Capítulo 4
La presencia de Lucien, poseído por el demonio de la Muerte, tenía una enorme fuerza a pesar de la neblina que lo envolvía. Igual que Viola, Lucien podía teletransportarse de un lugar a otro con solo pensarlo. Tenía el cabello alborotado y los ojos, uno azul y otro marrón, llenos de preocupación. También tenía las mejillas manchadas y llevaba la ropa rasgada.
—Dado que te dije que no vinieras a buscarme hasta que te enviara un mensaje, deduzco que no has venido por eso —Paris se llevó las manos a los puñales, solo por costumbre—. Será mejor que me lo digas cuanto antes.
Lucien miró a Viola.
—Antes deshazte de ella.
La aludida se puso en tensión.
—De eso nada. No soy una cualquiera que se pueda dejar así como así cuando... Oye, tú eres el hombre de Anya —la indignación desapareció de su voz y de su rostro—. ¡Hola! Yo soy Viola. Aunque supongo que ya lo habrás imaginado porque mi reputación me precede y seguro que Anya te ha hablado de mí miles de veces.
Conocía a Anya, la diosa de la Anarquía. Una mujer con más pelotas que la mayoría de los hombres... porque se las había cortado a aquellos que habían sido tan tontos como para entrometerse en su camino y las tenía de recuerdo. Era lógico que Viola la conociera. Quizá fueran diosas menores, pero desde luego eran las dos una molestia mayor.
Lucien frunció el ceño.
—No, nunca...
—Deja de hablar de ti —se apresuró a decir Paris, antes de que su amigo ofendiera a la egocéntrica de Viola. Le hizo un gesto que Lucien entendió de inmediato.
—Sí, siempre habla de ti —mintió.
Viola se echó a reír.
—No hace falta que me digas algo tan obvio. Sé lo mucho que se habla de mí.
—Deberías poner algo sobre el hombre de Anya en Screech —le sugirió Paris—. Cuenta cómo es o cuelga una foto.
Ella lo miró con gesto serio.
—Yo solo cuelgo fotos mías, para que mis seguidores no se enfaden. Pero claro que voy a hablar de él. Las descripciones son otra de las cosas que hago de maravilla —sacó el teléfono y comenzó a teclear— ... pelo negro azulado, ojos de color chocolate. Está frente a mí...
Paris miró a la cara a Lucien, que parecía no entender nada.
—Está poseída por el Narcisismo, solo presta atención cuando se habla de ella. Así que puedes hablar con total libertad.
Lucien volvió a mirar a Viola con los ojos abiertos de par en par.
—¿Otra poseída? ¿Cómo las has encontrado? ¿Y por qué no está...? Da igual. Ahora mismo eso no importa —volvió a concentrarse en Paris—. He venido porque Kane ha desaparecido.
Paris volvió a sentir el estómago revuelto y el vómito en la garganta.
—¿Cuándo?
—Hace unos días. William y él estaban juntos, alguien los capturó y se los llevó al Infierno para ejecutarlos. Puede que fueran Cazadores, o puede que no. Otro grupo atacó a los que los habían capturado. William dice que la cueva en la que estaban se derrumbó y que perdió el sentido antes de que esos hombres pudieran hacerle nada. Cuando volvió en sí, estaba en la habitación de un hotel de Budapest. No había ni rastro de Kane.
Paris se pasó la mano por la cara.
—¿Kane... sigue vivo? —le costó pronunciar la ultima palabra, incluso pensarla. Si habían matado a su amigo mientras él se dedicaba a otra cosa, no podría perdonárselo nunca.
—Sí. Tiene que estarlo.
Porque ninguno soportaba la idea de perderlo.
—¿Estás reuniendo gente para buscarlo?
—A eso he venido.
—¿A quién tienes?
—Amun, Aeron, Sabin y Gideon.
Todos ellos eran luchadores feroces, los que Paris querría que lo buscasen si fuera él el desaparecido. Los únicos que podrían hacerlo mejor serían Jason Voorkees, Freddy Krueger, Michael Myers y Hannibal Lecter.
Amun albergaba al demonio de los Secretos y no había guerrero mejor; en pocos segundos era capaz de obtener información que uno llevaba años ocultando. Así que averiguar el paradero de Kane no sería problema para él.
Aeron había sido el guardián de la Ira hasta que lo habían decapitado y su alma había recibido otro cuerpo. Entonces su demonio había poseído a Sienna. Incluso sin su lado oscuro, Aeron disfrutaba haciendo gritar a sus presas antes de matarlas. Haría pagar al que hubiese hecho daño a Kane.
Sabin albergaba la Duda y era un guerrero con una fuerza y una determinación inigualables, por no hablar de una vena cruel que hacía que hasta los más duros criminales se manchasen los pantalones de miedo. Sabin se colaba en la mente de sus enemigos y les recordaba sus debilidades hasta destrozarlos por el peso de la culpa y las autorecriminaciones, momento en que los asesinaba con una sonrisa en los labios.
Por último, Gideon estaba poseído por el Guardián de las Mentiras. Tenía el pelo teñido de azul, el cuerpo lleno de piercings y tatuajes y un afilado sentido del humor. Su juego preferido consistía en lanzar a su demonio al cuerpo de su enemigo y sentarse a disfrutar viendo cómo el humano se destruía a sí mismo, consumido por el mal.
Paris casi sentía lástima por el que se hubiese llevado a Kane.
Casi.
—¿Te apuntas? —le preguntó Lucien.
—Pues... —deseaba decir que sí. Quería mucho a sus amigos, más de lo que se quería a sí mismo, probablemente incluso más de lo que se quería Viola a sí misma. Por cierto, seguía tecleando, contando en la red que el Señor de la Muerte la encontraba más atractiva que a la diosa de la Anarquía.
Sus amigos habían luchado junto a él, habían sufrido por él y siempre lo habían respaldado. Cualquiera de ellos estaría dispuesto a dejarse disparar por él. Eran capaces de matar, incluso de dejarse matar por él. Pero...
—No puedo —dijo, sin saber si podría perdonarse por ellos—. Al menos ahora mismo. Hay algo que tengo que hacer antes.
Había llegado muy lejos para echarse atrás.
Lucien asintió sin titubear.
—Lo entiendo —no intentó hacerle cambiar de opinión, ni dijo nada para que se sintiera culpable; no podría haber un amigo mejor que él—. ¿Quieres que te ayude en tu misión? —añadió, y eso sí hizo que Paris se sintiese culpable—. Si vas a enfrentarte a algo peligroso, puedo llamar a William.
William era el mejor amigo de Anya, alguien a quien Lucien querría ver con un puñal clavado en la espalda. Y otro en el corazón. Y otro en la entrepierna. Willy no llevaba dentro ningún demonio, pero, por lo que decían, era hermano del mismísimo diablo y pariente de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.
No le tenía miedo a nada, pero lo mejor era que cualquier criatura malévola le tenía miedo a él.
—Tráemelo —le dijo Paris—. Me debe una —porque William había permitido que Cronos se llevara a Sienna sin luchar. En opinión de Paris, debía ser su esclavo de por vida.
—Hecho —Lucien miró de nuevo a Viola, inmersa en la tarea de escribir—. ¿Qué hacemos con ella? No podemos dejar que ande por ahí sola. Seguro que Cronos y los Cazadores estarían encantados de llevársela.
Cronos odiaba a los Cazadores y los Cazadores odiaban a Cronos. Ambos iban en busca de todos los seres inmortales poseídos por los demonios con la intención de reclutarlos, para lo cual no dudaban en utilizar toda la fuerza de la que disponían. A Paris le gustaba la idea de molestar a los dos bandos al mismo tiempo.
—Llévatela —le pidió a su amigo al tiempo que le ponía la mano en el hombro a Viola para sacarla de su ensimismamiento.
Pero lo que hizo fue sobresaltarla y, en un abrir y cerrar de ojos, pasó de ser una criatura de aspecto angelical a adoptar el aspecto del demonio que llevaba dentro. Le aparecieron dos cuernos en la cabeza, escamas rojas en la piel y los ojos empezaron a brillarle como dos rubíes radioactivos. De su boca salieron unos enormes colmillos y sus uñas se transformaron en garras. El olor a azufre sustituyó al aroma a rosas y adquirió tal fuerza que a Paris empezaron a picarle los ojos y oyó gritar a su propio demonio como un recién nacido.
Cuando quiso darse cuenta, Paris tenía sus garras clavadas en la muñeca y no pudo evitar que lo lanzara por los aires contra la pared del callejón, un muro de ladrillo macizo.
Se quedó sin aire en los pulmones y tardó un rato en volver a ver con claridad. Cuando por fin lo consiguió, comprobó que Viola volvía a ser Viola, toda belleza e inocencia.
—Uy —dijo riéndose—. No se puede tocar la mercancía. Dime, ¿querías algo de mí?
Lucien observaba la escena sin parpadear.
—Esto va a ser divertido.
—¿Te importa irte con Lucien? —le preguntó Paris mientras se ponía en pie y trataba de respirar sin que le doliera todo el cuerpo. Lo peor era que se le había abierto la herida del cuello. Con un solo golpe, Viola le había hecho más daño que los tres amigos con los que se había enfrentado en el bar—. Él te llevará con Anya y así podréis poneros al día —había creído que podría obligarla, pero ahora estaría dispuesto a suplicar si era necesario.
—¿De verdad? —preguntó Viola, entusiasmada, antes de lanzarse en los brazos de Lucien—. ¡Claro que me voy con él! Pero solo si me prometes que antes pasaremos a buscar a mi mascota, la princesa Fluffikans. Debo advertirte que vas a acabar enamorándote locamente de mí y que le romperás el corazón a Anya.
Era más probable que alguno de los guerreros acabara en la cama con ella, pero no era el momento de decírselo.
Lucien miró a Paris mientras intentaba liberarse de sus brazos de pulpo, pero se alejó de allí sin protestar. Paris se marchó también. La Muerte podría seguir su rastro fácilmente.
Ahora debía hacerse unos tatuajes.
El mundo de los inmortales se parecía terriblemente al de los mortales. Titania era una metrópolis llena de centros comerciales y restaurantes, por lo que Paris no tardó en encontrar todo lo que necesitaba para hacerse los tatuajes, comprarse ropa y buscar un motel tranquilo. Parecía que a los inmortales también les gustaba alojarse en lugares discretos donde nadie descubriera sus secretos.
Mientras esperaba a Lucien, comió algo por pura necesidad y luego se alivió sexualmente para satisfacer las necesidades de su demonio. No había practicado el sexo en todo el día, por lo que el orgasmo fue como una inyección de fuerza. Pero era una fuerza que no duraría mucho, no como la adrenalina que generaba un encuentro sexual con otra persona. Pero bueno, tendría que conformarse con lo que tenía.
Después se dio una ducha para limpiarse la sangre y las otras muchas cosas que le habían quedado en la piel. Había matado a muchos seres humanos a lo largo del día. Sobre todo hombres. Los Cazadores estaban reclutando cada vez a más mujeres. Paris se preguntó qué habría pasado si se hubiese encontrado con Sienna en el campo de batalla, o si alguna vez hubiese intentado interrogarla.
Eso era lo que había tenido intención de hacer, si no hubiese muerto tan pronto. Eso sí, lo habría hecho después de acostarse otra vez con ella. Quería pensar que no le habría hecho daño, pero... desgraciadamente no podía saberlo. Sienna había sabido cosas que no debería haber sabido. Cosas como dónde estaba él, por qué estaba allí, cómo distraerlo, qué utilizar para drogar a un inmortal al que no le afectaban las toxinas humanas. Ahora sabía que había conseguido toda esa información a través de Rhea, esposa de Cronos y auténtica líder de los Cazadores. No creía que lo hubiese hecho hablando directamente con ella, sino infiltrándose en sus filas. En cualquier caso, la próxima vez que estuviese con ella no iba a perder el tiempo en interrogarla. La deseaba demasiado.
«Deseas ponerla a salvo, ¿verdad?», le dijo la sarcástica voz de Sexo.
Prefirió no pensar más en ello. Se miró al espejo. Había perdido algo de peso, tenía ojeras y la cara y el cuello llenos de arañazos. Él mismo se había cortado el pelo cada vez que un mechón le molestaba para ver, por lo que llevaba un peinado desigual y caótico. ¿Qué pensaría Sienna de él si lo viera así? En otro tiempo se había sentido atraída por él a pesar de todo. ¿Seguiría atrayéndola? En aquel momento tenía una imagen demasiado salvaje para cualquier mujer. Era mezcla de náufrago y víctima de un shock traumático.
¿Y si ocurría lo imposible y de verdad volvía a desearlo? ¿Y si deseaba que él la poseyera de nuevo? Después de todo, había escapado de la prisión de Cronos y había ido en su busca.
Paris sabía que no podía confiar en ella, que sería una estupidez bajar la guardia. Podría acostarse con ella, claro, si seguía excitándose al verla. El tiempo lo diría. Si era así, y creía que sí porque se excitaba solo con pensar en ella, quizá pudiera quedarse con ella unos cuantos días. ¿Bastaría eso para acabar de una vez con el deseo que sentía por ella? ¿O seguiría creciendo? ¿Podría dejarla marchar cuando todo acabara?
¿Y si era ella la que quería quedarse?
No había nada que deseara más que eso, pero, tal y como le había dicho Zacharel, tendría que renunciar a ella si no quería destruirla. No por los motivos que le había dado el ángel, sino porque si Sienna y él estaban juntos y se separaban por algo, Paris tendría que engañarla con otra persona. Tendría que hacerlo si no quería morir. Si tenía que elegir entre la vida y la muerte, siempre elegía sobrevivir aunque fuese engañando.
Lo sabía por experiencia porque ya había intentado mantener una relación con otra mujer. Susan. La había hecho suya, había sabido que no podría estar con ella de nuevo, pero había deseado algo más; había sentido algo más por ella... pero al final la había engañado y le había hecho mucho daño.
Si engañaba también a Sienna, destruiría todo lo que habían conseguido construir, además de su corazón, su confianza y su inocencia. Entonces merecería todo el mal que ella pudiera hacerle.
No había salida.
Pagó su frustración con el espejo. Lo hizo añicos de un puñetazo. Los cristales cayeron a su alrededor, junto con las gotas de sangre que goteaban de sus nudillos. Si seguía así, pronto acabaría cosiéndose a puñaladas a sí mismo como Reyes, que estaba poseído por el Guardián del Dolor. No le importaba. Daría cualquier cosa por tener que preocuparse solo por sus propias heridas.
Aunque lo cierto era que se había acostumbrado a pasarse el tiempo preocupado y preguntándose qué pasaría, hasta el punto que no sabía muy bien qué haría sin dichas preocupaciones. Se puso la ropa que había comprado, pantalones y camisa negra, porque donde iba siempre era de noche y necesitaba pasar desapercibido.
Hacía poco se había colado en el harén secreto de Cronos y había seducido a una de sus concubinas, a la que le había ofrecido sexo a cambio de información. Paris sabía que Sienna se encontraba recluida en el Reino de Sangre y Sombras, que, a pesar de formar parte de Titania, era un lugar invisible para la mayoría y estaba protegido por las fuerzas del mal. Entrar allí significaba morir y todas esas cosas.
Paris lo encontraría sin problema; era capaz de llegar a cualquier lugar mediante sobornos y amenazas.
Salió del baño y se sentó a la mesa con el material necesario para los tatuajes. Estaba impaciente por salir en busca del Reino de Sangre y Sombras.
Por suerte, Lucien no tardó en aparecer en la habitación.
—Me sentía culpable por cargarte con Will, así que te he traído un regalo.
La Muerte empujó a William hacia Paris y luego dejó paso a Zacharel, que era el «premio».
—La verdad es que he venido yo solo —matizó Zacharel con su voz fría.
—Muchas gracias —le dijo Paris a Lucien, sin hacer el menor caso al ángel—. De verdad.
«¡William, mi dulce William! Lo quiero para mí», dijo Sexo, casi babeando. Sexo siempre deseaba a William, algo que Paris jamás admitiría en voz alta.
—Siento no poder quedarme —se lamentó Lucien, bromeando—. Por cierto, la mascota de Viola, ha resultado ser un demonio de Tasmania que también es un vampiro. Tienes suerte de que me vaya sin rajarte el cuello —dijo el guerrero antes de desaparecer de nuevo.
Zacharel observó la habitación con evidente desagrado.
—¿Qué haces aquí?
—Esto es un basurero, tío —añadió William—. Cuando estoy en el Cielo, yo solo me alojo en el West Godlywood. Al menos podríamos pedir una suite.
De eso nada. Iban a hacer lo que él dijese, nada más.
—¿Por qué últimamente no deja de nevar a tu alrededor? —le preguntó Paris a Zach.
—Hay un motivo para ello.
Eso no era decir mucho.
—¿Vas a decírmelo?
—No.
—¿Estás siguiéndome?
—Sí.
Al menos no se molestaba en negarlo. Claro que tampoco habría podido hacerlo porque los ángeles solo decían la verdad y nada más que la verdad, lo que hacía que su amenaza de matarlo resultara aún más convincente.
—¿Por qué?
—Aún no estás preparado para oír la respuesta.
A Paris le encantaban esas contestaciones tan crípticas.
—Si vas a quedarte, al menos haz algo útil y termina de hacerme los tatuajes —necesitaba una mano firme para hacerse la raya de los ojos—. Después puedes ayudarme a acabar con unos cuantos sin preguntar quién son.
Zacharel lo miró con la misma intensidad con la que seguía nevando a su alrededor.
—Nunca he hecho un tatuaje. Es posible que te lo haga mal.
Aun así lo haría mucho mejor que William, de eso no había ninguna duda.
—Lo peor que puedes hacer es sacarme los ojos, pero eso no me preocupa porque volverían a crecerme. Tarde o temprano.
Zacharel seguía frunciendo el ceño y los segundos pasaban.
—Está bien, lo haré.
—Muy bien, angelito. Mientras, estaré en el baño —anunció William, que tenía el pelo empapado y solo llevaba una toalla alrededor de la cintura, lo que dejaba a la vista unos músculos capaces de competir con los de Paris y un tatuaje de un mapa del tesoro que conducía a los genitales de aquel salvaje. Con solo mirarlo, uno se maravillaba de que alguien pudiera sobrevivir a un encuentro con él. El que lo hiciera, necesitaría terapia. Y pañales—. Tengo que terminar de lavarme el pelo y ponerme el suavizante.
Quizá no fuera tan salvaje.
Daba igual. Paris nunca había estado tan cerca de encontrar a Sienna y de poder salvarla. Con aquellos dos guerreros a su lado, lo conseguiría. No había duda.