Capítulo 14

La regla del pulgar(*)

La frase, la regla del pulgar, viene de una primitiva ley común inglesa que prohibía a un hombre golpear a su esposa con un palo más grueso que su pulgar. Creo que podemos dar un uso más civilizado a esta frase aplicándola a un bonito método de derribar argumentos religiosos con una técnica fácil de aprender.

¿Alguna vez lo han pillado con la guardia baja? ¿Alguna vez ha estado en una situación de debate, lejos de su biblioteca, olvidadizo del vasto arsenal del librepensamiento, sin preparación para un asunto en particular? A mí sí, tanto en conversaciones informales como en debates formales. No siempre puedo tener todos los hechos en la punta de la lengua.

Aunque es cierto que la estrategia de debate ideal es ser un conocedor completo, también es cierto que las discusiones religiosas abarcan un campo tan amplio que no se puede considerar a nadie totalmente competente en todas las áreas. Un diálogo típico puede incluir historia, filosofía, psicología, moralidad, crítica bíblica, medicina, astronomía, biología, lingüística, economía y política.

Siempre que tengo la oportunidad de zambullirme en aguas tan profundas, lo que no es infrecuente, hago todo lo que puedo para saber tanto como me sea posible. Pero no me preocupo demasiado; tengo un «Plan B» en el que apoyarme si lo necesito. Es una regla del pulgar crítica que se puede aplicar a virtualmente cualquier argumento religioso, incluso si lo ignoro todo del tema específico. No siempre es el mejor método, pero funciona en caso de apuro.

El principio es este: todos los argumentos pueden volverse contra sí mismos. Todo buen argumento tiene que ser capaz de sobrevivir a ese test. En el caso de la religión suele provocar verdadera vergüenza. La técnica consiste en hacer que el religioso defienda su creencia en contra de su propia lógica; deles suficiente cuerda y se ahorcarán ellos mismos. Si ha picado un pez grande con un sedal fino, puede soltarle el carrete y dejar que el pez se canse por sí mismo.

Un ejemplo obvio es el argumento de la primera causa: si todo necesita una causa, ¿cuál fue la causa de dios? O el argumento del diseño: si el orden complejo exige un diseñador, ¿qué diseñó la compleja mente de dios? ¿Ve cómo funciona? En lugar de pasar horas atacando las premisas y las pruebas, puede aceptar el argumento sin cuestionarlo y luego hacerle que dé la vuelta alrededor de él y que se estrangule él mismo.

El argumento de la moralidad es un buen ejemplo. Si los absolutos éticos se originan en Dios, ¿en qué nos basamos para decidir que el propio Dios es moral? Si el cristiano juzga «bueno» a Dios, ¿no es eso admitir que Dios está sujeto a una moralidad superior, y por ello no puede ser Dios? Si bueno se iguala a Dios, entonces el religioso admite que la moralidad es relativa en realidad, y no hay ningún estándar para determinar que Dios sea moral. La moralidad pierde su significado y dios se convierte en un dictador sin principios. Deles suficiente cuerda…

Esta regla del pulgar es un truco muy mañoso en las discusiones bíblicas. Puede que no sepa mucho sobre la biblia, pero la próxima vez que un cristiano cite las escrituras, abaláncese sobre él. Búsquela. Detenga la conversación y finja un profundo interés en el versículo bíblico. Normalmente sólo quieren «tirar la piedra y esconder la mano», perfilando el argumento de la autoridad bíblica. Lea el capítulo entero, antes y después del versículo. No suele gustarles porque interrumpe el sermón que traían planeado. En el proceso, pude ayudarles a descubrir que está sacado de contexto, algo que es muy común. (Ver «Fuera de contexto»). Pregunte quién fue el autor y cómo lo sabemos. Pregunte para quién se escribió y cuándo. (La mayor parte de los libros de la biblia son anónimos, llevan nombres que se les han asignado sólo por tradición, y pocas de sus fechas se conocen con algo de certeza). Pida ver otra traducción y cómo sabemos que esta versión en concreto se interpretó con precisión. El religioso estará de acuerdo en que si la biblia es importante, será crucial lograr el significado exacto para tener en cuenta todos los factores. Ambos aprenderán algo y con bastante probabilidad desinflará el argumento original. Incluso puede llegar a hacer que la biblia se atragante con sus propias palabras. ¿Y quién podrá criticarle? Simplemente está siguiendo el juego del religioso, haciéndole que se tome el trabajo de exponer los límites de su propio conocimiento.

El argumento ontológico básico (en la versión de San Anselmo) es así: dios es un ser tal que no se puede concebir otro ser mayor; si dios no existe en realidad, puede concebirse que sea mayor de lo que es; por tanto, dios existe. Esto no es muy fiable. (Bertrand Russell, que se vio acunado brevemente por este razonamiento cuando era joven, más tarde dijo que todos los argumentos ontológicos eran errores gramaticales). No necesita conocer las refutaciones de Gaunilo ni de Kant para hacer que este argumento se vuelva contra sí mismo. Tómelo tal como está y pregunte algo así: ¿dios tiene una masa infinita? Si no la tiene, entonces puedo concebirlo mayor de lo que es. Si dios tiene una masa infinita, puedo refutarlo empíricamente.

O suponga que alguien afirma que el librepensamiento está desacreditado por los «malvados» actos de la antigua Unión Soviética comunista, una nación declaradamente atea. Pídale que explique cómo es eso. Exactamente, ¿de qué manera está conectada la filosofía a una política nacional? ¿Desacreditan del mismo modo los actos malvados de naciones declaradamente cristianas (como España durante la Inquisición) al cristianismo? ¿Y qué pasa con las buenas acciones de la antigua URSS? Los soviets ateos construyeron decenas de hospitales humanitarios. ¿Significa eso que el ateísmo por tanto es una cosa buena, o que los hospitales fundados por cristianos en América son malos? No necesita saber mucha historia para incinerar esa línea de razonamiento.

Si uno de los llamados «científicos de la creación» está atacando la evolución y no es usted un biólogo consumado, ¿qué hace? Pídale que demuestre su ciencia. Dígale que por seguir con la discusión cederá en la teoría de la evolución (no porque sea falsa, sino porque iba a discutir los numerosos detalles durante años), y pídale que presente las pruebas científicas que respaldan su teoría. Pregúntele por qué lo llama ciencia y cuáles son sus métodos. Puede darle la sorpresa de que se dé cuenta de que, de hecho, no tiene ninguna ciencia. Y si intenta desacreditar la evolución porque sólo es una «teoría», pregúntele por qué la teoría de la creación no debería desacreditarse de igual modo. (¿La expresión «teoría musical» implica que la música no existe en realidad?).

¿Qué hacer cuando un religioso nombra una caterva de autoridades y citas de varios autores con los que «debería» estar familiarizado? Pueda o no presentar otra lista más larga que la de él, puede preguntar algo así: ¿la verdad se determina por votación? Si menciona ciertos autores, deténgalo y pida que explique por qué son importantes, qué dijeron, por qué es relevante. Oblíguele a demostrar su propuesta. (Dele carrete al pez). Normalmente esto descubrirá la familiaridad de esa persona con el autor, si la hay, y le ayudará a hacerse con el mando de la discusión. Pregunte por qué el autor está considerado una autoridad. Si el escritor sólo recibe aclamaciones con criterios cristianos, puede mostrar el camino circular implicado en apoyar selectivamente una idea.

Si el creyente comienza narrando un milagro, pídale que defina la palabra «milagro». Si es un «suceso imposible», no puede existir por definición. Si es un «suceso altamente improbable», es mucho más probable que exista una explicación natural más simple, o que el relato se haya transmitido de forma inexacta. Pregúntele si creería todos los informes de milagros, incluso los de religiones competidoras.

Solía predicar que los cristianos tenían que estar listos para «dar respuesta» a cualquiera que pregunte. Pero rara vez lo necesitábamos. Nunca me pidieron cuentas ni me hicieron llevar mi «razonamiento» más allá del púlpito. Creo que yo era el que iba pescando, salvando a los librepensadores paganos de un destino terrible.

Se podría preguntar que si esta regla del pulgar es tan efectiva, ¿por qué no podría darle la vuelta el religioso y usarla contra el librepensador? La respuesta es simple. El librepensador no está haciendo ninguna afirmación teística. Es el creyente el que presenta el caso. La carga de la prueba cae sobre quien hace la afirmación; el escéptico no tiene por qué decir nada. Si el religioso intenta obligarle a mostrar la profundidad de sus conocimientos puede responder simplemente que sólo está interesado en seguir su camino —hágale respaldar sus afirmaciones antes de cambiar de tema.

Si alguna vez se mete en una situación donde se quede sin palabras, superado, sin ideas, y no puede pensar en una forma de darle la vuelta al argumento, siempre está la táctica de retroceder y hacer que la persona defina sus términos. Vuelva a cualquiera de las palabras religiosas usadas en la discusión y asegure (correctamente) que no se puede seguir adelante hasta que se haya establecido claramente el terreno lingüístico. He tenido mis mejores éxitos con la palabra «espíritu». ¡Nadie puede definirla! Haga que definan la palabra, y si no lo hacen abandone. Otras palabras vulnerables son omnipotencia, fe, paz, pecado, revelación, firmamento, trinidad

La palabra espíritu, según el diccionario, viene de respiración o soplo. Por supuesto, los religiosos no se refieren a moléculas de aire, sino que usan la respiración física de un ser humano como analogía de la esencia intangible de la persona. Para ellos espíritu significa mucho más que un sinónimo de aire, lo que la convertiría en una palabra superflua para designar un fenómeno natural. El problema es comprender cómo algo puede ser intangible, o inmaterial. Normalmente dirán que el espíritu es similar a las cosas como la emoción, el miedo o el deseo: cosas internas e invisibles que todos aceptamos como partes inmateriales de la personalidad. Pero estas cosas nunca se observan separadas de un cerebro físico, y no se puede decir que «existan» de verdad por sí mismas. Son funciones de un organismo con cerebro. Sería igualmente tonto decir que la digestión puede de algún modo existir al margen de ser una función del estómago, o un órgano similar. Por supuesto, los cristianos no afirman que el espíritu sea lo mismo que la emoción, si así fuera la palabra sería inútil. Algunos cristianos liberales pueden afirmar que el «espíritu de Cristo» debe ser entendido en el mismo sentido que «el espíritu de la Revolución Americana», en cuyo caso es sólo un concepto sin realidad independiente. Quienes sientan que un espíritu es una cosa real siguen teniendo el problema de explicar lo que es, dejando a un lado las comparaciones o las analogías.

Una mujer me dijo una vez que sabía que Dios es real porque veía espíritus con regularidad, familiares muertos y ángeles caminando por su casa. Le dije que entendía lo que quería decir. Muchas veces he tenido sueños que parecían tan reales que pensé que estaba despierto.

—No son sueños —saltó—. ¿No cree que esas cosas sean reales?

—Lo creo —respondí—. Los sueños son cosas muy reales, y nunca negaría que vio lo que vio. A veces sueño que estoy volando, y parece muy real. ¿Cree usted que de verdad estaba volando?

No respondió. Si un sueño es una posibilidad muy real (no usé la palabra «alucinación»), ¿no será eso más probable que un verdadero fantasma?

Esta regla del pulgar puede no ser siempre práctica en debates formales o entrevistas radiofónicas con restricciones de tiempo. En esos casos son esenciales la familiaridad erudita y las respuestas preparadas. Los librepensadores suelen ser en general una tropa bien informada, y esa imagen debería preservarse celosamente.

Freethought Today, marzo 1987.