Capítulo 17
Paris se detuvo en medio del pasillo del quinto piso tratando de prestar atención a la situación y no a las necesidades de su cuerpo. Estaba muy confuso. Solo el peso de Sienna en sus brazos, el olor femenino que manaba de ella y el cabello sedoso que le rozaba la piel era lo único que lo mantenía conectado con la Tierra.
Era curioso. El aroma de la droga que corría por su sangre debería haberle provocado un tremendo síndrome de abstinencia, o el deseo incontenible de morderle el cuello. Sin embargo lo único que podía sentir era la necesidad de protegerla de todo, incluso de sí mismo.
Allí arriba había tres inmortales, una mujer y dos hombres. Cada uno de ellos lo observaba desde el fondo de sus respectivas habitaciones, completamente inmóvil. Era la primera vez que los veía, lo que quería decir que él no los había encerrado en el Tártaro antes de la posesión. Sin embargo lo miraban con verdadero odio. ¿Acaso sabían quién, o qué, era?
«Los deseo», anunció Sexo.
«Vaya. Menuda sorpresa».
«Me estoy debilitando», respondió el demonio como un quejido.
«Puedes estar seguro de que lo sé». Cuánto añoraba los tiempos en los que Sexo se refugiaba en el silencio y se limitaba a controlarlo por medio del deseo. «Hazme un favor y cierra la boca».
«Dame otra cosa que hacer con la boca y me callaré».
Grosero.
Claro que él no era mucho mejor. A lo largo de los años se había acostado con miles de personas por miles de razones distintas y no todas ellas tenían algo que ver con la pasión. Realmente necesitaba poseer a una mujer y era uno de los motivos por los que estaba allí, para volver a estar con Sienna. Aun así, ni siquiera la había besado, aunque se moría de ganas de hacerlo, pero no lo había hecho porque no quería estar con ella por otro motivo que no fuera la pasión.
El deseo mutuo.
Ella también lo deseaba. Paris estaba bastante seguro de haber percibido el aroma de su excitación cuando se había ofrecido a «hacerle un favor», pero la había tratado injustamente. Sienna lo había mirado con unos ojos tristes, anhelantes de perdón, pero él había respondido de la manera más brusca.
Paris no quería sus disculpas, ni su gratitud. No quería que le tuviese lástima, ni que lo desease por las malditas feromonas de su demonio. Si hubiese aceptado el ofrecimiento, no habrían estado solos en la cama, habrían estado acompañados por la lástima y el agradecimiento, pero también por la rabia, la desconfianza y el arrepentimiento. Demasiados ocupantes para un solo lecho.
Aunque quizá debiera haber aprovechado la ocasión porque era una estupidez esperar. Para empezar, porque estaba cada vez más débil, pero también porque era muy posible que Sienna no volviera a darle otra oportunidad. Quizá saliera huyendo, como él temía. Lo que ocurría era que ella no era como las demás mujeres con las que había estado y no quería tratarla como si lo fuera.
¿Qué la hacía tan distinta a las demás?
La pregunta surgió de lo más profundo de su ser. Era valiente, pero también lo eran muchas otras. Era ingeniosa, como las demás. A veces era dulce y a veces picante, pero eso tampoco era nada exclusivamente suyo.
«Picante. Mmmm».
Maldito Sexo. El caso era que Sienna era cauta y al mismo tiempo vulnerable. Obstinada y sin embargo amable. Estaba dispuesta a hacer lo que fuese necesario para llevar a cabo una misión. Igual que él. Había podido ver las cosas que él había hecho en el pasado y aun así no lo juzgaba.
Una vez, Paris le había preguntado a Aeron qué era exactamente lo que le había revelado el demonio sobre él. La respuesta de su amigo había sido directa y brutal: «Todos los corazones que has roto y todas las lágrimas que has hecho derramar». Eso era lo que había visto Sienna y lo que le había perdonado. Sí, era distinta a las demás y eso era lo que le gustaba tanto de ella.
Paris la sintió en tensión al ver que volvía junto a la primera puerta. Eso quería decir que había tenido algún tipo de conflicto con el hombre que había dentro de esa primera habitación. Paris lo observó atentamente. Era alto, fuerte y tenía un aspecto más fiero que los otros dos. Podía resultar guapo para aquellos a los que les gustaran los tipos de piel bronceada y ojos de distinto color. Eso no quería decir que Paris estuviese celoso ni mucho menos.
Pero, ¿cuánto tiempo habría pasado Sienna con ese tipo?
—Es Cameron, guardián de la Obsesión —le explicó ella con voz temblorosa.
¿Ese temblor era de miedo... o de deseo? «No voy a preguntárselo. No pienso hacerlo». Después de lo que había pasado en la habitación y de las cosas que había hecho Paris desde la última vez que se habían visto, estaba claro que no era asunto suyo.
—¿Alguna vez te ha tocado? —«maldita sea». Ya lo había preguntado, y además lo había hecho con fuerza.
Sienna puso cara de sorpresa.
—No. Están encerrados en sus habitaciones igual que yo lo estoy en el castillo, gracias a unas puertas invisibles que nos impiden salir.
Esa voz. ¿Alguna vez se cansaría de escucharla? Sentía un cosquilleo cada vez que la oía hablar.
—¿Alguna vez has querido que te tocara? —tenía que dejar de hacerlo.
—¡No!
—Entonces no lo mataré —murmuró Paris.
Cambió de postura para poder sujetarla con un solo brazo y así extender el otro. Efectivamente, había una puerta invisible que también le impedía entrar.
—Es muy generoso por tu parte —respondió ella secamente.
Le sorprendió ese sentido del humor tan sarcástico porque las otras veces que habían estado juntos, que no habían sido muchas, todo había sido muy serio. Le gustaba que se sintiese lo bastante cómoda como para bromear.
—Eso intento —Paris se detuvo frente a la segunda puerta.
—Este es Púkinn, aunque lo llaman Irish. Alberga el demonio de la Indiferencia —le informó Sienna.
Indiferencia era mitad hombre, mitad animal. Tenía cuernos, garras y el pelo cubierto de pelo. Parecía salido de una pesadilla. Aquella bestia miró a Paris de arriba abajo y se dio media vuelta como si lo que veía no tuviese la menor importancia.
—Aquí está Egoísmo —anunció Sienna frente a la tercera puerta y lo hizo con cierto enfado.
¿O quizá fueran los mismos celos... que Paris no había sentido?
—Es muy guapa, ¿verdad? —le preguntó ella.
—Sí —admitió Paris. Tenía la misma piel bronceada y los mismos ojos bicolor que Cameron. Sin duda era atractiva, pero él solo deseaba a la mujer que tenía en brazos.
—Se llama Winter.
—Muy bien. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Paris, dirigiéndose a Sienna en lugar de a la inmortal—. ¿Y ellos?
Sienna bajó la mirada y se pasó la lengua por los labios, que quedaron húmedos y brillantes.
—He perdido la cuenta. Pero ellos estaban aquí ya cuando llegué yo.
«Quiero saborearla».
La temperatura de su sangre subió un grado más.
«Ponte a la cola».
A pesar de toda la experiencia que tenía, Paris estaba completamente despistado con Sienna. ¿Qué podría hacer para seducirla de verdad? No solo quería encender su pasión, quería que se abriese por completo a él. Había cambiado desde la última vez que la había visto en Roma, pero seguía siendo un absoluto misterio para él.
Jamás habría esperado verla llorar o que se disculpara con él y pareciera tan sincera. Era tan sorprendente como que se congelara el Infierno. Pero había sucedido y lo había mirado como nunca antes lo había hecho, como si fuera digno de recibir cariño y atención y no un ser sucio y asqueroso. Como si quisiese cuidar de él.
¿Cómo demonios podía enfrentarse a eso? ¿Cómo debía reaccionar?
¿Acaso era un tonto por querer creerla? No, ni siquiera era que quisiera, en realidad ya lo hacía.
Quizá no debería haberse ofendido tanto por su ofrecimiento de ayudarlo a recuperar fuerzas. Quizá simplemente debería haberla aceptado. Había estado con ella en la cama, solo habría tenido que desnudarla, separarle las piernas y haberse sumergido en su cuerpo. Ella lo habría acariciado por todas partes y habría gritado de placer.
Tuvo que contenerse para no reírse con amargura. Estaba hecho un lío. A ratos no confiaba en ella y al rato sí. No quería tocarla sin pasión o quería tocarla como pudiese. Mierda. ¿Por qué no había salido huyendo de él, a pesar de lo que había prometido? Quizá estuviese demasiado ocupada arrepintiéndose de haberse ofrecido a él como para ponerse en movimiento.
Pero ¿qué significaba eso para ella? ¿Quería decir que habría podido hacerla suya allí mismo, en cualquier momento, o que ella lo habría chupado? «No lo pienses». Si lo hacía, volvería a tener una erección.
Esa vez no pudo contener la carcajada. Ni tampoco la erección. Mientras, la mujer inmortal se acercaba a la puerta contoneando las caderas como una gata. Daba igual que Paris no se sintiese atraído por ella, el demonio la veía y la deseaba.
Una parte de él había esperado que estando junto a Sienna dejasen de ocurrir esas cosas, pero no había sido así. Podría volver a estar con ella, pero eso no impedía que el demonio siguiese buscando a otras. Siempre lo haría.
Dejó a Sienna en el suelo con el mayor cuidado y, cuando ella fue a echarse a un lado, Paris la agarró por detrás y apretó la erección contra su trasero. El placer de aquella sensación lo hizo suspirar. Era increíble. Pero...
Sienna estaba en tensión. Paris se dio cuenta en seguida. Aunque no se alejó, ni lo regañó. De hecho, poco a poco fue relajándose contra él, como si en realidad estuviese bien así. Quizá hubiese pensado que iba a apartarla de sí y por eso se había puesto en tensión, y se había relajado al comprobar que no era eso lo que Paris pretendía. Qué gratificante era para su ego. Le daban ganas de golpearse el pecho como King Kong.
—Dime todo lo que sepas de ellos —le pidió Paris mientras hacía un esfuerzo para no bajar las manos por el vientre de Sienna y colarse bajo la ropa en busca de aquel rincón cálido y húmedo que se escondía entre sus piernas.
—¿De quiénes? —le preguntó la inmortal—. ¿Y quién diablos eres tú?
Al menos había algo que ya sabía. Ellos tampoco sabían quién era él.
—No hablaba contigo —respondió Paris.
La inmortal lo miró sin comprender.
—¿Entonces con quién hablabas? Aquí no hay nadie más.
—¿Cómo que...?
—No pueden verme —intervino Sienna—. He escuchado algunas conversaciones suyas, por eso sé quiénes son —le explicó y mientras hablaba, le sonaron las tripas.
La excusa perfecta para tocarle el vientre.
—¿Tienes hambre?
—sí.
Entonces tenía que darle algo de comer. Seguro que iba a disfrutar de ello, pensó Paris, contento de poder al menos satisfacer alguna de sus necesidades.
—¿Qué comes?
—Nada. En realidad hace muy poco, unas semanas, quizá, que he empezado a tener apetito —puso las manos sobre las de él—. Una vez a la semana, Cronos me trae un vaso de un líquido dulce. Pero esta vez se le ha olvidado.
Algo dulce. Dulce. Dulce. La palabra retumbó en su mente porque era la respuesta a otra de las preguntas que se había planteado antes.
—¿Es un líquido transparente con pequeñas partículas moradas?
—Sí —giró la cabeza para mirarlo y frunció el ceño—. ¿Cómo lo sabes?
¡Ese cabrón! Paris mantuvo el gesto tranquilo, sin revelar la rabia que sentía.
—¿Tiene sabor a coco?
—Sí, pero dime cómo lo sabes. ¿Sabes lo que es? Cronos nunca me lo dice.
Sí, claro que sabía lo que era y ahora comprendía por qué Sienna desprendía ese delicioso olor a ambrosía. Cronos había hecho algo más que convertirla en su esclava, la había condenado. Pero iba a pagar por ello. Desde luego que iba a pagar.
Para bien o para mal, la venganza tendría que esperar. A Cronos le gustaba ir a ver a Torin, guardián del demonio de la Enfermedad, y hacer que el genio de los ordenadores le diera información. Ahora, por ejemplo, trataba de localizar a los Cazadores y había dado órdenes a los Señores de que no atacaran. Torin le daba los datos que necesitaba, sí, pero poco a poco, tal y como le había pedido Paris, así el rey estaba ocupado yendo y viniendo de los Cielos a la Tierra, acosando a sus presas. Eso le dejaba muy poco tiempo para Sienna. Aunque ese poco tiempo había sido más que suficiente.
«Debería haber venido mucho antes», se lamentó Paris. Ahora no había manera de reparar el daño que le había hecho a Sienna, porque no había cura para lo que sufría. Paris tendría que decírselo y prepararla para lo que la esperaba cuando saliese de allí. Pero no iba a hacerlo ahora. No quería que se enfadase, aunque tenía motivos para hacerlo. Además, antes de nada, quería probar su sangre para estar seguro.
—Bueno, tío, ¿vas a decirme con quién demonios hablas? —le dijo la inmortal—. No me hagas tener que volver a preguntártelo.
—¿O qué? —replicó Paris—. ¿Me insultarás?
Winter abrió la boca y, a juzgar por el fuego que había en sus ojos, iba a decir algo fuerte, pero entonces miró a un lado y apretó los labios con gesto de desaprobación.
Vaya. William había decidido unirse a la excursión.
—Otra vez tú —protestó la inmortal.
—Lo sé —dijo el guerrero con un suspiro—. Tienes mucha suerte de poder verme dos veces en el mismo día. Te sientes muy honrada por mi presencia y todo eso. Ya me lo han dicho muchas veces. Pero mejor sigamos nuestro camino. No llevo bien los cumplidos.
Winter le mostró una boca de dientes afilados que hizo que Paris la mirara dos veces. ¿Era un vampiro? Sabía que existían dichas criaturas y que a William le gustaba acostarse con ellas, pero él nunca había visto a ninguna personalmente.
—Sienna tiene hambre, así que hay que encontrar la cocina —anunció Paris—. Vamos...
De pronto la inmortal dio un paso atrás y cayó al suelo de espaldas. Tenía la cara pálida y seguía apartándose hacia el fondo de la habitación, a rastras. Farfullaba algo sobre sombras y dolor. De las otras habitaciones llegaron sonidos parecidos.
Sienna le clavó las uñas en el brazo a Paris.
—No, no, no, no —dijo, estremeciéndose.
—¿Qué? —preguntó él, asustado. Le dio la vuelta para hacer que lo mirara—. ¿Qué ocurre?
—Vienen hacia aquí —respondió ella, con el horror reflejado en los ojos.
—¿Quién?
—Las sombras. El dolor.
—No entiendo nada.
—Creo que yo sí —dijo William sin el menor atisbo de comicidad o de presunción—. Y, si es lo que pienso, tenemos un buen problema, Paris —jamás le había oído hablar con tal solemnidad—. No te separes de tu chica porque no sé si podremos salir de esta.