Capítulo 10
Conceptos imprecisos
Hacía calor, y la pequeña iglesia de adobe estaba llena de granjeros y un centenar de niños descalzos. Como evangelista quinceañero, hacía de intérprete para otro misionero que pronunciaba un sermón de «llamada a las armas» en una pequeña aldea cerca de Guaymas, México.
Por entonces mi español no era muy bueno, pero me iba bien hasta que dijo «Do not be ashamed of your loving Father». (No te avergüences de tu Padre que te ama). No sabía traducir ashamed (avergonzado), pero pensé que podría adivinar la palabra equivalente a embarrassed (apurado, avergonzado, en situación embarazosa), así que dije «Deben amar a Dios, pero no sean embarazados».
Supongo que es una metedura de pata clásica, porque un amigo mormón me dijo que le sucedió a una joven a quien había animado a hablar ante una congregación en Argentina. «Estoy muy embarazada», dijo, y cuando todos soltaron una risita, señaló a mi amigo y dijo «¡Pos, él tiene la culpa!».
Una vez me metí en verdaderos problemas con la palabra novia, que para mí era equivalente a girlfriend, amiga, pero significaba prometida para la joven a la que me declaré sin saberlo. En el sur de Chihuahua hay un pueblecito que, a causa de esto, tengo que rodear; no le contaré todos los detalles semánticos.
He observado que mi conversión del fundamentalismo al ateísmo me ha hecho aprender un nuevo idioma, o casi. Tuve que redefinir muchas palabras: liberal, moralidad, religión, amor, uno mismo, hereje, humanista, belleza, feminista. Tome, por ejemplo, la palabra godless (sin dios), que la mayoría de los diccionarios definen como malvado. Yo no tengo dios, pero no soy malvado, lo que debe significar que los diccionarios no son infalibles. Por supuesto, no deberíamos castigar a los editores de diccionarios por informar de un uso particular de una palabra. Quien debe recibir la culpa por asignar una connotación moralmente peyorativa a un adjetivo descriptivo corriente es la sociedad religiosa.
Creía entender las palabras ateísmo y agnosticismo hasta que abracé ambos y descubrí que están llenos de significado. En conversaciones con cristianos me he encontrado con que la mayoría de las palabras necesitan definirse con cuidado antes de que podamos tener cualquier tipo de diálogo significativo.
La gente se sorprende invariablemente cuando me oye decir que soy ateo y agnóstico. Normalmente les respondo con una pregunta como «Bueno, ¿eres americano o republicano?». Ambas palabras se aplican a conceptos diferentes y no son mutuamente excluyentes. El agnosticismo trata del conocimiento en general; el ateísmo trata específicamente de la creencia en algún dios.
Por sí mismo, el agnosticismo es mucho más amplio y más útil. Es el rechazo a tomar como un hecho cualquier declaración para la que no haya pruebas suficientes. Es una filosofía que se puede aplicar a cualquier área de la vida, sea la ciencia, los ovnis, la política o la historia, aunque se suele invocar en contextos religiosos.
Thomas Huxley acuñó la palabra agnóstico, añadiendo el prefijo privativo a- (no, sin) a la palabra gnóstico, que viene del griego gnosis (conocimiento). Para dar a conocer el concepto, Bill Young, miembro de la Freedom From Religion Foundation, organizó una asociación muy activa y bien informada, la Sociedad del Agnosticismo Evangélico, en Auberry, California. [La SEA ya se ha disuelto, aunque Bill sigue ocupado en empeños agnósticos/librepensadores.]
Una falacia habitual sobre el agnosticismo es que es un punto intermedio entre el teísmo y el ateísmo. No puede serlo, ya que actúa en un escenario diferente y a la pregunta «¿Crees en algún dios?» sólo se puede responder con un sí o un no. «Quizás» o «no lo sé» son sólo demoras. No responden a la pregunta. Una persona que evita deliberadamente la cuestión de esta forma no debería llamarse agnóstica, sino más bien algo como indecisa o sin preparación. Por supuesto no es poco honrado demorar la respuesta por falta de claridad en los términos; pero la pregunta, cuando se responde, sólo puede tener una respuesta de sí o no.
Otra falacia es que los agnósticos afirman no saber nada, igualándolos a los escépticos (à la Hume) que afirman que no se puede conocer la existencia de nada aparte de la mente. Aunque puede haber unos pocos que sigan impulsando la filosofía hasta estos extremos, la mayoría de los agnósticos contemporáneos afirman saber cosas apoyadas por la evidencia; pueden tener opiniones firmes e incluso tomar posiciones tentativas sobre cuestiones difusas; pero no afirmarán que algo es un hecho si faltan datos para ello, ni algo que contradiga los datos. Me parece sensato.
Resulta que la palabra ateísmo significa mucho menos de lo que pensaba. Simplemente es la falta de teísmo. No es una filosofía de la vida y no ofrece valores. No traiciona nada relativo a la moral ni los motivos. En mi caso, hacerme ateo fue un movimiento positivo —la eliminación del bagaje negativo de falacias religiosas. Pero eso es más bien como saldar una enorme deuda. Me ha llevado al punto de partida, donde mi mente es libre para pensar. Ser un librepensador puede ser bastante positivo. (Ver «¿Qué es un librepensador?»).
El ateísmo básico no es una creencia. Es la falta de creencia. No es lo mismo creer que no hay dios que no creer que lo hay —ambas posiciones son ateas, pero el uso popular ha obviado la segunda. George Smith, en Atheism: The Case Against God (Ateísmo: el juicio a Dios), examina esta distinción como la diferencia entre ateísmo «explícito» (o «crítico») e «implícito». El ateísmo es la ausencia de creencia en cualquier dios, sea esa ausencia debida a un rechazo crítico de las afirmaciones teísticas, a la falta de familiaridad con el asunto (como sucede con los niños, o las culturas no teístas), o a principios agnósticos/escépticos evasivos.
Si tienes creencias en algún dios eres teísta, si no eres ateo. El ateísmo y el no teísmo son lo mismo, aunque, por supuesto, pueden llevar consigo estigmas diferentes en la sociedad contemporánea. Smith sugiere el término anti-teístas para el pequeño subconjunto de ateos que niegan positivamente la existencia de cualquier dios. Por supuesto, la mayoría de los ateos hablarán a veces de «negar» a dios, o declararán que «dios no existe», informalmente; puede que no sea injustificable pensar en una «falta de creencia en dios» como una forma relajada de «creer que dios no existe» cuando fallan continuamente los intentos repetidos de demostrar el teísmo. Todos estamos de acuerdo en que es permisible decir que «Santa Claus no existe» incluso cuando tal declaración no se puede demostrar totalmente. Sin embargo, incluso los ateos que «niegan» la existencia de los dioses (algo que yo mismo hago en conversaciones informales), tendrán que retractarse cuando se vean contra la pared filosófica, y admitirán que la falta de creencia no es una creencia.
Deme una denición de un dios y le diré si soy teísta, ateo o anti-teísta. Definitivamente son anti-Yavé-ista y anti-Zoroastro-ista, por ser estas criaturas autocontradictorias y absurdas, y por existir explicaciones naturales para los orígenes de los mitos. Si define a «dios» como una especie natural de extraterrestres superiores orbitando alrededor de Próxima Centauri soy ateo, a través del agnosticismo: no tengo ahora mismo ninguna base para creer en esas cosas, aunque estoy abierto a las pruebas. Si quiere identificar a «dios» meramente como el principio del «amor» (o algún otro giro semántico de teología vagamente liberal) supongo que me llamaría «teísta» bajo esa definición, pero yo evitaría la palabra porque sería carente de significado y confusa. Designar un fenómeno natural como «dios» es innecesario y poco sensato ya que tradicionalmente implica a un ser superior o una mente trascendente. Si «dios» es sólo un sinónimo de algún concepto natural, para el que ya tenemos una buena etiqueta, se lo puede —se lo debe— abandonar.
El ateísmo no es una etiqueta, es una descripción. Soy ateo, no Ateo[21]. Si alguna vez uso la palabra Ateo con “A” mayúscula es porque quiero aprovechar los efectos que tal uso puede causar, no porque defina quién soy como individuo. Por ejemplo, soy un hombre. Si tuviera que llevar una camiseta con la frase «Soy un Hombre» como etiqueta, sería por alguna razón política o emocional diseñada para causar impacto público.
Hay quienes evitan la palabra ateo por el estigma popular que lleva consigo. En un contexto donde se les pueda «etiquetar» y quizás malinterpretar, prefieren que se les llame racionalistas, agnósticos o no creyentes. No me opongo a esto. Pienso que puede haber muy buenas razones para guardarse las opiniones, como la armonía familiar o la seguridad laboral. Alguna gente simplemente se siente a disgusto con cualquier etiqueta. Por otra parte, hay ateos (como yo mismo) que ven el estigma como una ventaja, como una oportunidad de estar en vanguardia. Los Ateos Unidos de Los Angeles hacen buen uso de la palabra en la publicidad para combatir ideologías religiosas. Si estás discutiendo la religión y eres ateo, ¿por qué no decirlo? Algunos ateos se imaginan que la palabra ha sufrido de mala prensa y ya es hora de corregir esa imagen. Estoy de acuerdo.
El ateísmo no tiene nada que ofrecer y nada que demostrar. Ser ateo no es garantía de amabilidad, moralidad, justicia ni siquiera de racionalidad. Pero eso no significa que el ateísmo sea negativo. El ateísmo es un doble negativo y se puede percibir como positivo, igual que la frase «no violencia» es un buen concepto. Pero cualquier ateo que quiera hacer una declaración verdaderamente positiva debe mirar más allá del ateísmo hacia algo como el humanismo, el feminismo, la cultura ética, la filantropía, la educación o la ciencia.
Desde que dejé el fundamentalismo he notado una correlación entre el ateísmo y el humanismo. La mayor parte de los ateos parecen estar muy preocupados por los valores humanos. ¿Por qué es así? Quizás es porque cualquier persona que tenga el impulso (las agallas) para identificarse como ateo en la sociedad actual debe estar profundamente motivado por algo. Quizás la motivación sea rabia ante la inmoralidad religiosa, o insatisfacción con el antiintelectualismo supersticioso, o miedo de los peligros de la intolerancia cristiana, o empatía hacia las víctimas de la intolerancia, o alguna cosa por el estilo. Estos impulsos se originan probablemente en una mente que se preocupa profundamente con la justicia y la compasión, no sólo por una aproximación racional a la verdad. Mi propio rechazo de la moralidad religiosa (suponiendo que eso no sea una contradicción de términos) es un resultado de un impulso para descubrir un código más verdadero de principios éticos (no reglas) para mí y mi especie.
La biblia dice que los «malos son como el tamo que arrebata el viento». (Salmos 1:4). Los religiosos consideran paja todo lo que no cae dentro de sus límites. Me parece bien. Prefiero los vientos del librepensamiento que las definiciones de la ortodoxia.
Freethought Today, enero/febrero 1986.