Capítulo 44
Reventar(*)
Nunca me habían echado de una reunión antes. Pero no pude evitarlo; hice que me expulsaran del mitin de «milagros» de Peter Popoff.
Peter Popoff es el «sanador por la fe» que James Randi desenmascaró en el Show de Johnny Carson. Moviéndose entre el público, Popoff revelaba detalles sospechosamente precisos sobre individuos que no podía haber conocido: nombres, direcciones, enfermedades exactas. Las tareas detectivescas de Randi descubrieron el hecho de que la esposa de Popoff, desde otra habitación, estaba transmitiendo los datos a un receptor en el audífono de Popoff (¿por qué un sanador por la fe necesita audífono?) mientras veía la reunión en un monitor de vídeo. Ella entrevistaba hábilmente a docenas de personas antes de las reuniones, enterándose de quién podía caminar un poco (a quién debía elegir Peter) y quién era incurable (a quién debía evitar Peter), rellenando una «tarjeta de oración» en la que anotaba su aspecto, dirección y otros detalles. Con su esposa vertiendo información en su oído, Popoff parecía que Dios le había dado el «don del conocimiento».
Después del desenmascaramiento público, el ministerio de Popoff cayó en barrena. Docenas de emisoras de TV cancelaron su programa, temiendo responsabilidades legales y mala imagen pública. Los ingresos de Popoff cayeron en picado desde los $550 000 al mes que admite haber recibido; sus reuniones se redujeron a unas pocas docenas de primos.
Cuando el miembro de la Fundación Mike Miller se enteró de que Popoff iba a ir al Hotel Pfister de Milwaukee telefoneó a nuestras oficinas. Durante dos semanas antes de la «Cruzada Milagrosa» del 7 de junio de 1990 intentamos convencer al Pfister de que cancelase la reunión. Les enviamos artículos de Freethought Today y Free Inquiry que documentaban las travesuras de Popoff. Preguntamos al Hotel Pfister por qué querían poner en peligro su buena reputación o arriesgarse a asumir responsabilidades legales al hacer negocios con este estafador. Dijeron que iban a investigar; pero no lo cancelaron. También llamamos al Fiscal del Distrito para que investigase la publicidad engañosa de Popoff y las prácticas médicas fraudulentas. Aunque esta es una cuestión seria de salud pública, el F. D. de Milwaukee declinó seguir adelante, citando «amplia libertad» con los grupos religiosos. Así que nos pusimos en contacto con los medios locales acerca de nuestros planes de una protesta pública.
El 7 de junio, dos coches llenos de miembros de la Fundación viajaron desde Madison para encontrarse con los miembros del Comité de Wisconsin para la Investigación Racional, dirigido por Mary Beth Emmerichs, también miembro de la Fundación. Nuestra estrategia fue protestar la reunión de Popoff desde varios ángulos.
Helen y Mike Hakeem se plantaron ante una entrada del hotel, y Ken Taubert y yo ante otra, entregando volantes que condenaban a los «estafadores» que depredan a los crédulos, detallando pruebas del fraude de Popoff. Esa noche había muchas actividades en el Pfister (¡hasta una graduación de la escuela médica en la habitación junto a Popoff!), pero fue fácil localizar a los que se dirigían a la curación: eran en su mayor parte pobres, enfermos y no se separaban de sus biblias. Ken y yo miramos dos veces cuando nos dimos cuenta de que el Gobernador de Wisconsin ¡estaba entre nosotros dos! El Gobernador Tommy Thompson, según parece, había estado cenando en el hotel tras encontrarse con el Presidente Bush, que había estado en la ciudad esa tarde. El Pfister tiene una reputación. Estábamos encantados de ver que Tommy, un religioso que no tiene reputación de ser muy listo, estaba saliendo del hotel.
Una mujer leyó nuestro volante, lo rasgó y gritó «¡Estafaor! No quio oír de ningún estafaor».
Ken y yo ayudamos a un hombre a subir el bordillo de la acera con su silla de ruedas. Parecía un veterano de Vietnam. Mientras le indicábamos cómo llegar a la reunión de Popoff en el Salón de Baile Imperial de la séptima planta, le pedimos que leyera nuestra información. Lo hizo con cuidado, echándonos una mirada hacia atrás mientras se dirigía al ascensor.
Mientras tanto, Mike Miller y Jim Dew (ambos candidatos al doctorado en psicología) asistieron a la sesión de calentamiento de primera hora. Este es el momento en el que el asistente de Popoff trata de identificar candidatos para la «curación». Mike escribió a Popoff que estaba muriendo (todos estamos muriendo), y que esperaba verse seleccionado para una «curación». Intentó parecer enfermo y crédulo mientras el asistente de Popoff, Larry Skelton (la esposa de Popoff no estaba presente), peinó las llegadas tempraneras en busca de información. Jim distribuyó valerosamente un volante que había preparado Mike que hacía referencia al versículo bíblico, «guardaos de los falsos profetas». Aunque Skelton estaba enfadado, ninguna de las setenta u ochenta personas presentes objetó.
En cuanto empezó la cruzada, con los agónicos intentos de Skelton de cantar canciones gospel, los Hakeem, Ken y yo encontramos unos asientos juntos en el centro de la habitación, en frente de la entrada del lado contrario. No había pianista, sólo una banda sonora pregrabada en baja calidad que se reproducía a través de unos altavoces colocados sobre la tarima, con la que cantaba Skelton, horriblemente desafinado. Si puede dibujar una caricatura de un estafador de feria, tendría justo el aspecto de Skelton, hasta su bigote de vodevil. Todo era prefabricado y chabacano. Pero la gente había venido a ver milagros, y estaban arrebatados con el espectáculo del farsante.
Un reportero del Milwaukee Journal, alertado por nosotros, asistió a la reunión. Cuando su fotógrafo se puso en pie, Skelton lo ahuyentó con un «Fotos no».
Los primeros treinta minutos del número de Popoff fueron una presentación comercial. Repasó laboriosamente todos y cada uno de sus libros, cintas y vídeos, señalando hacia la mesa del fondo de la habitación donde estaban todos a la venta. El verdadero «sermón» era sobre cómo un ángel había ayudado a la familia de Popoff a escapar de un campo de detención alemán, señalándole a él en particular para el ministerio. Después de esta ridícula historia, Popoff se metió en su número de curación por la fe, que era la principal razón por la que había venido la gente.
Merodeando por la habitación, agarró la cabeza de una mujer, la despeinó deliberadamente, la sacudió y la declaró curada. Le dijo a una mujer mayor que se levantara y le ordenó no sólo que caminase, sino que brincase por el salón. El público marcaba sus «curaciones» hablando en lenguas en voz alta, levantando los brazos, sacudiéndose, llorando y gritando «Amén», «¡Gracias, Jesús!», y«¡Aleluya!». Te hacía sentir como en uno de esos combates de lucha libre profesional en la TV.
El arte de Popoff para manipular a la multitud suponía estimularse a sí mismo y a la multitud hasta alcanzar un tono frenético, luego bajar a un susurro, o unos segundos de silencio dramático antes de que recibiese un nuevo Mensaje de Dios. Se detenía, giraba rápidamente y señalaba, gritando «¡Dolor de espalda! ¿Quién tiene dolor de espalda? ¿Eres tú?». Normalmente más de una persona levantaba la mano. Mirando su biblia (ha abandonado su truco de la radio), Popoff se arriesgaba, «Roger. ¿Significa algo el nombre de Roger?». A continuación de un tremendo silencio, Roger o alguien que rezaba por Roger levantaba la mano.
Popoff se acercó a una mujer, diciendo «dolor de espalda». Pero ella dijo que le dolían los pies. «Tienes dolor de espalda y de piernas», improvisó sin perder el ritmo. «Curó» a esa mujer, ¡alabado sea Jesús!
Era cómico, y triste. El hombre practicaba medicina sin licencia, dando falsas esperanzas y poniendo vidas en peligro (muchos de sus creyentes han dejado de lado la medicina o han cancelado citas con sus médicos). Recordé haber participado en reuniones exactamente como esa cuando era un evangelista hecho y derecho, y estaba avergonzado. Mientras estaba allí mirando la farsa empecé a quemarme lentamente. Ken dijo que me echó un vistazo y pensó que estaba a punto de explotar.
Después de unos cuarenta minutos de espectáculo de feria, Popoff dijo:
—¡Dolor tras la oreja!
Un hombre grueso y medio calvo se puso en pie.
—¿Eres tú? —preguntó Popoff—. Lo sabía, porque sentí una quemazón detrás de mi propia oreja —dijo a la multitud enmudecida.
Era el momento perfecto. No me pude resistir.
—¡Menudo chiste! —Lancé con fuerza en medio del silencio—. ¡Estás jugando, Peter, pero no funciona! ¡Esta noche nadie se ha curado!
Popoff se quedó boquiabierto mirándome, la boca de par en par. Parecía un niño atrapado con la mano en el tarro de las galletas. No dijo nada. Las personas del público, después de unos segundos en silencio, comenzaron a increparme:
—¡Te rechazamos, Satanás! ¡En nombre de Jesús!
Como nadie me disputaba el terreno, me puse en pie y seguí mi sermón. La gente hablaba en lenguas, algunos de pie y extendiendo los brazos hacia mí. Me percaté de que Skelton, con la cara roja, recorría enfurruñado la habitación hacia mí.
En todo ese tiempo, Popoff estaba congelado. El micrófono colgaba a su lado. Es difícil describir su expresión: boquiabierto, vacío, asustado, tímido, culpable. Sacado a empellones de su rutina, el hombre estaba sin recursos.
Skelton me agarró del brazo y dijo:
—Hemos pagado un montón de dinero por este salón. ¿Por qué no alquila su propio auditorio? Está perturbando nuestra reunión y tengo que pedirle que se vaya.
Fíjese en que el énfasis era financiero, no espiritual. ¿Por qué no hicieron él o Popoff otro milagro para provocarme un tétanos que me bloquease la mandíbula?
Dije que estaría encantado de irme, pero que difícilmente se me podía acusar de «perturbar» una reunión como esa. Desde el principio, Popoff había estado pidiendo al público que respondiera, y eso era lo que estaba haciendo. Mientras caminaba deliberadamente despacio a través del público para salir, pasando junto a Popoff, que todavía estaba atrapado en silencio en el medio de la habitación, me giré hacia él y le dije:
—Tú eres el único enfermo esta noche. Necesitas ayuda profesional.
En ese momento, Ken, los Hakeem y algunos otros librepensadores se unieron a la protesta, poniéndose en pie, hablando y abandonando el salón detrás de mí. Cuando una mujer me gritó «estás equivocado», le recordé al grupo que el que había sido desenmascarado como fraude era Popoff, que les estaban engañando y robando.
Todos los escépticos dejamos la habitación juntos, y justo detrás de nosotros vino el hombre de la silla de ruedas a quien Ken y yo habíamos ayudado con el bordillo al principio.
Nos dijo que Popoff no le había hecho ningún caso, rodeando siete veces su silla de ruedas durante la reunión. Seguía creyendo que Dios es real, pero admitió que Popoff es un falsario.
Cuando terminó el encuentro unos veinte minutos más tarde, Beth y Jerome entregaron octavillas a los creyentes que salían del salón. Los volantes repetían la oferta de James Randi de dar 10 000[46] dólares a quienquiera que pueda demostrar una curación orgánica sólo por medio de la fe. Muchos rechazaron los volantes, aparentemente advertidos por Popoff de que el Diablo estaba esperando al otro lado de la puerta.
El Milwaukee Journal publicó una historia a la mañana siguiente, alertando a los lectores sobre la posibilidad de fraude religioso, e informando de la presencia de grupos escépticos y librepensadores. El informe señalaba lamentablemente que los cepillos de Popoff estaban rebosantes de dinero, poco afectados según parece por los «negacionistas».
No recomiendo que los librepensadores perturben reuniones religiosas, pero tengo que admitir que fue bastante satisfactorio reventar ante Popoff.
Freethought Today, agosto 1990.