Capítulo 36
Después de un rato en la mazmorra situada en la parte inferior del castillo, Paris se zafó de las gárgolas y fue en busca de sus amigos. A pesar de lo mucho que se alegraba de verlos, le preocupaba todo lo que había ocurrido en su ausencia. Galen había secuestrado a Ashlyn, Legion se había entregado para salvar a la embarazada, Kane seguía desaparecido y no habían sabido nada de él. Ni siquiera Amun conseguía seguir su rastro.
Se derrumbó en un banco que alguien había colocado frente a la puerta del dormitorio de Ashlyn. Intentaba mantener la calma y no pensar. Zacharel tenía a Sienna. Seguramente la habría conducido hasta la salida del reino y ella estaría camino de... donde fuera. Por fin se había liberado del vínculo que la unía con aquel lugar y podía seguir su propia voluntad.
Era lo mejor. Aunque fuera una mierda.
«La deseo», protestó Sexo.
«Sí, yo también».
—A este castillo le falta algo —comentó Viola al tiempo que se sentaba junto a él.
Era la primera que hablaba con él en tono distendido. Sus amigos estaban demasiado preocupados por Ashlyn como para hacer otra cosa que pedir agua, toallas y un bozal para... alguien. Seguramente para William.
La diosa había cambiado el vestido de vampiresa por una camiseta brillante y unos pantalones de seda grises de tela tan fina que se le traslucía la ropa interior. Bueno, quizá no se hubiera olvidado del todo de su empeño por llamar la atención.
—Oye, ¿me estás escuchando? ¡Claro que me estás escuchando! Necesito que alguien me dé permiso para redecorar este lugar o me temo que tendré que marcharme.
«¡La deseo!». En un abrir y cerrar de ojos, Sexo estaba echando espuma por la boca y pegando botes dentro de la cabeza de Paris, desesperado por Viola como si Sienna no existiese. Lo cierto era que estaba más desesperado de lo que Paris lo había visto jamás.
«La necesito. Tengo que hacerla mía ahora mismo».
¿A qué venía eso? Hacía solo unas horas que se habían acostado con Sienna. Sexo debería haber estado saciado y lleno de energía al menos hasta el día siguiente.
«¡La deseo! ¡La deseo, la deseo!».
Paris frunció el ceño y cuando, unos segundos después, pasó Kaia delante de él, meneando las caderas, su pene reaccionó como un misil en busca de su objetivo. Y frunció el ceño aún más.
Normalmente cuando pensaba en acostarse con una mujer con la que ya había estado, su erección se desinflaba como un globo pinchado. O, si no recordaba haber estado con alguien, sencillamente no se le ponía dura mientras esa persona estuviese cerca. Eso no quería decir que... No, no podía ser.
«¡La deseo! ¡La deseo, la deseo!».
Parecía que sí que era posible. Podría acostarse con Viola, con la que no había estado nunca, y con Kaia, con la que sí había estado ya, al menos eso era lo que parecía hacer pensar el movimiento de su pene. En lugar de excitarlo, la idea lo llenó de pavor. ¿Cómo era posible?
«Tu compromiso con Sienna... No sé... Lo que sé es que puedo estar con todas y quiero hacerlo».
Pero... Paris había soñado con encontrar una mujer con la que pudiera estar más de una vez. Cualquier mujer. Después del primer encuentro con Sienna, había creído que ella era su única posibilidad de conseguirlo. Ahora que había descubierto que podría conseguir lo mismo con alguna otra, o con cualquiera, por lo que parecía, se daba cuenta de que seguía deseando solo a Sienna.
Nunca había estado con una mujer como ella. Alguien que lo sabía todo de él y que aun así lo aceptaba. Alguien que daba más de lo que recibía, incluso cuando él quería dárselo todo. Alguien valiente que no tenía miedo de regañarlo, pero tampoco de pedirle disculpas si cometía un error. Alguien que luchaba por lo que creía, que estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta para alcanzar la victoria, algo que en otro tiempo había odiado y que sin embargo ahora admiraba.
De pronto vio la cara de Strider a solo unos centímetros de la suya.
—Espero que ese bulto que tienes en los pantalones sea por la diosa que tienes al lado y no por la pelirroja que acaba de pasar.
«Me gustaba más cuando estaba preocupado». En lugar de responder y correr el peligro de acabar peleándose con Strider, Paris asintió.
—Es por la diosa, claro.
Por fin comprendía la actitud posesiva de Strider, esos celos que lo hacían capaz de matar a cualquiera que se atreviera a mirar siquiera a su mujer. Porque Paris mataría a cualquiera, hombre o mujer, dios o diosa, bueno o malo, que intentase algo con Sienna.
Pero su respuesta había bastado para calmar al guerrero.
—Está bien —se puso recto y chascó los dedos de las dos manos—. Entonces no hay problema.
Paris lo vio alejarse y se dio cuenta de que Gideon estaba observando la escena. El guardián del demonio de las Mentiras debía de haber percibido su engaño porque nadie descubría una mentira mejor que él, por pequeña que fuera.
Paris apartó la mirada con sentimiento de culpa. Aquello no debería suceder.
Su demonio se echó a reír con regocijo y con deseo.
Se sentía sucio y avergonzado. Por primera vez se alegraba de que Sienna hubiese decidido no ir tras él, ya que no le habría gustado nada que lo viera así. Necesitaba una ducha. Necesitaba frotarse hasta arrancarse la piel capa a capa hasta desangrarse.
Maldijo al sentir que manaba de su cuerpo ese aroma a champán y chocolate que conocía tan bien.
«No voy a acostarme con Kaia, con Viola, ni con ninguna de las mujeres que hay aquí».
No le importaba lo que quisiera su cuerpo o su demonio. No iba a permitirlo.
«No puedes obligarme a hacerlo. ¿Lo entiendes? Para ahora mismo o me cortaré el pene y me alegraré de que nos debilitemos hasta morir».
«Pero...».
«¡No! No quiero oír ninguna excusa, ni súplicas».
No iba a acostarse con nadie. Ni ese día, ni el siguiente, ni el otro. De ninguna manera. Con nadie que no fuera Sienna, pensó con una determinación que le resultó sorprendente. No le importaba que eso lo debilitase. Aún podía sentir la suavidad de su piel en las manos y su dulce olor en la nariz. No iba a renunciar a todo eso.
—Hola. Sigo aquí —dijo Viola haciendo un mohín—. ¿No te importa que me vaya si no me das lo que quiero?
En esos momentos no tenía la paciencia necesaria para tratar con aquella criatura.
—No puedes salir del castillo. Ahora mismo es el lugar más seguro para ti, más aún que la fortaleza de Budapest. Galen y sus Cazadores no pueden entrar y, si lo intentan, nos enteraremos.
Además, había visto la sangre en las ventanas y en las puertas y sabía que era de William. Eso quería decir que tampoco los monstruos de las sombras podrían entrar ya.
—¿Quién ha dicho que me importa estar a salvo? Lo que quiero es poner unos cuantos retratos míos ahí y ahí —dijo, señalando los lugares elegidos.
—Se lo comunicaré al decorador —farfulló Paris.
Sexo todavía no había renunciado a meterse dentro de ella, por lo que Paris volvió a sentir ese hormigueo en el pene. Apretó los dientes. La diosa era guapísima, de eso no había ninguna duda. Tenía una feminidad natural que muchas jamás conseguirían aunque se lo propusiesen. En otro tiempo se habría muerto de deseo por ella, pues, al margen de su personalidad, era exactamente su tipo. Con muchas curvas.
Pero después de haber alcanzado una satisfacción que jamás habría imaginado y que lo había cambiado para siempre, no soportaba la idea de tener que conformarse con menos. Lo que necesitaba era el cuerpo de Sienna; ella hacía que todas las demás parecieran invisibles. Su olor, su sabor, todo en ella estaba hecho para volverlo loco de un modo que no podría hacerlo nadie más.
—Eres exasperante —le dijo Viola.
¿Él era el exasperante? Sí, claro.
—Puedes decorar todo lo que te parezca. ¿Contenta? —si no cambiaba de tema, la diosa se pasaría el día hablando de aquella estupidez y tendría que acabar cortándole la lengua—. ¿Dónde está tu perro?
—Mi pequeña princesa descansa en mi nueva habitación. Le afectan mucho los viajes.
—Claro —todos los demonios de Tasmania eran muy delicados. Por cierto, ¿a qué venía eso de llamar «princesa» a un macho?
Paris se frotó la cara con la mano. Estaba cansado, hambriento y destrozado. En cuanto supiera que Ashlyn y los niños estaban bien se iría de allí, buscaría a Sienna y se aseguraría de que ella también estaba bien. Después se separaría de ella para siempre y así, cuando volviera a acostarse con alguien, no tendría la sensación de estar engañándola y traicionando su confianza.
Claro que quizá... quizá pudiera estar con ella una última vez. El sexo con ella había sido toda una revelación y no solo porque le hubiera dado fuerzas y hubiese tenido los mejores orgasmos de toda su vida, sino también porque estando con ella, lo importante no había sido él. Lo importante eran ellos dos, los deseos y las necesidades de los dos.
No había nada sucio en ello. Se acariciaban, se besaban y se daban placer el uno al otro porque les hacía sentir bien, porque entre ellos había una pasión incontrolable.
—¿... me escuchas? —Viola movía los brazos con exasperación.
Paris meneó la cabeza y a punto estuvo de decirle la verdad, pero luego se contuvo de hacerlo. Al demonio que llevaba dentro la diosa le habría dado un ataque.
—Sí, claro que te escucho. Es muy interesante.
Maddox seguía yendo de un lado a otro. Reyes intentó hacerlo parar un poco con una palmadita en el hombro, pero el futuro padre le retiró la mano y siguió caminando. El siguiente en intentarlo fue Lucien, pero tampoco tuvo mucho éxito. Como castigo, Anya le puso la zancadilla cuando pasó delante de ella.
—¿Por qué siempre intento hacerme amiga de los casos imposibles? —preguntó Viola—. ¿Cómo puedes ser tan egoísta de no hacerme caso mientras te cuento cosas tan interesantes? Pero claro, no debería sorprenderme. Estás casado gracias a mí y ni siquiera me has dado las gracias.
—Sí, sí. Muy interesante —murmuró Paris sin pensar, pero entonces escuchó realmente lo que acababa de decir y se giró para mirarla de frente—. ¿Has dicho la palabra «casado» refiriéndote a mí?
—Sí. Y nunca me repito, excepto cuando lo hago, que normalmente es cuando explico lo suave que tengo el pelo o lo sexy que soy. Oye, ¿crees que alguien tendrá unos frutos secos? ¿De esos que pican?
«No voy a ahogarla».
—¿Con quién se supone que estoy casado y cuándo se ha celebrado la ceremonia?
—Ah, ¿no te lo he dicho? Estás casada con tu amiga la fantasma, esa por la que te hiciste los tatuajes. Así es como se celebran los matrimonios de los no muertos. Ceniza con ceniza, polvo con polvo y todas esas cosas. Claro que en tu caso, solo tú estás casado, ella no, así que puede acostarse con quien le venga en gana sin infringir ninguna ley o tener que enfrentarse a ningún castigo.
Paris abrió la boca y luego volvió a cerrarla cuando Viola siguió hablando. Y hablando.
—Calla un momento. ¿Cómo que estoy casado con Sienna?
Silencio.
Pero la mirada de Viola lo decía todo.
—Perdona —murmuró—. Es que me he quedado atónito. No puede ser... Lo que estás diciendo es que... Es imposible.
—Es posible y sí, es lo que estoy diciendo. Por eso, en parte, puedes seguir interactuando con ella. Te has unido a ella.
Unido a ella. Su cerebro estaba sufriendo un cortocircuito. Estaba casado con Sienna. Realmente era suya. Su mujer. Su esposa. Para siempre.
Y por lo visto, aunque parecía que su cuerpo podría adentrarse en el de cualquier otra que eligiese, al hacerlo estaría violando una ley cuya existencia desconocía y con ello, se haría merecedor de un castigo que no sabía quién le impondría.
Ahora comprendía la reacción de Sexo ante las demás mujeres. La infidelidad lo alimentaría y lo fortalecería aún más que estar con alguien simplemente. Pero también lo haría el hacer el amor con Sienna. Se había casado con ella antes de encontrarla y, desde entonces, habían hecho el amor tres veces.
—¿Estás segura? —le preguntó en cuanto hizo una pausa.
Se dio cuenta de que deseaba que fuera cierto, lo deseaba tanto que estaba impaciente por escuchar la respuesta. Quería estar unido a Sienna para siempre.
Viola le dio un golpecito en la cabeza.
—Yo nunca me equivoco. Ahora escúchame bien, Paris. Tenemos que hablar en serio un minuto.
¿No estaban haciéndolo ya?
—¿Entonces es que lo de estar casado no era en serio? —la mataría si era así. Solo tenía que apretarle la carótida y dejar que se ahogara.
—Claro que era en serio —le agarró la cara con las dos manos y lo miró con tristeza—. Vaya, qué bien hueles —se acercó a él más y más—. Muy, muy bien.
Maldito demonio.
—Dime la verdad —le pidió con un sensual susurro—. ¿Crees que soy la mujer más bella que has visto en tu vida? Y, lo que es más importante, ¿te parece que esta ropa me hace gorda?
—Te voy a devolver al ángel caído —farfulló Paris, alejándose un poco, lo poco que le permitió ella—. Ese será su castigo por perseguirme.
—¿Qué ángel? —preguntó ella, confundida.
No se acordaba de su pretendiente. Estupendo.
—¿Qué me pasa? ¿Por qué me siento así? —preguntó antes de soltar un gemido—. No te encuentro atractivo, no quiero volverte loco de pasión y, sin embargo, estoy más que dispuesta a estar contigo.
De pronto se oyó un grito que puso fin a la conversación y lo libró de tener que responder. Todos se quedaron inmóviles, sin atreverse siquiera a respirar.
—Ashlyn —Maddox se acercó a la puerta, pero Reyes se le puso delante.
El guardián de la Violencia luchó con todas sus fuerzas, pero tuvieron que ayudarle varios guerreros más. Paris se disponía a unirse a ellos cuando vio asomar por el pasillo unas alas negras que le resultaban muy familiares.
Levantó la mirada y se encontró con unos preciosos ojos castaños, más abiertos de lo habitual. Sienna tenía la cara roja y los ojos hinchados como si hubiese estado llorando. Echó a correr hacia ella sin pensarlo.
Sienna no estaba enfadada. Lo que sentía era mucho más fuerte, tanto, que no podría describirlo con una sola palabra. Era una mezcla de rabia, culpa, tristeza y más rabia. Tenía el corazón destrozado. Su hermana estaba muerta, la había matado la reina de los Titanes. Le había cortado la garganta y la había dejado tirada en el suelo como si fuera basura.
Cuando Cronos se había marchado, lo primero que había pensado era que necesitaba encontrar a Paris y refugiarse en sus brazos. No para llorar, no creía que pudiera volver a hacerlo, sino para olvidarlo todo aunque solo fuese por un momento. Pero entonces había descubierto que se le habían adelantado.
Aquella belleza lo tenía agarrado y bien agarrado. Seguramente ella contase con la aprobación de sus amigos. El grupo parecía haber invadido el castillo y era posible que no la dejasen acercarse a Paris.
Todos ellos iban armados hasta los dientes y en sus rostros había una mirada feroz. Parecían muy ocupados intentando reducir a uno de ellos, que había acabado debajo de todos los demás.
Hacía ya una eternidad que había estado investigando a aquellos guerreros, por lo que no debería haberse asustado al verlos en carne y hueso. Seguramente lo habría hecho si Ira no lo estuviese pasando en grande mostrándole imágenes de todos ellos con la guapísima rubia.
Con esa sonrisa y ese cuerpo, debía de hacer que los hombres cayeran rendidos a sus pies para después abandonarlos y olvidarse de ellos.
Le haría lo mismo a Paris. ¿Por qué no iba a enamorarse él también? Era la mujer más hermosa que había visto jamás. Si incluso ella se sentía atraída.
Paris apareció frente a ella y la estrechó en sus brazos. Olía a deseo.
—Me alegro tanto de verte.
—Tú...
—¿Qué ocurre, pequeña? ¿Qué ha pasado?
Sienna lo miró a los ojos y se apartó de él.
—Desaparezco unas horas —durante las cuales había decidido estar con Galen para salvarle la vida a Paris, aunque aún no lo había hecho—, y te encuentro con otra —soltó una amarga carcajada. El saber que sucedería no la había preparado para el terrible dolor que suponía verlo con sus propios ojos—. Intentaste avisarme y te dije que lo entendía —¡pues no lo entendía!
—¿Con otra? ¿Con Viola? —hizo una mueca—. No, no. Solo estábamos hablando.
—Ya. No era eso lo que decía tu cuerpo —no había más que ver su erección apuntando a la rubia, una erección que ahora podía sentir apretándose contra su cuerpo y que hacía que lo deseara con todas sus fuerzas.
—¿Estás celosa?
—¡No!
—Sí que lo estás —se echó a reír, encantado—. ¿Sabes cuánto me excita eso?
—A ti te excita todo —replicó con furia. Estaba tan contento consigo mismo. Y con ella—. No estoy celosa.
—Claro que lo estás y me encanta. Lo que ocurre es que a mi demonio le pasa algo raro, eso es todo. Pero te prometo que nunca he estado, ni pienso estar con esa diosa.
—¿Es una diosa?
—Una diosa sin el menor atractivo para mí.
Podía ser mentira. Y también podía ser verdad. No, decía la verdad, decidió rápidamente sin necesidad de que Ira se lo confirmase. Paris no era de los que mentían. Él no temía las consecuencias de sus actos.
—No importa —dijo, derrotada—. No debería haber vuelto.
—¿No importa? ¿Ya no te importa lo nuestro? —la agarró de los brazos con las dos manos y la obligó a mirarlo—. Sé que dijimos que nos separaríamos en cuanto pudieras salir del reino, pero quiero que lo reconsideremos. Yo ya no quiero que nos separemos, no puedo hacerlo. Sé que te costará creerlo y da igual cómo reaccione mi cuerpo, solo te deseo a ti. ¿Lo entiendes?
—Paris —lo interrumpió Strider—. ¿Con quién hablas, amigo?
Ambos se volvieron. Los guerreros habían dejado de pelearse y todos ellos, excepto la diosa rubia y el de las cicatrices, estaban mirando a Paris como si se hubiese vuelto loco.
—No pueden verme —le explicó ella.
Paris no tuvo que responder nada porque se abrió una puerta en medio del pasillo y apareció William. Estaba pálido y lleno de sangre.
—¿Qué le ha pasado? —preguntó, asombrada.
—Escuchadme todos —dijo William en voz alta para captar la atención de los presentes—. Tengo buenas y malas noticias. Como soy una persona muy positiva, empezaremos por las buenas. Ashlyn ha sobrevivido al parto y la pequeña multitud que llevaba dentro también.
El pasillo se llenó de suspiros de alivio, pero ninguno tan fuerte como el de Maddox.
—¿Entonces, cuál es la mala noticia? —preguntó alguien.
Después de una dramática pausa, el guerrero respondió:
—Me he quedado sin suavizante, así que necesito que alguien me traiga más. Sí, Lucien, te estoy mirando a ti. Y sí, de nada por todo lo que he hecho por vuestra feliz familia. Esos enanos me han clavado las uñas, pero bien.
—¡William! —protestó alguien—. Omite todos los detalles innecesarios. Nos tienes en ascuas.
—Eso sí que es gratitud. Bueno, pasad todos a conocer a vuestros nuevos sobrinos, Muerte y Caos. En cuanto los conozcáis, tendréis que admitir que he acertado con los nombres.