Capítulo 42
El muro inamovible
¿Qué sucede cuando una fuerza irresistible se encuentra con un objeto inamovible? Se ha acreditado a Isaac Asimov como el primero en responder esta pregunta. Es imposible imaginar ninguna de esas cosas, porque cada una de ellas exigiría una masa/energía infinitas. Incluso si pudiéramos describir matemáticamente uno de esos objetos, es inconcebible que pudieran coexistir en el mismo universo hipotético de densidad infinita. Por tanto, bromeó Asimov, si una fuerza irresistible se encontrase con un objeto inamovible tendríamos… «¡un suceso inconcebible!».
El cristianismo es bastante resistible, y el «muro de separación entre la iglesia y el estado» no siempre ha sido inamovible, pero cuando chocan entre ellos provocan algunos efectos extraños. Me he visto envuelto en uno de esos sucesos inconcebibles.
La fuerza no tan irresistible es la familia Strode de Carolina del Norte, con quienes me he encontrado dos veces en la televisión nacional, la primera el 4 de mayo de 1988 cuando representaba a la Freedom From Religion Foundation en el «Sally Jessy Raphael Show», y más tarde el 14 de junio en el «Oprah Winfrey Show». Ambos programas se centraron en la reciente controversia acerca de los tres hijos de una familia fundamentalista que han sido expulsados del colegio porque se niegan a dejar de rezar en los terrenos de la escuela. Han enseñado a los niños a predicar no sólo el fuego y el azufre del infierno, sino a acusar a los transeúntes de «inmoralidad sexual» ¡en una escuela de primaria! Me invitaron porque yo solía ser un predicador callejero.
[Más tarde aparecí en otros cuatro programas con la misma familia: el «Morton Downey, Jr. Show» de difusión nacional, (más como víctima que como invitado), el «Maury Povich Show» también nacional, el «La gente habla» de la agencia WWOR y el «La gente habla» de Philadelphia.]
En el programa de Sally los niños ofrecieron un ejemplo de sus técnicas de prédica. Primero Duffey, el de diez años, se puso en pie inclinado hacia adelante de cintura para arriba y gritó lentamente a todo pulmón: «¡Quien cometa pecado es siervo del Diablo!». Luego su hermano de cinco años, Matthew, puso se puso la biblia junto a la cara e hizo lo mismo. Era patético. Son pequeños robots. Casi lloré ante la cámara cuando vi cómo esta forma de abuso de menores se emitía con orgullo a toda América.
—Duffey, ¿qué significa chuloputas? —preguntó Sally. El niño callaba—. ¿Usas esa palabra cuando predicas?
—Sí —respondió lentamente. Parecía perdido.
—¿Sabes lo que significa? —preguntó de nuevo. Después de un doloroso silencio el niño finalmente dijo que entendía la palabra pero no podía encontrar una forma de explicarla.
En el «Oprah Winfrey Show», tras una repetición de la demostración de las habilidades de predicación de Duffey, se le pidió que explicase uno de los versículos de la biblia con sus propias palabras, y la única respuesta que pudo dar fue recordarle a Oprah que a veces hasta los profetas del Antiguo Testamento hablaban «la palabra del Señor» sin entender lo que decían. Los niños claramente no saben lo que están predicando.
No permiten predicar a Pepper, la hermana de seis años, porque «la biblia dice que las mujeres tienen que estar en silencio», explicó su padre.
—Pepper, ¿cómo te hace sentir eso? —preguntó Sally.
—Feliz —dijo sonriendo y retorciéndose como una niña normal de primero que está nerviosa. Esa es la única palabra que dijo la niña durante el programa, e hizo que el estudio se viniera abajo.
En la mente del creyente, el cristianismo es una fuerza irresistible. Durante ambos programas David Strode, el padre, mostró, mientras mascaba chicle, una chulería sonriente que enfureció al público. En un momento dado dijo con calma:
—Sally, vas a ir al infierno.
—Señor —respondió lentamente—, hay días en los que el infierno es tener que hacer un programa con invitados como usted.
En ambos programas me identifiqué como ateo, ¡pero no me veían como al enemigo! El público de Sally odiaba tanto a esta familia que mi falta de creencias parecía irrelevante. Aunque Mr. Strode me llamó «Judas Iscariote» y «adúltero» y Mrs. Strode «necio», citando Salmos 14:1 (creía que ella no podía predicar), me encontré en la extraña posición de verme apoyado a regañadientes por el público principalmente cristiano.
—Estos niños son como marionetas —dije—, pequeños clones manipulados por su iglesia y su familia para que hagan su trabajo sucio religioso. Esto roza el abuso de menores. —Este tipo de declaración arrancó un fuerte aplauso. Sin embargo, la respuesta fue menos entusiasta cuando dije—: Estos cristianos son como esos animales que van por ahí marcando su territorio.
Bueno, ¿dónde está el problema? Nadie niega a estas personas el derecho legal de predicar sus opiniones religiosas. Nadie dice que no puedan ponerse en pie en una iglesia y ejercitar sus libertades de expresión y religiosa, siempre que no quebranten ninguna ley. En América, pueden abrazar cualquier idea excéntrica de su elección. Es un principio precioso, especialmente para nosotros los librepensadores.
Yo solía predicar en las esquinas. Aunque recibí algunas miradas raras, nunca me pidieron que me fuera. Obviando por un momento la cuestión moral del lavado de cerebro, la familia Strode tiene todo el derecho de plantarse en la acera pública y predicar lo que salga de sus corazoncitos, siempre que no violen ninguna ordenanza pública, como obstruir el tráfico o perturbar la paz (uno tiende a pensar que los cristianos querrían ser respetuosos con la ley); pero en cuando se meten en los terrenos de la escuela, la cosa cambia.
La escuela pública nos pertenece a todos. Cuando enviamos a nuestros hijos al colegio confiamos en que el estado cuidará de ellos. Esperamos que todos los niños serán tratados igualitariamente con respecto a su raza, sexo, status, origen nacional y religión. Pedimos que el sistema educativo sea activamente neutral en cuestiones religiosas, que mantendrá las discusiones de conciencia religiosa individual fuera del aula, y que mantendrá las reuniones religiosas regulares y/u organizadas fuera de los terrenos de la escuela. Las opiniones religiosas privadas son eso: privadas. Por eso la Carta de Derechos incluye la Primera Enmienda, que protege todas las libertades de conciencia. Los creyentes tienen todas las oportunidades del mundo para practicar su religión en iglesias, hogares y otros lugares públicos que no dan la impresión de apoyo o promoción estatal. Por supuesto, cualquier niño es libre de rezar individualmente en el colegio, o de unirse a discusiones religiosas espontáneas no organizadas en el recreo, siempre que no provoque trastornos en el transcurso normal de las clases ni apoyo ni promoción por parte de los responsables del colegio ni personas externas a él.
El director de la Escuela Primaria de Eastfield en Marion, Carolina del Norte, tenía razón al expulsar a estos niños: es anticonstitucional que una escuela pública permita prácticas religiosas regulares en sus instalaciones. Cuando los niños Strode se plantan en los terrenos de la escuela, aullando el fuego del infierno a estudiantes y maestros que entran al edificio, sus acciones no sólo son groseras, sino simplemente antiamericanas.
¿Qué haría si unos predicadores le dieran una sorpresa entrando por la puerta de su casa mientras está comiendo? ¿Tiene alguien el derecho de irrumpir en la casa de otro sin haber sido invitado y empezar a moralizar? ¿Cómo se sentiría la familia Strode si un humanista secular se pusiese en su jardín a cantar canciones librepensadoras todo el día? Puede apostar a que como mínimo llamarían a la policía.
La escuela pública es el hogar de todos los americanos: católicos, protestantes, budistas, musulmanes, judíos, ateos —todos pagamos impuestos. Nadie tiene el derecho de usar nuestro «hogar» de esa manera. La escuela pública no es una iglesia. Es la América democrática y pluralista.
Se supone que los cristianos tienen que obedecer el consejo de Jesús de «dar al César lo que es del César». (Mateo 22:21). En América, las escuelas públicas pertenecen al César.
La familia Strode siempre predica contra los «pecados carnales». En el «Sally Jessy Raphael Show», los padres (delante de sus hijos y del mundo) se pavonearon vergonzantemente de sus propios pecados de «fornicación, embriaguez y adulterio». Esta mentalidad se parece mucho a una fijación sexual. Como sucede con Jimmy Swaggart, les asustan sus propios impulsos sensuales, luchan constantemente contra «el Diablo» y suprimen las tentaciones del «pecado original». Están moralmente atrofiados. Como parece haber un principio humano que te hace querer lo que no puedes tener, el conflicto se expande, exigiendo una resistencia mayor. ¡No es extraño que esta gente se vuelva loca! Los cristianos tienen una visión enfermiza de la naturaleza humana, y parecen empeñados en demostrarla. Si tuvieran una visión más natural de sí mismos y del sexo, y si se les permitiera adquirir cierto nivel de confianza en sí mismos, podrían convertirse en adultos maduros capaces de manejar su propia sexualidad de forma responsable y positiva. Tal como está, tienen que luchar contra sí mismos durante toda su vida, denigrando su humanidad, culpando a «Satanás» por sus carencias y visualizando los objetos de sus deseos como «brujas», «putas» y «furcias».
Por supuesto, el sexismo y la perversión no son los únicos frutos del cristianismo. David Strode ha reconocido que ha pegado a su mujer y a sus hijos, con orgullo. Sus hijos afirman que su padre simplemente obedece a Dios cuando les castiga. Duffey se ha quejado de que a veces su padre le pega demasiado fuerte, y Mrs. Strode una vez presentó una querella después de que le pegase, aunque ahora apoya públicamente a su marido.
Oprah Winfrey preguntó a Mr. Strode si creía que todos los humanos habían sido creados iguales. Después de su respuesta sensiblera, interrumpí y dije:
—Oprah, interpreto que este hombre enseña a sus hijos que los negros nacieron para ser esclavos.
Su público racialmente mixto quedó horrorizado por esta revelación. Los cristianos que originalmente defendían a los Strode de repente y con vehemencia se volvieron contra ellos mientras se les forzaba a sufrir su dolorosa explicación a partir de Génesis 9:18-27 de cómo los descendientes de Ham (negros) fueron maldecidos en el Antiguo Testamento, condenados a ser sirvientes de Jafet (blancos) y Sem (amarillos).
—¿Este es el tipo de cosas que sus hijos están predicando en nuestras escuelas públicas? —pregunté—. ¡Imagínese!
La familia Strode no se lleva bien con nadie. Duffey dice que en realidad nunca ha tenido ningún amigo. Sus vecinos cristianos casi han llegado a la violencia en sus exigencias de que los niños dejen de acosar a los otros niños con su prédica. Su propio pastor, que inicialmente les animó a predicar en las calles, ahora critica su comportamiento extremista, afirmando que David tiene un «complejo de persecución». (Consecuentemente dejaron esa iglesia y formaron su propio ministerio independiente). Los Strode fueron incapaces de llevarse bien con el público principalmente cristiano de la televisión. ¡Y todo esto es sólo protestantes contra protestantes! Siempre que se traen cuestiones religiosas al foro público, aparecen los fuegos artificiales de la división.
La gente como esta parece medrar en la persecución. Si no fuera por los niños, la mejor manera de tratar a estos buscadores de atención sería simplemente no hacerles caso. Les encanta que les critiquen porque eso confirma su ministerio. Jesús se supone que dijo «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia… Gozaos y alegraos; porque vuestra merced es grande en los cielos: que así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros». (Mateo 5:10-12). Cuando «persigue» a alguien como David Strode, le está haciendo un favor.
Pero no podemos no hacerles caso, no completamente. Están abusando de sus hijos. Están sometiendo a los niños a un lavado de cerebro diario. Están enseñando a la siguiente generación que el catolicismo es la religión del Anticristo; que el mundo terminará pronto, probablemente con un Apocalipsis (Mr. Strode me dijo en 1988 que todo habría acabado hacia 1992, pero en el «Maury Povich Show» de 1992 lo cambió al año 2000); que los ateos son malvados; que las razas deberían mantenerse puras; que deberíamos odiar el mundo en que vivimos; que todos los sistemas educativos no cristianos son malignos; que la evolución es una mentira satánica; y que las mujeres tienen que ser sumisas. ¿Cómo podemos oír acerca de tal tiranía y no sentir compasión por esos niños?
¿Esto es lo que queremos en nuestras escuelas? ¿Debería convertirse el patio del recreo en un campo de batalla? Esta controversia divisiva demuestra la necesidad de un «muro de separación entre la iglesia y el estado» inamovible.
Freethought Today, julio 1988.