Capítulo 13
Viola subía las escaleras detrás de aquel guapo guerrero llamado Maddox, que llevaba en brazos a su embarazadísima esposa, Ashlyn. Era la cuarta vez que pasaba de mano en mano entre los residentes de Budapest y la verdad era que no comprendía por qué ninguno de ellos quería pasar más tiempo con ella.
Primero había pasado de Lucien a Anya, a quien había conocido en el Tártaro hacía varios siglos, allí habían sido compañeras de celda. Anya siempre había sentido celos de ella, claro. ¿Quién no? Al verla ese día, la diosa menor había fingido no reconocerla, pero Viola se había dado cuenta de que aquella mentira no era sino una manera de pedirle que le contara todos y cada uno de los detalles de su magnífica vida.
Una hora después, Anya la había dejado en manos de Reyes y Danika y lo había hecho con unas palabras que aún la tenían desconcertada.
—Aquí tenéis. Toda vuestra. Ya me lo agradecerás, Reyes, porque no vas a tener que clavarte ningún cuchillo durante por lo menos un año para tener contento a tu demonio.
¿Qué se suponía que iba a hacer ella para que Reyes tuviese contento a un demonio al que le gustaba sufrir? Porque Reyes estaba poseído por el demonio del Dolor, sin embargo, ella era perfectamente... perfecta. Daba alegría verla y escucharla porque de su boca salían auténticas perlas de sabiduría. Por no hablar de su talento para la moda y la decoración.
De hecho, acababa de decidir aprovechar ese talento para ayudar a los demás. A partir de ahora vestiría a todo el mundo y redecoraría sus casas sin cobrarles... más que unos cientos de miles.
Se le llenaron los ojos de lágrimas al pensarlo. ¿Cómo podía ser tan generosa?
Una vez, hacía siglos, había hecho algo no tan generoso que la había lanzado en una espiral de la que no se sentía nada orgullosa, aunque no recordaba qué era lo que había hecho. No conseguía recordarlo porque su demonio borraba los recuerdos negativos de su mente, se los escondía para que nada enturbiara el amor que se profesaba a sí misma. Como si algo pudiera enturbiarlo.
Bueno, el caso era que después de una hora de conversación con Reyes, este la había entregado a Olivia, el ángel de Aeron. Y solo quince minutos después de eso, Olivia le había sugerido amablemente que no le negara a Maddox el placer de estar con ella. Cinco gloriosos (para él) minutos más tarde, Maddox había salido corriendo farfullando algo sobre que debía ir a buscar a su esposa y que Viola podía acompañarlo si quería. Así que allí estaba, camino al dormitorio de la pareja.
—Yo podría inventar algún mecanismo eléctrico con el que tu mujer pudiera moverse fácilmente —le dijo Viola al guerrero. Llevaba el torso descubierto y la mariposa que llevaba tatuada en la espalda, el símbolo del demonio que llevaba dentro, parecía mirarla con cara de pocos amigos—. Soy bastante habilidosa con las herramientas, como sin duda habrás podido imaginar, y tú debes de tener la espalda destrozada de levantar el enorme peso de tu mujer.
Ashlyn se puso una mano en la boca para no reírse, pero con la otra no pudo hacer lo mismo con la boca de Maddox.
—Es ligera como una pluma —replicó—. A mí me encanta llevarla y también me encanta estar a solas con ella.
—Pues ya puedes ir despidiéndote de tu espalda —sí, definitivamente, la mariposa del tatuaje estaba mirándola mal. Entre las alas había aparecido un rostro esquelético con unos enormes dientes y las puntas de las alas se habían convertido en dos puntas de puñales que parecían apuntar a Viola.
Era muy chulo, pero nada comparado con el tatuaje que tenía ella. La parte delantera de la mariposa se extendía por su pecho, su estómago y sus piernas y la trasera iba de los hombros a las pantorrillas, pasando por los muslos. Así pues, tenía el cuerpo entero cubierto del animal, que resplandecía con el brillo de un diamante rosado.
Ashlyn la miró por encima del hombro de Maddox.
—No está intentando librarse de ti...
—Claro que lo está intentando —aseguró el propio Maddox.
—... lo que ocurre es que está de mal humor —añadió la humana.
Viola arrugó el entrecejo, tratando de comprender qué habría llevado a aquella pobre mujer embarazada a pensar algo tan absurdo. ¿Cómo iba alguien a querer librarse de ella? Por favor. Hombres, mujeres y niños, mortales e inmortales, siempre se peleaban por disfrutar de su presencia.
—No te preocupes por mí —le dijo—. Seguro que simplemente está abrumado por mi esplendor.
Esa vez fue Maddox el que frunció el ceño antes de detenerse delante de una puerta cerrada, pero entonces Ashlyn se echó a reír, él la miró y su cuerpo entero se relajó. Fue como si se derritiera como un cubito de hielo bajo el sol.
Viola sintió una punzada en el pecho. No recordaba que nadie en toda su vida la hubiera mirado así, como si fuera el sol, la luna y todas las estrellas del universo. Aunque tenía miles... no, millones de admiradores.
—¿Dónde está tu perra? —le preguntó Ashlyn.
—La princesa Fluffikans está explorando el terreno sin que su mamá le ponga ningún impedimento.
—Eso explica por qué se oyen tantos gritos en la calle —murmuró Maddox.
Ashlyn le dio un beso en la boca a su esposo antes de girar el picaporte. La puerta se abrió y del interior del dormitorio salió un delicioso olor a aire limpio y fresco que llegó hasta Viola. Examinó la habitación rápidamente en busca de todos los espejos y superficies en los que pudiera encontrar su propia imagen. Vio un tocador a la izquierda y decidió evitarlo a toda costa, por más que su demonio le pidiera que echara solo un vistazo... solo un segundo para comprobar una vez más lo increíblemente hermosa que era...
Apretó los dientes y siguió observando. Había flores frescas por todas partes, en jarrones que decoraban cada uno de los muebles de la habitación excepto la cama, pero también entre el hierro forjado del cabecero de la cama, por donde parecían trepar como la hiedra.
En el centro de la pared del fondo había un cuadro que atrajo especialmente la atención de Viola. Se acercó lentamente. Había tal profusión de detalles que tenía que admirarlos poco a poco; miraba una parte durante unos segundos y luego apartaba la vista un momento antes de examinar la siguiente sección. Así, hasta que lo hubo visto todo.
Era un retrato de Ashlyn en el que aparecía en un maravilloso jardín con pétalos de flores en el pelo y en el cuerpo. Pero en realidad no eran pétalos, sino caras, multitud de caras. Estaban los guerreros, sus mujeres y otras que Viola no reconocía. Entre las que sí conocía estaba la suya, de la cual apartó los ojos rápidamente. Ya pensaría qué hacía allí en otro momento más adecuado.
En el cuadro, Ashlyn tenía un brazo descubierto y con un tatuaje que le llegaba hasta el codo. Eran llamas y copos de nieve entrelazados y, aunque lo lógico hubiera sido que las llamas derritieran los copos o los copos apagaran las llamas, más bien parecían alimentarse mutuamente, ganando en intensidad y en color a medida que subían por el brazo.
Delante de ella había un estanque y Maddox observando sus turbias aguas. Ashlyn le tendía la mano del brazo tatuado, en la que lucía un anillo de plata que brillaba majestuosamente.
Viola sintió un extraño hormigueo. Tenía la certeza de haber visto retratos parecidos a aquel, pero no recordaba dónde ni cuándo. Lo que sí sabía era que todos los colores, las caras y el resto de detalles tenían un significado. Aquello era simbolismo en su más pura expresión. Un simbolismo que Viola no sabía cómo interpretar.
—¿Quién ha pintado este cuadro? —preguntó, maravillada, pero dejó de mirarlo para no acabar perdiendo horas tratando de descifrarlo, como las perdía cada vez que veía su propia imagen.
—Danika, la mujer de Reyes —respondió Maddox.
Danika, vaya. Ahora que había dejado de mirar el cuadro, Viola se permitió a sí misma plantearse qué hacía su rostro en él. Nunca antes había visto a Danika hasta esa mañana. Parecía humana, pero después de ver su obra, era evidente que había algo sobre ella que no sabía.
—Es de una exquisita factura.
—Igual que todas sus obras —aseguró Ashley, orgullosa.
—¿Puede ver el futuro?
—No vamos a hablar de eso —zanjó Maddox.
Eso quería decir que sí.
—Seguro que quiere pintarme a mí sola. Tendré que hacerle un hueco para posar para ella —tenía muchas cosas que preguntarle y que averiguar sobre sí misma.
Ashlyn volvió a echarse a reír y Maddox frunció el ceño una vez más.
Había metido a su mujer en la cama y estaba arropándola.
—¿Necesitas algo, mi amor? —le preguntó, acariciándole la mejilla como si fuera un ser increíblemente frágil.
Ella se tocó el vientre con la mano y esbozó una ligera sonrisa.
—La verdad es que me encantaría comerme una naranja. Pero solo una, esta vez. La última vez que tuve el mismo antojo, me trajiste un cesto lleno.
—Te voy a traer la naranja más dulce y sabrosa que hayas probado —volvió a acariciarle la mejilla como si no quisiera dejar de mirarla. Por fin lo hizo y, al darse la vuelta, le lanzó a Viola una mirada de advertencia—. Quiero que la protejas con tu propia vida si fuera necesario. Si le haces el menor daño, aunque sea sin querer... —en lugar de terminar la frase apretó los puños.
—¿No se te ocurre nada lo bastante cruel? —le preguntó Viola—. ¿Qué tal te parece sacarme las tripas? Podrías colgarme del techo con mis propios intestinos. Sería muy desagradable.
Maddox la miró boquiabierto.
—Pero debo advertirte que los intestinos son rosas y el rosa es el color que más me favorece. Aunque... ¿a quién quiero engañar? A mí me favorecen todos los colores, así que seguramente volverías a enamorarte de mí.
Maddox cerró la boca y apretó los labios.
—Ya está bien. Yo me quedo aquí y tú, Viola, vas a buscar la naranja.
—De eso nada. A menos que vayamos juntos y me lleves en brazos —le dolían los pies de tanto andar.
Él miró a la puerta, luego a Viola y luego otra vez a la puerta.
—Tu ángel ya te ha dicho que tengo un corazón puro y que puedes confiar en mí —lo cual la había sorprendido porque no estaba tan segura de haber tenido alguna vez un corazón puro y el que los guerreros la hubiesen creído la había sorprendido mucho. Se suponía que eran los seres más desconfiados del mundo—. Ah, tráeme una naranja a mí también, pero acompáñala de una buena hamburguesa con patatas fritas. Hoy me he saltado la comida.
Maddox salió por fin de la habitación, pero no sin antes lanzarle unas cuantas amenazas más.
—Qué exagerado, qué manera de sobreproteger a alguien —murmuró Viola en cuanto lo vio marchar.
—¿Has estado enamorada alguna vez? —le preguntó Ashlyn.
—Vamos, no soy tan tonta.
—¿Eso quiere decir que sí?
—Sí, claro. Quiere decir que no.
Ashlyn respondió a su vehemencia con una sonrisa de serenidad.
—¿Por qué te parece una idea tan horrible?
Volvió a sentir la punzada del pecho. Se frotó con fuerza el lugar donde notaba el dolor, pero no consiguió hacerlo desaparecer.
—No sé —buen momento para cambiar de tema—. Estaba pensando organizar una noche de solteros aquí, en mi nueva casa —y esperaba que le durara para siempre—. Así los guerreros que no estén emparejados podrían cortejarme —se acercó a sentarse a los pies de la cama—. Podría ser una de esas veladas de citas rápidas, dado que normalmente no aguanto a ningún hombre más de cinco minutos. Después podría darles una rosa a los que me hubieran gustado y los que no tendrían que marcharse de inmediato.
—Veamos —Ashlyn se llevó la mano a la barbilla y apretó los labios como si estuviese tratando de no sonreír—. Lo creas o no, quedan muy pocos solteros.
—¿Quién, por ejemplo?
—Torin.
Su imagen apareció en la mente de Viola. Pelo blanco, cejas negras y ojos verdes. Un rostro hermoso y un cuerpo fuerte.
—Me sirve. Continúa.
—No es que no sea estupendo, pero debo advertirte que tiene un pequeño defecto. Lleva dentro el demonio de la Enfermedad, lo que quiere decir que no puede tocar a nadie sin provocar una epidemia. Tú no te podrías poner enferma porque eres inmortal, pero tampoco podrías tocar a nadie más después de tocarlo a él porque sí que propagarías la enfermedad.
Viola se paró a pensarlo un instante.
—Tienes razón. No me pondría enferma. Seguro que has notado que tengo un sistema inmunológico increíble. Aun así, creo que no me apetece que alguien tan problemático se enamore de mí. ¿Quién más hay?
—Kane, pero... —se le llenaron los ojos de tristeza al pronunciar su nombre—. No sale con chicas. Dice que no merece la pena pasar el mal trago.
—Yo le haría cambiar de opinión, pero no creo que sea por eso por lo que te has puesto triste, ¿no? Creo haber oído algo de que ha desaparecido.
—Sí.
—No te preocupes. En cuanto se entere de que yo estoy aquí, encontrará la manera de volver. Aunque esté muerto. No me gusta presumir, pero me ha pasado unas cuantas veces. Solo tengo que ponerlo en Screech y empezará la competición por encontrarme.
En lugar de animarla, Viola había conseguido que ahora, además de triste, Ashlyn estuviese preocupada.
—Recuerda que no debes escribir nada en Screech.
Viola hundió los hombros. Tenía razón. Nada más llegar, Lucien la había llevado a la habitación de Torin y le había pedido que entrara en su blog y en su página Web. Los dos hombres le habían lanzado una clara amenaza: si escribía algo en Internet que permitiera adivinar dónde se encontraba, la echarían de allí y no podría volver nunca más.
—¿Quién más queda? —preguntó.
Ashlyn se mordisqueó el labio inferior.
—Cameo, pero creo que a ella le gustan los hombres.
Viola meneó la cabeza.
—También la haría cambiar de opinión, pero bueno, he dejado atrás esa etapa. ¿Quién más?
—William el Cachondo. No lleva ningún demonio dentro, pero es inmortal.
William el chico travieso. Sabía quién era. También lo había conocido en el Tártaro.
—Es algo más que inmortal —era arrogante, engreído y muy pesado—. Lo pondré entre los dudosos.
—¿Qué quiere decir eso de que es más que inmortal? Dicen que es una especie de dios, pero siempre he pensado que solo era un farol suyo. Porque...
—Basta de hablar de William. Estamos hablando de mí. ¿Con quién más podría salir?
—Paris también está soltero, pero últimamente está obsesionado con otra mujer.
—Sí, con la muerta, ya lo sé. Podría hacerle cambiar de opinión, pero no sé si quiero porque... —debía de haber una razón para no querer hacerlo, pero Viola no daba con ella.
Paris le había preguntado qué tenía que hacer para poder ver a los muertos y ella se lo había dicho. Después le había preguntado algo más, pero entonces había llegado Lucien y la conversación se había quedado a medias. ¿Qué le había preguntado? Se esforzó en reproducir la conversación y al oírlo, abrió los ojos de par en par.
Le había preguntado qué consecuencias tendría el tatuarse con las cenizas de Sienna. Vaya. Había dejado que se fuera sin que escuchara la respuesta.
Bueno. No era problema suyo. Solo de Paris.