Capítulo 16

Una discusión con altura de miras

Un ministerio sentenció que la razón por la que soy incapaz de ver la verdad revelada por los preciosos hechos de las Escrituras es que dependo de mi propia razón en lugar de confiar en el creador del universo, por medio de la fe.

—La mente humana es limitada —dijo—, y por su parte es arrogante intentar elevarse tirando de los cordones de sus botas y proclamar lo que posiblemente no se pueda demostrar: que Dios no existe. Está usted perdido si usa su propia mente e inteligencia.

—Bien, ¿qué mente sugiere que use? ¿La suya? —pregunté—. ¿Sugiere que nunca debería valorar ningún dato? ¿Me está diciendo que desconecte el análisis y me trague lo que cierta autoridad me vaya echando? ¿Estaría dispuesto a hacer lo mismo si se le acercasen los de la tierra plana, los zoroastrianos o el Reverendo Jim Jones?[23]

—No está usted abierto —respondió—. Ya ha cerrado su mente a Jesús —dijo a pesar del hecho de que sabía que había sido ministro y había demostrado que soy capaz de cambiar.

—Pero cambiaré de idea —dije— si aporta alguna prueba. ¿Está usted dispuesto a cambiar de idea respecto a Jesús si los hechos lo justifican?

—No —respondió rápidamente—, porque conozco personalmente a Jesús. Me sería imposible negar lo que sé que es verdad.

—Pero eso son sólo palabras. Señalan a una imagen intangible en su mente, a algo que nadie más puede comprobar. ¿Y si se pudiera señalar que no hay forma posible para nadie, incluido usted mismo, de distinguir entre su «conocimiento» de Jesús y las ilusiones místicas de los chamanes? ¿Y si se pudiera demostrar que su experiencia interna no es más que creatividad psicológica normal? ¿Estaría entonces dispuesto a admitir que podría estar equivocado? ¿Puede al menos admitir la posibilidad de que esté participando en una tendencia humana cuasiuniversal de abrazar la fantasía?

—No puedo hacer eso —respondió.

—Entonces creo que he demostrado que yo tengo amplitud de miras y usted no —dije.

—Oh, no. Yo estoy definitivamente abierto —añadió—. Estoy abierto a la verdad de la Biblia, y esto es todo lo que importa.

—Bueno, yo también. Estoy abierto a la posibilidad de que la biblia pudiera ser verdadera. Estoy dispuesto a leerla, a estudiarla, a leer cualquier libro que me recomiende acerca de la biblia y a escuchar cualquiera de sus explicaciones y argumentos. ¿Cómo me hace eso cerrado de mente?

—Porque su actitud es errónea. Mira a la biblia y no ve su belleza e importancia. Como la biblia es verdadera y usted no ha aceptado su verdad, hay algo mal en usted.

—¿Qué hay de malo en examinar la biblia en el contexto de la experiencia humana completa, en compararla con otros mitos y encontrar parecidos y diferencias?

—¡Ahí está! Lo ha llamado mito —dijo—. Eso es un prejuicio que pone sobre la biblia antes incluso de empezar a leerla. Es imposible que conozca su verdad si la trata como cualquier otro libro supersticioso.

—Cuando lee la Eneida de Virgilio, ¿mantiene su mente abierta a la posibilidad de que el cíclope fuera una criatura real?

—Nadie ha afirmado jamás que el cíclope fuera real, pero millones de personas afirman que Jesús vive y es real. Como usted nunca ha conocido a Jesús, difícilmente puede estar en posición de criticarnos o saber de qué va la Biblia.

—Al igual que usted, yo creía que había conocido personalmente a Jesús, pero ahora sé que ese argumento es puramente subjetivo. Sería como decir que las únicas personas cualificadas para tomar la decisión sobre la existencia de los duendes son quienes han conocido personalmente a un duende. ¿Ha conocido usted personalmente a algún duende?

—No, pero he conocido personalmente a Jesús.

—No ha conocido a ningún duende, pero apuesto a que tiene una opinión sobre su existencia.

—Los duendes son irrelevantes. Estamos hablando de Jesús.

—Vamos a ponerlo así. ¿Está de acuerdo en que los humanos han exhibido una inmensa propensión a creer errores?

—¿Qué quiere decir?

—Hay millones de personas que adoran devotamente a Alá, millones que temen a causa de supersticiones primitivas, millones que piensan que el ángel Moroni habló a Joseph Smith, y no estoy tan seguro de que no hubiera nadie que creyera en la existencia del cíclope. Toda esa gente está equivocada, ¿no?

—¡Les han engañado!

—Entonces estará de acuerdo conmigo en que hay algo en la naturaleza humana que nos hace a la mayoría susceptibles al error.

—Sí, tengo que estar de acuerdo con eso —admitió.

—¿Y qué le exime a usted?

Calló por un momento, y luego respondió:

—Bueno, alguien ha de tener razón. Creo que yo tengo razón. Creo que tengo buenas razones para mi fe.

—Los musulmanes también.

—Pero ninguna de esas otras religiones tiene nada como la biblia, o nada como el exclusivo mensaje de salvación a través de Jesús —dijo triunfante.

—Usted no ha hecho sus deberes. Ningún estudioso serio del cristianismo, que no sea ignorante del contexto del mito y la experiencia humana, haría jamás una afirmación así.

—Estudiar esos otros mitos y religiones sería malgastar mi tiempo cuando ya sé que tengo la verdad.

—Y si un ateo dijera que estudiar la biblia iba a ser «malgastar el tiempo», ¿qué pensaría?

—Eso no sería amplitud de miras —dijo sin abochornarse lo más mínimo.