Capítulo 38
En la guarida del león
¿Un ateo en una televisión cristiana? La Christian Broadcasting Network (gestionada por Pat Robertson) me concedió el «privilegio» de aparecer en un talk show de la CBN para defender el ateísmo el 27 de julio de 1989. ¡Me sentí como Daniel en la guarida del león!
La invitación fue provocada por el libro de John P. Koster The Atheist Syndrome (1989, Wolgemuth & Hyatt), que representa el ateísmo como una forma de «enfermedad mental». Intenté tomarlo prestado de la biblioteca antes del programa, pero ni siquiera en Madison, Wisconsin (que tiene por lo menos treinta y cinco librerías) fui capaz de encontrar un ejemplar. ¡Ninguna de las tres librerías cristianas había oído hablar siquiera de él!
Sin embargo, la Freedom From Religion Foundation estaba familiarizada con el tocho difamatorio, gracias a una entrevista del New York Times (5 de febrero de 1989) y una columna fija de Patrick Buchanan (abril de 1989). Enviamos una carta protestando al editor ejecutivo (que nunca respondió, ni mucho menos nos dio un tiempo equivalente) por la irresponsabilidad del muy parcial artículo del Times, y tomamos a Buchanan como objetivo de cartas de protesta.
El libro de Koster no es nada más que una polémica personal. Invocando su interpretación de salón de las vidas privadas de infieles como Darwin, Huxley, Ingersoll, Nietzsche y Freud, Koster afirma que el «síndrome ateo» tiene tres fases: «Uno, en la niñez hay anulación por parte del padre… Dos, la fase de escapada en la que se separan de los padres y del hogar… Tres, la comprensión de que se parecen a sus padres. Aparece una depresión, aliviada por la actividad antirreligiosa, porque al atacar su idea de Dios estaban atacando a sus propios padres».
Al preguntarle de dónde sacó la idea de ese «síndrome», Koster revela su sofisticación científica: «Con el origen del pletismógrafo… parece claro que la comprobación clínica de los poderes extrasensoriales (PES) se muestra como lo que podríamos llamar las huellas digitales del alma o el espíritu. Me pareció que la gente que rechazaba contemplar estas evidencias lo hacía puramente por razones subjetivas. Empecé a preguntarme: ¿Había algún condicionamiento psicológico para el ateísmo?».
Koster declaró: «El punto de inflexión llegó cuando un amigo me animó a leer la biografía de Robert Ingersoll, abogado, filósofo y ateo. Perdió a su madre cuando tenía dos años y odiaba a su padre, un sacerdote calvinista deprimido, que solía obligar a su hijo a leer la Biblia».
Patrick Buchanan escribió un radiante comentario de la polémica de Koster, donde la llamaba «fulminante asalto a los ídolos del ateísmo».
Me invitaron a la CBN como representación de la Fundación para aparecer en frente de Koster en un talk show llamado «Straight Talk» (Hablar sin rodeos), presentado por Scott Ross. Los productores me dijeron que aunque la CBN es una cadena religiosa, este programa en particular es un intento de presentar una tratamiento equilibrado de las cuestiones —«parecido a Donahue, pero mejor» (!), dijeron— que es por lo que reclutaron a un hereje como yo. Confesaron, sin embargo, un obstáculo «de fábrica» a la objetividad, ya que todos los implicados son cristianos: productores, presentador, audiencia, cámaras y maquilladores.
Cuando llegué a Virginia Beach descubrí que todos ellos querían reconvertirme al instante. Cuando el fornido conductor de la furgoneta de la CBN se enteró de que acababa de recoger a un ateo en el aeropuerto, me lanzó una amplia sonrisa y empezó a hablarme del amor de Jesús. Dijo que nunca en su vida había conocido a un ateo. Le dije que probablemente había conocido muchos, que en promedio al menos una de cada veinte personas que conozca será atea, pero no es probable que anuncien ese hecho. Mencioné que resulta interesante que no pueda notar la diferencia. «Puede que tenga razón», respondió, «conozco a algunos alcohólicos y drogadictos». Intentó citar las escrituras pero en seguida delató la profundidad de su ignorancia bíblica. Finalmente, al dejarme en el hotel, dándose cuenta de que perdía su presa, me sonrió y dijo, «Bueno, quizás algunos argumentos se solucionen mejor con un garrote». Me apresuré a llegar al mostrador de recepción, olvidando darle propina.
Con lágrimas en los ojos, una mujer de maquillaje me contó cómo un judío había «encontrado a Jesús como su salvador personal» la semana pasada, en la misma silla de maquillaje donde estaba sentado. Como me tenía de audiencia cautiva, al final protesté: «Oiga, que yo mismo solía pronunciar esos sermones».
En la habitación verde, antes del programa, hablé con Koster, señalando que una de las biografías más autorizadas de Ingersoll (American Infidel: Robert G. Ingersoll, Orvin Larson) lo cita diciendo «Tengo un claro recuerdo de odiar a Jehová cuando era muy pequeño», aunque en ningún lugar de ninguna documentación esté que odiaba a su padre. Cuando le pregunté a Koster qué biografía había leído, citó la de Eva Ingersoll Wakefield. En realidad esa es una colección de cartas publicada por la nieta de Ingersoll, con una breve introducción biográfica. El esbozo de Wakefield, en realidad, cita a Ingersoll diciendo que su padre «era amante y generoso por naturaleza, pero su teología llenaba su cielo con nubes y tormentas». Koster evidentemente no puede comprender cómo Ingersoll podía distinguir entre su padre y las opiniones de su padre.
Según Larson y otros biógrafos, Ingersoll quería mucho a su padre. Dejó su trabajo para ayudar a su padre convaleciente; y su padre murió más tarde en sus brazos. «Nunca le dije una palabra hiriente», escribió Ingersoll de su padre, «y en mi corazón nunca hubo hacia él un pensamiento poco amable». El celebrado amor por la familia de Ingersoll fue una de las señas de su personalidad, como sabrá cualquiera que esté familiarizado con su vida y obra. Cuando le dije a Koster que Ingersoll nunca odió a su padre, y cuando le pedí que corrigiera su error, respondió: «Bueno, cualquier chico cuya madre muere cuando tiene dos años terminará odiando a su padre». ¡Que zurzan a la credibilidad y la objetividad histórica! ¿Por qué iba a creer nadie lo que quiera que diga este hombre?
El programa «Straight Talk» en sí mismo fue más equilibrado, en lo referente al tiempo, de lo que había supuesto. El presentador Scott Ross estaba intrigado por mi historia de deconversión desde ministro fundamentalista a ateo, y me pidió que narrase mis experiencias con la sanadora por la fe Kathryn Kuhlman. Señalé que mi ateísmo no tenía nada que ver con fortalezas ni debilidades psicológicas; se basa simplemente en el hecho de que hay una ausencia de evidencias a favor de cualquier deidad.
Si el tiempo lo hubiera permitido, hubiera dado testimonio de mi siempre afectuosa relación con mi padre, tanto cuando era cristiano como ahora siendo ateo. A papá le afectó mucho mi deconversión, y hoy es un librepensador. Siempre hemos estado muy unidos. Tanto peor para la teoría de Koster.
En el programa, Koster, tenso y nervioso, repitió su opinión de que el ateísmo es una forma de inestabilidad mental: «Cuanto más fuerte es el ateísmo, más fuerte la inestabilidad». No tuve la oportunidad de señalar que el ateísmo no admite grados. O crees en algún dios, o no.
Cuando Koster sin el menor rastro de humor sacó a colación la supuesta prueba mecánica de los PES, le pregunté cómo esa prueba, fuera o no fiable, indica una deidad. ¿Cómo puede una máquina física en el mundo natural apuntar a algo sobrenatural? ¿Acaso las radios demuestran que hay «algo ahí afuera» que trasciende el mundo material? La única respuesta de Koster fue un non sequitur, murmurando que como la psicología no ha logrado proporcionar un origen para el pensamiento humano, el teísmo es la única alternativa racional.
El programa terminó con un sermoncillo «objetivo» enlatado por parte de Ross, escrito antes del programa, que citaba (sorpresa, sorpresa). Salmos 14:1: «Dijo el necio en su corazón: No hay Dios».
Durante la comida con los productores a continuación del programa, le dije a Koster: «Usted cree en un libro que tiene animales parlantes, magos, brujas, demonios, palos que se convierten en serpientes, comida que cae del cielo, gente caminando sobre el agua y toda clase de historias mágicas, absurdas y primitivas, ¿y dice que yo soy el que sufre una enfermedad mental?». Uno de los productores que estaba escuchando tartamudeó que yo debía de tener «una inclinación a priori» contra lo sobrenatural para ser tan cerrado de mente.
El libro de Koster no es nada más que maltrato a los ateos. (Al igual que la mayoría de las críticas del ateísmo). Los creyentes, al no poder sustanciar sus afirmaciones, suelen recurrir a ataques ad hominem. Si son capaces de desenterrar unos pocos «ateos podridos», o ensuciar el nombre de tan dignos librepensadores como Ingersoll o Huxley, sienten que eso permite al teísmo vencer automáticamente. Los cristianos podridos, por supuesto, no cuentan en esta ecuación. La mentalidad religiosa de Koster distorsiona su comprensión del librepensamiento hasta tal punto que imagina que los librepensadores adoran y deifican a intelectuales como Freud, a quien afectuosamente considera un «líder ateo».
Hace un siglo Robert Ingersoll se enfrentó a tácticas similares dirigidas contra él mismo:
«Y aquí, podría ser apropiado que dijera que los argumentos no pueden responderse con ataques personales; que no hay lógica en la calumnia, y que la falsedad, a la larga, se hunde a sí misma. La gente que ama a sus enemigos debería, al menos, decir la verdad sobre sus amigos. Si resultase que soy el peor hombre del mundo, la historia del diluvio seguirá siendo tan improbable como antes, y las contradicciones del Pentateuco seguirán exigiendo una explicación».
Freethought Today, septiembre, 1989