Capítulo 15
¿No le resulta borroso?
¿Será la fe el resultado de un pensamiento borroso? A menudo resulta fácil identificar la irracionalidad religiosa, pero ¿por qué es tan difícil corregirla? Pienso que es porque los creyentes razonan de dentro hacia afuera. La fe no es el resultado de un pensamiento borroso. Es su causa.
Rara vez es efectivo limitarse a burlarse de las tonterías religiosas, pero tampoco lo es una aproximación bien razonada, según parece. El 7 de abril de 1987 participé en un debate en la Universidad de Wisconsin en Madison con el Dr. J. Terence Morrison (de la Hermandad Cristiana InterVarsity) sobre «Jesús de Nazaret: ¿mesías o mito?». Mi posición era que el personaje de Jesús del Nuevo Testamento, existiera o no en realidad (y pienso que probablemente vivió), es un mito, como cualquier otro mito. (Ver «Jesús: ¿historia o mito?»). Mi oponente, por supuesto, argumentó que Jesús es totalmente histórico y que las teologías evangélicas actuales están basadas en hechos sólidos.
Morrison demostró una familiaridad general con algunos de los puntos fuertes de los argumentos de los apologistas: la existencia y fechas de documentos del Nuevo Testamento, y el crecimiento de la iglesia primitiva. Sus puntos secundarios también estaban bien expuestos: su testimonio de conocer a Jesús personalmente, y la afirmación de que no deberíamos sentir que tenemos que demostrarlo todo. El debate fue muy vivo sobre estos puntos.
Sin embargo, no estaba preparado para discutir la (falta de) confirmación histórica al margen del Nuevo Testamento, y dijo que era químico, no historiador. Este fue un defecto imperdonable en su presentación. ¿Cómo puede uno tener una discusión histórica sin mirar la historia? La ignorancia de Morrison, por supuesto, no hace que todo el templo se derrumbe. Hay muchos otros apologistas cristianos bastante capaces de discutir a Josefo, Tácito, Suetonio y otros historiadores antiguos, aunque no tienen nada que ganar para su causa. Quizás Morrison lo sabía y evitó la trampa. Pero su fallo fatal, en el asunto de los milagros, fue que inocente o deliberadamente fue incapaz de comprender la importancia de una regularidad natural estricta como criterio en la historia crítica.
Se define milagro como una violación o invalidación de las leyes de la naturaleza. Supone una separación sólida entre el mundo natural y el sobrenatural (que a veces se perfora cuando los dioses quieren llamar nuestra atención). Un milagro, por tanto, se define por la imposibilidad natural.
David Hume mostró que la historia no se puede usar para demostrar un milagro. Los datos históricos sólo se pueden interpretar si suponemos que a lo largo del tiempo siempre han funcionado las mismas leyes de la naturaleza. Al reconstruir el pasado, debemos usar como criterio todo nuestro conocimiento de lo que es posible e imposible, probable e improbable. Un milagro, por definición, queda fuera de esta esfera.
Esto no significa (a priori) que los milagros no hayan ocurrido, por supuesto. Sólo significa que la historia es impotente para demostrarlos. Morrison estuvo de acuerdo en que la historia es la ciencia más débil, una ciencia de aproximaciones. ¡Y la historia son los cimientos de la apologética cristiana! Parece cómico invertir un interés infinito en una aproximación débil.
Morrison no captó el dilema. Por otra parte, necesita una regularidad natural estricta, o si no los milagros no cuentan en absoluto. Si la gente volviera de la tumba rutinariamente, la resurrección de Jesús no sería un signo de nada sobrenatural.
Pero por otra parte, Morrison dio argumentos que indican que le gustaría debilitar, e incluso eliminar, la barrera natural/sobrenatural. En cierto momento apeló a la audiencia para que dieran testimonio de milagros modernos. ¿No se da cuenta de que eso mutila su caso? Los milagros no pueden soportar ser numerosos.
Además, cuando rascamos la superficie de los relatos de milagros modernos descubrimos invariablemente exageraciones, fraudes o malas interpretaciones religiosas «de buena fe» de curaciones perfectamente naturales. Las curaciones suceden constantemente, a ritmos diferentes, y aunque no todas se entienden completamente, encajan sin problemas en nuestro mundo natural. Nunca verá pruebas de regeneración de partes del cuerpo, montañas flotantes ni bastones que se conviertan en serpientes.
Por supuesto, hay sucesos que se calificaron en su día como imposibles que a la luz de nuevos conocimientos podrían de hecho ser probables, de modo que los escépticos e historiadores deberían estar dispuestos a revisar sus criterios si es necesario. Las leyes de la naturaleza son simples descripciones, después de todo. Pero esto no sustentará el caso a favor de los milagros; simplemente los denotará como sucesos naturales, destruyendo su capacidad para apuntar a un reino trascendente.
Morrison afirmaba que podía idear formas científicas de duplicar todos los milagros bíblicos, haciéndolos más creíbles: la palabra milagro debería traducirse simplemente como «maravilla». De nuevo, ¿no se dan cuenta los cristianos de que esto elimina la división? Convierte a dios en un extraterrestre avanzado con efectos visuales de alta tecnología.
Afirmó que los milagros del Evangelio deberían quedar exentos, después de todo, de la comprobación científica porque, como la resurrección, no eran sucesos repetibles. Esto es una admisión reveladora de que los cristianos quieren que los escépticos tengan «las manitas quietas» frente a sus preciosos artículos de fe. La repetibilidad no es la única prueba científica de veracidad.
El principal argumento de Morrison fue el peor que tenía. Afirmó que la ciencia moderna había demolido las certidumbres de la realidad. La mecánica cuántica había convertido el universo en un lugar menos concreto, más «místico». Los antiguos conceptos positivistas newtonianos como la razón estaban pasados de moda. En el nuevo mundo científico hay espacio para la fe, concluyó Morrison.
Por supuesto, la discusión sobre la nueva ciencia está muy verde. Los filósofos están sólo comenzando a abordar las implicaciones, con opiniones diversas; pero todo esto está al margen de la cuestión. O existe un reino trascendente o no existe. Meter con calzador historias de milagros en una visión natural del mundo, nueva o vieja, no nos acerca a ninguna deidad sobrenatural.
Estos argumentos cristianos emborronan la barrera natural/sobrenatural. Si ese razonamiento es correcto ¡no podemos hacer historia! Todo vale y podemos creernos cualquier mito que nos excite la imaginación. Sin herramientas estrictas de juicio histórico crítico, todos los documentos quedan sin valor.
Morrison, como la mayoría de los religiosos, demostró que es capaz de pensamiento crítico cuando analiza las creencias de otras religiones. Aunque acepta la ascensión en cuerpo al cielo (una idea propia de la tierra plana, si piensa en ello), rechazó sin embargo el informe realizado por el historiador Suetonio, ratificado por el senado romano, de que César Augusto hizo justamente eso cuando murió. Morrison dijo que por ello Suetonio no se podía tener en cuenta como historiador fiable, ¡aunque antes había admitido que los apologistas cristianos confiaban en su supuesto testimonio de Cristo! Esta fue la contradicción mayor y más clara que se produjo en nuestro debate.
Mi afirmación es que las historias de milagros, entre otras cosas, convierten los relatos del Nuevo Testamento en no históricos. Invoqué el argumento a priori de que los milagros no pueden suceder —dije que los historiadores críticos observan y concluyen, por un razonamiento reconocidamente inductivo, que tales sucesos tal como se cuentan en el Nuevo Testamento, no suceden. La gente no se desvanece en el aire y luego se rematerializa al otro lado de puertas sólidas. Ni marchitan higueras mágicamente, ordenan cambios en el tiempo atmosférico, ni caminan sobre el agua, ni hacen que los peces se multipliquen al instante. Por ello es mucho más probable que las narraciones bíblicas de milagros sean debidas a errores de buena fe, embustes o celosas interpretaciones teológicas de sucesos perfectamente naturales.
Aún así Morrison sigue pensando que mi escepticismo es un rechazo subjetivo a priori de los hechos, basado en un miedo a que dios pudiera querer «meter en vereda» mi estilo de vida. Aunque asegura que no deberíamos tratar a la biblia de forma diferente a otros documentos históricos, admite que su propia lectura de las escrituras «inspiradas» está influida por su experiencia subjetiva de conocer personalmente a Jesús a través de la oración. Y está de acuerdo con San Pablo (1 Corintios 2:12-14) en que tiene una ventaja sobre mí, un «hombre natural», cuando estudia la biblia.
Si se permite que la experiencia personal de Morrison con la oración influya en los criterios históricos, también puede hacerlo la mía. Mi testimonio es que las experiencias religiosas internas, aun siendo muy poderosas, son meras fantasías. Quizás admitir esa posibilidad «metiera en vereda» al estilo de vida cristiano.
Así vemos más pruebas de que el «razonamiento» cristiano lo produce la fe, y no al contrario. Si una persona de verdad quiere creer en algo, necesita pocas pruebas. Si de verdad hubo un Jesús de Nazaret histórico, no sería tan borroso, ¿verdad?
Freethought Today, mayo 1987.