Capítulo 23
Paris observaba mientras Sienna se despojaba de la camisa, igual que había hecho ya con los pantalones. Se quedó frente a él en braguitas y sujetador. Eran dos prendas sencillas, completamente blancas, sin embargo, sobre su delicado cuerpo, a Paris le parecieron la lencería más sexy que había visto en su vida.
Su erección creció más allá del ombligo, la base más ancha que su muñeca. Sí, tanto la deseaba.
«Más», suplicó Sexo.
—Quítatelo todo —le pidió él con voz ronca.
Era tan bella... y tan fuerte. Él había tenido que hacer cosas horribles para llegar hasta allí, pero Sienna había logrado escapar de Cronos. En cuanto dejó de lado su orgullo masculino, Paris se alegró de ello. Ella había luchado contra su demonio y lo había vencido, algo que él no podía decir. Ocurriera lo que ocurriera cuando salieran del reino, Sienna estaría bien.
Hasta entonces sin embargo...
«No debería hacerlo», pensó incluso mientras repetía.
—Quítatelo todo.
Ella obedeció. Se desabrochó el sujetador y lo dejó caer junto al resto de las cosas. Lo primero que vio fueron unos deliciosos pezones rosáceos que coronaban aquellos pechos que tanto ansiaba meterse en la boca. La vio llevarse los dedos a la cinturilla de las braguitas y tirar de ellas. Se las bajó por las piernas hasta quedar completamente desnuda. Paris no podía apartar la mirada del triángulo de rizos que protegía su lugar preferido de aquel reino y de cualquier otro.
Sienna movió los brazos con incomodidad, como si quisiese cubrirse y estuviese convenciéndose a sí misma de no hacerlo.
—Eres perfecta. Perfecta y deliciosa —esbelta, con una piel salpicada de preciosas pecas que parecían gotas de caramelo. Iba a lamerla de arriba abajo.
Cuando tuvieran que separarse, no habría una parte de ella que no hubiese saboreado.
Ella se miró y frunció el ceño.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Si vas a insultarte, te sugiero que cierres la boca y te metas en el agua.
El tono punzante de su voz la hizo parpadear.
—Estás enfadado.
Sí, lo estaba.
—Cuando te digo lo hermosa que eres y dudas de mis palabras, básicamente me estás llamando mentiroso.
—No, no es eso lo que pretendo... Lo que ocurre es que... —hizo una pausa. Titubeaba igual que lo había hecho la muchacha insegura que había conocido en Roma, la misma que lo había fascinado por completo con su parloteo encantador—. Los hombres no suelen...
Hombres. Paris maldijo entre dientes.
—Me alegro porque si no, tendría que matarlos —Sienna era suya y cualquiera que la mirara o que considerara siquiera la idea de tocarla... «Para ahí. No puedes ser tan posesivo. Es algo temporal. Tiene que ser así».
—Paris —dijo ella.
—Sí —quería apartar la mirada de ella, pero no podía.
—Tú a mí también me pareces perfecto.
Dijo eso y a continuación, como si no imaginara que acababa de hacerle perder la cabeza, se giró hacia el manantial de agua. Paris observó su espalda elegante y magullada, el lugar donde nacían aquellas enormes alas negras y violetas y la mariposa que tenía tatuada entre ambas.
La curva que formaba su columna le hizo la boca agua. Tenía dos pequeños hoyuelos justo encima del trasero. Hablando de su trasero... ¿había visto alguna vez algo tan bonito? Tenía el tamaño justo para agarrarse a él al tiempo que se sumergía en lo más hondo de su cuerpo. En la nalga derecha tenía cuatro lunares que parecían formar una estrella.
Podría pasarse horas, o días, admirándola.
«Más. Por favor, más. Necesito tocarla».
Gimió suavemente al sumergirse en el agua cálida del manantial y desapareció bajo la superficie durante unos instantes antes de aparecer de nuevo empapada.
—Toma —le dijo, ofreciéndole una pastilla de jabón y se avergonzó al ver que Sienna se había dado cuenta de que le temblaba la mano.
Le rozó los dedos al agarrar el jabón.
—Gracias. Es buena idea llevar siempre jabón encima. Tengo que acordarme.
Sí, pero no iba a explicarle el motivo por el que lo llevaba. Jamás hablaría de eso con ella. Jamás.
No era buena idea decirle que siempre llevaba encima una pastilla de jabón porque nunca sabía en qué cama acabaría, con quién se acostaría, lo sucio que se sentiría después o que él llevaba jabón igual que otros hombres llevaban preservativos. Seguramente eso acabaría con la magia del momento.
Hablando de preservativos, ¿debía decirle la verdad? No podía contraer ninguna enfermedad de transmisión sexual, por lo que tampoco podía pasársela a nadie, era muy difícil que una mujer humana se quedara embarazada de un inmortal y aún más si ya estaba muerta, y, aunque odiaba tener relaciones con desconocidos, su demonio necesitaba el contacto piel con piel. Así que, nada de preservativos, a pesar de que era posible que su miembro hubiese tocado a miles de personas. No, a Sienna le repugnaría.
No debería haberla empujado a tener relaciones sexuales con él sabiendo que no podría ofrecerle nada más. Debería haberle concedido el tiempo necesario para tomar una decisión consciente. El problema era que no disponía de ese tiempo. Ninguno de los dos lo tenían. La perdería en solo dos días. Además, Sexo necesitaba un poco de satisfacción urgentemente. Así que, si ella se lo permitía, iba a hacerla suya.
Paris se sentó junto al manantial. Si lo hacían, y estaba claro que iban a hacerlo, pero Sexo no quedaba satisfecho de inmediato, tendría que... ¿Qué? ¿Haría lo que le había dicho e iría en busca de otra persona?
«No pienses ahora en eso o el demonio perderá los nervios».
La oscuridad que llevaba dentro empezaba a desatarse y le hacía sentir que estuviera poseído por dos demonios, cada uno con distintas necesidades. Sexo necesitaba sexo y Violencia ansiaba derramar sangre. Pero era Maddox el que albergaba el demonio de la Violencia, así que su teoría no tenía ningún sentido.
«Da igual. Lo único que importa en este momento es Sienna».
Sienna.
Muy pronto saldría del reino de los Cielos y huiría de Cronos. Pero Paris no iba a permitirle que fuera tras Galen, tendría que convencerla de que pasara un tiempo escondida. Así estaría a salvo y él volvería con sus amigos. A su guerra. A su antigua vida.
Una existencia triste, que era exactamente lo que merecía después de haber hecho daño a tanta gente durante siglos. Especialmente por lo que le había hecho a Susan.
Había sentido verdadera admiración y respeto por ella. Le había prometido fidelidad a pesar de no poder dársela y le había destrozado el corazón lentamente. Jamás volvería a hacerle algo así a otra mujer.
Pero... deseaba algo más que aquellas relaciones esporádicas. Quería estar con una sola persona.
Quería estar con Sienna.
«Puedes hacerlo ahora mismo», le recordó Sexo.
«Pero luego la perderé».
Eso no podía rebatirlo el demonio.
«¿Por qué me has dejado que me excitara con ella tantas veces a pesar de haberme acostado ya con ella, pero nunca lo has hecho antes con ninguna otra?». Le había hecho aquella pregunta una y otra vez, pero siempre obtenía la misma respuesta:
«No sé. Es algo que pasa».
Paris odiaba la idea de tener que separarse de Sienna, pero ella había aceptado de buen grado que fuera así. Quizá lo había hecho porque sabía que tenía que ser así, pero también podría haber protestado un poco, ¿no?
Mierda. No estaba siendo razonable, la oscuridad aún controlaba sus emociones. Si deseaba a aquella mujer, debería estar con ella y, si quería estar siempre con ella, debería hacerlo. Así de simple.
Demasiadas hipótesis. Uno no podía vivir con hipótesis, solo con certezas.
Paris meneó la cabeza para aclararse un poco las ideas y decidió observar a Sienna mientras se bañaba. La vio enjabonarse y se quedó embobado mirando las burbujas de jabón que le bajaban por los pechos, quedaban atrapadas en los pezones y luego seguían su camino hacia el vientre.
—Sienna, tengo algo que decirte —bajó la cabeza, demasiado humillado para mirarla.
Después de eso, quizá se marchara y no volviera a tener la oportunidad de hacerle el amor, pero si no lo hacía, su conciencia jamás se lo perdonaría.
—Puedes hablar tranquilamente.
Enseguida comprobarían si realmente era así.
—Después de tu muerte tuve que... ya sabes... incluso de camino aquí, yo...
«¿Qué estás haciendo? Sabes que es mejor que no sepan lo que pasa cuando acabamos con ellas».
«Querrás decir cuando tú acabas con ellas».
—Lo sé —dijo ella, tranquilizando tanto al demonio como a él.
Nada de acusaciones, ni de detalles escabrosos. Eso era algo que le gustaba mucho de ella. Seguramente no tenía ni idea de lo poco habitual que era, pero él sí lo sabía.
—La última vez fue hace unos días, te lo prometo. No dejaba de pensar en que iba a encontrarte y, cuando ocurriera, solo quería estar contigo y con nadie más.
—Paris, tú y yo no éramos novios. No teníamos ningún tipo de compromiso. Lo último que te dije es que te odiaba y lo siento mucho. Lo siento de verdad. Así que no te atormentes por lo que hayas hecho porque no has hecho nada malo.
Se había ido acercando a él mientras hablaba, entonces se puso en pie y le echó los brazos alrededor del cuello. Paris apoyó la cabeza en su hombro. Tenía la piel tan suave y olía tan bien que se sintió aturdido. Sexo también se volvió loco, quizá más aún que Paris porque su desesperación por tocarla era probablemente mayor que la de él.
—Yo no sería tan comprensivo contigo. Si te hubieses acostado con otro hombre, aunque no fuéramos novios, aunque no tuviéramos ningún compromiso, yo... me pondría furioso —no podía mentirle.
—¿Conmigo?
—No. Creo que no. No lo sé —la estrechó en sus brazos y la apretó contra sí. Necesitaba tenerla más cerca. El agua de su cuerpo le empapó la camisa y sintió sus pezones en el pecho—. Te quiero solo para mí.
Sienna llevaba el sol dentro y lo iluminaba cada vez que se acercaba a él. El jade y el cobre de su mirada eran como un valle frondoso en el que podría perderse. Y su boca le inspiraba las fantasías más eróticas.
«¡Sí» Esto era lo que necesitaba, lo que deseaba tanto.
Lo que tanto deseaba Paris.
—Desde que estuve contigo —comenzó a decir ella suavemente— no ha habido nadie más y, antes de ti, hacía años que no estaba con nadie.
Años. La idea lo dejó tan atónito como contento.
—Él fue... el único hombre con el que había... pensaba que me casaría con él —le contó—. Era un Cazador, fue él el que me reclutó —hizo una pausa durante la que no pudo ocultar la tensión que sentía al recordar lo sucedido—. Voy a cambiar de tema, pero solo un poco. Me gustaría contarte otra duda que tengo sobre... sobre mí misma, antes de que continuemos.
Paris se puso también en tensión, imaginándose lo que iba a decir.
—Sé que no es la primera vez que estamos juntos y que ya sabes que soy como soy. Pero esta vez es distinto porque te conozco mejor y también me conozco mejor a mí misma. Tengo miedo de no poder... de no ser como las demás.
Justo lo que temía. Le dio un beso en el cuello y luego lamió el lugar donde había puesto los labios para después chuparlo lo bastante fuerte como para dejarle una marca.
—Yo soy el que tiene miedo de no estar a la altura —admitió él—. Soy el guardián del Sexo, pero... ¿Y si no soy capaz de satisfacerte? ¿Y si no respondo a tus expectativas? Verás, Sienna —se apresuró a añadir antes de que pudiera responder ella—, son las demás las que no pueden compararse contigo.
Había estado con miles de personas, sí, y había hecho todo lo posible para dejarlas satisfechas a todas. Era lo menos que podía hacer después de haberlas utilizado. Pero el conseguir llevar a esas personas al orgasmo no era algo que hubiera hecho por ellas, sino por sí mismo, para aliviar su sentimiento de culpa. Pero realmente, no le había importado lo más mínimo que disfrutaran o no.
—Paris —susurró mientras le acariciaba la espalda con sus manos de terciopelo, despertando partes de él que ni siquiera sabía que existieran—. Te propongo algo. Hoy tú eres solo un hombre y yo solo una mujer. No hay pasado ni futuro, solo presente. Vamos a hacer lo que queramos. Nada más y nada menos.
Si seguía así, iba a explotar antes de empezar siquiera a hacerle el amor. Sienna le había dicho las palabras más sexys que había oído nunca o que habría podido imaginar, otro motivo para sentir lo que sentía por ella. No solo lo excitaba, también lo reconfortaba.
—Me encanta lo que estás haciendo —le dijo.
«¡A mí también!».
«No quiero oírte más».
Agarró a Sienna por las caderas y la sacó del agua para sentarla en la roca. El calor del agua aún le bañaba la piel y las gotas recorrían las partes de su cuerpo que él iba a visitar. Se arrodilló delante de ella y le acarició las piernas desde los muslos a las pantorrillas, donde se detuvo unos instantes antes de separárselas suavemente todo lo que pudo. Estaba rosa y mojada.
Su intención era chuparle los pechos primero, ese había sido el plan. Acariciar y adorar aquellas deliciosas cimas rosadas. Pero ahora que tenía ante sí el sexo femenino más bello que había visto nunca, no podía empezar por arriba y luego ir bajando. Lo que quería era eso que tenía delante. Y lo quería ya.
—Quiero chuparte, saborearte y beberte. Dime que tú también lo quieres.
—Yo...
—Dímelo.
—Sí, Paris. Por favor.