Capítulo 26

 

 

En lo más alto de los Cielos, Cronos tenía la mirada clavada en su esposa. Seguía desnuda y encadenada a la cama, pero con solo dos palabras, acababa de cambiar los cimientos de la guerra que los enfrentaba.

—¿Qué has dicho? —seguro que no la había oído bien.

Ella levantó la cara con gesto desafiante y con los ojos llenos de odio.

—Pégame a mí y suéltalo.

Sí que la había oído bien. Clavó la mirada en el Cazador que había arrodillado a sus pies. Ese día había ido a ver a su esposa, como había hecho todos los días durante las últimas semanas, y le había hecho una oferta. Rhea podía ver morir a un Cazador o sentir la fuerza de sus puños. En ese caso se trataba en realidad de dos Cazadores, un hombre y la mujer que se había negado a soltarlo cuando Cronos lo sacaba a rastras de la jaula. Rhea siempre prefería ver morir al Cazador. Siempre.

Excepto ese día.

¿Qué había cambiado? ¿El Cazador en cuestión? Él era la única variable distinta. ¿Quería eso decir que le importaba aquel hombre? No, se dijo Cronos después de un instante de perplejidad. Lo único que le importaba a Rhea era ella misma. ¿Sería importante entonces para su guerra? Pero, ¿qué podría hacer un hombre insignificante para ayudar a una diosa? La respuesta era muy simple. Nada.

Solo quedaba una opción. Ella lo deseaba.

La simple idea de que fuera así desató la furia de Cronos y le golpeó el pecho como si de puños de hierro se tratase. Sintió la presión de los huesos y la médula se le convirtió en un cuchillo que le cortaba por dentro. Agarró al humano del pelo y lo puso en pie para mirarlo de nuevo. Tendría casi treinta años, era rubio y tenía esa belleza tranquila y distinguida que solo podían permitirse los mortales que disponían de un tiempo limitado. Era delgado, pero con poco músculo.

Estaba claro que no era un luchador. Un intelectual, quizá. No podía preguntárselo, pues, como hacía siempre, ya le había cortado la lengua; sería un tremendo error táctico que cualquiera de esos mortales pudiera hablar con Rhea y pasarle algún mensaje secreto que él no pudiese descifrar.

Él jamás cometía ese tipo de errores.

Volvió a mirar a su esposa, pero la obstinación de su gesto no revelaba nada.

—Suéltalo —le dijo, dignamente—. Ya he elegido. Dejaré que me pegues a cambio de su vida.

¿Dejar marchar a ese Cazador, sano y salvo después de los crímenes que había cometido contra el rey más grande que había habido jamás en Titania? Era algo descabellado. Ridículo.

—¿Y la hembra? —preguntó a la vez que le levantaba la cabeza tirándole del pelo.

La mujer lloriqueó y el hombre gruñó al oírlo. Qué bonito. Los seres humanos se preocupaban los unos de los otros.

—Puedes hacer lo que quieras con ella, no me importa. Pero suelta al hombre —insistió Rhea con los ojos inyectados en sangre.

El demonio que llevaba dentro debía de estar protestando. Eso, o Conflicto estaba disfrutando del espectáculo. En tal caso, iba a ser un honor para Cronos ofrecerle otro motivo de discordia.

—Me temo que no apruebo tu elección, esposa. Así que creo que voy a decapitar al hombre antes de soltarlo.

La reina farfulló de indignación, agitando las cadenas que la ataban a la cama.

—¿Es que has perdido todo el honor que hace falta para cumplir tu palabra, esposo?

—Por supuesto. Hay que hacer lo que sea necesario para vencer. Además, yo nunca dije que fuera a dejarlo marchar con vida, ¿o sí?

—¡Hijo de perra!

—Si quieres salvarlo, tendrás que decirme qué es lo que lo hace tan especial. Ese es el nuevo trato.

El hombre se echó a temblar de miedo, el olor ácido de su sudor inundó el aire. La mujer, arrodillada todavía a los pies de Cronos, lo agarró de la mano para ofrecerle apoyo. Tenía el pelo por los hombros y tan negro que seguramente era teñido, los ojos marrones, de un intenso color chocolate y llenos de lágrimas de angustia. Tenía una belleza delicada que a Cronos le resultaba familiar.

No era la primera mujer que le llevaba a Rhea, ni tampoco sería la última, pues tenía muchas otras esperando en las mazmorras. Quizá había matado a alguna hermana de aquella y por eso su rostro le parecía conocido.

—Eso de explicarte mis motivos no figuraba en el trato —le recordó Rhea con esa actitud arrogante tan propia de ella y que él tanto detestaba—. Suéltalo ya.

Por supuesto, sus palabras solo sirvieron para aumentar la cólera de Cronos. Volvió a centrar su atención en el hombre. Tenía sombras bajo los ojos, las mejillas demacradas y le salía sangre de la boca, pruebas irrefutables de su condición de mortal.

¿Habría compartido lecho con Rhea alguna vez? ¿Sería uno de los muchos con los que Cronos había sentido disfrutar a su esposa en los últimos meses? ¿Sería posible que ese ser insignificante se hubiese vaciado dentro de ella?

Cuando la pasión se apoderaba de Rhea, se volvía salvaje y se olvidaba por completo del daño que ocasionaba.

Cada idea que se le pasaba por la cabeza avivaba más el fuego de su ira hasta que todo su cuerpo quedó invadido por las llamas incandescentes de la cólera. Unas llamas que lo cegaban. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no era el humano el que temblaba, era él. Pocas veces había sentido semejante humillación.

Aquel hombre tenía que pagar.

—Mírame.

Se encontró con unos ojos marrones, desafiantes, llenos de odio y de resentimiento. ¿Acaso deseaba lo que él poseía? ¿Ansiaba la conexión que lo unía a Rhea?

Pues ya podía olvidarse de ello. Sin apenas darse cuenta de que se había movido, Cronos había soltado a la chica y había agarrado el puñal. No dejó de mirar a los ojos al hombre mientras le rajaba la garganta, vio cómo el resentimiento dejaba paso al dolor para después desaparecer también, arrastrado por la muerte.

La muchacha soltó un chillido que le perforó los oídos. Cronos soltó al hombre para agarrarla a ella y castigarla por haberlo molestado. El cuerpo sin vida golpeó el suelo. Ella volvió a gritar e intentó alejarse de Cronos.

Al ir a agarrarla, se fijó en el gesto de horror del rostro de Rhea.

De pronto se olvidó de la chica. Su esposa estaba horrorizada. Era el sentimiento que iba a acompañarla durante toda la eternidad, pero el hecho de que se lo hubiese provocado la muerte de un insignificante mortal no le reportó ninguna satisfacción.

La reacción de Rhea significaba que realmente le importaba aquel hombre, algo que Cronos no alcanzaba a comprender. ¿Por qué preocuparse por un ser de tiempo y capacidad tan limitados? Por una criatura tan frágil y tan fácil de matar como acababa de demostrarle.

La joven morena se arrodilló junto al cuerpo del hombre y lo estrechó en sus brazos, llorando desconsoladamente. Era obvio que también a ella le importaba. ¿Por qué? ¿Qué había hecho aquel mortal para ganarse la lealtad de dos mujeres?

Cronos apretó los labios. No le importaba la respuesta. Aquel tipo había muerto y ya no volvería.

—Suéltalo —le ordenó a la chica.

Ella lo miró con verdadero odio, después le dio un beso en la frente al muerto y lo dejó en el suelo suavemente. Se acercó a Cronos con pasos cortos mientras de su garganta salían terribles sonidos de sufrimiento que seguramente habrían ido acompañados de maldiciones e insultos si Cronos no le hubiera cortado la lengua ya. Pero él no tenía la culpa. Le había dado a elegir entre volver a la celda y morir otro día, o quedarse con el hombre y perder la lengua y la vida ese día. Ella había elegido quedarse.

—No soy un monstruo —le dijo él—. Elegisteis el bando equivocado y habéis pagado por ello.

En los siglos que había pasado encerrado en el Tártaro había aprendido algo: un rey sin mano firme era un rey sin trono.

Lo que ocurrió a continuación era algo completamente esperado. La muchacha se lanzó contra él y comenzó a pegarle ridículos puñetazos. Cronos ni siquiera se defendió. ¿Acaso creía que le hacía daño?

Pero su obstinada insistencia acabó por ponerlo nervioso. Tenía cosas más importantes que hacer.

—Para ya, mujer.

O no lo oyó o no quiso obedecerlo. Cronos la apartó, una compasión que no mostraba a menudo, pero ella volvió a la carga de inmediato. Podría haberla detenido de una bofetada, pero no quería hacerlo; debía obedecerlo voluntariamente o tendría que atenerse a las consecuencias.

—¿Quieres morir también? —le preguntó.

La pregunta logró hacerla escuchar. Se quedó quieta a solo unos milímetros de él. Jadeaba angustiada sin dejar de llorar.

Lo que ocurrió a continuación fue completamente inesperado.

Con un grito que salía de lo más profundo de su alma, la muchacha se lanzó contra su puñal. El dolor le abrió los ojos de par en par, la sangre no tardó en empezar a salir a borbotones por su boca. Cronos seguía empuñando el puñal, ahora dentro de ella.

Parecía que sí, quería morir.

—Muy bien, mujer. Una vez más, respeto tu elección —con solo girar la muñeca la mató igual que había matado al hombre. Fue fácil y rápido. Se dijo a sí mismo que la mataba por misericordia.

Su cuerpo cayó junto al del hombre.

Hubo un momento de silencio. Cronos sentía cierto escozor en el pecho, de arrepentimiento, quizá. Pero, ¿por qué iba a sentir algo así por alguien a quien ni siquiera conocía? La violencia iba de la mano de la victoria. No se podía tener la una sin la otra, al menos allí en los Cielos.

—Vaya, te felicito —le dijo Rhea y en su voz no había ya ni un ápice de emoción. Ni rabia, ni horror. Nada.

Cronos se volvió hacia ella. En realidad parecía contenta. Esos labios que en otro tiempo había besado con adoración esbozaron una sonrisa altanera.

—¿Cómo te sientes después de matar a dos inocentes?

Cronos ocultó su confusión.

—¿Por qué te muestras tan altiva, esposa? Este que me inunda el suelo con su sangre era tu amante, ¿verdad?

—No —Rhea arqueó una ceja al ver que él no reaccionaba—. ¿Es que crees que no conozco las profecías? Sé que mi Galen te cortará la cabeza... a menos que lo unas a la mujer con alas del color de la noche.

Cronos limpió el puñal con las sábanas de la cama, dejando una huella de su proeza que ella tendría que ver mientras estuviera allí.

—Si tu Galen me corta la cabeza, tú también morirás.

—Lo sé —dijo después de soltar una carcajada—. Pero también sé cómo piensas y cómo actúas. Esperas que Galen quiera aprovecharse de la chica y del demonio que alberga, pero dudas de que la chica pueda despertar su deseo. ¿Cómo podrías asegurar su unión? Veamos, claro, ya lo sé. Solo tienes que convertirla en un manantial de ambrosía andante, así Galen quedará enganchado a ella y a su sangre. ¿Qué tal voy?

Desde que Zeus lo había encerrado y hecho arrodillar, Cronos no había vuelto a sentir tanto miedo.

—¡Cállate! ¡No tienes ni idea!

Pero Rhea siguió hablando con voz suave.

—Pero no podías intoxicar con Ambrosía a una mujer viva, solo a una muerta. ¿Y quién mejor que la mujer a la que desea el Señor de la Promiscuidad? Así él convencerá a sus amigos de que la dejen en paz y ella lo convencerá a él para que no le haga nada a Galen. La paz reinará por fin y tú te habrás salvado. Eso es lo que crees, ¿no es así?

Cronos sintió los latidos de su corazón golpeándole el pecho.

—No, no es así —aseguró con la voz quebrada.

—Tus mentiras son una deshonra para ambos. ¿Pensabas que no sabía lo que predijeron hace siglos?

Sin decir nada, Cronos volvió a fingir indiferencia para no darle el placer de ver lo que sentía en realidad.

—¿De verdad creías que no haría nada cuando me enteré de que le habías dado el demonio de la Ira a una mujer muerta y que le habían salido unas alas negras como la noche? —otra sonrisa que daba cuenta de su malévola alegría—. Pues lo que hice, mi querido esposo, fue averiguar todo lo que pude sobre ella, sobre Skye, su hermana desaparecida, y sobre el compañero de esta. Las dos personas a las que acabas de matar.

Hubo un nuevo silencio mientras Cronos asimilaba la noticia. Cuando por fin lo hizo, dio dos pasos hacia atrás meneando la cabeza.

—No, no.

—¿Por qué crees que dejé que me capturaras? ¿Por qué iba a permitir que apresaras a mi gente? ¿Cómo crees que tus espías averiguaron dónde se escondían? Estaba esperando que llegara este día, el día en que tú mismo provocarías tu ruina y te darías cuenta de ello. ¿Crees que tu Sienna te ayudará ahora que has matado a su hermana?

Una vez dicho eso, Rhea desapareció de la cama y las cadenas que la apresaban cayeron sobre el colchón vacío.

La seducción más oscura
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