Capítulo 7
A la mañana siguiente, Paris observaba desde lo alto de un acantilado el Reino de Sangre y Sombras, todo su cuerpo preparado para la guerra. Por fin había llegado a su destino, oculto en un apartado rincón de Titania, con una entrada invisible para todos excepto para William. ¿Quién iba a pensarlo? El chico servía para algo.
Ahora podría encontrar a Sienna.
La furia hacía que le hirviera la sangre, una furia que llevaba demasiado tiempo frenando. Los músculos le quemaban y le vibraban los huesos; necesitaba actuar, hacer daño a alguien. A muchos.
Pronto.
Soplaba el viento, pero no conseguía desvanecer la gruesa mortaja de neblina que lo envolvía y se le colaba dentro. El olor a cobre inundaba el aire y dejaba una película de humedad en todas partes, incluyendo su nariz. A lo lejos, por todas partes, se oían gritos ahogados de dolor. En el cielo, la luna era un garfio amarillento con los extremos deshilachados, deshaciéndose en una noche cruel. Abajo, un océano de lágrimas de color carmesí que, con su movimiento, creaba una segunda sinfonía de angustia y dolor.
Y allí, en medio de todo, se alzaba un oscuro castillo que parecía salido de una pesadilla. Sus muros de piedra estaban cubiertos por hiedra trepadora, con hojas que parecían arañas. El tejado tenía varios picos, en cada uno de los cuales había clavado un cuerpo, atravesado por el corazón, desangrándose sobre los cristales de todas las ventanas del edificio. Las esquinas y balcones estaban rematados con gárgolas de distintos tamaños.
Gárgolas que en cualquier momento adquirirían vida.
Unas sombras escurridizas se movían alrededor del edificio, sin rozar siquiera los muros del castillo. Mantenían cierta distancia como si una barra de hierro se lo impidiera. Paris tenía la impresión de que, en cuanto oyeran la señal, se liberarían y empezarían a atacar a todo aquel que se encontrase cerca.
—Está dentro —les dijo a sus compañeros de viaje—. Lo sé.
Quería entrar, estaba desesperado por entrar a golpe de puñal, pero no iba a hacerlo. Todavía no. Antes tenía que disponer de información.
La muerte dependía de los detalles.
—Me alegro mucho, pero, ¿puedes decirme qué hago yo aquí? —le preguntó William, rascándose la cabeza, situado a la izquierda de Paris y vestido como si fuera a desfilar por una pasarela en lugar de enfrentarse al enemigo. Traje de seda, ni una sola arma y un bote de suavizante en el bolsillo. Sí, otra vez el suavizante, para puntas abiertas, porque se había dañado el pelo en una pequeña excursión al Infierno. Por eso ahora llevaba siempre encima todo el «tratamiento diario necesario».
Cada vez que oía su voz, Sexo ronroneaba como un gatito. Era asqueroso.
—Aún estoy recuperándome de un tremendo trauma físico y emocional —añadió William.
Era cierto que había estado a punto de no salir con vida de esa incursión al Infierno, pero tampoco era tan traumático que unos demonios hambrientos y sedientos de sangre le hubiesen hincado los dientes y le hubiesen apedreado.
—No sé, puedes considerarlo como un castigo por abandonar a Kane —le dijo Paris.
¿A cuántas gárgolas iba a tener que enfrentarse? Haciendo un cálculo rápido, había cincuenta y nueve en la fachada principal y probablemente otras tantas en la parte posterior. La mitad de ellas eran grandes como dragones, pero había algunas tan pequeñas como ratas.
Como seguramente le habría dicho William, no siempre importaba el tamaño. ¿Cuál de esas criaturas sería más peligrosa?
—Yo no lo abandoné exactamente —aseguró William al tiempo que se quitaba un hilito del hombro—. Me apedrearon, y cuando desperté estaba en un hotel de Budapest. Estaba muy confuso. Pensé que alguna dama demoníaca, ardiente de pasión, había visto mi impresionante cuerpo y nos había rescatado, pero que a Kane se le había ocurrido apartarla de mi atractivo animal y se la había llevado a tomar un café, sin darse cuenta de que lo único que estaba haciendo era darle fuerzas para el maratón sexual que la esperaba. Conmigo, claro, por si no ha quedado claro.
Paris ni siquiera se molestó en menear la cabeza. Sin duda, William era el equivalente masculino de Viola.
—En realidad estás aquí porque le debes un favor a Paris —aclaró Zacharel, situado al otro lado de Paris. La nieve había parado un poco. Había ocurrido en cuanto habían entrado en aquel reino, Zacharel seguía llevando la túnica, pero se había atado multitud de puñales y espadas a su musculoso cuerpo, convertido en guerrero—. Pero sobre todo estás huyendo de tu novia.
William lo miró con rabia.
—Primero, yo no le debo ningún favor a nadie y segundo, no tengo novia. ¿Te has enterado, cretino con alas?
—¿No? —le preguntó Zacharel inocentemente, sin dejarse ofender por el insulto—. ¿Qué es entonces para ti la joven Gilly?
Gilly era una humana que se había enamorado de William. El guerrero aseguraba que solo eran amigos, pero si alguien podía descubrir el deseo en una mirada, ese era Paris. Y estaba claro que William deseaba mucho a esa chica. Lo que era sorprendente era que aún no hubiese hecho nada al respecto. Solo la había mimado y consentido, por eso Paris no la había destruido; Gilly ya había sufrido demasiado en su corta existencia sin tener que sufrir el letal encanto de William.
William respondió con un susurro, peligroso como un rayo, letal como el filo de una daga.
—Estás a punto de probar el sabor de tu propio hígado, amigo mío.
—Ya lo he probado —respondió Zacharel con su monótona voz. La nieve empezó a caer, al principio en diminutos copos para luego ir tomando fuerza y aumentando de tamaño. A su alrededor se levantó un viento ártico—. Me pareció un poco salado.
¿Cómo se podía responder a eso? William tampoco debía de saberlo porque se quedó mirando al ángel con la boca abierta un rato.
—Quizá si le hubieses puesto un poco de pimienta... —dijo al fin.
Definitivamente, William tenía respuesta para todo.
—Ya está bien —intervino Paris.
Por el momento controlaba la fuerza oscura de su interior, pero eso podía cambiar en cualquier momento. Nunca había estado tan cerca de Sienna, de volver a verla, de poder tocarla; la impaciencia lo tenía en tensión. Era una estupidez. Lo sabía perfectamente.
En realidad no la conocía, solo había estado con ella dos veces. Sin embargo, cada vez que recordaba esos momentos tenía la certeza absoluta de que nunca había sentido esa conexión con nadie. Aún recordaba su voz delicada, un timbre suave y musical que lo había acariciado y provocado. Casi podía sentir su olor a flores silvestres y el tacto suave de su cuerpo, apretado contra él.
No podía evitar preguntarse si sentiría lo mismo por ella al margen del sexo. ¿Le parecería irritante? ¿Y ella... seguiría viéndolo como una personificación del mal, aunque ahora ella llevara un demonio dentro?
—Vamos a concentrarnos, señoritas —«eso también te incluye a ti», añadió para sí. Si podía evitar la vigilancia exterior de la fortaleza, llegaría dentro en perfectas condiciones—. Zacharel, quiero que me teletransportes al interior del castillo.
—No, no puedo.
Paris no se molestó en preguntarle por qué. Recordó una vez más que el ángel siempre decía la verdad, eso quería decir que realmente no podía hacerlo. La razón no importaba.
—¿William?
—Acabo de empezar a teletransportarme yo y, aunque lo hago muy bien para ser nuevo, por supuesto, aún tengo que familiarizarme con mis magníficos dones. Así que no puedo trasladarte a ninguna parte.
Paris respiró hondo.
—¿Se puede cruzar nadando?
—No. El agua es venenosa, pero lo más peligroso es que en ella viven demonios carnívoros —William señaló el desvencijado puente que conducía hasta la entrada principal, donde también había goteado el líquido rojo—. Tienes que utilizar el puente levadizo y dejar que sean los guardias los que te lleven. No hay otra alternativa.
—Nunca me he enfrentado a una gárgola —Zacharel meneó la cabeza, le cayó un mechón de pelo mojado de nieve sobre los ojos color esmeralda. Él no parecía notarlo—. Pero estoy seguro de que no tardarán en matar a Paris antes de dejarlo entrar.
William estiró los brazos como si fuera el único ser inteligente que quedara con vida.
—¿Y qué problema hay? El caso es que acabe dentro del castillo, que es donde quiere ir. Por cierto —añadió, parpadeando con unas pestañas tan largas que parecían de chica—, ese perfilador permanente que llevas es muy bonito. Serás un cadáver precioso.
«No dejes que te ofenda». Si lo hacía, no dejaría de burlarse de su tatuaje de ambrosía.
—Gracias.
—Pero el que más me gusta es el de los labios. Ese pequeño toque femenino te sienta de maravilla.
—Gracias de nuevo —respondió Paris entre dientes.
«Nos desea».
«Qué demonio tan estúpido».
William sonrió.
—A lo mejor luego podríamos enrollarnos. Sé que me deseas.
«¡Di que sí!»
«No quiero oír una palabra más o...».
—¿Paris? ¿William? —los interrumpió Zacharel—. ¿Me estáis escuchando?
—No.
Zach asintió, no parecía ofendido.
—Gracias por la sinceridad, pero creo que sufrís lo que los humanos denominan TDAD.
—Sí. Yo sin duda tengo un trastorno por déficit de atención por demonio.
—Bueno, cambiando de tema, porque yo tampoco hago caso al ángel —dijo William—. Dado que vamos a poner en marcha mi genial plan, vas a tener que bajar por el acantilado y subir al puente levadizo. Cuando llegues allí, las gárgolas adquirirán vida y te atacarán. Cuando más luches, más te morderán y arañarán. Así que si te quedas relajado, solo te harán unos cuantos rasguños antes de llevarte dentro. Al menos en teoría.
Estupendo. Pero si era a lo que se enfrentaba Sienna a diario, él no podía ser menos. Y si las gárgolas habían podido con ella...
Respiró hondo, el aire le quemaba la garganta y los pulmones. Estiró bien el cuello. La furia le corría por las venas, llegando a todos los rincones de su cuerpo. Iba a salvar a Sienna y a prender fuego a aquel castillo, con todas las criaturas que vivieran dentro.
Zacharel se cruzó de brazos, completamente cubierto de nieve. Se le había quedado el pelo blanco porque los copos no llegaban a derretirse antes de que cayeran más encima.
—¿Por qué sabes tanto sobre este castillo y los guardias que lo protegen, William?
—Es verdad —dijo Paris, examinando las gárgolas. Eran horrendas. Las grandes tenían alas, cuernos de carnero, colmillos largos como sables y seguramente igual de afilados y uñas como puñales... tanto en las manos como en los pies. Las pequeñas simplemente parecían hambrientas y seguramente infectadas de rabia.
—Puede que en otro tiempo fuera uno de los dirigentes del Inframundo y buscara todos los escondrijos de Cronos y sus seguidores con la intención de chantajearlos. O puede que haya visto el futuro y por eso supiera que algún día vendríamos aquí. También puede que las gárgolas fueran mis sirvientas y me llamaran Amo Ardiente.
Paris leyó entre líneas.
—Puede que una vez te tiraras a una gárgola que no sabía guardar secretos —si había alguien más promiscuo que Paris, sin duda era William.
William se encogió de hombros.
—Es posible.
Zacharel agitó las alas.
—¿Y por qué estás tan seguro de que tu Sienna está ahí dentro, demonio?
«No te dejes provocar».
—Porque sí —Arca, la diosa del harén de Cronos a la que había seducido, a la que había prometido liberar en cuanto hubiera rescatado a Sienna, le había dicho que solo había dos lugares donde pudiera estar. Si se encontraba en el otro lugar, su alma se habría marchitado y muerto en solo unos días. Así que tenía que estar allí—. Voy a provocar a esos guardianes —decidió, pensando en voz alta—. Pero no los haré enfurecer demasiado. Conseguiré que me lleven dentro para encerrarme y me liberaré antes de que vuelvan a por mí, encontraré a Sienna y escaparemos juntos. Así de simple.
Sí, claro.
—Yo me quedaré aquí para vigilar —propuso William, claramente satisfecho con la idea—. Si no vuelves en el tiempo que tarda el suavizante en penetrar en el cuero cabelludo, iré en tu busca —soltó una risilla—. Sí, he dicho penetrar.
Lo que había que aguantar.
—Conociéndote, no tardarás en olvidarte de mí y marcharte a un salón de belleza a que te hagan la manicura —lo cierto era que Paris no estaba seguro de si William lo protegería o lo apuñalaría por la espalda—. Así que, ¿sabes una cosa? Vas a venir conmigo. Zach se quedará aquí vigilando.
—A lo mejor llevas tanto tiempo viviendo en Hungría que no te has enterado de lo que te he dicho —así que se lo repitió en tres idiomas distintos—. Yo me quedo aquí y no hay más que hablar —William se pasó la mano por la melena y frunció el ceño al encontrar un mechón enredado. Sin dudarlo un momento, sacó el frasco de suavizante, se puso unas gotas en la mano y se peinó el pelo con los dedos hasta que volvió a estar suave y suelto—. Yo soy amante, no luchador.
—Vamos, sé que apuñalaste a tu propia madre después de que te diera a luz. Te advierto una cosa, si no haces lo que te digo, te seguiré el resto de tus días y te quitaré a todas las mujeres que te gusten.
Hubo una intensa pausa.
—Está bien —murmuró William después de un rato—. Iré contigo, pero solo porque necesito hacer un poco de ejercicio aeróbico.
Bien. Paris había hablado completamente en serio. No había llegado tan lejos para rendirse al primer contratiempo. Estaba dispuesto a mentir, engañar y acabar con quien fuera necesario hasta que Sienna estuviese a salvo.
Revisó todas sus armas. Los puñales estaban en sus vainas y las pistolas sin seguro.
—Supongo que sabes que no podrás matarlos con balas —le aclaró William—. Solo conseguirás hacerlos enfurecer.
—No me importa —las balas le ayudarían a ganar tiempo, y a veces eso era lo único que se necesitaba para alcanzar la victoria.
William le dio una palmada en el hombro que hizo vibrar a Sexo.
—Antes de nada, quiero hacerte una pregunta y no puedes mentirme. Es muy importante.
A Paris se le revolvió el estómago al pensar en lo que podría querer saber aquel depravado.
—Adelante.
—¿Me vas a pedir que te bese para darte suerte, fuerza o lo que sea que necesita ese demonio tuyo?
Con esa pregunta, el guerrero se ganó un gesto obsceno.
—¿Eso quiere decir que no?
Paris apretó los dientes para no responderle nada más.
—Permíteme que te ayude a bajar del acantilado —dicho eso, lo lanzó al vacío de un empujón.
Se oyó un golpe seco.
Sexo protestó con fuerza.
—Eso no ha estado nada bien —le dijo Zacharel, pero en su mirada había un brillo que Paris no había visto nunca. Parecía haberle hecho cierta gracia.
—¿Qué plan tienes? —le preguntó Paris.
—El tiempo lo dirá.
—¿Me esperarás aquí?
—Es posible.
Muy bien. Con la críptica respuesta del ángel en la cabeza, Paris se puso un puñal en la boca y comenzó a descender por la pared casi vertical de la montaña. De entre las grietas salieron ramas que lo tocaban, intentaban agarrarlo de las muñecas y de los tobillos. Se detuvo solo el tiempo necesario para defenderse; agarrándose a la roca con una mano, desgarró la rama más cercana con el cuchillo.
Enseguida lo atacó otra y tuvo que cortarla también. Estaban por todas partes, una le hizo una profunda herida en el brazo con el que se agarraba a la pared. El miedo y la impaciencia hicieron que se le detuviera el corazón durante un segundo. Bajó la mirada hacia el puente. No había otra alternativa.
Paris respiró hondo, cortó la rama que lo tenía agarrado, se impulsó con las piernas y se tiró. Al golpear el suelo, se quedó sin aire durante varios segundos.
No tardó en aparecer William, sangrando, gruñendo y con la ropa rasgada.
—¿Sabes todo el pelo que acabo de perder?
—Las matemáticas no son lo mío, pero supongo que mucho.
Le lanzó una mirada aterradora.
—Eres un sádico. Mi pelo necesita muchos cuidados y... ¡mira lo que has hecho! ¡Maldito seas! He destripado a hombres por mucho menos.
—Lo sé. Te he visto hacerlo —Paris echó un vistazo a su alrededor, al saliente de piedra en el que se encontraban, sobre el fiero océano que los rodeaba por todas partes. El puente levadizo estaba a solo unos metros—. No la pagues conmigo, pero me parece que a partir de ahora tendrás que describirte como calvo.
Vio cómo el fiero guerrero se ponía rojo de furia buscando una respuesta que darle.
Ya estaba bien de juegos. Había llegado el momento de la verdad. Pronto rescataría a Sienna.
Quizá después se quedara unos días con él y pudieran hacer el amor una y otra vez. Al menos por un momento podría fingir que tenían todo el futuro por delante.
Claro que también era posible que quisiera marcharse de inmediato y no hicieran el amor ni una sola vez. Entonces Paris se vería obligado a acostarse con otro en cuanto la perdiera de vista.
¿A quién quería engañar? Sienna no iba a quedarse con él ni un segundo. Había muchos obstáculos que se interponían entre ellos. Los demonios que llevaban dentro, para empezar. El hecho de que él se hubiese acostado con infinidad de personas o el que hubiese utilizado su cuerpo como escudo para salvarse, aunque hubiese sido inconscientemente. El que ella lo hubiese engañado para que bajara la guardia y así poder drogarlo y dejar que los Cazadores lo apresaran. Que se hubiese quedado mirando mientras lo torturaban. O que lo odiara.
Quizá cuando la salvara, Paris se diera cuenta de que no estaba hecha para él y quizá fuera él el que la dejara. Quizá descubriera que en realidad no podía volver a acostarse con ella. Que había cometido un error.
Todo eso era posible. Pero aún quedaba mucho para saber qué ocurriría.
—Uno de estos días despertarás y te darás cuenta de que te he afeitado —respondió por fin William—. Por todas partes.
—Las mujeres seguirán volviéndose locas por mí. Pero, ¿sabes una cosa? Lo que te he hecho no ha sido cruel, Willy —le dijo con una sonrisa en los labios—. Esto, sin embargo, sí lo es.
Lo agarró de la muñeca, le dio varias vueltas y finalmente lo lanzó hasta el puente. Varias cuerdas y tablones de madera cedieron al impacto. William se quedó allí tirado, intentando recuperar el aliento mientras miraba a Paris con verdadero odio. Desde los salientes del castillo, las gárgolas comenzaron a emitir sus gritos de guerra.