Capítulo 38

 

 

—Yo... mmm —fue todo lo que dijo Sienna.

—Vamos, pequeña —Paris le pasó las manos por el pelo—. Sé que tengo una personalidad horrible y un aspecto espantoso, pero ayúdame a conocerte mejor.

Sienna se echó a reír.

—No estoy de acuerdo con lo del aspecto espantoso.

—¿Pero con lo de la personalidad sí? Vaya, me ha dolido.

Respondió con una carcajada mayor.

—No creo que esto te ayude demasiado, solo a saber lo tonta que soy. Una vez intenté taparme las pecas con autobronceador y acabé pareciendo una zanahoria podrida.

—A mí me encantan tus pecas, tengo la fantasía de pasar la lengua por todas y cada una de ellas. Quiero más secretos —estaba ansioso por conocerlos todos.

Hubo una larga pausa y, cuando Sienna volvió a hablar, ya no había ni rastro de comicidad en su voz.

—El tipo con el que me iba a casar, bueno, iba a tener una hija con él, pero... —un escalofrío la hizo estremecerse—. La perdí. Perdí a mi pequeña y, después de eso, me vine abajo y él se marchó. Me trasladaron a otra división de los Cazadores.

—Sienna, lo siento mucho, pequeña.

Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero parpadeó hasta hacerlas desaparecer.

Nadie llegaba a recuperarse del todo de algo tan doloroso.

—Nunca me permito pensar en ella. Seguramente no esté bien, pero...

—Pero así puedes sobrevivir y seguir adelante. ¿Cómo se llamaba? —estaba seguro de que Sienna ya habría pensado un nombre para la pequeña.

Hubo otra pausa más breve.

—Rebecca Skye.

Paris recordó que Sienna le había preguntado si quería tener hijos algún día. Probablemente ella habría querido tener otro, aunque la herida de haber perdido a la primera nunca se cerraría. Pero los no muertos no podían tener hijos, lo que no sabía era si podían adoptar, quizá a algún niño con habilidades especiales. Anya había recorrido el mundo salvando a dichos niños de los Cazadores. Sienna sería una madre magnífica; cariñosa y feroz con cualquiera que intentara hacer daño a su prole.

—Seguro que está en el Cielo. No en el de Cronos, ni este, aunque no sé si esto es el Cielo, ni tampoco en el de Zacharel. Nunca se lo he contado a nadie, pero cuando morí, supe que había un lugar maravilloso en el que pasar la eternidad y otro terrible. Puede que Cronos sea mi lugar terrible, pero seguro que Rebecca está en otro sitio mejor, en el que reine un dios mucho mejor que Cronos y que la Deidad de Zacharel. No sé... Bueno, ahora quiero hablar de otra cosa, de algo más alegre.

Paris estaba dispuesto a darle esa alegría, aunque le habría gustado hacerle miles de preguntas sobre ese «lugar mejor», sobre su dolor y sus sueños.

—Me gusta ver películas románticas, de aventuras, de miedo, cualquier cosa que no tenga subtítulos. Esas cosas intelectualoides son un aburrimiento.

Después de oír una explicación tan encantadora, Paris le puso la mano en el trasero, el trasero más maravilloso del planeta, y se dio cuenta de que otra vez estaba excitado.

—Cuéntame más cosas —le pidió ella—. Yo también quiero saber cosas de ti.

—Te contaré todo lo que quieras saber —aseguró con total sinceridad.

—Tus amigos y tú... estáis muy unidos.

Esos mismos amigos le habrían dicho que Sienna intentaba sonsacarle información que luego podría utilizar contra él. Pero Paris sabía que no era así.

—Nos crearon juntos. Somos una familia.

—¿Os crearon?

—Sí. Zeus nos hizo con la sangre de sus mejores guerreros, acero, instintos y alguna cosa más.

—¿Entonces no tenéis padres ni madres?

—No.

—Lo siento. Tener familia de sangre no siempre es un lecho de rosas, pero suele ser reconfortante. Siento que no la hayas tenido.

—Supongo que eso ha hecho que estemos aún más unidos, aunque a veces sí que me he preguntado cómo habría sido. Después siempre pienso que todos ellos morirían por mí y me doy cuenta de que tengo todo lo que necesito.

—No es habitual que haya alguien capaz de morir por uno. Y si tienes a más de una persona, entonces es genial.

—Sí.

—Me alegro. En realidad es mejor que una familia.

Parecía triste.

—¿Tú no tienes a nadie así?

—No. Nunca lo he tenido.

Eso le rompió el corazón a Paris. «Yo moriría por ella», pensó. «Me lanzaría sobre una espada por ella».

—Ahora soy yo el que lo siento. Tú moriste por mí, y sin embargo yo... —vaya, no habían sido las palabras más acertadas.

Esperaba que Sienna se pondría en tensión, pero no fue así.

—Es cierto. Tienes mucha suerte.

No se había ofendido, más bien parecía estar bromeando. Eso hizo que a Paris volviera a rompérsele el corazón por ella.

—Cuando nos conocimos, me dijiste que estabas escribiendo una novela romántica —le recordó él—. Incluso tenías unas cuantas páginas, se te cayeron al chocar conmigo. ¿Era cierto? ¿Las habías escrito tú? Cuando me desperté y me di cuenta de que estaba encerrado, di por hecho que sería todo mentira, pero ahora que te conozco mejor, no estoy tan seguro.

—Las había escrito yo, sí. Me encantan las novelas románticas y es cierto que quería escribir una. Puede que algún día lo haga. Pero no creo que haya una editorial para autores no muertos.

—Bueno, ya tienes un lector. Me encantaría leer lo que has escrito y lo que escribas más adelante. ¿Me dejarás hacerlo?

Sienna se pasó la lengua por los labios, rozándole la piel también a él.

—¿Alguna vez... te has enamorado? —le preguntó, sin responder a lo que él le había pedido.

Paris lo dejó pasar.

—Una vez creí haberlo hecho, pero no salió bien. Alguna otra vez me quedé con alguna mujer después de haberme acostado con ella porque quería algo más. Incluso alguna vez he salido con mujeres sin acostarme con ellas, con la esperanza de tener una relación, pero entre medias tenía que acostarme con otras y eso hacía que me sintiera culpable y dejara de verlas hasta que desaparecía el sentimiento de culpa.

—Lo siento.

—No lo hagas. No es culpa tuya.

—Supongo que el hecho de que los Cazadores pongan en peligro a todos los que quieres no ayuda mucho.

—No, es cierto.

—¿Cómo llevas eso, el que siempre haya alguien persiguiéndote?

—No es fácil, no voy a mentirte. A veces llevamos las cosas al límite con las drogas, el alcohol, el sexo o el vicio que sea, pero siempre seguimos adelante y cuidamos los unos de los otros —sintió la tentadora caricia de su respiración—. Últimamente nos hemos vuelto bastante normales, con historias de amor y todo, mientras nos defendemos de nuestros enemigos, claro.

—Los Cazadores... a la mayoría les han lavado el cerebro. Nos dicen una y otra vez lo malos que sois, que todas las crueldades e injusticias que hemos sufrido son culpa vuestra y que nuestras vidas serían perfectas si desaparecierais. Nos muestran imágenes horribles de torturas, enfermedades y muertes. Van siempre directos a las debilidades de cada persona. En mi caso era mi hermana, por eso me decían que nadie secuestraría niñas pequeñas si no hubiera demonios.

Primero había perdido a su hermana y luego a su hija. Paris la abrazó fuerte.

—Siento mucho lo que le ocurrió —y que hubiera tenido que sufrir tanto en su cortísima vida, un sufrimiento al que él había contribuido—. Debería habértelo dicho la primera vez que me hablaste de ella, pero...

—Pero aún no nos fiábamos el uno del otro.

Le dio un beso en la sien.

—Siempre hemos sabido que los Cazadores nos observaban. Supongo que por eso sabías ese día que yo estaba en Roma y qué droga tenías que utilizar conmigo.

—Lo supe por Dean Stefano, mi jefe, a él se lo dijo Galen y a Galen, seguramente, Rhea, la esposa de Cronos. Es curioso, pero hasta después de morir, nunca comprendí bien esa cadena de mandos.

Paris se dejó llevar y le dio otro beso en la sien. Otra vez estaban hablando de cosas serias y a él no le importaba, pero no quería ir contra sus deseos.

—Voy a cambiar de tema, ¿te parece bien?

—Sí, por favor —respondió ella con evidente alivio.

—Sé que no has estado casada, pero, aparte del imbécil ese que te dejó... ¿alguna vez has querido casarte? —intentó preguntárselo como si no le importara demasiado, pero no pudo ocultar cierta ansiedad.

Ella reaccionó con sorpresa y Paris no sabía si eso era bueno o malo. Se sentó de golpe en la cama y apretó esos labios rojos que él había besado hasta hacerlos inflamar.

—Yo...

Tenía que ser valiente.

—Quiero que te cases conmigo —le dijo de golpe. Quería que estuviese unida a él igual que lo estaba él a ella, en mente, cuerpo y alma.

—Paris...

—No digas nada todavía —le pidió al tiempo que le pasaba la mano por el pelo—. Piénsalo —en el fondo lo que ocurría era que no quería volver a hablar de separarse de ella.

No iban a separarse, no había más que decir al respecto. No iba a dejarla escapar y estaba seguro de que tampoco iba a engañarla. Por mucho esfuerzo que le supusiera.

De ahora en adelante, su sexo solo tendría un hogar. Por supuesto que habría problemas y dificultades de todo tipo. Seguramente más de las que podía imaginar, pero prefería enfrentarse a dichos problemas con ella a estar sin ella y vivir plácidamente.

—Tengo que decirte algo —dijo Sienna en un susurro y con el gesto de derrota de nuevo en el rostro—. Te he mentido. No voy a matarla y él sí que puede manipularme. Si no, acabaréis todos muertos y no puedo permitirlo.

—¿A quién no vas a matar? ¿Quién puede manipularte? Cuéntamelo y yo lo solucionaré todo.

—No puedes. Rhea... ella... Cuando se llevaron a mi hermana, estábamos bañándonos en la piscina del barrio. Mi madre siempre nos decía que no fuéramos solas, pero yo tenía catorce años y creía que podía con todo. Skye tenía muchas ganas de bañarse, así que, en lugar de ir al parque, como le dijimos a mi madre, fuimos a la piscina. Ese día estaba llena de gente, yo tuve que ir al baño y, cuando volví, vi que se la llevaba alguien que yo no conocía. La gente debió de pensar que estaba teniendo una rabieta porque nadie hizo nada para impedir que se la llevaran contra su voluntad y yo no pude alcanzarlos.

Paris abrió la boca para intentar consolarla, para decirle que no había sido culpa suya, que aunque hubiese mentido a su madre, no había sido ella la que había secuestrado a una niña inocente, pero no llegó a decir nada porque ella no había terminado de hablar.

—Hoy me he enterado de que todos estos años, Skye estaba viva. Hasta hace poco, que la asesinaron. Rhea la mató. Si la hubiera encontrado antes, habría podido impedirlo, pero no lo hice y ahora tengo que vivir sabiendo que ella... que yo no... —estaba farfullando, las palabras salían de su boca como si llevaran atrapadas mucho tiempo y ahora necesitaran liberarse.

Paris se moría de dolor por ella, un dolor que jamás había sentido. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.

—Sigue, pequeña. Cuéntamelo todo.

La vio estremecerse, pero respiró hondo y prosiguió con valentía.

—Cronos me había dicho que Galen tenía prisionera a Skye, después me dijo que en realidad no sabía dónde estaba y luego me mostró su cuerpo sin vida y cubierto de sangre.

Paris sabía lo vil que podía ser Cronos, pero aquello era demasiado. Tenía que darle su merecido muy pronto. No era de extrañar que Sienna hubiese aparecido en el castillo tan disgustada.

—Lo siento muchísimo, pequeña. No sabes cuánto desearía aliviar tu dolor —por fin le dijo lo que quería que supiese—. Todo esto no es culpa tuya. Tú no eres responsable de lo que hacen los demás, nunca lo has sido ni lo serás jamás. Pero sé que es muy doloroso y, hagas lo que hagas al respecto, yo quiero ayudarte.

—Cronos quiere que espíe a Galen y que... que esté con él.

—¿Cuando dices «estar con él», te refieres a estar con él sexualmente?

Ella asintió, avergonzada, pero también un poco resignada, como si creyera que no merecía nada mejor.

—El que hayas considerado hacerlo me hace pensar que quieres castigarte —dedujo él—. Por lo que me hiciste a mí y por lo que crees que permitiste que le ocurriera a tu hermana.

Sienna lo miró fijamente, con obstinación.

—Es posible.

—Pensemos qué otras cosas has hecho y veamos si mereces semejante castigo. Luchaste por una causa en la que creías. Te acostaste con un hombre por el que te sentías atraída a pesar de todo. Salvaste a ese hombre cuando podrías haberlo dejado morir lenta y dolorosamente.

Sienna apretó el puño y esa vez lo hizo bien.

—Te dije que te odiaba justo antes de morir.

—Todas las parejas se dicen cosas que realmente no sienten cuando discuten.

—¡Pero yo sí lo sentía! Y antes de eso, te drogué.

—Sí, y yo tenía intención de acostarme contigo y luego abandonarte como había hecho con miles de personas. ¿Y sabes una cosa? En ese momento no me parecía que hiciera nada malo. Me gustaban las mujeres y sin embargo las utilizaba, pero pensaba que tenía todo el derecho del mundo a hacerlo. Necesitaba que alguien me abriera los ojos y tú lo hiciste.

—No, tú...

—No busques excusas. Has visto todo lo que he hecho y sabes que lo que digo es cierto.

—¿Estás diciendo que no me guardas ningún rencor? —resopló como si le pareciera imposible.

Paris la agarró del pelo y la miró a los ojos.

—Lo que te estoy diciendo es que te adoro.

Una vez más, Sienna se quedó muda durante unos segundos, completamente atónita.

—¿Me adoras? —le preguntó por fin con apenas un hilo de voz.

—Sí, has oído bien.

La brusquedad con la que respondió la hizo suspirar, algo que le sorprendió y lo excitó al mismo tiempo.

—Olvida lo que he dicho antes. Eso es lo más bonito que me han dicho nunca.

—¿Tú no tienes nada que decir? —la presionó ligeramente, intensificando el juego.

—Sí. Cronos dice que la única manera de evitar que tus amigos y tú muráis es que yo esté con Galen.

No, no. Galen había sido su compañero de aventuras mientras vivían en los Cielos. Paris había admirado su frialdad, su capacidad para hacer lo que fuera necesario para salirse con la suya. Incluso habían compartido algunas mujeres, a veces al mismo tiempo.

Entonces no le había importado, pero ahora sí. Y no solo porque Galen se hubiese convertido en su mayor enemigo, sino porque Sienna era suya y solo suya.

—No vas a irte con Galen —de ninguna manera, por nada del mundo. Paris prefería morir antes que permitir que ocurriera—. Solo para que lo sepas, parece ser que hoy mis amigos han acribillado a balazos al guardián de la Esperanza, así que no creo que sirva para mucho en estos momentos.

—Pero se recuperará y entonces... —se lo contó todo. Le habló de la Sala de los Futuros, de los cuadros, de los tres destinos posibles del mundo.

Era mucha información para asimilarla tan rápido, pero nada de eso cambiaba lo que pensaba sobre que Sienna fuese en busca de Galen y se convirtiese en su amante.

—Tenemos tiempo —le aseguró—. Encontraremos una solución. Pase lo que pase, tú no vas a irte con él. Eres mía y solo mía. Y yo soy tuyo. Jamás volveré a acostarme con otra persona. ¿Comprendes? Nunca más. Tú eres la definitiva y no habrá nadie más. Sienna, quiero que estés siempre conmigo.

Mientras lo escuchaba, Sienna se quedó boquiabierta.

—No digas esas cosas.

—Pequeña, voy a hacer mucho más que decirlo, voy a jurarlo con mi propia sangre —agarró el puñal de debajo de la almohada, pero Sienna se lo arrebató rápidamente y lo tiró al suelo y, en cuanto se dio cuenta de que intentaría agarrar el suyo, hizo lo mismo, para después tirar también la pistola que había dejado en la mesilla.

Pero lo más sorprendente de todo fue que a Paris no le molestó que lo hiciera. Solo quería impedir que se hiciera daño y estaba dispuesta a sacrificar su propia felicidad por él.

—¿Estás desafiándome? —le preguntó él. Tenía las alas desplegadas, tapando el resto de la habitación, y el cuerpo, completamente desnudo, apretado contra él. Podía sentir la humedad de su sexo—. Creo que acabas de desafiarme.

—No.

—Debes saber que si le quitas las armas a un hombre, es como si le dieras un rodillazo en las pelotas. Debes atenerte a las consecuencias —se movió tan rápido que Sienna no pudo resistirse. La tumbó boca arriba, se colocó encima y la penetró.

Sin preliminares. Sexo puro y duro en su versión más salvaje. Pero ella estaba muy mojada, así que fue fácil.

—¡Paris!

—Aquí me tienes, pequeña.

—¿Así es como tratas tú a los que te desafían? —le preguntó entre jadeos.

—Solo a ti.

El gemido de placer que salió de sus labios quedó flotando en el aire, mezclado al suspiro de felicidad de Paris. Cuando terminara con ella, no le cabría ninguna duda de que no podría estar con otro hombre que no fuera él, porque no iba a dejar ni un milímetro de su cuerpo sin explorar.

La seducción más oscura
titlepage.xhtml
Khariel.htm
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_002.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_003.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_004.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_005.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_006.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_007.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_008.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_009.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_010.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_011.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_012.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_013.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_014.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_015.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_016.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_017.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_018.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_019.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_020.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_021.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_022.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_023.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_024.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_025.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_026.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_027.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_028.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_029.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_030.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_031.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_032.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_033.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_034.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_035.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_036.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_037.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_038.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_039.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_040.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_041.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_042.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_043.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_044.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_045.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_046.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_047.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_048.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_049.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_050.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_051.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_052.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_053.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_054.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_055.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_056.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_057.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_058.html