Capítulo 35

Meras afirmaciones

Unos seis meses después de mi deconversión comí con Hal Spencer, presidente de Manna Music. Su compañía es una editorial puntera de la música cristiana. A la luz de mi deconversión al ateísmo quise recomprar los derechos de mis musicales que siguen promoviendo. «De ninguna manera», dijo. «Tus musicales son unos productos muy fuertes en nuestro catálogo, están entre las pocas cosas que nos mantienen en el negocio». ¡Hablando de sentimientos contradictorios! Solía animarme oír esos informes alegres. Ya no.

Nuestra conversación derivó hacia una de esas discusiones infructuosas sin fin acerca de diseño, primeras causas, moralidad, milagros, ciencia, fe y ateísmo. Mientras pagábamos la cuenta Hal se volvió hacia mí con una amplia sonrisa y dijo: «Supongo que ya no nos escribirás más musicales».

Me reí y dije: «¡Seguro que sí! Pero dudo que quieras publicar nada de lo que quiero decir ahora».

Las publicaciones cristianas son una industria enorme. ¿Ha entrado alguna vez en una librería cristiana? A veces se conocen con el eufemismo de «librerías familiares». Estoy tentado de entrar y preguntar si tienen alguna lectura para familias ateas. Alguna vez debería visitar una, sólo para ver a qué nos oponemos los librepensadores. Verá miles de libros publicados por cientos de editoriales, una plétora de álbumes de docenas de sellos discográficos, estantes de biblias de todos los tamaños, colores y versiones. Puede leer sobre criar niños, jardinería, aborto, psicología, adoración, historia, política, romance, informática, humanismo y el movimiento femenino —todo desde una perspectiva cristiana. Y ciencia ficción, por supuesto. También podrá localizar algunos de mis materiales, pero perdóneme, porque no sabía lo que hacía.

El día de Nochebuena fui vagando hasta la librería Upland Christian Light, sin ninguna razón en particular, y en seguida se me acercó un ministro local que había oído que me había hecho hereje y que pensó que necesitaba aprender unas cuantas cosas sobre el debate entre creación y evolución. (Lo necesito. Él también). Tras nuestra «amigable» charla, me di un nostálgico paseo por los santificados pasillos de la lectura religiosa. Estaba especialmente interesado en encontrar libros que en tiempos me parecieron magníficos, libros que quisiera leer bajo una nueva luz. Así que tomé Mero cristianismo de C. S. Lewis.

C. S. Lewis es un escritor cristiano muy popular. Fue un profesor en Oxford que afirmó haberse convertido del ateísmo al cristianismo. Mucha gente se ha visto influida por su obra. Es conocido por su serie para niños Narnia, y por muchos libros que popularizan la teología, entre otros las Cartas del diablo a su sobrino (en la línea de las Cartas desde la Tierra de Twain), El gran divorcio (un viaje en autobús del infierno al cielo explicando que la gente que está en el infierno es porque deciden quedarse allí), Milagros, Pilgrim’s Regress, El problema del dolor y una trilogía de ciencia ficción. Escribe con un estilo convincente y legible, a menudo es humorístico y normalmente pensativo.

Mero cristianismo, el libro más popular de Lewis, en realidad es tres libros en uno: 1. El bien y el mal como clave para el sentido del universo, 2. En qué creen los cristianos y 3. Comportamiento cristiano, todos ellos adaptados de una serie de conferencias radiofónicas. El título del libro viene de un intento de Lewis de liberar al cristianismo de todo lo que no es esencial, llegando a la «mera» base de lo que significa ser cristiano. Como creyente, recuerdo que me impresionaba el primer libro ya que da lo que muchos consideran un argumento convincente a favor de la existencia de una deidad. Tengo un tío que dice que Mero cristianismo fue un factor determinante en su «conversión» a un compromiso más profundo.

Así que cuando releía el libro estaba ansioso por reexaminar sus argumentos. Lewis se extiende en anécdotas para argumentar a favor de la existencia de una «Ley Natural» de la moralidad dentro de cada humano. Al contrario que la ley de la gravedad, esta ley moral se puede desobedecer.

«Llamaban Ley Natural a esta ley», escribe, «porque se creía que todos la conocían por naturaleza y no necesitaba ser enseñada. No se referían, por supuesto, a que no se pudiera encontrar a un individuo aislado aquí y allá que no la conocía, tal como hay unas pocas personas que son ciegas al color o carecen de oído para la música. Pero tomando a la raza en su conjunto, pensaban que la idea humana de lo que es comportamiento decente era obvia para todos. Y creo que tenían razón».

Como ejemplo, Lewis señala a la oposición a los nazis: «¿Qué sentido tenía decir que el enemigo estaba en el error, a no ser que el Bien sea algo real que, en el fondo, los nazis conocían tan bien como nosotros y debieron haber practicado? Si no hubieran tenido idea alguna acerca de lo que llamamos el bien, entonces, aunque quizás igual hubiéramos tenido que luchar en su contra, no podríamos haberlos culpado por ello con más razón que por el color de sus cabellos».

Lewis no cree que las diferentes civilizaciones hayan tenido diferentes moralidades: «… nunca se ha llegado a una diferencia total». (¿Eh? ¿Qué hay acerca de la poligamia, infanticidio, canibalismo, maltrato a la mujer, automutilación, castración, incesto y guerra respaldados culturalmente?). Desestima a los críticos que afirman que la moralidad es el resultado del instinto de supervivencia de la especie señalando que somos libres de obedecer o desobedecer este «instinto» y tomar nuestra decisión según una norma superior de Bien y Mal. «Igual podría afirmarse que la página de música que te indica, en un momento dado, tocar una nota en el piano y no otra, es ella misma una nota del teclado. La Ley Moral nos dice la melodía que debemos tocar: nuestros instintos son meramente las teclas».

Puede ver que a Lewis le encanta argumentar por analogía. (Toda su serie de Narnia es una enorme metáfora). A veces esto puede ser una forma efectiva de comunicarse con lectores acríticos; pero puede llevar taimadamente a error si se usa en lugar de un razonamiento disciplinado. Es posible usar meras afirmaciones (un título mejor para este libro) en lugar de declaraciones defendidas con cuidado, y puede hacerse que «arraiguen» en la mente con una analogía que, aunque quizás sea apta, en cualquier caso elude la cuestión de la veracidad de la idea básica.

Por ejemplo, ¿es cierto que todas las personas de todas las culturas comparten un conocimiento común de una Ley Moral? Hay quien no estaría de acuerdo. Y su analogía sobre la música de piano pasa totalmente por alto la posibilidad de la improvisación y la composición, convirtiéndonos a todos en robots. Además, la partitura es externa al piano, y se puede sustituir por otra canción si así lo queremos. Y los pianos no crecen, ni aprenden, ni se hacen daño, como la gente… y así. Las analogías pueden ser útiles para ilustrar una cuestión, pero apuntalar una afirmación desnuda sólo con una analogía puede hacer que el tiro nos salga por la culata.

Incluso si es cierto que todas las culturas comparten una moralidad común, ¿cómo demuestra esto una inteligencia suprema? Después de todo, ¿no afirmamos a veces los humanistas que hay un hilo conductor común de valores humanísticos que recorre la historia a través de las líneas culturales y religiosas? El intento de Lewis de saltar de la inestable plataforma de una «Ley Moral Natural» a los brazos de una deidad amorosa es incluso menos convincente que su premisa básica.

Primero, Lewis toma de la historia la idea de una deidad, señalando que hay dos formas principales de ver el mundo: la materialista y la religiosa. La visión materialista del mundo plantea preguntas que sólo se pueden abordar a través de la ciencia («¿cuál es la estructura de la vida?»), pero la visión religiosa se interroga sobre cuestiones que suponen un contexto superior («¿cuál es el significado de la vida?»). La ciencia observa el mundo material, mientras que la religión ve el mental, inmaterial. (¿Dónde coloca la filosofía y la psicología?). Si Dios existe, argumenta Lewis, Dios es mucho más parecido a la mente que a cualquier otra cosa, y si este Dios quiere comunicarse con nosotros lo más probable es que lo haga a través de nuestra mente, no a través del mundo material. (¿Cómo lo sabe Lewis?). Y esto es exactamente lo que ha hecho esta sabia deidad: ha colocado dentro de nosotros esta «ley moral» que nos conecta con el reino superior, que nunca se podrá verificar con la mera ciencia.

Así que, según Lewis, si quiere encontrar a Dios, mire dentro de usted mismo para descubrir este impulso hacia la moralidad y dese cuenta de que ha roto esa ley, todos los días. Mero cristianismo se reduce al mismo sermón de siempre: usted es un pecador y lo sabe, ¿no se siente mal? Entonces, una vez que está convenientemente avergonzado de sí mismo se dará cuenta de la belleza del plan de salvación que esta deidad ha revelado a través de la muerte y resurrección de Jesucristo (que Lewis da por sentada históricamente).

Lewis no aborda la ética situacional en este libro, aunque parecería relevante. Supone, me parece, que todos vamos a estar de acuerdo sobre lo que «cósmicamente» sería lo correcto en cada caso. De hecho, Lewis confía en que sus lectores estarán tácitamente convencidos de la corrección de esta línea de razonamiento. (Dios existe porque tenemos moral y no la tendríamos si Dios no existiera). Y Lewis puede permitirse relajarse, me parece, porque la mayor parte de sus lectores son cristianos que compran el libro porque están buscando una confirmación. No son escépticos que buscan la verdad. Cualquier escritor puede atrapar a una audiencia simpatizante sacando partido de esas áreas en las que todo el mundo «sabe» que tiene razón.

La moralidad humanista es un código ético basado en el valor y la calidad de la vida humana. No se deriva de grabaciones absolutas en una tabla de piedra cósmica. La moralidad es relativa a las cosas humanas como la felicidad, la salud, la paz, la belleza, el amor, la alegría y la justicia. La preferencia de estas acciones e ideas es lo que mejora la condición humana sobre quienes la amenazan. Los nazis, que en su mayor parte eran católicos y luteranos, estaban equivocados no porque rompiesen una ley absoluta, sino porque profanaron la vida humana. Aunque la moralidad humanista afirma ciertos bienes y males relativos a la condición humana, es flexible y libre de mejorar. Por ejemplo, por una parte es inconcebible que algo como el genocidio pudiera alguna vez considerarse moral, y por otra parte que algo como la verdadera cortesía se pueda considerar inmoral; pero siempre hay un término medio entre esos extremos para cosas como el control de natalidad, el divorcio, la dieta, la defensa propia o el patriotismo, que dependerán de la situación.

Cualquier moralidad que se base en una estructura inflexible por encima y más allá de la humanidad es peligrosa para los seres humanos. La historia está llena de ejemplos de lo que ha hecho la «moralidad» religiosa para empeorar nuestra situación. Ciudades enteras pueden verse alegremente exterminadas en el nombre de Dios. Puede eliminarse a las «brujas» de la sociedad. Se puede suprimir el pensamiento libre, extinguiendo cualquier esperanza de progreso. ¿Por qué si no se llamó a los siglos dominados por el cristianismo la Edad «Oscura»? Bajo la moralidad cristiana, todo vale si impulsa el plan de Dios. En lugar de la Ley Moral de Lewis, las personas más ilustradas abogarían por la razón y la amabilidad: principios que son flexibles y humanos, no rígidos y fríos.

Así que ahora tengo que preguntarme por qué una vez pensé que Mero cristianismo era tan especial. Porque me dijo lo que quería oír. Como librepensador ya no me siento satisfecho con meras afirmaciones, con reciclajes creativos del mito. El librepensamiento exige pruebas en lugar de analogías, datos por encima del dogma.

¿Qué le parece? ¿Debería hacer efectivos los cheques de royalties que sigo recibiendo de mis musicales cristianos? Ahí sí que tengo un dilema moral con el que lucho todo el tiempo que dura mi camino hasta el banco.

Freethought Today, junio 1985, originalmente «Meras suposiciones».