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Un recuerdo de la película El Padrino (1972)
Francis Ford Coppola habría podido hacer una película sobre las peripecias del rodaje de El Padrino. Una película que podría haber sido tan violenta como ésta. Los productores se las agenciaron para presentarse allí al principio del rodaje, pensando que no era el cineasta adecuado para esa película. Tampoco creían que Al Pacino, actor impuesto por Coppola, fuera el más idóneo. Nadie lo quería en la Paramount. Es impresionante que, al final, el cineasta consiguiera imponerse, él y su idea precisa de la película.
Marlon Brando, que recibió el Oscar al mejor actor por su papel de Don Corleone, también supuso un problema. La producción no quería contratarlo. Tenía fama de incontrolable y costaba una fortuna en seguros. Coppola no transigió pese a que los peces gordos de la Paramount exigieron que se sometiera a unas pruebas. «¿Qué? Pero ¿se han vuelto locos o qué? ¡Someter a Brando a unas pruebas! ¡Al mejor actor vivo que existe!» No tuvo más remedio que dar su brazo a torcer. Pero era imposible anunciarle algo así a Brando. Si se lo mencionaba siquiera estaba seguro de no volver a verlo. Al final recurrió a un subterfugio, haciéndole creer que lo necesitaba para unas pruebas de iluminación. ¿De verdad se creyó Brando ese ardid? No está muy claro. Pues fue ese día precisamente cuando encontró el elemento que haría mítica su interpretación de Don Corleone. En mitad de las pruebas fue a buscar algo en su bolsa y volvió con unas bolas de algodón en la boca. Eso lo cambiaba todo: la fisonomía de su rostro, su manera de hablar y su fuerza. Coppola no olvidaría nunca ese momento de gran intensidad: el personaje que tenía en mente desde hacía años, el personaje creado por Mario Puzo, estaba ahí, de pronto, delante de él. Era el nacimiento iluminado de una fantasía.