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Un recuerdo de mi primer beso con Louise
El inicio de una relación es la materia de la que están hechos los recuerdos más precisos. Podría detallar cada uno de nuestros primeros besos. Paulatinamente, con la repetición, cuando el embeleso se convierte en costumbre, los recuerdos se mezclan unos con otros y conforman un todo que ya no distingue el sabor de la particularidad. Los besos toman entonces el gusto impreciso de un largo periodo.
He pensado a menudo en ese primer beso en el cementerio. Permanecimos largo rato besándonos suavemente, dándonos tiernos besitos en los labios. Nuestras lenguas mantenían las distancias. Luego nuestros labios se entrelazaron, y nuestras lenguas se tocaron por fin. Muy al principio fue de verdad con la punta de la lengua[11]. Yo sentía un puro frenesí al rozar la punta de su lengua, mientras que, más tarde, conocí con menos exaltación su cuerpo en todas las posturas, en la crudeza embriagadora de la sexualidad. Es increíble hasta qué punto el goce físico, pese a ser real y bello, pierde su emoción inicial. Alguna vez que, más adelante, he besado a Louise de manera algo mecánica, me ha vuelto a la mente ese primer recuerdo. Y lo veía no como un vestigio, sino como un escondite al que podría ir a refugiarme cuando quisiera protegerme del hastío.