijo un susurro dentro de ella. «LO CASTIGAREMOS», repitió con un grito.

«Sí», respondió ella. Lo haría por Skye, por Paris y por sí misma.

—Has arruinado mi plan y ahora voy a asegurarme de arruinar el tuyo. Negociaré con Galen para convertirlo en mi aliado a cambio de entregarte a él, así podrá castigarte como considere oportuno. Y si se te pasa por la cabeza la idea de huir con tu amante, lo haré sufrir antes de matarlo. Y puedes estar segura de que lo mataré, pues tiene intención de vengarse de mí por todo lo que te he hecho.

No era la primera vez que el rey le lanzaba esa misma amenaza.

El odio se unió a las náuseas y a la oscuridad que la impulsaba a destruir, a matar. No se resistió a la fuerza de dicha oscuridad, sino que se entregó por completo a ella.

Cronos iba a sufrir el castigo que merecía. Allí mismo.

«Espera», le dijo Ira. «Todavía no...».

No sabía qué pretendía su demonio, pero confiaba en él.

—¿Sabías que se necesitan cuatro objetos para encontrar la caja de Pandora? —siguió diciendo Cronos—. Galen tiene uno y los Señores los otros tres, pero eso va a cambiar. Voy a quitarles el Ojo que Todo lo Ve, la Jaula de la Coacción y la Vara Cortadora y se las entregaré a Galen, así tendrá las cuatro cosas. Estará tan agradecido que me jurará lealtad eterna y prometerá no hacerme daño. Él encontrará la caja y tus queridos Señores morirán.

«Espera...».

—Confías mucho en Galen, por lo que veo. ¿De verdad crees que cumplirá con su palabra? ¿Que no intentará también quitarte a tu demonio? —esbozó una sonrisa orgullosa —. Estoy segura de que es tan poco fiable como tú. ¿Qué harás si después de hacer todo eso por él, intenta matarte de todos modos? ¿Lucharás con él? ¿O aceptarás la sentencia de muerte?

Cronos echó a andar hacia ella, pero se detuvo a medio camino. De lo más profundo de su cuerpo, salió una carcajada espeluznante.

—Hablando del demonio, o en este caso, del hombre que se hace pasar por ángel. Ahí viene Galen y nunca lo he visto tan enfadado. Quiere lo que le quitaste y te lo va a hacer pagar muy caro.

«Espera...».

—Tráemelo —dijo Sienna porque también ella quería castigar a Galen por todo el daño que le había hecho a Paris. Por todo lo que le había hecho a Legion. Por fin iba a hacerlo.

El rey le lanzó una mirada de rabia y frustración. Estaba claro que no le gustaba nada su falta de miedo.

Lo sentía por él.

«Espera...».

—No te preocupes, pequeña. Ya lo hemos traído —anunció Paris, a la espalda de Cronos.

Entonces desapareció la oscuridad como si hubiesen abierto todas las cortinas y todo se inundó de luz. El sol brillaba con fuerza. Sienna no cerró los ojos, los mantuvo bien abiertos. Paris estaba pálido y sangrando, pero se mantenía firme. Lo acompañaban todos los demás Señores, formando un arco detrás de Cronos, que por fin se volvió a mirarlos. Iban armados para la batalla y, a diferencia de la imagen del cuadro, no estaban allí para protegerlo.

Pero eso no era todo, tras ellos había un ejército de ángeles alados y preparados también para la batalla. Allí estaba Zacharel, todo determinación y frialdad, la misma que desprendía la nieve que caía sobre él. Sienna ya no lamentaba su falta de emoción, sino que la agradecía. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para alcanzar sus objetivos.

—Has incumplido las reglas, Cronos —dijo el ángel guerrero—, y vas a pagar por ello.

¿Qué reglas?

—¿Podemos unirnos a vosotros? —preguntó otra voz, esa de mujer, a la espalda de Sienna—. Llevo mucho tiempo esperando este momento.

Sienna se dio media vuelta y se encontró con una bellísima mujer castaña que no podía ser otra que Rhea. La reina de los Titanes estaba junto a Galen, que miraba a Sienna como si fuese a ser su primer objetivo, y flanqueándolos, todo un ejército de Cazadores entre los que reconoció algunas caras.

«Ya he elegido bando. Cuidado», advirtió con la mirada.

—¿Qué es esto? —preguntó Cronos.

—La primera batalla de la nueva guerra —anunció Zacharel.

—Que empiece pues. Pero voy a necesitar un ejército, ¿no? —movió la mano y apareció un cuantioso grupo de personas, dioses y diosas que lo rodearon y lo escondieron en un mar de túnicas y togas inmaculadas. Estaba claro que no estaban preparados para la batalla porque iban sin armar.

Pero al darse cuenta, aparecieron de golpe las armas.

—¡A muerte! —gritó Cronos.

Como si ese grito marcara el comienzo del combate, los ejércitos se lanzaron al ataque.

«¡Ahora!», gritó Ira.

Sienna abrió su mente para que el demonio se hiciera con el control de la situación y se metió de lleno en la batalla.

La seducción más oscura
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