Capítulo 36
Sin reservas
Mi abuelo cumplió noventa este verano [1985]. Es un indio Delaware, una persona amable de pocas, pero bien elegidas palabras. A menudo disfruto oyendo historias de su niñez, de una era pasada, de caza y pesca en el Territorio Indio salvaje antes de que Oklahoma se convirtiera en un estado. La suya fue la generación de la transición. La tribu se trasladó de Nueva Jersey a Ohio, luego a Indiana, y finalmente a lo que ahora es el estado Tempranero[31]. Los traumas del traslado y las realidades de tratar con una América moderna hicieron que mis bisabuelos enseñasen a sus hijos una importante habilidad de supervivencia: la adaptación. Abrazaron la religión del hombre blanco, el cristianismo, y animaron a sus hijos e hijas a educarse en las nuevas costumbres. La hermana de mi abuelo, Effie, fue una de las primeras mujeres indias en aquellas tierras en graduarse en la universidad.
Mi abuela tiene una habitación entera dedicada a la cultura de la tribu lenni lenape (Delaware). A veces la consultan los historiadores que quieren saber quién se casó con quién, dónde se trasladaron y cómo vivían.
[Mi abuelo murió en 1986. En 1991 mi abuela y yo publicamos un libro sobre los recuerdos de su niñez, Paradise Remembered, El paraíso recordado.]
Nuestra tribu tiene una antigua costumbre de registrar los sucesos en palos tallados llamados Walam Olum y puede trazar la historia hasta la migración a través de Alaska a través del continente hasta la costa este. Los europeos que descubrieron la cultura en las riberas del río Delaware en Nueva Jersey los llamaron Delaware. La lenni lenape, apodada «tribu del abuelo» por otros grupos indios, parece haber sido la primera de las tribus modernas en alcanzar el océano Atlántico en una migración general hacia la fuente del sol naciente. Se ganaron cierta reputación como pacificadores entre los grupos de nativos americanos y se convirtieron en la primera tribu en tener un tratado escrito con los colonos europeos. También fuimos los primeros en tener un tratado escrito con el recién formado gobierno de los Estados Unidos (por razones militares). No es un gran honor, ya que la mayoría de los tratados se rompían en seguida.
Hay una historia acerca de cómo los iroqueses «hacían mujeres» a los lenni lenape. Muchas de las tontas guerras tribales se iban completamente de las manos cuando los guerreros morían defendiendo el honor del grupo. Nuestra tribu no era una excepción. Estos conflictos solían seguir hasta que las mujeres empezaban a quejarse y decir cosas con sentido, convenciendo a los hombres que quedaban de que había poco honor en la muerte de sus padres, hermanos e hijos.
Durante un conflicto entre los lenni lenape y sus vecinos del norte se acordó racionalmente descartar el problema y «enterrar el hacha» antes de que comenzase la lucha. A los iroqueses les pareció raro que los Delaware actuasen pacíficamente, y en los años posteriores fanfarroneaban de que habían ganado la guerra «haciendo mujeres a los lenni lenape», dando a entender incorrectamente castración y sumisión. (La autenticidad de esta historia no es aceptada universalmente).
A pesar de esta deliberada malinterpretación, los lenni lenape llevaban el sambenito de «mujer» con honor. Y hacían bien. Parece que algunos de ellos reconocían los males de las culturas patriarcales y los beneficios del sentido común y la paz.
En el mismo sentido, mi deconversión del cristianismo al ateísmo me ha hecho una «mujer». Me educaron en una cultura religiosa patriarcal basada en un libro intolerante, sexista e irracional. Presumíamos de que nuestro Dios era el Conquistador. La biblia nos decía «ponte toda la armadura de Dios». Fingíamos llevar la «espada del Espíritu», sujetar el «escudo de la fe» y ponernos el «yelmo de la salvación». El cristianismo es una religión muy machota. Mire qué canciones cantábamos. Ser llamado mujer, por tanto, era ser llamado pacificador, árbitro, razonador.
Adelante, soldados cristianos
Adelante, soldados cristianos,
Marchando como a la guerra,
Con la cruz de Jesús
Yendo por delante:
Cristo, el Señor real
Nos guía contra el enemigo;
Adelante en la batalla,
Mira, Sus pendones van.
Alzaos, alzaos por Jesús
Alzaos, alzaos por Jesús
Vosotros soldados de la cruz;
Levantad Su pendón real,
No puede sufrir pérdida.
De victoria en victoria
Su ejército conducirá,
Hasta que todo enemigo sea vencido,
Y Cristo sea de verdad Señor.
Alzaos, alzaos por Jesús,
Obedeced la llamada de la trompeta,
Avanzad hacia el tremendo conflicto,
En Su glorioso día:
«Vosotros que sois hombres, ahora Lo servís»
Contra enemigos sin número;
Que el valor se eleve con el peligro,
Y la fuerza se oponga a la fuerza.
Guíanos, oh Rey Eterno
Guíanos, oh Rey Eterno,
El día de la marcha ha llegado,
Por tanto en campos de conquista
Tus tiendas serán nuestro hogar.
A través de los días de preparación
Tu gracia nos ha hecho fuertes,
Y ahora, oh Rey Eterno,
Elevamos nuestra canción de batalla.
Soldados de Cristo, alzaos
Soldados de Cristo, alzaos,
Y vestid vuestra armadura,
Fuertes con la fuerza que Dios nos da
A través de Su Hijo eterno;
Y en su gran poder,
Quien en la fuerza de Jesús confía
Es más que conquistador.
Suene el grito de batalla
Suene el grito de batalla!
Ved, el enemigo está cerca;
Levantad alto el estandarte
Por el Señor;
Ceñid vuestra armadura,
Manteneos firmes, todos;
Sostened vuestra causa sobre
Su sagrada Palabra.
Levantaos, soldados, congregaos junto a la bandera,
Rápidos, firmes, que corra la voz;
En guardia, adelante, gritad fuerte ¡Hosanna!
Cristo es Capitán del poderoso gentío.
Fuertes para enfrentar el enemigo,
Marchando vamos,
Mientras sabemos que
Nuestra causa vencerá;
Escudo y pendón brillantes,
Refulgiendo en la luz;
Batallando por el bien
Nunca podremos fallar.
El Hijo de Dios se dirige a la guerra
El Hijo de Dios se dirige a la guerra,
Una corona real por ganar;
Su pendón rojo como la sangre ondea a lo lejos:
¿Quién se une a Su séquito?
Estas no son canciones oscuras embutidas en el final del misal. En muchas iglesias se cantan con regularidad, domingo tras domingo. Recuerdo estar de pie durante las ceremonias, cantando estas melodías, orgulloso de haber sido reclutado en el ejército de Dios. ¡Qué juego tan absolutamente infantil! Y qué mentalidad tan peligrosa. Sangre, militarismo, sexismo, poder. Más que canciones sobre la verdad, son las ilusiones propias de la inestabilidad mental —como el tipo que va corriendo por ahí diciendo «soy Napoleón».
Pero yo me lo creía todo, tengo que admitirlo. Sentía que estaba llamado a ser un soldado de la cruz, un «hombre de Dios», y el líder espiritual de mi familia. Aunque nunca se dijo explícitamente, estaba encantado de haber nacido macho.
Veía a las mujeres como «vasos más frágiles» (1 Pedro 3:7), como asistentes en la batalla masculina por la salvación del mundo. Las mujeres tenían que apoyar y ayudar en el trabajo más importante realizado por sus maridos, padres, hermanos y pastores. Dios amaba a las mujeres, por supuesto, tanto como a los hombres; pero confiaba mayor responsabilidad al macho. Había un significado sagrado en la «cadena de mando» instituida divinamente. (Dios Padre: Jesucristo: hombres: mujeres: niños: animales. No está claro dónde encajan precisamente los ángeles en todo esto). Después de todo, ¿no deben respetar los niños a sus padres? ¿No deben respetar las mujeres a sus maridos? La autoridad jerárquica de Dios fluía adecuadamente cuando todos estábamos en nuestro lugar correcto —como en el ejército. Estaba encantado de haber nacido macho, bendecido por Dios con un objetivo superior.
Solíamos hablar sobre «la libertad en Jesús», pero como cristiano no era libre. Tenía que encajar, encontrar mi lugar. Eso no es libertad. No se me permitía ser una persona completa. Tenía que «morir para mí mismo» según la curiosa idea religiosa de que sin Dios somos esclavos de nosotros mismos. Ahora estoy orgulloso de ser un verdadero lenni lenape, un feminista y un librepensador, sin reservas. Para mí el librepensamiento es lo mismo que el feminismo.
En mi dolorosa transición me he dado cuenta de que las relaciones con la sociedad y los amigos se basan muy a menudo no en el verdadero respeto y amor, sino en modelos y papeles impuestos. Las relaciones se supeditan a la jerarquía: Yo soy Marido, Tú eres pastor, Yo soy siervo, Tú eres esposa, Yo soy Rey, Tú eres Niño. Cuando la autoridad que los impone se disuelve, a veces también lo hacen las relaciones. Cualquier relación que no se base en la libertad no puede soportar la verdadera libertad. ¿Cuántos amos pudieron aprender a aceptar a sus antiguos esclavos como verdaderos pares? ¿Y viceversa?
Tal como se rompían los modelos impuestos a mi vida por el cristianismo, se rompió mi matrimonio cristiano. La ruptura de mi matrimonio de catorce años fue principalmente filosófica (¿y qué comunión [tiene] la luz con las tinieblas? 2 Corintios 6:14), pero había razones más profundas. Mi anterior esposa se había casado con un «buen hombre cristiano» (yo) principalmente para cumplir un papel como esposa sustentadora.
Mucho antes de que rompiese completamente con la religión, incluso cuando era un evangelista activo, me habían escocido las incomodidades de ser responsable del «liderazgo espiritual» en nuestro matrimonio. No podía ver ninguna razón por la que tuviera que ser su superior; es inteligente y capaz. Ninguna mujer necesita el liderazgo de un hombre para que dirija su vida.
En el momento en que me hice ateo, le pregunté si todavía me consideraba su líder espiritual. Dijo que sí, ante Dios seguía comprometida con mi dirección. Pero cuando le dije bromeando que me siguiera «espiritualmente» al ateísmo se negó muy en serio. Fui su líder espiritual en tanto la llevé hacia donde quería ir. Así está bien —encuentra felicidad en Jesús, su verdadero capitán, y debe disfrutar la libertad de vivir y adorar como le parezca bien.
Derribar la estructura religiosa e intentar sustituirla con conceptos de librepensamiento y feminismo fue demasiada tensión para nuestra relación. Se lo puede imaginar.
Desde mi perspectiva como actor interno, sé cómo el cristianismo abusa de las mujeres. He trabajado en iglesias donde la mayoría de las mujeres eran claramente superiores a los hombres, y sin embargo se les negaba el acceso a cualquier posición de liderazgo. He visto organizaciones virtualmente gestionadas por mujeres capaces y bellas que se veían forzadas a someterse a los pueriles juegos de poder de los pastores masculinos. Y he visto desaparecer las sonrisas de sus antes entusiastas caras, sustituidas por una desencantada pero valerosa aceptación de la «voluntad de Dios». En parte fui responsable de eso, y lo siento. La ignorancia no tiene preferencias de género, al margen de la biblia.
Se ha dicho mucho sobre el impacto de la biblia sobre las mujeres, en escritos librepensadores al menos. Pero ¿qué hay de su impacto en los hombres?
Está claro que las mujeres han sido las víctimas de los intentos de las religiones de ponerlas en su sitio. Está menos claro, aunque es igualmente demoledor, que los hombres también han sufrido por esta dicotomía artificial entre los sexos.
Las religiones patriarcales prestan un flaco servicio a la humanidad al meter una cuña antinatural entre la masculinidad y la feminidad en cada uno de nosotros, creando una polarización insalubre que no sólo aliena a las mujeres y los hombres sino que también parte la personalidad individual. Como hombre cristiano era media persona. Seguro, me las apañaba para vivir conmigo mismo, pero no sin un sentimiento gruñón de que algo estaba radicalmente mal con mi propia imagen.
El imperativo cristiano es conformarse. Conformarse a la imagen de Cristo. Conservar los roles de los modelos antiguos. Ser todo lo que puedas ser dentro del ejército de Dios. La presión es tremenda, especialmente cuando eliges el ministerio.
Como líder espiritual es necesario ser un ejemplo, buscar la perfección. Mateo 5:48 dice: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto». Descubrí que mientras buscaba conformarme según esta imagen externa de perfección, me perdí de vista a mí mismo. Se supone que esa es una alta virtud cristiana, «morir para uno mismo» para que Cristo pueda vivir a través de ti. Negué muchas de mis emociones humanas para ser el hombre de Dios. Dejé de hacer caso, incluso desprecié el lado de mi carácter que la cultura contemporánea etiqueta como feminidad, profesando las cualidades masculinas «naturales» como la dureza y la certeza incluso cuando estaba débil o inseguro.
Hay mucho que ganar al redescubrir a la persona entera —la masculinidad y la feminidad— en cada uno de nosotros. Un librepensador se da cuenta de que los modelos autoritarios en general intentan controlar y tiranizar a otros. Un librepensador no puede ser racista, intolerante ni sexista.
El cristianismo es responsable de cobijar el patriarcado y la esclavitud, ideas que sólo sirven para subyugar y controlar. Un verdadero cristiano no pude ser feminista, sino que debe luchar para preservar las líneas tradicionales de demarcación. ¿Qué verdadero feminista iba a basar su vida en la autoridad masculina de Jesús o Jehová? Como religión masculina, el cristianismo es un enemigo de la humanidad, y la antítesis de la libertad.
Como mis antepasados lenni lenape, estoy encantado de que me hayan «hecho una mujer». Quizás, sólo quizás, pueda aportar algo de sentido común a todos esos tontos guerreros tribales.
Freethought Today, octubre 1985.