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Un recuerdo del vecino, propietario actual del antiguo apartamento de mis abuelos
A los trece años fantaseaba con su vecina, una mujer de unos treinta años, tan sensual como casada. Era guapa, pero sobre todo tenía un busto de proporciones generosas. Cada noche se imaginaba a sí mismo como Robinson Crusoe, naufragando no en una isla desierta, sino en los pechos de su vecina. Quería vivir allí, tenía que ser el país más bonito del mundo. Entonces se le ocurrió una idea: abrir un agujero en la pared de su habitación. Según sus planos, el dormitorio de los vecinos se encontraba justo detrás. «No la veré sólo dormir… ¡jaja!», se reía, elaborando su maquiavélico proyecto. Aprovechó un viaje de su padre (era maquinista de tren, por lo que se ausentaba a menudo) para empezar las obras de perforación. Para qué engañarnos, el plan resultó un fracaso. Los vecinos descubrieron el agujero en la pared y pusieron una denuncia. Al final el padre del adolescente arregló las cosas por las buenas, a cambio de una compensación económica, y le arreó una bofetada a su hijo y gritándole: «¡¿Pero a ti qué te pasa, estás mal de la cabeza o qué?!» Y así es como se frustraron sus proyectos de autoeducación sexual.