Capítulo 35

 

 

William observaba entretenido mientras aquellas gárgolas cachondas arrastraban a Paris hacia él. De hecho estuvo a punto de soltar una profunda carcajada. Sí, sabía que era una estupidez provocar al nuevo y mejorado Paris y que el guerrero respondería a la ofensa en apenas unos segundos, pero lo cierto era que no pensaba fingir que eso le entristecía lo más mínimo. Así pues, allí lo esperaba.

—Tío, ¿qué es esa humedad que tienes en el pecho? ¡Me encanta!

Sexo no dijo ni palabra, se limitó a enseñarle un dedo y a quedarse muy quieto, pero las emociones se le salían por los ojos en forma de sombras malhumoradas. Aunque tampoco eso le estropeó la diversión a William.

Era obvio que Paris tenía intención de asesinar a alguien que no era William antes de que el día llegara a su fin, porque, como también era obvio, allí estaba ocurriendo algo más que una simple humillación. William intuía que ese alguien sería... ¿la ausente Sienna, quizá? No, ella ya estaba muerta. ¿Zacharel? Eso esperaba. Esperaba que Paris le diera su merecido al angelito.

William no tenía buena relación con los habitantes del Cielo y, si bien parecía que no reconocían la increíble belleza de su rostro, sin duda se lo tirarían como perros en celo si revelara su verdadera imagen.

Pero eso no significaba que fuera a hacerlo jamás. Bueno, sería mejor no entrar en eso, ni siquiera con el pensamiento. En aquel reino abundaban los seres capaces de leer la mente de los demás.

En el mismo instante que desapareció Paris tras una esquina, se materializó Lucien delante de William. En su rostro había un gesto de desesperación y llevaba en brazos a Ashlyn, jadeando.

Las palabras que salían de su boca eran cosas que solo dirían una prostituta callejera o un yonki necesitado de una buena dosis. Y quizá también Lucifer, el autoproclamado rey del inframundo.

—¿Has tenido un mal día? —William jamás había oído tantas vulgaridades de boca de aquella belleza. Y lo cierto era que nunca le había parecido tan guapa.

—Danika nos dijo que debía tener los bebés allí donde estuvieras tú —le explicó el guardián de la Muerte sin preámbulo alguno, con el rostro en tensión y los ojos llenos de veneno—. No ha sido nada divertido, ni tampoco fácil, seguir tu rastro, especialmente sabiendo que mis compañeros me necesitan. Llévanos a alguna cama ahora mismo.

—¿Estás seguro que dijo que tenías que llevarla donde estuviera yo? —preguntó William para asegurarse.

—Una cama. Ahora mismo.

—¡Ahora! —chilló Ashlyn—. Ya vienen. Por favor. Si no, le diré a Maddox que has intentado meterme mano.

—Qué cruel. Juró que me arrancaría lo mejor de mi anatomía si me atreviera siquiera a respirar cerca de ti —mientras hablaba, William los llevó al piso de arriba, al dormitorio que él mismo había limpiado con la intención de liberal a la inmortal y pasar unos días explorando su cuerpo en todas las posturas posibles. Hasta el momento no había habido suerte.

Lucien dejó a Ashlyn con extremo cuidado.

—Voy a buscar a Maddox.

—Gracias. Ayyyyy, Diooooooos —le apretó la mano a Lucien hasta hacerle crujir los dedos y no se la soltó hasta que remitió el dolor, una eternidad después—. Tráelo ya, si no quieres que te arranque la cara y... ¡Ahhhhhh! —volvió a gemir como un alma en pena.

—También podrías decirle que intentó meterte mano —sugirió William, siempre dispuesto a ayudar.

—Volveré enseguida. Cuida de ella —le ordenó Lucien antes de desaparecer.

No era necesario que le dijera qué ocurriría si no lo hacía.

—Vaya, vaya —murmuró William en cuanto estuvo a solas con la Novia de Chuky embarazada. ¿Se suponía que debía hacer el bien? Sí, claro. Lo mejor que podía hacer era quedarse donde estaba y tratar de no vomitar.

Uno a uno, Lucien fue llevando a los demás guerreros. Primero a Maddox y después los demás y sus mujeres, además de los dos objeto divinos que tenían en su poder. ¿Acaso habían atacado la fortaleza de Budapest?

Como nadie había tocado el puente levadizo, las gárgolas no habían ido a buscarlos, así que podían moverse libremente o salir corriendo de allí.

Sin embargo, varias horas después, Ashlyn seguía de parto. Los bebés querían y debían salir, pero estaban atascados y allí no había ningún médico, con lo que nadie sabía qué hacer para ayudarla.

Maddox estaba a punto de explotar de los nervios y no dejaba de ir de un lado a otro, gritando y dando puñetazos a las paredes. Los demás habían dejado de explorar el castillo y se habían reunido en el pasillo al que daba la habitación de Ashlyn. Allí estaban todos menos Danika, que había tenido la valentía de asumir la tarea de dirigir el parto.

—Ven aquí —le gritó la rubia a William.

Le sorprendía haberla oído porque aún le sangraban los oídos después de la última tanda de gritos y maldiciones que había soltado Ashlyn. Se había apoyado en la pared más lejos de la parturienta y su misión era impedir que nadie se acercara a ella—. ¿Quién, yo?

—Sí, tú. Cuando les dije a los chicos que Ashlyn iba a necesitarte no era para que te quedaras de pie como un pasmarote.

Vaya, qué listilla.

—Te voy a dar una noticia, pequeña Danika. No sé absolutamente nada de partos humanos —no obstante, se acercó a la cama. Las dos mujeres estaban empapadas en sudor, pálidas y temblorosas. Y asustadas, a juzgar por el tamaño de sus pupilas.

—Pero sí de partos de demonios, ¿verdad?

A veces olvidaba que Danika era en esos momentos el Ojo que Todo lo Ve y que tenía la capacidad de ver lo que ocurría tanto en el Cielo como en el Infierno, en el pasado y en el presente. Y también había olvidado que Maddox era mitad humano y mitad demonio, y un cuarto de imbécil por haber engendrado una prole demoníaca.

—Está bien. Yo me encargo —por fin sabía qué hacer, lo cual era un alivio. Para él. Porque Ashlyn estaba a punto de experimentar el mayor dolor de su vida, un dolor del que querría escapar aunque fuese muriendo.

—No voy a dejar que te toque —gruñó Maddox al tiempo que se disponía a impedir que se acercara a su mujer.

William no se había dado cuenta de que había entrado ese imbécil. Lo miró con una ceja levantada.

—¿Quieres que tu mujer salga de esta?

—Por supuesto.

—¡Entonces sal de aquí ahora mismo! Y tú también, Dani, y dile a tu hombre que haga guardia en la puerta y que no deje entrar a nadie. Y cuando digo nadie, quiero decir nadie. Da igual lo que oigan —si se enteraban de lo que pensaba hacer, le cortarían las manos con un cuchillo oxidado.

Sobre la cama, Ashlyn había dejado de retorcerse y de gritar, estaba demasiado débil. Casi era demasiado tarde.

—¡Vamos! —gritó William—. Soy la única oportunidad que tienen de seguir con vida.

La menuda Danika agarró al corpulento Maddox de la cintura y consiguió sacarlo de allí. William cerró la puerta y la bloqueó con el primer mueble que encontró, así dispondría de unos minutos si se le colaba alguien a Reyes.

Respiró hondo un par de veces. Le tembló la mano al sacar el puñal.

—Lo siento —dijo y se puso manos a la obra.

La seducción más oscura
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