Capítulo 4
Apoyándose en las premisas
Nunca olvidaré mi primera experiencia ganando almas. Un viernes de junio por la tarde, cerca de mi décimo sexto cumpleaños, mientras me preguntaba cómo iba a pasar las vacaciones de verano de 1965, recibí una llamada telefónica «urgente» de una organización evangélica diciéndome que habían sugerido mi nombre como posibilidad para ocupar un puesto que había quedado vacante en un grupo gospel itinerante.
A la mañana siguiente, temprano, de viaje entre Los Ángeles y Texas con otros diez jóvenes en uno de esos larguísimos coches «de aeropuerto» con ocho puertas, descubrí que me había convertido en el recién designado capitán de uno de los grupos de aproximación. Mis responsabilidades eran integrar a un grupo de tres chicas (mayores que yo), dos semanas de predicación en una pequeña iglesia de San Antonio y la dirección de una escuela bíblica de verano para niños. También me dijeron que iba a formar a los quinceañeros locales en las técnicas de conquista de almas. Nunca antes había hecho ninguna de esas cosas, pero supusieron que era capaz porque habían oído que yo era un joven cristiano «ardiente». Mi fe era tan fuerte que estaba deseando hacer cualquier cosa por Jesús, confiando en que me daría la fuerza necesaria.
Estoy seguro de que mis sermones nocturnos no eran muy buenos, pero nadie se quejó. Dejé que las chicas se ocuparan de las actividades diurnas para los niños mientras me preparaba para el taller de salvación de almas del sábado, que me preocupaba considerablemente, porque nunca antes había ganado a nadie para Cristo.
Cuando llegó el día los «evangelistas profesionales de California» reunimos a los quinceañeros locales de la iglesia para hacer un poco de entrenamiento preliminar. Les enseñé cómo compartir el plan básico de salvación y cómo llevar a una persona hasta el punto de la conversión. Cuando llegó la hora de salir al parque y ponerlo en práctica, los chicos expresaron ciertas dudas, pero les aseguré que no había nada demasiado difícil para Dios y además iban a aprender algunas lecciones sobre la fe y la obediencia. ¡No sabían que también era mi primera vez!
Mientras iba hacia el parque, seguido de mi séquito, recuerdo haber tenido sentimientos enfrentados. «¿Qué voy a hacer? ¿Qué pasa si fracaso? ¡Quiero irme a casa!». Y al mismo tiempo estaba pensando «¡Qué excitante es esto! ¡Es la obra de Dios —y soy parte de ella!».
Localicé a un joven, quizás de diecisiete años, pedaleando lentamente en una bicicleta, y me acerqué a él.
—¡Hola! —le dije—. Soy de California y vine aquí para hablarte de Jesús. —Se detuvo y nos echó una mirada divertida.
—¿Eres cristiano? —pregunté.
—No —dijo—, soy católico.[10] —Permaneció sobre su bici, haciendo girar el pedal con el pie.
—¡Genial! Entonces, ¿has oído hablar del plan de salvación?
—No. Soy católico —repitió.
—Entonces déjame preguntarte una cosa. Si murieras ahora mismo, ¿irías al cielo o al infierno?
—No sé —respondió—. Espero que iría al cielo.
—Bueno, si no sabes si estás salvado o no, definitivamente no estás salvado —dije—. La Biblia dice que puedes saber seguro que has sido redimido.
Continué con el plan de salvación, explicándole que todos somos pecadores merecedores de la condenación eterna, una idea que ya conocía. Le describí la necesidad de confesar los pecados, arrepentirse y aceptar a Jesús en nuestro corazón y nuestra vida, dejando que la sangre de la cruz nos lave de toda culpa y vergüenza. Mientras escuchaba educado y tímido, como el resto del equipo, indicó que entendía todo lo que le estaba diciendo.
—Entonces, ¿te gustaría ser un renacido? —pregunté.
—Por supuesto —dijo.
—¿Lo harías? —pregunté, intentando tragarme mi asombro. No podía ser tan fácil. «¿Qué hago ahora?», pensé—. Bueno, emmmmmmmmmh… vamos a rezar —dije.
—¿Aquí? —preguntó—. ¿En el parque?
—¿Por qué no? Este parque es parte del santuario divino de la creación. Él puede hablar a tu corazón aquí mismo, ahora mismo.
Inclinamos la cabeza y conminé al chico a repetir la «Oración del pecador» que le dictaba. En realidad, tuve que inventármela, rebuscando la palabras en mis recuerdos de reuniones revivalistas pasadas. Rezó conmigo, en voz alta. Cuando habíamos terminado dije:
—¿Ya sabes si estás salvado?
—Creo que sí —respondió.
—Genial. Ahora asegúrate de leer la Biblia y rezar todos los días, ir a la iglesia y encontrar amigos cristianos.
Lo dejamos ir y nunca lo volvimos a ver. Pero el grupo se animó bastante, dispersándose para compartir la buena nueva del evangelio con las almas perdidas que habían venido a pasar una agradable tarde de verano en el parque.
Para mí era un momento excitante. Había ganado un alma para Cristo, tenía una estrella en mi corona. Era como ganarme las alas, o conseguir la primera muesca en mi revólver. Por supuesto, le di todo el mérito al Espíritu Santo, pero lo acepté como una validación de mi llamada al ministerio. Era un momento embriagador. Era un evangelista de verdad, un participante activo de la sagrada causa de Dios, un soldado de la cruz. Era como saborear la sangre por primera vez, y quería más.
Desde entonces he llevado a cientos de personas a Cristo por medio de la evangelización personal y miles más predicando. Durante muchos años viajé llamando a las puertas, abordando a la gente en los parques, restaurantes, prisiones y hospitales, en las esquinas, los campus, playas, riberas de ríos, autobuses y aviones. Prediqué a multitudes de hasta diez mil personas. Me di caminatas por las achicharrantes montañas de México, llevando mi acordeón arriba y abajo por valles y barrancos para llegar a diminutas aldeas indias aisladas. Ejercí mi ministerio en radio y televisión en los Estados Unidos y en México. Hice reuniones en hogares, iglesias y grandes estadios. Mi esfuerzos para prestar mi testimonio me pusieron en contacto con gente de toda condición: un puñado de niños descalzos en un gueto de Chihuahua, ejecutivos en un acto de recaudación de fondos en San Francisco, miembros de bandas de moteros, directores de colegio, drogadictos, desechos de los barrios bajos, equipos de fútbol y baloncesto, un alcalde, presos, autoestopistas, amas de casa (normalmente a través de la puerta mosquitera), estudiantes universitarios, agentes de policía, e incontables desconocidos por la calle.
Aprendí algunas cosas sobre el evangelismo. Al igual que un vendedor, un evangelista aprende técnicas de conversación, formas de mostrar verdadera preocupación por el posible cliente, cómo mantener la puerta abierta durante esa fracción de segundo crucial antes de que te den con ella en las narices (literalmente), cómo atrapar el momento y cerrar la venta. No siempre era fácil, pero podías contar con cierta proporción de éxitos si aguantabas el tipo. Es como el dicho: «Si tiras suficientes espaguetis contra la pared, algunos se quedarán pegados».
La siguiente persona a la que hablé después del chico de la bicicleta en San Antonio era un ateo. Tan apenas fue educado conmigo. Mientras se iba, recuerdo sentir no vergüenza, ¡sino pena! Me sentía de verdad apenado por un hombre que iba a pasar la eternidad separado de su creador, un hombre que obviamente se había creído la mentira del Diablo, que al final iba a ser castigado por su arrogancia. ¡Me motivó aún más! Tenía que salvar a los perdidos. Pasé un montón de años predicando, y obtuve cierto éxito.
¿Por qué tenía éxito? Aproximadamente el setenta y cinco por ciento de quienes abordé me escucharon de verdad un ratito. Y más o menos uno de cada veinte rezó conmigo para aceptar a Jesucristo como su Salvador personal. Encontré muy poca resistencia, muy poca gente que tuviera nada meditado que decir.
Recuerdo haber hablado una vez con un librepensador que de forma educada e inteligente cuestionó todo lo que dije. Era irritante. Le dio la vuelta a la tortilla y me vi obligado a examinar aspectos básicos para los que no estaba preparado. Yo fui el que se dio la vuelta y se fue caminando, decidido a estudiar más de modo que pudiera estar listo para dar las respuestas de Dios la próxima vez.
¿Por qué son efectivos los evangelistas? Puede haber diferentes respuestas a esta pregunta:
Librepensador: Los evangelistas son efectivos porque la gente no sabe pensar.
Cristiano converso: Por supuesto que sé pensar. Es porque el cristianismo es satisfactorio. Cubre mis necesidades y responde las preguntas básicas de la vida.
Evangelista: Los evangelistas son efectivos porque la palabra de Dios es poderosa. El Espíritu Santo puede cambiar vidas y el amor de Jesús puede curar los corazones. Los evangelistas sólo son agentes de un plan divino.
Un amigo mío tiene una agencia publicitaria. Me dio esta perla de sabiduría publicitaria: «El buen publicista no es el que hace pensar a la gente, sino el que hace creer a la gente que está pensando». El cristianismo no pide a la gente que piense. Les pide que acepten. Exige una humillación de la mente y un sometimiento de uno mismo. No se puede competir con la mente de Dios, y su palabra, la biblia, es la ley absoluta. Quienes obedecen encontrarán la verdadera felicidad de acuerdo con el designio divino; los que se rebelan son pecadores que destruyen la íntima relación para la que fueron señalados. ¿Por qué estas ideas son aceptables para tantas personas? ¿Por qué más de un tercio de los americanos declaran ser cristianos renacidos? ¿Por qué mi ministerio evangelizador tuvo tanto éxito?
Creo que la respuesta está en las presunciones. Los cristianos saben pensar, sólo que no empiezan a suficiente profundidad. Una conclusión meditada es una síntesis de presupuestos o conclusiones antecedentes. La naturaleza propiciatoria del sacrificio expiatorio de Cristo, por ejemplo, es muy lógica. Lógica siempre que antes uno acepte la existencia del pecado, la caída de la humanidad, la ira de Dios y el juicio divino. Si uno no se cree las premisas, por supuesto, la conclusión no puede ser lógica.
Aquí hay otro ejemplo de conclusión lógica basada en premisas defectuosas. «Los siervos son inferiores a su amos. La mujer se creó de una costilla de Adán para ser una ayuda para el hombre. La mujer es una sierva, y por ello inferior al hombre». Si se aceptan las dos primeras premisas la conclusión resultante es lógicamente correcta.
La razón por la que los evangelistas son efectivos es porque capitalizan las presunciones indiscutidas, miedos, y deseos de la gente. Una presunción es una idea mantenida sin un pensamiento previo, dada por sentada. Todos las tenemos. Algunas son básicas (como «yo existo»), pero muchas las aprendemos de nuestros padres, nuestra cultura, la escuela y la iglesia. Estas son algunas de las presunciones que usaba al tratar con la gente. (Se dará usted cuenta también de mi presunción de que era aceptable excluir a las mujeres del lenguaje).
- La vida necesita un sentido
- El hombre tiene un alma y/o un espíritu
- El hombre es básicamente malvado
- El mundo está hecho un lío
- El egoísmo y el orgullo son malignos
- El escepticismo es erróneo, rebelde y destructivo
- Los ateos son malvados
- No hay felicidad sin Dios
- La biblia es la palabra inspirada por Dios
- El mundo lo creó un amo y diseñador
- El hombre necesita guías morales que son absolutas
- El sufrimiento es un castigo
- El sufrimiento pone a prueba la virtud
- Las emociones y los sentimientos son evidencia de otro mundo
No digo que estas presunciones sean falsas ni ciertas. La cuestión es que mucha gente las acepta sin pensar. Son los que hicieron productivo mi ministerio. El evangelista sólo necesita identificar las presunciones de una persona, o inculcarle otras nuevas. Luego puede defender la causa del cristianismo. Puede ofrecer una respuesta a las preguntas básicas de la vida, y puede proporcionar un modo para que la persona resuelva sus conflictos internos. La «paz que sobrepuja todo entendimiento» llega como resultado de descartar las tensiones sin entender por qué.
No importa que las respuestas cristianas estén equivocadas —si se aceptan como respuestas, tiene que parecer que funcionan. Bertrand Russell, en «La nueva lógica de Dewey», relata este episodio:
«El Dr. Dewey y yo estábamos una vez en el pueblo de Changsha durante un eclipse de luna; siguiendo una costumbre inmemorial, unos hombres ciegos golpeaban gongs para asustar al perro celestial, cuyo intento de tragarse la luna es la causa de los eclipses. A lo largo de miles de años, esta práctica de hacer sonar gongs nunca ha dejado de tener éxito: todo eclipse ha terminado tras una estruendo suficientemente prolongado».
El cristianismo es lo mismo: dos mil años de hacer sonar unos gongs supersticiosos que proporcionan respuestas suficientes para mucha gente.
La razón por la que yo tuve éxito con mi primer intento de conversión es que la persona ya creía en la premisas necesarias que los seres humanos son pecadores, la biblia está inspirada, etc. La razón por la que mi segundo intento falló es que la persona negaba todos los requisitos previos —Dios existe, la vida necesita un sentido, etc. Algunos evangelistas son efectivos en ocasiones porque hay gente que quiere que la salven.
El cristianismo puede ponerse en cuestión efectivamente si se logra que la gente piense en términos de presunciones. Me sucedió a mí. Cuando me obligué a examinar los presupuestos básicos me encontré con que estaba segando la hierba bajo mis propios pies. Sí, la religión responde algunas preguntas, pero ¿quién dijo que se tenían que plantear? ¿O que necesariamente se pueden responder? ¿O que sólo hay una respuesta?
Hay dos formas de poner en duda las presunciones evangelistas: 1) negar que las presunciones son válidas, o 2) aceptar las presunciones, pero llegar a tus propias conclusiones. Por ejemplo, abordemos la presunción de que la vida necesita un significado. En los sermones podrá oír declaraciones como estas:
—La ciencia ha fracasado en dar un propósito para la humanidad. (¿Quién dijo que lo buscaba?).
—Las filosofías seculares no pueden responder la pregunta básica, '¿Cuál es el sentido de la vida?'.
—El hombre sólo puede encontrar la plenitud a través de una relación con su creador.
Mejor que atacar estas afirmaciones por sí mismas, lo que muchas veces no nos lleva a ningún sitio, puede ser más efectivo examinar los fundamentos presuposicionales.
Una aproximación al problema es negar la asunción. ¿Quién dijo que la vida tiene que tener sentido? ¿Por qué la vida no puede ser simplemente vida? Mi familia tiene tres gatos. Nos encanta verlos jugar, comer, dormir, tumbarse al sol y perseguir bichos. ¿Se preguntan cuál es el sentido de la vida? ¿Su vida es menos vivible en algún sentido porque carecen de un propósito coherente para la existencia? Como los humanos tenemos un cerebro mayor con una mayor capacidad racional y consciencia de sí mismo que otros animales, suponemos de alguna manera que merecemos un propósito superior. ¿Eso no es arrogancia? Para plantear la pregunta sobre el significado de la vida, uno primero tiene que presuponer la presencia de alguien que otorgue ese significado. Esto suele equivaler a dar por sentada la existencia de una realidad trascendente, una esfera sobrenatural con la que de alguna manera nos podemos relacionar de forma «significativa». Si podemos vivir sin la necesidad de un sentido para la vida, podremos del mismo modo no necesitar el marco de referencia inventado, el plan y el propósito de una voluntad divina. Para mucha gente, la vida es su propio sentido, y la palabra «sentido» no tiene sentido.
Una segunda aproximación es aceptar la presunción pero buscar otra respuesta. Sí, me gustaría que mi vida tuviera sentido. Pero ¿qué se quiere decir con la palabra «sentido»? La palabra tiene algo que ver con la voluntad y el propósito de una mente. La única razón por la que tenemos una palabra como «sentido» es porque estamos familiarizados con las funciones de la mente humana en procesos como emprender acciones, hacer cambios, resolver problemas o expresar deseos. La religión es una extensión de la mente humana en un intento de dar validez a la existencia. Pero si una persona quiere dar sentido a su vida, ¿por qué buscar una mente fuera de uno mismo? Cada persona tiene ya una mente que es capaz de tomar decisiones y proporcionar sentido a la vida. ¿Por qué confiar en una hipotética mente divina que rehúsa revelar sus razones, que de hecho no puede tener razones? (Si Dios tiene razones para lo que hace, entonces ya no es Dios; está sujeto a alguna ley o propósito o bueno-y-malo superior).
Lo que digo es que si la mente de Dios no necesita líneas maestras externas, ¿por qué la mía sí? Si quiere sentido, sólo necesita una mente. Como no hay evidencia de una mente trascendente, siéntase libre para encontrar el sentido dentro de usted mismo. En el arte, la música, la danza o el teatro. En la filosofía, la ciencia, las lenguas o la política. En el deporte, la familia, el ajedrez o en acciones humanitarias. En la naturaleza, los coches antiguos, los sellos o la psicología. En todo lo anterior. En nada de lo anterior.
Mi actual respuesta para los evangelistas es «Mi vida ya tiene sentido y plenitud, gracias».
Los mismos enfoques sirven para otras presunciones evangelistas. La mayoría de los gana-almas no están preparados para defender la inspiración y fiabilidad de la biblia, sin la que no tienen argumentos. Parte de la razón por la que mi ministerio fue tan efectivo es que en este país hay un respeto inmerecido y alarmante por la «sagrada palabra de Dios». La mayoría la acepta ciegamente como divina. Si se les pudiera hacer examinar el libro podrían ver que la presunción no tiene fundamento. La biblia está llena de contradicciones, errores, cosas absurdas, injusticia y fealdad. Pocos evangelistas se dan cuenta de que puede haber argumentos potentes a favor de la ética y la moralidad al margen de la religión. Y no les gusta el hecho de que mucha gente lleva vidas felices y productivas sin Dios, esperando (deseando) que los infieles lleguen a sufrir las inevitables consecuencias malignas de vivir sin ningún dios.
La mayoría de ellos desconocen y se encuentran incómodos con los hallazgos de la ciencia de la evolución, con el hecho de que la humanidad no exhiba la evidencia de un diseño inteligente. (Todas las especies, por cierto, muestran señales de diseño, aunque no sea «inteligente». El diseño a través de la selección natural es lo contrario del azar). Pero los argumentos racionales y la evidencia no suponen una amenaza para el evangelista mientras haya gente que siga aceptando los presupuestos religiosos, especialmente la idea de la virtud de la sumisión, la obediencia y la humildad —ideas que estrangulan la mente.
Hay otro tipo de presunción que es particularmente sutil y difícil de identificar. Es la idea de que ciertas palabras o conceptos hacen referencia a objetos reales independientes de la mente, similar al idealismo de Platón. Hace unos pocos meses aprendí una palabra estupenda leyendo el libro de Stephen Gould La falsa medida del hombre. La palabra es «reificar». Es como «deficar» excepto que en lugar de convertir algo en un dios, es convertir una idea en una cosa. (En español también se dice cosificar). Es la transformación de un concepto en algo concreto.
Por ejemplo, la palabra «amor» es una etiqueta que puede comprender muchas cosas: respeto, preocuparse por el otro, pasión, admiración, acciones de compasión y benevolencia. Pero cuando uno piensa en ello, no hay una cosa que sea amor. No es algo que se pueda comprar en el supermercado. No es una sustancia que uno pueda ganar o perder o regalar. El amor, tal como lo entiendo, es una etiqueta para esas ideas y acciones mías que se basan en una estimación racional de valor hacia mí mismo y hacia quienes valoro fuertemente. A veces no es racional, pero no me controla. No poseo una cierta cantidad de él. No existe, aunque aceptaré el uso de la palabra «amor» como una comodidad para comunicar a otros conceptos abstractos y convencionales.
Buena parte de la discusión religiosa es posible por la reificación de conceptos como esperanza, sentido, verdad, maldad, perdón, pecado, orgullo, culpa, amor, humildad y fe. «Reza por la paz» o «Cristo te dará más amor» o «Pide fe, y Dios no te la escatimará». Mucha gente supone que estas palabras tienen una existencia bien definida al margen de la mente, y nunca las analiza. El cielo es un almacén de cosas maravillosas que se pueden obtener pagando el precio adecuado. El infierno es un depósito de cosas que se consiguen gratis. (O quizás sea al revés).
Los evangelistas son efectivos porque tienen acceso a un cúmulo de conceptos que, si nadie los pone en duda, sólo refuerzan la idea de que hay una realidad trascendente donde residen esas cosas. Es la idea de que la mente flota en un mar de realidades espirituales. A propósito, pienso que el concepto de Dios es la reificación definitiva, que da la vuelta al creador y a la criatura.
Permítame sugerir que para un librepensador es posible desevangelizar a un evangelista. Me sucedió a mí. Los evangelistas seguirán siendo efectivos en este mundo mientras las premisas religiosas sobre las que se apoyan sigan sin ponerse en duda.
Este es el texto de una charla dada en la convención anual de la Freedom From Religion Foundation en Milwaukee, Wisconsin, el 18 de octubre de 1984, mi primera charla librepensadora. Se publicó en el número de octubre/noviembre de 1984 de Freethought Today.