Capítulo 2
Ondas: De la fe a la razón
Todo lo que hacemos en la vida tiene un efecto de onda. A veces vemos los resultados, otras veces no.
El 16 de enero de 1984 envié esta carta anunciando mi ateísmo recién encontrado a más de cincuenta colegas, amigos y familiares:
Querido amigo:
Probablemente ya sabes que he pasado por ciertos cambios significativos en lo concerniente a cuestiones espirituales. Los últimos cinco o seis años han sido para mí una época de profunda reevaluación, y durante los dos últimos años he decidido que ya no me puedo definir honradamente como cristiano. Podrás imaginar que para mí ha sido un proceso atroz. Me criaron en un buen hogar cristiano, serví en misiones y evangelizaciones, fui a una universidad cristiana, me ordené y ejercí en tres iglesias como pastor adjunto. Durante esos años estuve convencido al cien por cien de mi fe, y ahora estoy cien por cien convencido de lo contrario.
La intención de esta carta no es la de exponer mi caso. Aún así, quiero señalar que mis estudios me han llevado a través de muchas áreas importantes, principalmente: la autenticidad de la Biblia, fe frente a razón, historia de la iglesia y otro montón de asuntos divertidos como evolución, física, psicología, autoestima, filosofía, parapsicología, pseudociencia, matemáticas, etc.
No estoy seguro del propósito de esta carta, salvo para servir de punto de información a un amigo o pariente que considero importante en mi vida, y con quien no podría soportar dejar de ser honrado. No he arrojado el niño junto con el agua del baño. Básicamente mantengo los mismos valores cristianos de amabilidad, amor, entrega, templanza y respeto con los que me educaron. El cristianismo tiene mucho de bueno. Aún así, siento que puedo demostrar una base alternativa y racional para esos valores al margen de un sistema de fe y autoridad. Por supuesto, lo admito, esos valores no pueden salvarme de los fuegos del infierno, pero es irracional tener miedo de algo que no existe, y permitir que ese miedo domine la filosofía y estilo de vida de uno.
Si la Biblia es cierta me lanzaré hacia ella voluntariamente. Si hay un Dios, sería tonto si lo negase. De hecho, el niño que hay en mí de vez en cuando todavía desea recuperar los consuelos y seguridades de mis antiguas creencias. Soy un ser humano con los mismos miedos y sentimientos que todos compartimos. La Biblia dice que quienes busquen encontrarán. Me conoces. Busco constantemente. Y no he encontrado. En este momento estoy en algún lugar entre el agnóstico y el ateo, aunque paso mucho tiempo en cada uno de esos territorios.
Hay mucho más que decir, y apreciaría enormemente cualquier comentario que me puedas ofrecer. Sugiero, sin embargo, que antes de que intentemos cualquier diálogo con sentido intentemos entender tanto como sea posible los pensamientos del otro. Si quieres, te enviaré cualquiera de los artículos que estoy preparando, entre otros: La Biblia, Fe frente a razón…
Para terminar, no soy tu enemigo. Nuestro enemigo es todo el que no se preocupa por estos asuntos —quien cree que tú y yo somos tontos por implicarnos con la vida y los valores. No pretendo faltarte el respeto, ni a nadie que esté genuinamente interesado en la religión y la filosofía. El que me molesta es el no-pensador, con quien no es posible una interacción con sentido.
Dan Barker
Hoy escribiría una carta totalmente diferente, pero esa era mi situación en aquel momento. La nostalgia del «niño» me duró más o menos un año, y la ha sustituido la vergüenza por haber creído alguna vez. La distinción entre agnóstico y ateo se ha aclarado.
Tras echar las copias de mi carta al correo, me sentí aliviado. Sólo me quedaba esperar a las reacciones.
«Siento enterarme de tu reciente compromiso con los que no se comprometen con el Cordero de Dios sobre el que tan bellamente escribiste y pusiste música con tanto éxito», me escribió el pastor Mark Griffo de la Asamblea de Dios, un antiguo compañero de misiones que había sido uno de los chicos de un coro de iglesia que dirigí, y a quien había animado a entrar en el ministerio. «Me doy cuenta de que no eres mi enemigo, como has declarado, ¡pero Satanás sí lo es! Está ahí para robar, matar y destruir la vida… Mi corazón se rasga dentro de mí intentando encontrar la respuesta que les darás [a los niños] cuando te pregunten ’Dan, ¿puedes escribir más canciones para que mis futuros hijos puedan conocer la fuente del amor, Jesucristo, como tú lo haces?’ Siempre rezo por ti y ansío tu resurrección».
Para Mark estoy muerto.
La esposa de Mark, Debbie, no fue tan caritativa: «¿Quieres interacción con sentido? No hay nada que tenga sentido en las creencias que has elegido… Me apena que el Cordero sobre el que escribiste una vez ya no sea el Señor de tu vida. Conocer de verdad al Dios todopoderoso, Salvador, Rey, omnisciente, amante de todo, creador de tú y yo [sic], es no abandonarlo nunca… Humíllate ante la vista del Señor».
David Gustafeson, director de la Universidad Cristiana del Pacífico y Asia en Hawaii, que fue pastor conmigo en una iglesia de La Puente, escribió: «Estaba un tanto aturdido por tu carta… Supongo que simplemente tendré que rezar con más fuerza… Creo que la prueba de fuego es simplemente llamar a gritos a “Dios” (tanto si crees como si no) y pedirle que te corrija radical y despiadadamente si estás equivocado… Sería mejor que Dios usase “cualquier medio” para mostrarte la verdad, que uno averigüe demasiado tarde que se ha descarriado… He leído tus artículos, y por supuesto presentan un buen caso. No esperaría otra cosa de alguien tan brillante como tú. Creo que las contradicciones en la Biblia muestran la belleza de Dios hablando a través de la fragilidad humana, y a pesar de ello manteniendo intacto el mensaje principal de la Biblia». Envié a Dave una respuesta exhaustiva, y recibí de él una caja de catorce cintas de cassette de un teólogo.
Escribí a mano una nota al pie de mi carta a Gospel Light Publications, diciéndoles que entendería que decidiesen no seguir trabajando conmigo. Estábamos a mitad de un proyecto. Wes Haystead escribió: «Gracias por compartir honradamente conmigo tu trayectoria. Prometo no empezar a bombardearte con folletos y libros de Josh McDowell… En cuanto a que sigamos trabajando juntos, yo voto que sí. Claro, suponiendo que puedas entregarme tres canciones para Sunrise Island en seguida. Parece que la fecha límite importa más que los principios, ¿eh? En realidad, valoro mucho tu talento, tu sensibilidad, tu flexibilidad y tu amistad. Por ello espero que podamos seguir trabajando juntos hasta que uno de nosotros convierta al otro o sientas que las metas de nuestros proyectos son incompatibles con tus objetivos».
Seguí adelante y terminé de escribir el minimusical de la Escuela Bíblica de Vacaciones Sunrise Island para Gospel Light. Fue un sentimiento extraño estar trabajando profesionalmente en un proyecto con el que no estaba de acuerdo filosóficamente, pero justifiqué la hipocresía centrándome en que Gospel Light iba a tener muy difícil cumplir con los plazos y con el presupuesto si cambiaban de caballos a mitad de carrera, y en que eran totalmente conscientes de mi cambio de punto de vista.
Hal Spencer, presidente de Manna Music, editor de mis musicales y otras canciones cristianas, escribió: «Mi respuesta inmediata es que esto no puede ser verdad y que estás pasando una época de dudas en tu vida. Sin embargo, conociéndote, me temo que hay algo más que eso… Pediré al Señor que me guíe también a mí si hay algo que pueda decir que pudiera influir en tus sentimientos». Hal y yo nos reunimos para comer un par de meses más tarde. Aunque sabe mucho de la industria musical (su padre era Tim Spencer, uno de los «Hijos de los Pioneros»), no le ha dedicado mucho tiempo a la teología ni a la filosofía. Una vez y otra señalaba a una hoja de un centro de flores cercano a nuestra mesa, diciendo «¿Cómo llegó ahí esa hoja?». Una vez que abordé los problemas de los argumentos del diseño y la primera causa, se giró hacia la hoja y dijo: «Pero soy incapaz de imaginar cómo llegó esa hoja ahí sin un Creador». Más tarde nos encontramos en el aeropuerto de Nashville en 1985 cuando yo debatía a un ministro y él estaba en una ceremonia de premios de música country, y el encuentro casual fue tan sorprendente que dijo: «¿Lo ves? ¡Esto demuestra que Dios existe!». Aunque no he escrito nada más para Manna Music, mis musicales todavía se venden, y Hal ha seguido teniendo contactos profesionales conmigo.
Eli Peralta fue mi profesor de español en el noveno año de colegio. Era uno de los componentes del Peralta Brothers Quartet, con quien había ejercido de ministro en el instituto. Escribió: «Gracias por hacernos saber el estado de tu cambio vital. Puedes confiar en que la pureza y la claridad de tu comunicación ha sido aceptada con un espíritu de amor y consideración. Fue significativo que en los días antes de que llegase tu carta estaba recordando nuestro compañerismo y amistad en los años transcurridos y deseaba que pudiéramos visitarnos algún día… Mis hermanos y yo aún tenemos recuerdos gratos de ti y de los buenos ratos que pasamos juntos. Les he informado de tu viaje desde la fe hasta la razón, y aunque ha tenido un impacto emocional importante en nosotros, al menos yo tengo un profundo sentimiento de calma y aún pienso que somos amigos».
Jill Johnson, esposa del pastor asociado de la iglesia de Auburn donde di mi último concierto cristiano, me envió una carta sorprendentemente tolerante: «Apoyo totalmente tu sincero deseo de buscar la verdad que hay en el amor. Lo siento por ti porque en cierto modo la decisión que has tomado ha tenido que ser un evento cataclísmico no sólo para ti y tus seres queridos (sigo pensando en tu padre por alguna razón), sino también para muchos fuera de tu esfera doméstica. Pero creo en la honradez y como tú crees con todo tu ser en lo que abrazas, estoy segura de que para ti es una necesidad seguir esa senda… Cuando “rompes las reglas” siempre habrá quienes tengan el deseo o la necesidad de castigar, juzgar o condenar… yo sólo deseo y rezo por que la gente sea amable contigo incluso aunque ellos y tú no estéis de acuerdo… Estoy muy feliz de haber podido oírte en concierto, y no tengo duda de que seguirás creando belleza en ámbitos diferentes al cristiano».
Loren McBain, pastor de la Primera Iglesia Baptista (Americana) de Ontario, California a la que acudía mi familia y donde serví brevemente como director musical interino, escribió: «Me gustaría seguir de verdad en contacto contigo aunque sólo sea para comer de vez en cuando. Me haría especialmente feliz jugar al ajedrez cuando quieras, ¡ahora que la suerte estará claramente a mi favor por tener a Dios a mi lado!». Quizás agotada su paciencia, el mismo hombre escribió otra carta menos amistosa diez meses después: «Tú y yo sabemos, Dan, que has oído y comprendes totalmente “las reglas de Dios para la vida”, y que ahora vives según tus propias reglas… Entiendo que son simple desobediencia».
Un compañero de trabajo, Scoti Domeij, escribió: «¿Significa esto que no nos veremos en MusiCalifornia [una conferencia cristiana] (¡Ja ja!)… No estoy ofendido, ni siquiera un poco sorprendido por tu viaje desde la fe a la razón. Tu cuestionamiento ya había surgido de muchas formas diferentes cuando hemos estado juntos. Siento cierta tristeza y me pregunto qué dolor y profundos desencantos han precipitado tu viaje desde la fe a la razón».
Shirley y Verlin Cox me habían ayudado habitualmente a organizar encuentros en Indiana. «Debo admitir que estoy afectada», escribió Shirley. «En el primer momento quería escribirte una carta “sermoneante” pero tras mucho reflexionar y rezar me doy cuenta de que tú sabes mucha más “Biblia” que Verlin y yo sabremos nunca. No hemos ido a la universidad como has hecho tú… Sí, nos rompe el corazón que hayas rechazado a nuestro Señor, pero tenemos esperanza y seguiremos rezando… Cuando estuvimos en Florida el año pasado nos encantó ver tu “María tenía un corderito” y las iglesias de Indiana en nuestra zona todavía lo representan. Ah, sí, “María tenía” era un programa de marionetas en la tele».
Recibí una carta de la Hermana Tammy Schinhofen, a quien no recuerdo: «Hace unos ocho años usted fue determinante en mi aceptación de Jesús como mi Salvador personal… Doy gracias a Dios por ser una joya colocada en su corona. No deje que el enemigo le arrebate la corona o le quite lustre».
Uno de mis mejores amigos era un hombre que fue en gran parte responsable del éxito promocional de mis musicales, un creyente iconoclasta. Nada es fácil para él, siendo gay en una comunidad fundamentalista. Escribió: «No sé si puedo decir que “disfruté” tu carta, tiene que haber una palabra mejor. Sé cómo te sientes. Seguramente he estado en esa misma situación (puede que todavía esté). Lo que me chocó con tanta fuerza fue el darme cuenta de que “los cristianos” reaccionan a tu cuestionamiento de la forma en que lo hacen no porque hayas perdido tu fe, ¡sino porque has perdido la suya!
Muchas de las cartas fueron sinceras, pero sin contenido. «No tengo respuestas», escribió un amigo. «No es una cuestión de lógica ni de inteligencia», escribió otro. «Las habilidades y capacidades intelectuales de los humanos, no importa lo grandes que sean, no son suficientes», escribió una sanadora por la fe.
Muchas de las cartas contenían argumentos ad hominem[5]. Un compañero de trabajo me dijo que «me había rendido a los deseos de la vida egocéntrica», y un vecino escribió que tenía que estar «dolido y amargado». Otro intentó que admitiera mis «profundas heridas». Una predicadora anunció que «en algún momento del camino te enfadaste con Dios», y un copastor me dijo que «estás en un viaje egoísta a expensas de tu propia integridad».
La hija en edad de ir al instituto de uno de mis amigos íntimos cristianos, que vive en un complejo misionero, escribió: «No puedo decir que rezo por usted todos los días, porque no lo hago… En el colegio ahora mismo estamos aprendiendo biología de un maestro que sólo sabe de filosofía, historia medieval y literatura inglesa… ¿Cómo piensa usted que llegamos a este planeta?». Le escribí a ella y a su madre, que vive en una comunidad cristiana conectada con la Universidad de las Naciones, gestionada por la organización evangelista carismática Jóvenes con una Misión en Kona, Hawaii, retando a la escuela a un debate sobre estas cuestiones. Nunca volví a saber de ellas.
Más o menos un mes después de haber enviado mi carta, recibí una llamada del vicepresidente y decano de Enseñanza Académica de la Universidad Azusa Pacific, Dr. Don Grant. Él y el director de asuntos estudiantiles se reunieron conmigo para comer una tarde y ver qué había ido mal con uno de sus emisarios. Don había sido el director de la Coral Dynamics para la que toqué el piano y canté sobre la erudición durante mis años en la Azusa Pacific. Fue una comida amistosa, pero en cualquier caso estaban probando formas de devolverme al rebaño. La conversación tuvo un nivel más articulado que la mayoría, pero cuando les respondí con argumentos eruditos y documentados que nunca habían oído cayeron en las mismas viejas respuestas ad hominem, conjeturas psicológicas y cosas por el estilo. Mientras regresábamos a nuestros coches les agradecí su tiempo y disposición para discutir las cuestiones, y les lancé un reto. Les dije que estaba dispuesto a participar en un debate en la Azusa Pacific contra cualquiera de sus profesores sobre la cuestión de la existencia de Dios. Nunca volví a saber de ellos.
Nunca he vuelto a ver a Manuel Bonilla (el cantante mexicano), pero hablamos por teléfono un par de veces. Me dijo que simplemente «sabía» que el espíritu de Dios estaba en mi vida, especialmente desde que hice los arreglos y grabé una versión especialmente inspirada de una canción religiosa en uno de sus álbumes a finales de 1983, tocando con convicción el piano de fondo a su canción. Le pregunté a Manuel si le sorprendería saber que cuando estaba haciendo los arreglos y tocando esa canción era un ateo en secreto y que mi inspiración era musical, no espiritual. No dijo una palabra. Cuando volví a hablar con Manuel en 1985 estuvo amistoso, pero me dijo que estaría dispuesto a ofrecerme consejo para ayudarme a superar mis luchas internas. Lo único que se me ocurrió decirle fue que era feliz, y agradecerle su amistad.
Poco después de enviar mi carta me encontré con Bob y Myrna Wright, dos amigos muy íntimos, para comer. Bob había sido el pastor del Centro Cristiano de la Comunidad de Standard, y había celebrado mi ceremonia de ordenación. Me dijeron que querían pedirme perdón. Decían que sentían no haberse dado cuenta de las luchas internas que me habían llevado a rechazar el cristianismo. Si lo hubieran sabido, quizás me hubieran podido ayudar a evitar el desánimo y el desencanto que me llevó a cambiar de opinión. Fue un encuentro difícil porque quería y respetaba a esas personas y sabía que eran sinceros. Les dije que mi deconversión no tenía nada que ver con problemas personales de ningún tipo, que tenía que ver con la naturaleza y contenido del mensaje cristiano en sí. Intenté explicarles que los consejos ad hominem estaban fuera de lugar. No lo entendieron.
Para forzar mi argumento decidí crear cierta disonancia cognitiva.
—¿Qué me ocurriría —pregunté—, si muriese ahora mismo? —Se quedaron en silencio—. Bob, tú eres un ministro ordenado. Conoces tu Biblia. ¿Qué les sucede a los que no creen?
—Bueno, la Biblia dice que van al infierno —respondió.
—Me conoces —continué—. No soy una mala persona. Soy honrado. Si salgo de este restaurante y me mata un camión, ¿iré directo al infierno? —No querían responder a la pregunta, se agitaban incómodos en sus asientos—. Bueno, ¿creéis en la Biblia? —Les presioné.
—Por supuesto —dijo Myrna.
—¿Entonces iré al infierno?
—Sí —respondieron finalmente, pero no sin sufrir una gran incomodidad.
Quizás no fuera un asunto muy agradable para la sobremesa, pero quería que la brutalidad del cristianismo se hiciera real para ellos. Sabía que sería difícil para ellos imaginar a su Dios castigando a alguien como yo. Más tarde me enteré de que les perturbó que les obligase a decir que iba a ir al infierno. Les forzó a reconocer que, a pesar de lo mucho que quisiéramos ser amigos, su religión me considera «el enemigo».
Las cartas que recibí y las conversaciones que siguieron a mi «iluminación» eran de todos los colores. Mostraban amor, odio y todo lo que queda a medio camino. Perdí muchas amistades, otras se transformaron, e incluso las hubo que se reforzaron. De todas las cartas e intentos de devolverme al rebaño, ni una sola tuvo un mínimo impacto intelectual. Aunque me entristecía interrumpir algunas relaciones, siento que no las echo de menos. Supongo que es parecido a un divorcio; incluso aunque haya habido buenos ratos y recuerdos felices, una vez que se acaba, se acaba.
Pocas cartas ofrecían algún tipo de defensa de las contradicciones bíblicas. Ninguna presentó evidencia documental del siglo primero. Ni un sólo argumento racional a favor de la existencia de un dios más allá del ramplón «de dónde venimos». La mayoría de las respuestas se centraban en cosas como la humildad, la vergüenza, la actitud, la oración —resumiendo, intimidación «espiritual».
El reto de Dave Gustafeson de «llamar a gritos a Dios» no es nada más que falta de honradez intelectual. Uno de mis amigos me pidió que simplemente «finjas que Jesús es real y él se hará real para ti». ¿Alguno de ellos ha «llamado a gritos a Buda» o «fingido que Alá es real» alguna vez como prueba de fuego sobre su existencia? Estas personas me piden que me mienta a mí mismo. En cualquier caso, deberían saberlo bien. Deberían saber que ya había «llamado a gritos a Dios», que había rezado con frecuencia y «sentido el espíritu» dentro de mí, que había pasado por todo eso muchas veces. Parecen no darse cuenta de que no estaba buscando una confirmación interna, lo que buscaba era evidencia objetiva y externa. Aparte de eso, incluso si me las arreglase para «fingirlo», ¿no se iba a dar cuenta un dios omnisciente?
El tono casi universal de las cartas y conversaciones fue que yo era el que tenía un problema. Nadie reconoció que mi cambio de postura podía ser una crítica al cristianismo. Algunos de ellos habían recurrido alguna vez a mí para buscar consejo, pero ahora ya no querían aprender de mí. (No creo que tuvieran que hacerlo). Todos ellos dieron por sentado que el reto que se les presentaba era recuperarme. Incluso los pocos que me pidieron leer mis artículos nunca hicieron ningún comentario sobre ellos, excepto de forma superficial.
No sé si alguna de estas personas cambió de punto de vista alguna vez, pero sé que ninguno de ellos volverá a ser el mismo. No puedes evitar verte afectado cuando alguien muy íntimo cuestiona el verdadero núcleo de tus creencias. Aunque el eco en mis amigos y compañeros de trabajo es difícil de determinar, el efecto sobre mi familia fue mucho más dramático.
Cuando mis padres recibieron la carta se quedaron anonadados. Se habían sentido orgullosos del trabajo de su hijo como ministro ordenado, evangelista y compositor cristiano. Como no sabían nada de mi cambio gradual, este anuncio les pilló totalmente por sorpresa. Mi madre subió inmediatamente a un autobús, hizo el viaje desde Phoenix hasta mi casa en California y tuvimos una larga discusión cargada de emociones hasta bien llegada la madrugada. Nunca iba a ser la misma, pero hasta mucho más tarde no me enteré de los efectos a largo plazo de su visita.
Mi madre me dice que se quedó aturdida por la disonancia. Retirándose para tener mejor perspectiva, nunca volvió a la iglesia. En un artículo de la Wisconsin Magazine, publicado por el Milwaukee Journal (28 de julio de 1991), el reportero Bill Lueders cita a mi madre, Pat, cuando recordaba nuestro encuentro nocturno: «Las respuestas que me dio impresionaron a mi corazón y mi mente… Sentía tanto amor por mi hijo que de algún modo sabía que estaba en lo cierto». Al cabo de unas semanas llegó a la conclusión de que la religión era «todo un montón de patrañas», y sintió «una decepción tremendamente grande hacia Dios». Empezó a leer algo y a pensar por su cuenta, y a fecha de hoy se define felizmente a sí misma como no creyente.
Un hecho que sorprendió a mi madre fue que a nadie en su iglesia pareció importarle su marcha. Había sido miembro de la Asamblea de Dios durante años, había cantado en el coro, solía cantar solos en las ceremonias, había enseñado en la escuela dominical y había participado en muchas otras funciones. El único incidente fuera de lo común, tras dejar la iglesia, fue un momento embarazoso cuando una señora mayor la agarró en el supermercado mientras se sacudía, hablaba en lenguas y rezaba para expulsar al diablo de mi madre. Como se puede imaginar, esto sólo pudo confirmar la recién adquirida opinión de mi madre de que la religión son «patrañas».
A mi padre le costó un poco más. Cuando recibió mi carta salió corriendo para la iglesia y abrió su corazón a Dios. Embarcó a toda la parroquia para rezar por mí. El pastor impuso sus manos sobre papá, pidiendo a Dios una bendición especial durante esta prueba de la fe. Al principio papá intentó discutir conmigo, amistosamente, y llenamos muchas páginas de correspondencia sobre estos asuntos. Finalmente, se rindió, probablemente debido tanto a la influencia de mamá como a la mía. Empezó a leer el «otro lado», y al final llegó a respetar el razonamiento de los librepensadores.
El mismo artículo de la Wisconsin Magazine cita a mi padre Norman Barker comentando cómo trató con el cambio de opinión de su hijo: «Traté de enderezarlo. Sucedió justo lo contrario». Después de que papá dejase de creer en Dios, se sorprendió de lo rápido que sus amigos cristianos empezaron a atacarle. «Solía pensar que era algo duro ser cristiano en este mundo grande y malvado. Si quiere usted ver algo interesante, intente no serlo». Dice, «Soy mucho más feliz ahora». «Estar libre de supersticiones, miedos y culpas, y del complejo del pecado, ser capaz de pensar libre y objetivamente es un alivio tremendo».
Uno de los beneficios inmediatos para mi padre lo obtuvo en el campo de la música. Allá por los años 50, cuando mamá y él «renacieron», mi padre abandonó su carrera como trombonista en bandas de baile (tocaba en la orquesta de la radio de Hoagy Carmichael y muchas otras bandas, incluyendo una temporada con la U. S. O.[6] durante la guerra, y en varias películas de Hollywood), deshaciéndose de su colección de grabaciones de swing, dando la espalda a su anterior vida «pecaminosa» y pasando a tocar el trombón sólo en la iglesia. Llegó a ver la música popular como «mundana» y contraria a la salud espiritual. Cuando por fin abandonó la religión a finales de los 80, completó el círculo, pero esto no sucedió en un solo paso. Antes de dejar la iglesia, papá comenzó a tocar su trombón en bandas locales de jazz en la zona de Phoenix, retomando el contacto con la vida que había abandonado casi cuarenta años antes. No le dijo a nadie de la iglesia lo que estaba haciendo porque sabía que no lo iban a aprobar. Una noche, mientras papá estaba tocando en una banda de baile en una fiesta del Cuatro de Julio, sucedió que la televisión retransmitía el acto y captaron algún vislumbre de la banda allá al fondo. Al día siguiente, la esposa del pastor llamó a papá y le preguntó «¿Puede ser que te viera anoche en la tele?». ¡Ja! ¡El ojo de Dios que todo lo ve! Papá no podía seguir manteniendo en secreto su doble vida mucho tiempo más, así que finalmente cortó por lo sano, abandonando «Adelante, soldados cristianos»[7] en favor de «Don’t Get Around Much Any More»[8].
Una noche, justo antes de deshacerse de todo su sistema de creencias, papá condujo hasta la iglesia, sacó del coche el estuche de su trombón y caminó hacia el edificio donde podía oír los rezos, canciones y prédicas. Cuando llegó a la puerta cayó en la cuenta de que ese ya no era su lugar. Esperando que nadie se diera cuenta, se dio la vuelta y volvió rápido a casa.
Nunca sugerí a mis padres que pudieran hacerse ateos. Lo pensaron por su cuenta. Decidieron investigar todos los aspectos de la cuestión. Es excitante ver lo que ha sido de sus vidas. No creo que sea posible sacar a alguien de la religión si no quiere salir. Todo lo que podemos hacer es proporcionar información y ser un ejemplo.
Una de las ondas que emanaron del ejemplo de descreimiento fue el efecto en mi hermano menor Darrell. Al principio estaba conmocionado, pero luego se entusiasmó por ver a alguien que dudaba abiertamente. Darrell era, después de todo, un escéptico en secreto desde hacía años, que no sabía exactamente qué creía pero nadaba y guardaba la ropa por si acaso. Me gusta bromear con que Darrell nunca fue un cristiano muy bueno. Cuando le di un libro sobre humanismo dijo «¡Eso es lo que soy! Hasta hoy no lo sabía, pero soy un humanista». Se sentía incómodo con la palabra «ateo», y cuando pidió acompañarme a una reunión de ateos en Los Ángeles, casi cambia de opinión y por poco se queda fuera, esperando en el coche. Uno o dos años después Darrell se convirtió en uno de los directores de delegación de Ateos Unidos. Siguió con quejas sobre violaciones de la separación iglesia/estado en Redlands y San Bernardino. Fue el demandante en una demanda que ganó contra la propiedad y mantenimiento por parte del condado de un parque temático cristiano en terrenos públicos. Mis amigos me dicen que Darell fue un apoyo sólido para ellos cuando pasaban por su desilusión inicial hacia la religión. Es de gran ayuda tener a alguien con quien hablar durante épocas así, y Darrell los llamaba regularmente para comparar notas sobre su análisis recién encontrado del cristianismo.
El cambio gradual en mis padres y mi hermano Darrell fue tremendamente alentador. Nunca hubiera predicho ese resultado. Mis padres habían sido fervientes evangelistas a favor de Jesús durante años, y Darrell había sido un predicador callejero con una organización misionera. Debería haber sabido que en una relación basada en el amor y la aceptación, no hay nada que temer. El hecho de que estos predicadores de puerta a puerta renacidos estuvieran dispuestos al cambio me da esperanza. Me hace darme cuenta de que hay algo que vuela mucho más alto que la religión. Hay algo en la vida que es muy superior a Jesús, más excelente que el dogma. El amor verdadero, la amabilidad y la inteligencia no conocen barreras.
Mi otro hermano, Tom, es un cristiano renacido. Es un buen hombre, trabajador y concienzudo. Aunque nunca hemos estado muy unidos, nos gusta vernos de vez en cuando, y nunca surge el tema de la religión. A veces me refiero a Tom como «la oveja blanca» de la familia.
Mi abuela materna «Grams» era una mujer inculta, cariñosa y generosa cuyas opiniones sobre la religión variaban según su medicación. Estábamos muy unidos. Cuando recibió mi carta debió de sentirse destrozada con la cuestión: «No me rendiré al Diablo». Más tarde, Grams me escribió otra vez, con una disposición más típica de ella: «Por supuesto, no tienes que defenderte ante mí. Eres un buen hombre, uno de los Mejores que he visto jamás, y doy gracias por ello… Sigo teniendo la mente abierta e intento tener una buena vida. Eso es todo lo que puedo hacer». Unos años más tarde Grams me dijo que había espantado algunos Testigos de Jehová de su puerta gruñendo «¡Largo de aquí! ¡Soy atea!». No creo que fuera una atea de verdad, porque otras veces hablaba de tener a Dios y a Jesús en su vida. Al menos amplió su mente. En buena parte esto fue por el cambio de mis padres.
Mi abuela paterna vive en Oklahoma. Después de que muriera mi abuelo, en 1986, trabajamos juntos en un proyecto de cuatro años, publicando El paraíso recordado, un libro con las historias reunidas por mi abuelo sobre la vida como un niño de la tribu Delaware (lenape) en el Territorio Indio antes de que Oklahoma se convirtiera en estado. Ha sido miembro de la iglesia cristiana toda su vida, y sé que está incómoda con mi deconversión. Llegó a verme en una de mis apariciones en «Oprah Winfrey» y me escribió una postal diciendo «Te vi en la tele. Ese no es nuestro Danny». A pesar de eso, hemos seguido llevándonos maravillosamente.
Dos de mis tíos han respondido de forma amistosa y educada al cambio obvio de nuestras opiniones, pero el tercer hermando de papá, un cristiano comprometido, nos está haciendo el vacío, negándose a responder a nuestras cartas. Después de que le enviase una copia de El paraíso recordado (las memorias de su padre) que el resto de la familia recibió con excitación y gratitud, lo devolvió sin explicación. Sólo puedo suponer que se niega a asociarse con sus familiares «impuros».
Mis cuatro hijos de California han llevado muy bien toda la controversia. A no ser que ellos saquen a colación el asunto, o a no ser que surja en medio de una conversación normal, no discutimos de religión. Cuando visitan Wisconsin, me ofrezco a acompañarles a la iglesia que elijan, pero nunca han aceptado. Dos o tres veces durante los años de instituto mi hija Becky me envió una carta conminándome a «volver a Dios», así que sé que han sufrido con la cuestión. Pero les he dicho muchas veces que mi amor por ellos no depende de lo que ellos crean. Pueden ser cristianos si quieren, siempre que sean buenas personas y no hagan daño a otros. Van a la iglesia con su madre, que trabaja en un colegio cristiano, y su padrastro, un director de jóvenes en una iglesia baptista. Saben lo que pienso. Nunca he querido que estén en una situación que les obligue a elegir entre sus padres. Son chicos listos, y tengo confiar en que tendrán la capacidad de separar los hechos de la ficción, y lo correcto de lo erróneo. Les dediqué Haz como si… Un libro de librepensamiento para niños, que dice:
«Nadie te puede decir qué pensar.
Ni tus maestros.
Ni tus padres.
Ni tu ministro, cura o rabino.
Ni tus amigos ni familiares.
Ni este libro.
Eres el jefe de tu propia mente.
Si usas tu mente para averiguar la verdad, ¡deberías estar orgulloso!
Tus pensamientos son libres».
Después de que terminase mi matrimonio cristiano, me mudé a un diminuto apartamento de una habitación en Cucamonga. (Sí, Cucamonga existe). Mi hermano Darrell tenía un amigo que escribía para el The San Bernardino Sun-Times, y publicaban una historia por partes sobre mi deconversión para la que solicité la ayuda de la Freedom From Religion Foundation, y en la que dieron cobertura a Freethought Today. Fue poco después de esto cuando mi correspondencia con Annie Laurie Gaylor floreció como un cortejo a larga distancia. Me mudé a Wisconsin, y en mayo de 1987 nos casamos. La boda librepensadora-feminista, una «pareja que no cayó del cielo», tuvo lugar en el histórico Freethought Hall de Sauk City. La dirigió una juez que llevaba zapatos morados con su toga judicial, que anunció «Puedes besar al novio». (Ver la parte 9 para leer el texto completo de la ceremonia).
Uno de los «efectos de onda» fue Sabrina Delata Gaylor, nuestra hija nacida en septiembre de 1989, una librepensadora de cuarta generación por parte de su madre y una miembro de pleno derecho de la tribu Delaware (lenape) de indios americanos por mi parte. Sabrina también tiene algo de sangre apache chiricahua, de la abuela de mi madre, que era miembro de la tribu de Arizona de la que vino Gerónimo. (El clan de Gerónimo luchó contra la intrusión de los misioneros españoles). Al igual que algunos padres religiosos ponen a sus hijos «Fe» o «Caridad» o «Esperanza», nosotros buscamos un nombre que reflejase la razón. «Delata(h)» es la palabra Delaware para «pensamiento» o «razón».
En 1987 fui a trabajar a tiempo completo para la Freedom From Religion Foundation en Madison, Wisconsin. La Fundación es una organización nacional de librepensadores —ateos, agnósticos, humanistas seculares— que trabajan para mantener la separación entre la iglesia y el estado y para informar al público de los puntos de vista de los no creyentes. Trabajar para la Fundación ha sido excitante e intelectualmente satisfactorio. Me ha dado la oportunidad de seguir «anunciando la buena nueva», y de utilizar (y mejorar) algunas de las habilidades que adquirí al predicar. La escritura regular de artículos para el periódico de la fundación, Freethought Today, hacer programas de radio y TV, participar en debates en campus universitarios e iglesias, componer música librepensadora, dar conciertos, charlas, escribir «nontracts»[9] y libros de librepensamiento para niños… todo esto me ha permitido seguir estudiando las cuestiones que me han interesado durante toda mi vida y seguir hablando claro.
En estos años con la Fundación me he dado cuenta de que hablar claro marca una diferencia. La Fundación ha sido capaz de ponerse en contacto con miles de librepensadores por todo el continente, y ha ayudado a motivar a muchos de ellos a hacerse visibles con sus puntos de vista. Al final de uno de mis debates en Iowa, un estudiante se acercó a mí y dijo: «Venga, añada mi nombre a su lista. Me educaron como católico en un pueblecito agrícola y nunca he sido capaz de reconocer mis dudas hasta ahora». En ese instante nació un librepensador.
Esto puede parecer un testimonio de la tarde del domingo en una iglesia, pero tengo que decir que mi vida ha sido mucho mejor desde que me sacudí de la espalda el mono de la religión. La amistades falsas han quedado descartadas, el verdadero amor de la gente como mis padres ha sido maravilloso y reafirmante, y los nuevos amigos librepensadores han compensado con creces cualquier sentimiento inicial de pérdida. La falta de honradez es un precio demasiado alto a cambio de mantener una amistad. Para conseguir oro puro tienes que fundirlo y retirar las impurezas.
Nunca sabemos del todo cómo afectan a otros nuestras acciones. He leído artículos que han tenido un impacto tremendo en mi pensamiento, pero nunca escribí para darle las gracias al autor. Los librepensadores que escriben cartas al periódico local a veces se sienten desanimados cuando no reciben ni una simple respuesta positiva, pero eso no significa que no haya cambiado la vida de nadie. Creo que todas nuestras acciones son así. Lo que hacemos produce ondas que irradian mucho más lejos de lo que pretendíamos o imaginábamos. En el mundo actual enloquecido por la religión, hablar claro como librepensador no puede evitar tener impacto.
I don’t need Jesus (No necesito a
Jesús)
por Dan Barker
So many solutions For the «meaning of life». So many religions— What confusion and strife! They spread like a cancer; They rise and they fall. But I have an answer That does away with them all. |
Tantas soluciones Para el «significado de la vida». Tantas religiones ¡Cuánta confusión y lucha! Se extienden como un cáncer; Se alzan y caen. Pero tengo una respuesta Que las elimina a todas. |
Chorus: I don’t need Jesus To give me a smile. I don’t need a holy book To make my life worthwhile. Just give me reason, Fairness, and love. True human happiness Does not come from above. |
Estribillo: No necesito que Jesús Me de una sonrisa. No necesito un libro sagrado Para que mi vida valga la pena. Dame sólo razón, Justicia y amor. La verdadera felicidad humana No viene desde arriba. |
They preach me their sermons, Though I’m doing just fine. Can’t they live their own lives, And let me live mine? They say I’m a sinner, Who is blind in both eyes. But I am a winner, And I can see through those lies. |
Me echan sus sermones, Aunque no los necesito. ¿No pueden vivir su vida Y dejarme vivir la mía? Dicen que soy un pecador, Ciego de ambos ojos. Pero soy un ganador, Y puedo ver sus mentiras. |
© Copyright 1986 by Dan Barker. Song lyrics.