Capítulo 32

 

 

—Ven, te acompañaré a la salida.

Sienna miró a Zacharel con la boca abierta. El ángel acababa de aparecer frente a ella inmediatamente después de haber desaparecido de pronto junto a Paris cuando ambos estaban lanzándose miradas de odio y a punto de dejarse llevar por la testosterona. No había ni rastro de Paris.

—¿Dónde está? —le preguntó, aunque no le preocupaba demasiado porque Zacharel y Paris eran amigos a pesar de sus diferencias. Ira tampoco reaccionaba.

—Lo he llevado al castillo y lo he soltado sobre el puente.

Mejor pensado, quizá no fueran tan amigos. Sin embargo, Ira debía de pensar que los ángeles nunca se equivocaban.

—¿Por qué has hecho algo así?

Paris acabaría encerrado en el castillo. No tenía la menor duda de que estaría bien y no tardaría en escapar, pero eso no le importaba. Dentro de ella sintió crecer una furia intensa y peligrosa.

«Cálmate», se dijo antes de dejarse llevar por el impulso de sacar el puñal de cristal que le había dado Paris y clavárselo al ángel. Estaba harta de los excesos que hacían todos con sus dones supernaturales.

Zacharel parpadeó como si la respuesta fuera obvia.

—Es el tipo de cosas que se hacen cuando se está discutiendo.

—De eso nada.

El ángel frunció el ceño.

—Es lo mismo que le hizo tu adorado Paris a William de la Oscuridad esta misma mañana.

Vaya, no sabía qué responder a eso.

Zacharel agitó las alas de plumas blancas y doradas, que se alzaron con elegancia. El enfado que sentía no impidió que Sienna sufriera el impacto de tanta belleza, con el telón de fondo de aquel lóbrego paisaje; tan oscuro como luminoso era él.

Era como si el amanecer saliera de su cuerpo y le hiciera resplandecer.

—¿Y bien? —le preguntó ella—. ¿Vas a llevarme con él?

—Tus ojos —murmuró observándola y frunciendo aún más el ceño.

—¿Qué les pasa a mis ojos?

—La oscuridad de Paris se ha instalado ya en tu interior.

Nada más escuchar aquellas palabras, Sienna tuvo la certeza de que eran ciertas. Llevaba dentro la oscuridad de Paris, la que había engendrado su demonio. Por un instante le preocupó, pero enseguida se encogió de hombros con absoluta despreocupación. Ya llevaba dentro a Ira, ¿qué más daba una entidad más?

—Aún no me has respondido. Escúchame con atención. Quiero que me lleves al interior del castillo.

Sabía que era una insensatez completamente innecesaria que además chocaba de frente con sus planes de escapar de Cronos, buscar a Galen y salvar a su hermana. Pero nada de eso iba a frenarla. Paris iría tras ella para asegurarse de que escapaba sana y salva del reino y, si era así, correría un gran peligro.

—Teníais intención de separaros dentro de dos días —le recordó el ángel, inquebrantable—. Lo único que he hecho ha sido adelantar un poco la separación.

A Sienna le hacía mucha ilusión pasar esos dos días con Paris, quería hacer el amor con él una y otra vez, quería compartir todo lo que pudiese con él para después llevarlo grabado en la mente y en el cuerpo y que todo le oliera a él.

—No dejas de recordarnos que no podemos estar juntos —le dijo con desconfianza—. ¿Por qué?

—Porque necesitáis que os lo recuerde —se limitó a afirmar, como si Sienna debiera avergonzarse de preguntarle algo así.

—¿Por qué? —insistió.

—¿Por qué habrías de querer estar con él? —Zacharel ladeó la cabeza, estudiándola atentamente—. ¿Lo amas?

Buena pregunta. Si se enamoraba de él, la separación sería mucho más dolorosa.

—Me gusta —mucho. Muchísimo. Y lo respetaba. Lo admiraba. Lo deseaba más que a nada en el mundo. Era ingenioso, amable y leal y, aunque tenía motivos de sobra para despreciarla, jamás la había tratado como si fuese su enemiga.

—Sienna, te necesitamos en los Cielos.

¿Y eso?

—Pues poneos a la cola porque últimamente parece que todo el mundo me necesita —y nadie le explicaba por qué. Apretó los puños y se los puso en las caderas—. ¿Qué es lo que crees que voy a poder hacer por vosotros? Porque en estos momentos, me cuesta mucho hasta ocuparme de mí misma.

—Solo sé que anunciarás nuestra victoria en la guerra más cruenta que ha tenido lugar en el mundo.

Sienna se quedó boquiabierta. ¿Cómo iba a ser ella la responsable de poner fin a una guerra? Era demasiada presión, tanta, que en esos momentos no podía pensar en ello.

Zacharel se puso rígido, tenía la mirada clavada en un punto detrás de ella.

—Cronos viene hacia aquí —anunció—. Él tiene las respuestas que buscas, aunque yo de ti no confiaría en él.

Solo con oír su nombre se le encogió el estómago. «No, Cronos no, ahora no, y menos fuera del castillo». Iba a ponerse como loco. Aunque todo el tiempo que estuviera allí estaría alejado de Paris. Quizá no fuera tan malo.

—Piérdete, ángel.

Zacharel enarcó una ceja.

—Permitiré que te vayas con él, pero no creo que vayas a agradecérmelo. Hasta que volvamos a vernos.

Un segundo después se había esfumado y había aparecido Cronos. Ya no iba vestido de personaje gótico, ahora llevaba un traje de seda gris hecho a medida, todo elegancia y riqueza.

Ira comenzó a darle golpes en la cabeza, deseoso de lanzarse contra él. Curiosamente, lo que no hizo fue mostrarle imágenes de los pecados del rey.

Cronos miró a un lado y a otro frunciendo el ceño.

—¿Qué haces fuera del castillo? Pero, sobre todo, ¿cómo has conseguido salir?

—No lo sé, Ira se apoderó de mí —le explicó para que no sospechara que la habían ayudado otros inmortales.

—Ah —esbozó una sonrisa que mostró unos dientes blanquísimo—. Esto es para ti —dijo ofreciéndole una rosa roja.

Sienna se quedó atónita, pero aceptó la flor.

—Gracias.

El rey de los Titanes asintió en respuesta a su agradecimiento.

—No es el único regalo que te traigo. Tengo algo que necesitas —sacó un pequeño frasco con un líquido violeta—. Siento haber tardado en dártelo.

¿Estaba disculpándose con ella? ¿De verdad?

—No pasa nada —le dijo, casi en tono de pregunta.

Cronos carraspeó con evidente incomodidad.

—Tómatelo.

Como no quería contarle que ya le habían dado, tomó un sorbo de lo que ahora sabía que era ambrosía. Lo que no sabía era por qué la necesitaba, ni por qué Paris se había puesto pálido al darle el frasco.

El delicioso líquido recorrió su garganta, llegó hasta sus alas y a los rincones más escondidos de su cuerpo. El efecto fue increíblemente intenso. La fuerza y la debilidad luchaban y se devoraban mutuamente, dejándola aturdida.

—Buena chica —murmuró él.

Odiaba que la trataran con tanta condescendencia.

—¿Por qué estás siendo tan amable? —le preguntó sin rodeos al devolverle el frasco.

Cronos lo hizo desaparecer con un movimiento de manos.

—Tengo que enseñarte algo —anunció y, al volver a mover las manos, desapareció todo lo que los rodeaba.

Del calor pasaron al frío. De la oscuridad a la luz.

De la salvación a la perdición.

La seducción más oscura
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