Capítulo 19
Querido teólogo
QUERIDO TEÓLOGO:
Tengo unas pocas preguntas, y pensé que podrías ser la persona adecuada a la que preguntar. A veces se hace difícil estar sentado aquí en el cielo sin nadie con quien hablar. Quiero decir hablar de verdad. Siempre puedo conversar con los ángeles, por supuesto, pero como no tienen libre albedrío, y como yo creé todos los pensamientos de sus mentes sumisas, no son unos contertulios muy estimulantes.
Por supuesto, puedo hablar con mi hijo Jesús y con la «tercera persona» de nuestra sagrada trinidad, el Espíritu Santo, pero como todos somos el mismo, no hay nada que podamos contarnos unos a otros. No hay buenas conversaciones en Dios. Todos sabemos lo que sabe el otro. No podemos jugar mucho al ajedrez. Jesús a veces me llama «Padre», y eso me hace sentir bien, pero como él y yo tenemos la misma edad y tenemos los mismos poderes, no significa gran cosa.
Eres una persona culta. Has examinado la filosofía y las religiones del mundo, y tienes un título que te cualifica para llevar una discusión con alguien de mi nivel —no es que no pueda hablar con nadie, hasta con los creyentes incultos que llenan las iglesias y me alaban con peticiones sin fin, pero ya sabes cómo es eso. A veces estamos deseando una interacción con un colega respetado. Has leído a los eruditos. Has escrito artículos y libros sobre mí, y me conoces mejor que nadie.
Puede sorprenderte que tenga algunas preguntas. No, no son preguntas retóricas dirigidas a la enseñanza de lecciones espirituales, sino preguntas de verdad, dignas de Dios. No debería chocarte porque, después de todo, te creé a mi imagen y semejanza. Tu curiosidad la heredaste de mí. Dirás que el amor, por ejemplo, es un reflejo de mi naturaleza en ti mismo, ¿no? Como hacerse preguntas es sano, también viene de mí.
Alguien dijo una vez que deberíamos probarlo todo, y aferrarnos a lo bueno. Mi primera pregunta es esta:
¿De dónde vengo?
Me encuentro sentado aquí en el cielo, miro alrededor y me doy cuenta de que no hay nada aparte de mí y los objetos que he creado. No veo criaturas que compitan conmigo, ni siento nada por encima de mí mismo que me pueda haber creado, a no ser que esté jugando al escondite. En cualquier caso, hasta donde sé (y se supone que lo sé todo), no hay nada aparte de mi persona-tres-en-uno y mis creaciones. Siempre he existido, dices. No me creé a mí mismo, porque si lo hubiera hecho sería más grande que yo mismo.
Así que, ¿de dónde vengo?
Sé cómo afrontas esa cuestión en referencia a tu propia existencia. Has notado que la naturaleza, especialmente la mente humana, muestra evidencias de un diseño intrincado. Nunca has observado un diseño así sin un diseñador. Argumentas que los seres humanos han debido de tener un creador, y no voy a contradecirte.
Entonces, ¿qué pasa conmigo? Como tú, observo que mi mente es compleja e intrincada. Es mucho más compleja que tu mente, de lo contrario no podría haber creado tu mente. Mi personalidad muestra pruebas de organización y propósito. A veces me sorprendo a mí mismo por lo sabio que soy. Si crees que tu existencia es prueba de un diseñador, ¿qué piensas de mi existencia? ¿No soy maravilloso? ¿No funciono de forma organizada? Mi mente no es un barullo aleatorio de pensamientos inconexos; muestra lo que llamarías evidencia de diseño. Si tú necesitas un diseñador, ¿por qué yo no?
Puede que pienses que esta pregunta es una blasfemia, pero para mí no hay tal crimen. Puedo preguntar lo que me venga en gana, y me parece que esta pregunta es de justicia. Si dices que todo necesita un diseñador y luego dices que no todo (Yo) necesita un diseñador, ¿no te estás contradiciendo? Al excluirme del argumento, ¿no estás incluyendo tu conclusión en el argumento? ¿Eso no es pensamiento circular? No digo que no esté de acuerdo con tu conclusión, ¿cómo podría? Sólo me pregunto por qué es adecuado que tú infieras un diseñador y no lo es que lo haga yo.
Si dices que no necesito preguntar de dónde vengo porque soy perfecto y omnisciente mientras que los humanos sois falibles, entonces no necesitas para nada el argumento del diseño, ¿no? Ya has dado por sentado que existo. Puedes asumir eso, por supuesto, y no te voy a negar esa libertad. Un razonamiento apriorístico y circular como ese puede servirte de ayuda o de consuelo, pero no me hace ningún bien. No me ayuda a averiguar de dónde vengo.
Dices que existo eternamente, y supongo que no tendría nada que objetar si supiera lo que significa. Me resulta difícil concebir una existencia eterna. No puedo recordar tan atrás. Me llevaría una eternidad recordar la eternidad, lo que no me iba a dejar tiempo para hacer nada más, lo que me hace imposible confirmar si siempre existí. E incluso si es cierto, ¿por qué es mejor la existencia eterna que la temporal? ¿Un sermón largo es mejor que uno corto? ¿Qué significa «mejor»? ¿La gente gorda es mejor que la delgada, o la vieja mejor que la joven?
Piensas que es importante que siempre haya existido. Te voy a creer, de momento. Mi pregunta no trata de la duración de mi existencia, sino del origen de mi existencia. No veo cómo el ser eterno soluciona el problema. Todavía quiero saber de dónde vengo.
Sólo puedo imaginar una posible respuesta, y agradecería tu comentario. Sé que existo. Sé que no podría haberme creado a mí mismo. También sé que no hay ningún Dios superior que me pudiera haber creado. Como no puedo mirar por encima de mí mismo, quizás debería mirar hacia abajo en busca de un creador. Quizás —es una especulación, así que tendrás que soportarme— quizás tú me creaste.
No te abrumes. Quiero halagarte. Como contengo pruebas de diseño, y como no veo ningún otro lugar en el que ese diseño pudiera tener su origen, me veo forzado a buscar un diseñador, o diseñadores, en la propia naturaleza. Eres parte de la naturaleza. Eres inteligente —eso es lo que dicen tus lectores. ¿Por qué no debería encontrar la respuesta a mi pregunta en ti? Ayúdame con esto.
Por supuesto, si me hiciste yo no pude hacerte a ti, me parece. La razón por la que creo que te hice es porque me hiciste creer que te hice. Has dicho muchas veces que un Creador puede colocar pensamientos en tu mente. ¿No es posible que hayas puesto pensamientos en mi mente y aquí estamos, los dos, preguntándonos de dónde venimos?
Algunos de vosotros habéis dicho que la respuesta a toda esta pregunta no es otra que un misterio que sólo Dios entiende. Bien, muchas gracias. La responsabilidad es mía. Por una parte usas la lógica para intentar demostrar mi existencia, pero por otra parte, cuando la lógica se mete en un callejón sin salida, la abandonas e invocas la «fe» y el «misterio». Esas palabras pueden ser útiles para ti como sustitutos de los hechos o de la verdad, pero no se traducen en nada con sentido en lo que a mí respecta. Puedes fingir que «misterio» significa algo terriblemente importante, pero para mí simplemente significa que no lo sabes.
Algunos afirmáis que no «vine» de ningún sitio. Simplemente existo. Sin embargo, también os he oído decir que nada viene de la nada. No puede ser de las dos maneras. O existo o no. ¿Qué me hizo existir, en contraste con no existir en absoluto? Si no necesito una causa, ¿por qué tú sí? Como no me hace feliz decir que esto es un misterio, debo aceptar la única explicación que tiene sentido. Tú me creaste.
¿Es una idea tan horrorosa? Sé que piensas que muchos otros dioses fueron creados por los humanos: Zeus, Thor, Mercurio, Elvis. Reconoces que esas deidades tienen su origen en el deseo, la necesidad o el miedo humano. Si las benditas creencias de esos miles de millones de individuos se pueden descartar como producto de su cultura, ¿por qué las tuyas no? Los persas crearon a Mitra, los judíos a Yavé, y tú me creaste a mí. Si me equivoco en esto, por favor corrígeme.
Mi segunda pregunta es esta:
¿De qué va todo esto?
Quizás me hice a mí mismo, quizás algún otro dios me hizo, quizá me hiciste tú —dejemos eso a un lado por ahora. Ahora estoy aquí. ¿Por qué estoy aquí? Muchos de vosotros buscáis un sentido a la vida en mí, y muchas veces he dicho que vuestro propósito en la vida es complacerme. (Lee Apocalipsis 4:11). Si tu propósito es complacerme, ¿cuál es el mío? ¿Complacerme a mí mismo? ¿Eso es todo lo que hay en la vida?
Si existo para mi propio placer, es egoísta. Hace que parezca como si te hubiese creado meramente para tener unos juguetes vivientes con los que jugar. ¿No hay ningún principio al que pueda referirme? ¿Algo que admirar, adorar y rendir culto? ¿Estoy relegado para la eternidad a estar sentado aquí y entretenerme con la adoración de otros? ¿O adorarme a mí mismo? ¿Con qué objeto?
He leído vuestros escritos sobre el significado de la vida, y no me entiendas mal, tienen sentido en el contexto teológico de las metas religiosas humanas, aunque no sean muy prácticas en el mundo real. Muchos de vosotros sentís que vuestro propósito en la vida es alcanzar la perfección. Como los humanos quedáis muy lejos de la perfección, según admitís vosotros mismos (y estoy de acuerdo), la mejora de uno mismo os da un objetivo. Os da algo que hacer. Algún día esperáis ser tan perfectos como pensáis que soy yo. Pero como yo ya soy perfecto, por definición, no necesito un propósito. Simplemente estoy ahí, supongo.
Aún así me pregunto por qué estoy aquí. Existir está bien. Ser perfecto está bien. Pero no me da nada que hacer. Creé el universo con todo tipo de leyes naturales que lo gobiernan todo, desde los quarks a los cúmulos galácticos, y funciona bien solito. Tuve que hacer todas esas leyes, de lo contrario me vería envuelto en un montón de trabajo repetitivo y laborioso, como arrastrar los rayos de luz a través del espacio, tirar hasta el suelo de los objetos que caen, pegar los átomos unos a otros para formar moléculas y un trillón más de tareas aburridas más propias de un esclavo que de un amo. Habéis descubierto la mayoría de esas leyes, y puede que estéis a punto de completar el rompecabezas, y una vez que lo hayáis hecho sabréis lo que yo sé: que no tengo nada que hacer en el universo. Estar aquí arriba es muy aburrido.
Podría crear más universos y más leyes, pero ¿para qué? Ya he hecho universos. La creación es como estornudar o escribir cuentos cortos; simplemente me sale. Podría lanzarme a una orgía de creación. Crear, crear, crear. Después de un rato cualquiera puede hartarse de hacer siempre lo mismo, como cuando te comes una caja entera de bombones y descubres que el último no sabe tan bien como el primero. Una vez que tienes diez hijos, ¿necesitas veinte? (Te lo pregunto a ti, no al Papa). Si más es mejor, estoy obligado a seguir hasta que haya engendrado un número infinito de hijos, y un número sin fin de universos. Si puedo obligarme a mí mismo, soy un esclavo.
Muchos afirmáis que no es apropiado buscar propósito dentro de vosotros mismos, que tiene que venir de fuera. Yo me siento igual. No puedo darme un sentido a mí mismo. Si lo hiciera, tendría que buscar mis razones. Tendría que ocurrírseme una explicación de por qué elegí un objetivo frente a otro, y si tales razones vinieron de dentro de mí mismo estaría atrapado en un bucle de racionalizaciones autojustificadas. Como no tengo un Poder Superior para mí, no tengo propósito. Nada por lo que vivir. Nada tiene sentido.
Vale, puedo otorgarte un sentido —complacerme, alcanzar la perfección, lo que sea— y quizás esto es todo lo que te importa; pero ¿no te molesta, sólo un poquito, que la fuente de sentido en tu vida no tiene una fuente para sí misma? Y si es cierto, ¿no es también cierto que en último término tú tampoco tienes un sentido para ti mismo? Si te hace feliz exigir un punto de referencia externo del que colgar tu significación, ¿por qué me lo niegas a mí? Yo también quiero ser feliz, y quiero encontrar la felicidad en algo que no sea yo mismo. ¿Es eso un pecado?
Por otra parte, si crees que tengo el derecho y la libertad de encontrar la felicidad en mí mismo y en las cosas que creé, ¿por qué no deberías tener tú el mismo derecho? ¿Tú, a quien creé a mi imagen y semejanza?
Sé que algunos habéis propuesto una solución a este problema. Lo llamáis «amor». Creéis que estoy solo aquí arriba, y que creé a los humanos para satisfacer mi añoranza de una relación con algo que no sea yo mismo. Por supuesto, esto nunca funcionará porque me es imposible crear algo que no sea parte de mí mismo, pero digamos que lo intento de todos modos. Digamos que creo este mecanismo llamado «libre albedrío», que da una elección a los humanos. Si doy la libertad (aunque esto es forzar la palabra porque no hay nada fuera del alcance de mi poder) de no amarme, si algunos de vosotros, unos pocos, incluso uno solo de vosotros decide amarme, habré obtenido algo que podría no haber tenido. Habré obtenido una relación con alguien que podría haber decidido lo contrario. A esto se le llama amor, decís.
Es una gran idea, sobre el papel. En la vida real, sin embargo, resulta que millones, miles de millones de personas han optado por no amarme, y tengo que hacer algo con esos infieles. No puedo limitarme a descrearlos. Si simplemente destruyo a todos los no creyentes, podría haber creado sólo creyentes para empezar. Como soy omnisciente, sabría de antemano cuales de mis creaciones iban a tener la tendencia de elegirme, y esto no provocaría un conflicto con el libre albedrío porque aquellos que no me iban a elegir habrían sido eliminados simplemente no creándolos desde un principio. Podría llamarlo Selección Sobrenatural. Parece mucho más compasivo que el infierno.
No puedes tener una relación de amor con alguien que no es tu igual. Si vosotros los humanos no tenéis un alma eterna garantizada, como yo, carecéis de valor como compañeros. Si no puedo respetar vuestro derecho a existir independientemente, y vuestro derecho a elegir algo que no sea yo, no podría amar a quienes de entre vosotros me elijan. Debería encontrar un lugar para todos esos miles de millones de almas eternas que me rechazan, sean cuales sean sus razones. Llamémoslo «infierno», un lugar que es no-Dios, no-yo. Tendría que crear este averno, de lo contrario ni yo ni los no creyentes podríamos escaparnos del otro. Vamos a pasar por alto los tecnicismos de cómo me las iba a arreglar para crear el infierno, y luego separarlo de mí mismo, sin quien nada más existe. (No es como si pudiera crear algo y luego simplemente tirarlo no hay un montón de desechos cósmicos). La cuestión es que como se supone que soy perfecto, este lugar de exilio debe ser algo que sea lo contrario. Debe ser la maldad, el dolor, la oscuridad y el tormento definitivos.
Si creé el infierno, no me gusto a mí mismo.
Si creé un infierno, no sería muy inteligente ir anunciando ese hecho. ¿Cómo iba a saber si la gente afirmaba amarme por mí mismo o sólo para evitar el castigo? ¿Cómo puedo esperar que me ame alguien que en primer lugar me teme? La amenaza de tormento eterno puede hacer obedientes a algunos por miedo, pero para nada inspira amor. Si me trataras con amenazas e intimidaciones, tendría que reconsiderar mi admiración por ti.
¿Cómo te sentirías si hubieras traído al mundo algunos hijos a sabiendas de que se les iba a torturar eternamente en un lugar que tú construiste para ellos? ¿Podrías vivir contigo mismo? ¿No hubiera sido mejor no traerlos al mundo para empezar?
Sé que algunos de vosotros estáis convencidos de que el infierno no es más que una metáfora. ¿Pensáis lo mismo del cielo?
En cualquier caso, todo este argumento del amor está equivocado. Como soy perfecto, no me falta nada. No puedo sentirme solo. No necesito que me amen. Ni siquiera quiero que me amen porque querer es carecer. Someterme al potencial de dar y recibir amor es admitir que me pueden herir aquellos que eligen no amarme. Si puedes hacerme daño, no soy perfecto. Si no se me puede hacer daño, no puedo amar. Si no hago caso o elimino a quienes no me aman, enviándolos al infierno o al olvido, entonces mi amor no es sincero. Si todo lo que hago es lanzar el dado del «libre albedrío» y luego me limito a recolectar la cosecha de quienes han elegido amarme, soy un monstruo egoísta. Si jugases a esto con las vidas de la gente, te llamaría insensible, presuntuoso, inseguro, egoísta y manipulador.
Sé que habéis intentado sacarme las castañas del fuego. Explicas que Tu Seguro Servidor no es responsable de los sufrimientos de los no creyentes porque rechazar a Dios es su elección, no la mía. Tenían una naturaleza humana corrupta, explicas. Bueno, ¿quién les dio su naturaleza humana? Si ciertos humanos deciden hacer el mal, ¿de dónde sacaron el impulso? Si piensas que llegó de Satanás, ¿quién creó a Satanás? Y para empezar, ¿por qué algunos humanos iban a ser susceptibles a Satanás? ¿Quién creó la susceptibilidad? Si Satanás fue creado perfecto y luego cayó, ¿de dónde vino el defecto de la perdición? Si yo soy perfecto, ¿cómo, en el nombre de Dios, llegué a crear algo que no fuera a elegir la perfección? Alguien dijo una vez que un buen árbol no puede dar mal fruto.
Aquí tienes el título para tu próximo tocho teológico: ¿Era Eva perfecta? Si lo era, no hubiera tomado el fruto. Si no lo era, creé la imperfección.
Puede que pienses que todo esto me da un objetivo —volver a juntar los trozos de Humpty Dumpty[24]— pero en realidad me da un dolor de cabeza.(Si no me permites un simple dolor de cabeza, ¿cómo puedes permitirme el dolor del amor perdido?). No podría vivir conmigo mismo si pensase que mis acciones causaban daño a otros. Bueno, no debería decir eso. Como creo que tú me creaste, supongo que debería dejar que me dijeras con qué puedo vivir. Si crees que es consistente con mi carácter tolerar a la vez el amor y la venganza, no tengo elección. Si eres mi creador, debería arrojar ternura por una de las comisuras de mi boca y brutalidad por la otra. Podría bailar con quien me ama sobre los huesos de mis hijos equivocados, y fingir que disfruto con ello. Sería de verdad muy humano.
Tengo mil preguntas más, pero espero que me permitas una más:
¿Cómo decido lo que está bien y lo que está mal?
No sé cómo llegué hasta aquí, pero estoy aquí. Digamos que mi propósito es hacer buenas personas de mis creaciones. Digamos que soy capaz de ayudarte a aprender cómo ser perfecto como yo, y que la mejor forma es que actúes exactamente como yo, o como yo quiero que actúes. Tu meta es convertirte en un pequeño reflejo de mí mismo. ¿No sería espléndido? Yo te daré reglas o principios, y tú intentarás seguirlos. Esto puede tener o no significado, pero nos mantendrá ocupados a los dos. Supongo que desde tu punto de vista será enormemente significativo, ya que piensas que tengo el poder de premiar y castigar.
Sé que algunos de vosotros, teólogos protestantes, pensáis que doy premios no por las buenas obras, sino sólo por creer en mi hijo Jesús que recibió el castigo por vuestras malas obras. Bueno, Jesús sólo cumplió unas treinta y seis horas de una condena perpetua eterna en el infierno y ahora está de vuelta aquí arriba conmigo en la comodidad suprema. ¡Eso es una colleja! No consiguió la libertad condicional por buen comportamiento —simplemente lo soltaron. (Tenía buenos contactos). Si mi justificado juicio exigía una satisfacción absoluta, Jesús debería haber cumplido la condena íntegra, ¿no crees?
Más allá de eso, me resulta completamente incomprensible por qué piensas que iba a aceptar la sangre de un individuo a cambio del crimen de otro. ¿Eso es justo? ¿Eso es justicia? Si cometes un delito, ¿la ley permite que tu hermano cumpla la pena de cárcel por ti? Si alguien desvalija tu casa, ¿te parece que se haría justicia si un amigo te comprase muebles nuevos? ¿De verdad piensas que soy un dictador tan sediento de sangre que me conformaría con la muerte de cualquiera por el crimen de otro? ¿Y tan irrespetuoso con la justicia que aceptaría alegremente un sustituto por tus crímenes? ¿Qué fue de la responsabilidad personal? Resulta duro abrir mis brazos para dar la bienvenida al cielo a los creyentes que han evadido el castigo por sus acciones. Aquí hay algo que no funciona.
Pero pasemos por alto estas objeciones. Supongamos que Jesús y yo ajustamos las cuentas y que el malvado recibirá castigo y el bueno obtendrá recompensa. ¿Cómo los distinguiré? Insistes en que no consulto ningún libro de reglas. Me pides que sea la Autoridad Final. Sólo tengo que decidir, y tú tienes que confiar en mi decisión. ¿Soy libre de decidir lo que quiera?
Supón que decido que me gustaría que me honres con un día para mí. Me gusta el número siete, no sé por qué, quizás porque es el primer número inútil. (Nunca verás cantar ningún himno en mi honor al compás de 7/4). Vamos a dividir el calendario en grupos de siete días y llamarlos semanas. Por mor de la armonía, dividiré cada fase lunar en más o menos siete días. El último día de la semana —quizás el primero, no me importa— lo haré a un lado para mí. Vamos a llamarlo Sabat. Tiene buena pinta, así que supongo que es lo correcto. Haré una ley que te ordene observar el Sabat, y si lo haces te declararé buena persona. De hecho, la convertiré en uno de mis Geniales Diez Mandamientos, y ordenaré tu ajusticiamiento si desobedeces. Todo encaja perfectamente, no sé por qué.
Échame una mano con esto. ¿Cómo se supone que voy a elegir lo que es moral? Como no puedo consultar a ninguna autoridad, lo que tengo que hacer, parece ser, es elegir al azar. Los actos se convertirán en buenos o malos simplemente porque yo los declare así. Si caprichosamente digo que no tienes que hacer imágenes talladas ni fundidas de «nada que esté en el cielo por encima, o que esté en la tierra por debajo, o que esté en el agua bajo la tierra», eso será así. Si decido que el asesinato es bueno y la compasión mala, tendrás que aceptarlo.
¿Eso es todo? ¿Yo decido a mi aire lo que está bien o mal? O aún peor, ¿decido basándome en lo que sea que me haga sentir bien? He leído en vuestra literatura que denunciáis actitudes tan centradas en uno mismo.
Algunos decís que como soy perfecto no puedo equivocarme. Lo que decida que es bueno o malo será de acuerdo con mi naturaleza, y como soy perfecto, mis decisiones serán perfectas. En cualquier caso, mis elecciones serán seguramente mejores que las vuestras, pensáis. Pero ¿qué significa «perfecto»? Si mi naturaleza es «perfecta» (sea lo que sea que signifique), estoy viviendo según un estándar. Si vivo según un estándar, no soy Dios. Si la perfección significa algo por sí misma, al margen de mí, entonces estoy constreñido a seguir su senda. Si, por el contrario, la perfección se define simplemente como conformidad con mi naturaleza, entonces no significa nada. Mi naturaleza puede ser lo que ella quiera, y la perfección se definirá según ella. ¿Ves el problema? Si la «perfección» es lo mismo que «Dios», entonces no es más que un sinónimo de mí mismo, y podemos librarnos de la palabra. Podríamos librarnos de cualquiera de las dos palabras, elige.
Si soy perfecto, hay ciertas cosas que no puedo hacer. Si no soy libre para sentir envidia, lujuria o malicia, por ejemplo, no soy omnipotente. No puedo ser más poderoso que tú si tú puedes sentir y hacer cosas que yo no puedo.
Además, si piensas que Dios es perfecto, por naturaleza, ¿qué significa «naturaleza»? Esa palabra se usa para describir cómo son y actúan las cosas en la naturaleza, y como piensas que estoy por encima de la naturaleza, tienes que querer decir otra cosa, algo como «carácter» o «atributos». Tener una naturaleza significa que hay límites. ¿Por qué soy de una manera y no de otra? ¿Cómo decidí que mi naturaleza iba a ser la que es? Si mi «naturaleza» está claramente definida, estoy limitado. No soy Dios. Si mi naturaleza no tiene límites, como algunos de vosotros sugerís, entonces no tengo naturaleza en absoluto, y decir que Dios tiene esta o la otra naturaleza no tiene sentido. De hecho, si no tengo límites, no tengo identidad; y si no tengo identidad, no existo.
¿Quién soy?
Esto me lleva de vuelta al acertijo: si no sé quién soy, ¿cómo puedo decidir lo que está bien? ¿Me limito a fisgonearme a mí mismo hasta que se me ocurre algo?
Hay una ruta que podría seguir, y algunos de vosotros lo habéis sugerido. Podría basar mis decisiones en lo que es mejor para vosotros los humanos. Vosotros tenéis cuerpos físicos que dan tumbos por un mundo físico. Podría determinar aquellas acciones que son saludables y beneficiosas para seres materiales en un entorno material. Podría hacer de la moralidad algo material: algo relacionado con la vida humana, no con mis caprichos. Podría declarar (por conclusión, no por edicto) que dañar la vida humana es malo, y que ayudar o mejorar la vida humana es bueno. Esto sería como proporcionar un manual de manejo para algo que diseñé y fabriqué. Me exigiría saberlo todo sobre la naturaleza humana y el entorno en el que vivís los humanos, y comunicaros estas ideas.
Esto es muy razonable, pero cambia mi tarea de una de determinar la moralidad a una de comunicar la moralidad. Si la moralidad se descubre en la naturaleza, no me necesitáis, excepto para daros empujoncitos. Me di cuenta de que tenéis mentes capaces con la habilidad de razonar y hacer ciencia. No hay nada misterioso en estudiar cómo interactúan los humanos con la naturaleza y entre ellos, y deberíais ser capaces de establecer vuestras propias reglas. Algunos lo intentasteis miles de años antes de Moisés. Aunque vuestras reglas contradijeran a las mías, no podría adjudicarme una autoridad superior a la vuestra. Al menos vosotros podríais dar razones para vuestras reglas, algo que yo sólo puedo hacer sometiéndome a la ciencia.
Si la moralidad se define por cómo existen los seres humanos en la naturaleza, no me necesitáis para nada. ¡Estoy libre! Según he leído, la mayoría de vosotros tenéis los pies en el suelo sin mi ayuda. Podría enviar unas tablas de piedra con lo que pienso que está bien y mal, pero seguiría siendo vuestra decisión ver si funcionan en el mundo real. Pienso que estamos todos de acuerdo en que la razón bien fundada es mejor que el capricho de una deidad infundada.
Es un enfoque maravilloso, pero lo que me molesta es que aunque pueda ayudarte a saber qué es moral en tu entorno, no me ayuda mucho a mí. No tengo entorno. Estoy aquí, aleteando en la brisa. Te envidio.
Tampoco ayuda el enfoque humanista a aquellos de vosotros que quieren que la moralidad se enraíce en algo absoluto, fuera de vosotros mismos. Tiene que ser aterrador para los que necesitáis un ancla, daros cuenta de que el océano no tiene fondo. Bueno, también es aterrador para mí. Yo no tengo un ancla. Por eso pido tu ayuda.
Gracias por leer mi carta, y por dejarme que me imponga en tu ajetreada agenda. Responde cuando puedas. Tengo todo el tiempo del mundo.
Sinceramente,
tu seguro servidor.