Capítulo 33

 

 

Sienna se encontró de pronto en una estancia de paredes blancas que se elevaban tanto que apenas alcanzaba a distinguir el techo abovedado en el que terminaban. Había retratos por todas partes, pero ningún mueble, solo unas columnas de mármol con algunos tallos de hiedra y pedestales con esculturas y otros adornos.

Se mordió la lengua hasta hacerse sangre para no gritar por la frustración y la confusión que le provocaba el que la hubiera llevado a aquel lugar desconocido.

—Estamos en la Sala de los Futuros —anunció Cronos extendiendo los brazos y girando sobre sí mismo con un aire de veneración—. Aquí es donde toma forma el destino y podemos encontrar un sinfín de posibilidades porque es aquí donde mi Ojo que Todo lo Ve deja registradas sus visiones.

—¿Un Ojo que Todo lo Ve? —seguía tan desorientada que apenas podía hablar.

—Es un ser femenino que ve todo lo que ocurre en el Cielo y en el Infierno, en el presente, el pasado y el futuro —pronunciaba las palabras con urgencia—. Cuando uno muere, otro ocupa su lugar, así que ha habido muchos a mi servicio a lo largo de los siglos. Su visión no tiene límites, ni en el tiempo ni en el espacio.

Sienna pensó que semejante poder debía de ser una bendición y una condena al mismo tiempo.

—Todo lo que ves aquí lo crearon mis Ojos.

Sienna se puso la rosa detrás de la oreja y se olvidó del mal humor mientras observaba el siguiente retrato. En él aparecía una imagen mucho más frágil de Cronos; tenía el cabello gris, la piel arrugada y llevaba una larga túnica blanca. Era el aspecto que tenía cuando ella lo había conocido, aunque en el cuadro además estaba sucio, magullado y encerrado.

—He aprendido que todo el mundo tiene varios futuros distintos y las decisiones que tomamos nos llevan hacia uno u otro. Acompáñame —le ordenó agarrándola del brazo para llevarla a otra parte de la enorme habitación—. Aquí hay algo que tienes que ver.

A cada paso que daba, los retratos cambiaban de sitio y adquirían una nueva disposición. Sienna no intentó apartarse de él; estaba aturdida y necesitaba el apoyo que le daba su mano.

—Estos Ojos no siempre comprenden lo que ven, ya que no pueden determinar el contexto en el que suceden las cosas que ven. No saben si están viendo el pasado o el futuro, ni cómo impedir que algo suceda o propiciar otra cosa.

—Así que uno tiene que adivinar la información —dedujo ella.

—Exacto —se detuvo y, con él, los cuadros de las paredes.

En el que tenía en ese momento delante había un sinfín de guerreros luchando a muerte. Allí estaba Galen, con las alas desplegadas y la espada bañada de sangre. Ante él se encontraba Cronos con un enorme corte en la garganta del que manaba multitud de sangre... su cabeza estaba a punto de caer rodando de su cuello.

A Sienna se le aceleró el corazón mientras observaba el resto de la pintura. También estaba Paris, observando todo lo que ocurría con los ojos abiertos de par en par. Estaba cubierto de sangre y tenía la boca abierta como si estuviese gritando.

—Este es uno de los futuros que me esperan —le explicó el rey—. Hace mucho tiempo, mi primer Ojo me avisó de que un guerrero con alas blancas me daría muerte algún día. Yo di por hecho que sería un ángel, pero después descubrí que había otros guerreros, como los Señores del Inframundo, que también podrían hacerlo. Luego mi nuevo Ojo pintó esto.

—¿Entonces por qué no mataste a todos los Señores? —preguntó Sienna, que sabía que alguien como Cronos ya habría considerado dicha idea—. Solo para asegurarte.

El rey avanzó un par de pasos, los cuadros volvieron a cambiar de posición.

—Aquí tienes la razón —se detuvo ante otra pintura—. Mira.

Sienna obedeció. En la imagen se veía a un joven Cronos sentado en un trono de oro macizo, detrás de él se encontraban los Señores del Inframundo con gesto de determinación. No había duda de que estaban protegiéndolo, incluso a costa de sus propias vidas. Sintió el deseo de alargar la mano y acariciar el rostro de Paris. Qué hermoso era. Y qué fuerte.

—Este es mi verdadero futuro —aseguró Cronos—. O más bien, lo que tengo que asegurarme de que ocurra.

—¿Cómo?

—La respuesta está en los dos guerreros que faltan.

Sienna observó bien la imagen.

—Falta Galen y... nadie más.

—¿Ves al guardián de la Ira?

—Claro. Aeron está justo...

—No hablo de Aeron. Él ya no es el guardián de ese demonio.

—¿Yo? —dijo con voz aguda.

—Sí. Tú eres la clave de ese futuro, Sienna.

—No lo entiendo —admitió, desconcertada. El ángel le había dicho que iba a obtener las respuestas que buscaba y que no debía fiarse de todo lo que escuchase. Tenía la sensación de que hubiese pasado una eternidad desde que se lo había dicho y ya no estaba segura de qué debía creerse y qué no—. ¿Cómo que soy la clave?

—Observa bien la parte de abajo del cuadro.

Ella se inclinó sobre la pintura. En la parte inferior, rodeada de gente, había una mujer de perfil. Tenía pecas en la nariz, las mejillas y en la barbilla... Sienna abrió los ojos de par en par. Era ella. Esos rasgos eran los suyos. Aquella mujer tenía el pelo castaño y ondulado, exactamente igual que ella, y unas enormes alas negras. A sus pies, arrodillado, había un hombre que se abrazaba a sus piernas como si le fuera la vida en ello.

Era Galen. Sí que estaba en el cuadro, entonces.

—Hace siglos, cuando el Ojo me habló de mi muerte, también me dijo que había una manera de salvarme... para ser exacto, me dijo que había una mujer que podría ayudarme a evitar dicha muerte. Busqué a esa mujer por todas partes, pero no apareció y acabé por perder la esperanza.

Sienna pensó que estaba a punto de escuchar algo que no le iba a gustar. No hacía falta ser un genio para darse cuenta.

—Pasaron muchos años, yo acabé en prisión cuando los malditos griegos conspiraron con mi mujer, a quien después traicionaron. Yo sabía que conseguiría escapar porque eso también me lo habían anunciado, pero los griegos eran demasiado tontos como para creérselo. Cuando por fin recuperé el trono que me correspondía legítimamente, busqué a los Señores con la idea de destruirlos antes de que ellos me destruyeran a mí.

Hizo una pausa y suspiró.

—Pero llevaba tan poco tiempo en el poder, que la idea de matarlos y liberar a sus demonios no me pareció adecuada, pues solo serviría para ganarme más enemigos. Es más, me gustaba la idea de controlar a los guerreros de Zeus y utilizar a aquellos que él había creado para que me hicieran el trabajo sucio mientras buscaba entre ellos a aquel que tenía el poder de matarme. Y no me arrepiento en absoluto de mi decisión, porque esos Señores me han sido de gran utilidad. Por eso sé que el futuro que tienes delante, en el que aparezco reinando en armonía con los guerreros como ejército personal mío, ya está en camino.

Hizo una nueva pausa durante la que Sienna ni siquiera parpadeó.

—Pero aún queda el problema de mi ejecución... y de mi salvación. Cuando había perdido la esperanza de encontrarte, apareciste por fin: una mujer que no pertenecía a ninguno de los bandos de la guerra y al mismo tiempo estaba unida a ambos. Una mujer que prometió lealtad a Galen, pero que ahora siente un innegable interés por Paris. Una mujer con el poder de cautivar a un guerrero, incluso estando muerta, y acaparar todos sus pensamientos y sus acciones.

Al oír eso, Sienna no pudo evitar menear la cabeza.

—Claro que sí. Paris no pensaba en otra cosa que no fueras tú, eso fue lo que atrajo mi atención hacia ti. Nunca antes me había fijado en un humano, pero tenía que descubrir por qué te deseaba tanto. Fue entonces cuando me di cuenta de que eras la mujer que había pintado mi Ojo. Eres igual que la del cuadro y tu pasado coincide con el de la mujer que me salvaría. Todo eso solo puede significar una cosa. Tú eres mi salvación.

—A mí no me importa tu salvación —murmuró.

—Lo sé. Pero sí que te importa la de Paris y, si Galen muere, también lo hará él —con un movimiento de mano hizo aparecer otro retrato, en él aparecían Galen, Paris y algunos otros Señores hechos pedazos sobre un charco de sangre.

Se le encogió el corazón al ver aquella imagen.

—Volvamos pues a tu papel de salvadora... mía y de Paris. En el fondo da lo mismo porque los dos caminos te conducen a Galen. Deberías darme las gracias —siguió diciéndole Cronos—. Yo te di a Ira y te hice lo bastante fuerte como para sobrevivir a cualquier cosa que quiera hacer contigo el guardián de la Esperanza —clavó su mirada en ella, lo que hizo aumentar el aturdimiento de Sienna—. Galen adora el poder y tú debes convertirte en su compañera.

—No —estalló, casi a modo de súplica.

Pero él prosiguió sin piedad.

—Gracias a tu demonio sabrás quién le miente, quién le ofrece apoyo pero en realidad lo odia, y los detendrás antes de que puedan hacerle daño.

¿Primero le pedía que se acostara con él y ahora que lo protegiera?

—¡No! ¡Yo también lo odio!

—No he dicho que tengas que quererlo para llevar a cabo tu cometido. Solo tienes que pensar en lo que ocurrirá si no lo haces. Paris morirá.

No. No, no, no.

—¿Qué ha sido de lo de descubrir los secretos de Paris y traicionarlo? —la furia adquirió vida dentro de ella—. ¿Qué ha sido de lo de encontrar a mi hermana? ¿Por qué quieres que lo proteja si su destino es matarte?

En los ojos de Cronos apareció también el brillo rojo de la furia.

—Digamos que tengo mis motivos y mis planes. Así que escucha con atención. Solo hay dos alternativas de futuro para mí y, por tanto, para el mundo. La primera es que reine por toda la eternidad y, la segunda, es que me maten, con lo cual, también mi esposa moriría. Si ambos desaparecemos, reinará el caos y los Señores morirán —movió el dedo y los cuadros empezaron de nuevo la danza.

Frente a ella apareció otra pintura que hizo que se le quedara la boca seca. Había ángeles, multitud de ellos, con lágrimas de sangre que les caían de las alas. Hombre y mujeres vestidos con togas luchaban a muerte con los ángeles guerreros.

A sus pies yacían todos los Señores, cubiertos de sangre, despedazados... sin vida. Sienna sintió ganas de llorar, de derrumbarse.

—Respondiendo a tu pregunta —siguió diciendo Cronos—, sí que quiero conocer los secretos de Galen y también quiero que lo traiciones, pero para que eso ocurra, necesito que lo protejas también. Como ya te he dicho, tengo mis motivos y mis planes y debería castigarte por atreverte a cuestionarlos.

Sienna solo podía pensar en que Paris pudiera morir. En Paris muerto. En la posibilidad de que Paris desapareciera para siempre.

Cronos continuó hablando:

—Antes de que pienses que mi infiel esposa hizo bien en conspirar con otros para encerrarme, o de que se te ocurra idear algún plan para hacer que mi esposa reine sola... —su voz se tornó grave y áspera— debes saber que será la asesina de tu hermana la que controle el destino de tu mundo.

Sienna giró la cabeza hacia él con incredulidad, furia y horror. Acababa de decir que... había dado a entender que...

—Pero me dijiste que estaba viva —le recordó con la voz quebrada.

—Y lo estaba.

Ira eligió ese momento para pronunciarse y su voz la sacudió por dentro. «Aquí está pasando algo que no me gusta».

Sienna se sobresaltó. No era la primera vez que le hablaba, por supuesto, pero normalmente se limitaba a darle órdenes en una sola palabra como «castiga, mata».

«¿Está mintiendo?». Era lo que había sugerido Zacharel. «Por favor, dime que miente».

«No lo sé. Ahora mismo no sé absolutamente nada».

De sus labios salió un quejido.

—He estado haciendo averiguaciones. Skye se unió a los Cazadores y se convirtió en una de ellos —aseguró Cronos—. Quizá lo hiciera por el mismo motivo que tú, para reparar el daño que había supuesto su secuestro. Podrías haberla conocido, incluso hablado con ella, sin saberlo, ya que la última vez que la viste no era más que una niña. Y ella tampoco te habría reconocido a ti. Finalmente se alejó de ellos, pero estaba casada con un Cazador. Estaba intentando sacarlo a él también. Pero... murió con él.

—No —era demasiado. No podía asimilarlo todo.

—Cuando Rhea se enteró de que tú, mi salvadora, buscabas a la muchacha, se hizo con ella —apartó la mirada antes de añadir—: Hizo que la mataran.

Ira protestó de nuevo. «Hay algo que no me gusta».

—Mientes. Tienes que estar mintiendo —le temblaban las rodillas hasta el punto de que le costaba mantenerse en pie. No podía creer que hubiese estado tan cerca de Skye y no se hubiese dado cuenta... y que ya no fuese a tener la oportunidad de encontrarla—. Demuéstramelo. Demuéstrame que... que se ha... ido —consiguió decir con un nudo de dolor en la garganta y lágrimas en los ojos.

—De acuerdo.

Delante de ella apareció un extraño brillo y luego, como si se abriera un agujero mágico en el aire, vio una habitación y una muchacha de cabello negro en el suelo, con un tajo en la garganta. Yacía junto a un hombre que había sufrido la misma suerte que ella, bajo ellos, un charco de color carmesí que se oscurecía en los extremos.

Sienna hizo un esfuerzo por controlar las náuseas. ¿Cuántas imágenes como aquella, de personas queridas para ella, tendría que ver? Trató de reponerse y de pensar con claridad. No recordaba haber tenido trato alguno con esa muchacha durante el tiempo que había estado con los Cazadores, pero claro, había cientos, si no miles, de campamentos y ella jamás había tenido acceso a los datos e identidades de todos los miembros.

—Esa no es ella —aseguró meneando la cabeza con violencia—. Mi hermana tenía el pelo rubio.

—Y esa chica también. Es evidente que ese no es su color natural, solo hay que verle las pestañas.

Sienna la miró con más detenimiento. Tenía unas largas pestañas castañas y los ojos del mismo color.

«Enna, cuando crezcas y te cases, ¿seguirás queriéndome?», le había preguntado una vez y se había quedado esperando la respuesta batiendo sus pestañas castañas.

«Siempre te querré más que a nada y a nadie».

—No —tenía los labios gruesos, rosados y tan grandes como los de Sienna. Unos rasgos delicados, la barbilla pronunciada—. No —sintió en el estómago el ardor ácido del dolor y la cólera.

—Sí. Cuando la... encontré así, me colé en su mente, en sus recuerdos. Es tu hermana, Skye.

—¡No!

Su hermana... muerta en un charco de sangre. Muerta para siempre, como le ocurriría a Paris. Ya no era una niña, sino una mujer. Pero estaba muerta. Las palabras retumbaron en su mente, llenándola de horror. Se había ido para siempre.

«¿De verdad es ella?», le preguntó a Ira.

«Sí. Veo su vida y apareces tú, pero no consigo ver su muerte. ¿Por qué no puedo ver su muerte?».

Sienna solo escuchó la afirmación. Skye estaba muerta. Muerta. Su preciosa hermana.

—Devuélvemela —apartó la imagen del aire y agarró a Cronos de las solapas de la chaqueta—. Haz que vuelva de la muerte igual que lo hiciste conmigo.

—No siempre es tan sencillo, ni siquiera para mí —había culpa en su voz y en su rostro.

«Es extraño, muy extraño».

«¡Ya está bien!».

—Se supone que eres el rey de los dioses —Sienna zarandeó a Cronos con todas sus fuerzas—. El jefe de los Titanes, el carcelero de los griegos, el líder de los Señores del Inframundo. ¿Qué es una simple alma mortal comparado con todo eso? Devuélvemela.

—Hay ciertas reglas sobre la vida y la muerte que incluso yo debo acatar.

—Su alma...

—Es insalvable.

—No te creo.

—Eso no cambia nada.

—¡Hijo de perra! —movió la mano sin pensar, como si tuviera voluntad propia, y le dio una bofetada tan fuerte que no le habría sorprendido que le hubiese levantado la piel—. Me mentiste. Dijiste que Galen la tenía prisionera.

Al ver que no respondía, ni se apartaba para defenderse, Sienna atacó de nuevo.

—¡Me mentiste!

—Lo hice para asegurarme de que me obedecías y de que Galen estaba bajo control —admitió por fin—. Sabía que no lo matarías si creías que solo él sabía dónde estaba tu hermana. Y ya te he dicho que tengo mis motivos para querer que esté protegido, al menos por el momento. Pero lo cierto es que Galen nunca la tuvo prisionera y ella nunca tuvo un hijo suyo.

Otra bofetada con la que podría haberse roto algún hueso de la mano. Pero él la recibió sin protestar.

—Puede que también estés mintiendo al decir que ha muerto. Eres capaz de cualquier cosa con tal de salirte con la tuya.

«Hay algo extraño, pero sí que está muerta».

En un abrir y cerrar de ojos, Sienna se encontró en la habitación que le había mostrado Cronos. A sus pies, el cuerpo sin vida de la muchacha. Podía sentir el olor metálico de la sangre, el hedor de la muerte. Allí, frente a la fatalidad, vio claramente el parecido con su madre.

Con la madre de ambas.

Ira siguió protestando, asegurando que había algo extraño que no le gustaba. No sabía lo que era y Sienna no tenía fuerzas para razonar. El dolor le había cortado la respiración y le nublaba la mente. Sentía puñales de fuego clavándosele en el pecho.

Todo desapareció a su alrededor al agacharse y apretar el cuerpo de la muchacha contra sí, hasta que su corazón latía para las dos. Las lágrimas empezaron a caer por fin de sus ojos en una catarata de dolor inagotable.

—Voy a llevarte de vuelta al castillo —le dijo Cronos con la amabilidad con la que se hablaba a un niño—. Tendrás tiempo de asimilar todo lo que ha ocurrido. Los recuerdos dejarán de atormentarte y podrás salir del reino si así lo quieres. Tienes mi palabra. Pero volveré a buscarte, estés donde estés, y entonces tendrás que ayudarme. Ahora que has visto de lo que es capaz mi esposa, la jefa de Galen, creo que estarás dispuesta a hacerlo, ¿verdad?

La seducción más oscura
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