Capítulo 51
Jesús: ¿Historia o mito?
En todos los años en los que fui ministro cristiano, nunca pronuncié un sermón sobre las pruebas a favor de un Jesús histórico. No hacía falta un sermón así. He estado ante muchas congregaciones y me he asociado con muchos ministros, evangelistas y pastores, y ni uno de nosotros habló jamás sobre la posibilidad de que Jesús fuera una fábula, o de que su crónica fuera más mito que historia. Habíamos oído, por supuesto, que hay académicos escépticos, pero los descartamos como una diminuta minoría de farsantes y ateos.
En mis cuatro años de estudios religiosos en el Universidad Azusa Pacific, asistí a muchas clases bíblicas —un curso entero sobre el libro de los Romanos, otro curso sobre literatura de sabiduría hebrea, y así— pero sólo me ofrecieron un curso de apologética cristiana. Se llamaba «Evidencias Cristianas», y me pareció el menos útil de mis estudios. Como prefería el evangelismo al academicismo, la información me pareció interesante, pero irrelevante. La clase no profundizaba mucho en los documentos ni los argumentos. Recitábamos la lista de historiadores antiguos y padres de la iglesia, y los olvidábamos en seguida.
Imaginé que los eruditos cristianos ya habían hecho los deberes y que nuestra fe descansaba sobre unos cimientos históricos firmes y que, si alguna vez necesitaba buscarlos, podría dirigirme a un libro en algún lugar para tener los hechos. Nunca necesité buscarlos.
Como librepensador, decidí «buscarlos». Ahora estoy convencido de que el relato de Jesús no es más que mito. He aquí por qué:
- No hay confirmación histórica externa de las historias del Nuevo Testamento.
- Los relatos del Nuevo Testamento son contradictorios internamente.
- Hay explicaciones naturales para el origen de la leyenda de Jesús.
- Los informes de milagros hacen el relato no histórico.
¿Puede confirmarse Jesús históricamente?
Tomadas literalmente, las evidencias cristianas parecen ser abrumadoras. Buscando fuera del Nuevo Testamento, muchos textos de apologética incluyen una larga lista de nombres y documentos que afirman confirmar históricamente la existencia de Jesús: Josefo, Suetonio, Plinio, Tácito, Talo, Mara Bar-Serapion, Luciano, Flegón, Tertuliano, Justino Mártir, Clemente de Roma, Ignacio, Policarpo, Clemente de Alejandría, Hipólito, Orígenes, Cipriano, y otros. Algunos de estos nombres son padres de la iglesia que escriben en los siglos segundo a cuarto y por tanto son demasiado tardíos como para que se les considere confirmaciones fiables del siglo primero. Siendo líderes de la iglesia, su objetividad también es cuestionable. Estos hechos no eran importantes para nosotros los evangelistas ni iban a hacer que se levantaran banderines rojos en la mente del creyente medio que lee un libro corriente de «pruebas» cristianas.
Sin embargo, la lista incluye algunos no creyentes —escritores judíos y romanos que es probable que no estuvieran favoreciendo al cristianismo— de modo que parecería que no puede haber dudas sobre la existencia histórica de Jesús. ¿Quién podría dudarlo?
Rara vez, si alguna, se señala que ninguna de estas pruebas data del tiempo de Jesús. Supuestamente Jesús vivió en algún momento entre 4 a. C. y 30 d. C., pero no hay ni una sola mención histórica contemporánea de Jesús, ni por parte de los romanos, ni por parte de los judíos, ni por parte de los creyentes, ni por parte de los no creyentes, ni durante todo el tiempo que vivió. Esto no refuta su existencia, pero ciertamente arroja una gran duda sobre la historicidad de un hombre de quien supuestamente era ampliamente conocido que tuvo un gran impacto en el mundo. Alguien debería haberse dado cuenta.
Uno de los escritores que estaba vivo en tiempos de Jesús fue Filón el Judío. John E. Remsburg, en The Christ, escribe:
«Filón nació antes del comienzo de la era cristiana, y vivió hasta mucho después de la supuesta muerte de Cristo. Escribió un relato sobre los judíos que abarca todo el tiempo que se dice que Cristo vivió en la tierra. Vivía en o cerca de Jerusalén cuando sucedieron el milagroso nacimiento de Cristo y la matanza herodiana. Estaba allí cuando Cristo hizo su entrada triunfal en Jerusalén. Estaba allí cuando tuvieron lugar la crucifixión con su terremoto adjunto, la oscuridad sobrenatural y la resurrección —cuando el mismo Cristo se levantó de entre los muertos, y en presencia de muchos testigos ascendió al cielo. Estos sucesos maravillosos que deberían haber llenado el mundo de asombro, si hubieran ocurrido de verdad, eran desconocidos para él. Fue Filón quien desarrolló la doctrina del Logos, o Palabra, y aunque su Palabra encarnada moró en ese mismo país y en presencia de multitudes se reveló a sí mismo y demostró sus poderes divinos, Filón no lo vio».
Había un historiador llamado Justo de Tiberíades que era nativo de Galilea, la patria de Jesús. Escribió una historia que abarcaba el tiempo en el que se supone que vivió Cristo. Esta historia se ha perdido, pero un erudito cristiano del siglo noveno llamado Focio lo leyó y escribió: «Él [Justo] no hace la mínima mención de la aparición de Cristo, de qué cosas le sucedieron, o de las maravillosas obras que hizo». (Bibliotheca de Focio, código 38).
JOSEFO
El regalo de cumpleaños que me hizo mi padre al cumplir los diecinueve fue un ejemplar de las obras completas de Flavio Josefo. Cuando se trata de evidencias contundentes externas a la biblia, este es el escrito de documentación histórica que ofrecen los apologistas cristianos. Dejando a un lado el Nuevo Testamento, Josefo presenta la única posible confirmación escrita en el siglo primero del relato de Jesús.
Tomado por sí mismo, Josefo parece ser la respuesta a los sueños del apologista cristiano. Era un judío mesiánico, no un cristiano, así que no se le podía acusar de parcialidad. No dedicó mucho tiempo ni espacio a su informe sobre Jesús, demostrando que se limitaba a transmitir hechos, sin lanzar propaganda como los escritores de los Evangelios. Aunque nació en el año 37 d. C. y no podía ser contemporáneo de Jesús, vivió lo bastante cerca de la época como para que se le considere una fuente de segunda mano valiosa. Josefo fue un historiador romano muy respetado y ampliamente citado. Murió en algún momento después del año 100. Sus dos mayores volúmenes son Antigüedades judías y La guerra de los judíos.
Las Antigüedades se escribieron en algún momento alrededor del año 90 d. C. Comienza: «En el principio Dios creó el cielo y la tierra», y trabajosamente traza un paralelo con el Antiguo Testamento hasta la época en la que Josefo es capaz de añadir detalles igualmente trabajosos sobre la vida judía durante el periodo romano temprano. En el Libro XVIII, Capítulo 3, se encuentra este párrafo:
«Apareció en este tiempo Jesús, un hombre sabio, si en verdad se le puede llamar hombre. Fue autor de hechos sorprendentes; maestro de personas que reciben la verdad con placer. Muchos, tanto judíos como griegos, le siguieron. Este era el Cristo (el Mesías). Algunos de nuestros hombres más eminentes le acusaron ante Pilatos. Este lo condenó a la cruz. Sin embargo, quienes antes lo habían amado, no dejaron de quererlo. Se les apareció resucitado al tercer día, como lo habían anunciado los divinos profetas que habían predicho de él esta y otras mil cosas maravillosas. Y hasta hoy, la tribu de los cristianos, que le debe este nombre, no ha desaparecido».
Esto de verdad parece dar una confirmación histórica a favor de la existencia de Jesús. Pero ¿es auténtico? La mayoría de los eruditos, incluidos la mayoría de los eruditos fundamentalistas, admiten que al menos algunas partes de este párrafo no pueden ser auténticas. Muchos están convencidos de que el párrafo entero es una falsificación, una interpolación añadida posteriormente por cristianos. Hay muchas razones para ello:
1) El párrafo está ausente en las copias más antiguas de las obras de Josefo. Por ejemplo, no aparece en la versión del siglo segundo de Orígenes, contenida en Origen Contra Celsum donde Orígenes defiende con fiereza el cristianismo frente a las opiniones heréticas de Celso. Orígenes citaba libremente a Josefo para demostrar sus opiniones, pero ni una sola vez usó este párrafo, que hubiera sido el as definitivo en su manga.
De hecho, el párrafo de Josefo sobre Jesús no aparece hasta el comienzo del siglo cuarto, en la época de Constantino. El obispo Eusebio, un estrecho aliado del emperador Constantino, fue decisivo para cristalizar y definir la versión del cristianismo que se convirtió en ortodoxa, y es la primera persona que se sabe que cita este párrafo de Josefo. Eusebio dijo que para los cristianos era permisible contar mentiras si ello promovía el reino de Dios. El hecho de que el párrafo de Josefo-Jesús aparezca en esa época de la historia, en un tiempo en el que las interpolaciones y revisiones eran bastante comunes, hace que el pasaje sea bastante dudoso. Muchos eruditos creen que Eusebio fue el falsificador.
2) El pasaje está fuera de contexto. En el Libro XVIII, que contiene el párrafo sobre Jesús, Josefo comienza con el gravamen romano bajo Quirino en el año 6 d. C., habla sobre varias sectas judías del momento, incluyendo a los esenios, y una secta de Judas el Galileo. Trata de la construcción de varias ciudades por parte de Herodes, la sucesión de sacerdotes y procuradores, y así. El Capítulo 3 comienza con una sedición contra Pilatos, que planeaba masacrar a todos los judíos pero cambió de idea. Luego Pilatos usó dinero sagrado para llevar agua a Jerusalén, y los judíos protestaron. Pilatos envió espías entre las filas judías con armas ocultas, y hubo una gran masacre.
Entonces viene el párrafo sobre Jesús, e inmediatamente después de él, Josefo continúa: «Y por la misma época otro terrible infortunio afligió a los judíos…». Josefo, un judío ortodoxo, no hubiera pensado que el relato cristiano fuera «otro terrible infortunio». Sólo un cristiano (alguien como Eusebio) hubiera pensado que esto fuera una tragedia judía. El párrafo 3 puede eliminarse del texto sin dañar el capítulo. Queda más fluido sin él.
3) Josefo no hubiera llamado a Jesús «el Cristo» ni «la verdad». Quienquiera que escribió esas frases era un cristiano. Josefo era un judío mesiánico y nunca se convirtió al cristianismo. Orígenes informó de que Josefo «no creía que Jesús fuera el Cristo».
4) La frase «por este tiempo» muestra que es una interpolación posterior. No había ninguna «tribu de cristianos» en la época de Josefo. El cristianismo no despegó hasta el siglo segundo.
5) Josefo parece no saber nada más sobre Jesús aparte de este diminuto párrafo y una referencia a Santiago, el «hermano de Jesús» (ver más adelante). Calla sobre los milagros de Jesús, aunque informa de las travesuras de otros profetas con gran detalle. No añade nada a las narraciones de los Evangelios y no dice nada que no supieran ya los cristianos, ni en el siglo primero ni en el cuarto. En toda la copiosa obra de Josefo no hay ni una sola referencia al cristianismo en ningún lugar salvo este diminuto párrafo. Cuenta mucho más sobre Juan el Bautista que sobre Jesús. Detalla las actividades de muchos otros autoproclamados mesías, incluso Judas de Galilea, Theudas el mago y el mesías judío egipcio, pero guarda silencio sobre la vida de uno del que dice que es la respuesta a las esperanzas mesiánicas.
6) El párrafo menciona que la vida de Jesús fue predicha por los profetas divinos, pero Josefo olvida mencionar quiénes eran esos profetas o qué dijeron. En ningún otro lugar conecta Josefo ninguna predicción hebrea con la vida de Jesús. Si Jesús hubiera sido de verdad el cumplimiento de la profecía divina, Josefo hubiera sido el que sabría lo bastante como para confirmarlo. El lenguaje hiperbólico no es para nada característico de un historiador minucioso. «… como lo habían anunciado los divinos profetas que habían predicho de él esta y otras mil cosas maravillosas…». Esto suena más como cosas de propaganda sectaria.
Los cristianos deberían tener cuidado cuando se remiten a Josefo como confirmación histórica de Jesús. Se da la vuelta y les muerde. Si eliminamos el párrafo falsificado, las obras de Josefo se convierten en pruebas contra la historicidad. Si la vida de Jesús fue histórica, ¿por qué Josefo no sabía nada de ella?
Hay otro pasaje en las Antigüedades que menciona a Jesús. Está en el Libro XX, Capítulo 9:
«El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Hizo que el sanedrín juzgase a Santiago, hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados…».
Esto es endeble, e incluso los eruditos cristianos consideran ampliamente que este es un texto manipulado. La lapidación de Santiago no se menciona en los Hechos. Hegesipo, un cristiano judío, escribió en 170 d. C. una historia de la iglesia en la que contaba que Santiago el hermano de Jesús murió en un tumulto, no sentenciado por un tribunal, y Clemente lo confirma (citado por Eusebio). La mayor parte de los eruditos están de acuerdo en que aquí Josefo se refiere a otro Santiago, posiblemente el mismo que menciona Pablo en los Hechos, que lideró una secta en Jerusalén. En lugar de reforzar al cristianismo, esta interpolación del «hermano de Jesús» contradice a la historia. De nuevo, si Josefo hubiera pensado de verdad que Jesús era «el Cristo», hubiera añadido más sobre él que un aparte informal en el relato de otra persona.
Así que resulta que Josefo no dice nada sobre Jesús. Si de verdad Jesús hubiera vivido y llevado a cabo todos los actos y milagros relatados en los Evangelios, Josefo debería haberse dado cuenta. Josefo era nativo de Judea, un contemporáneo de los Apóstoles. Fue gobernador de Galilea durante un tiempo, la provincia en la que supuestamente vivió y enseñó Jesús. «Atravesó todas las partes de esta provincia», escribe Remsburg, «y visitó lugares donde sólo una generación antes Cristo realizó sus milagros. Residió en Caná, en la misma ciudad en la que se dice que Cristo ejecutó su primer milagro. Menciona todos y cada uno de los personajes de Palestina y describe hasta el último suceso importante ocurrido allí durante los primeros setenta años de la era cristiana. Pero Cristo era demasiado intrascendente y sus hechos demasiado triviales para merecer una línea de la pluma de este historiador».
EL SIGLO SEGUNDO Y DESPUÉS
Después de Josefo, hay otros autores que mencionan el cristianismo, pero incluso si fueran fiables, son demasiado tardíos para reclamar el impacto confirmatorio de los testigos del siglo primero. Suetonio escribió una biografía llamada Las vidas de los doce Césares alrededor del año 112 d. C., mencionando que Claudio «Hizo expulsar de Roma a los judíos, que, excitados por un tal Cresto, provocaban turbulencias», y que durante la época de Nerón «los cristianos, clase de hombres llenos de supersticiones nuevas y peligrosas, fueron entregados al suplicio…». Fíjese en que no hay mención de Jesús por su nombre. Es poco probable que el cristianismo se hubiera extendido hasta Roma durante el reinado de Claudio, o que fuera lo bastante grande como para causar una revuelta. «Cresto» no significa «Cristo». Era un nombre corriente que significa «bueno», y lo usaban tanto esclavos como personas libres, y aparece más de ochenta veces en inscripciones latinas. Incluso si Suetonio de verdad quisiera decir «Christus» (Cristo), podría haber estado refiriéndose sólo a los judíos de Roma que esperaban un mesías, no a los judíos de Nazaret. Podría haber sido cualquiera, quizás un judío romano que dio un paso al frente. Sólo los creyentes ansiosos quieren saltar a la conclusión de que esto proporciona evidencias a favor de Jesús. En ningún lugar de los escritos de Suetonio menciona a Jesús de Nazaret. Incluso si lo hubiera hecho, su historia no hubiera sido necesariamente fiable. Relató, por ejemplo, que César Augusto subió físicamente a los cielos al morir, un suceso que pocos eruditos modernos consideran histórico.
En 112 d. C., Plinio (el Joven) dijo que «los cristianos cantaban himnos a Cristo como si fuera un Dios…». De nuevo, fíjese en la ausencia del nombre de Jesús. Esto podría haberse referido a cualquiera de los otros «Cristos» a los que seguían los judíos que pensaban que habían encontrado al Mesías. El relato de Plinio difícilmente cuenta como historia, ya que sólo está repitiendo lo que creía otra gente. Incluso si esta frase se refiriese a un grupo de seguidores de Jesús, nadie niega que el cristianismo ya existía en esa época. Plinio, como mucho, podría ser útil para documentar la religión, pero no al Jesús histórico.
En algún momento después de 117 d. C., el historiador romano Tácito escribió en sus Anales (Libro 15, Capítulo 44): «Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilatos durante el Imperio de Tiberio y reprimida, por de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no solo por Judea, origen de este mal, sino por la urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso hay por dondequiera. Así pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego por las indicaciones que estos dieron, toda una ingente muchedumbre quedaron convictos, no tanto del crimen de incendio, cuanto de odio al género humano».
En este pasaje, Tácito describe a los cristianos primitivos como «aborrecidos por sus infamias» y asociados con lo «atroz y vergonzoso», lo que no es muy halagüeño. Pero incluso si esto es válido, no nos dice nada de Jesús de Nazaret. Tácito no se atribuye conocimiento de primera mano del cristianismo. Está meramente repitiendo las ideas comunes sobre los cristianos. (Un paralelo moderno sería alguien informando de que los mormones creen que Joseph Smith recibió la visita del ángel Moroni, lo que difícilmente lo convertiría en prueba histórica, aunque está tan próximo como un solo siglo). No hay otra confirmación histórica de que Nerón persiguiera a los cristianos. Nerón persiguió a los judíos, y quizás Tácito se confundiera con esto. Ciertamente no había una «ingente muchedumbre» de cristianos en Roma hacia el año 60 d. C., y el término «cristiano» no se usó hasta el siglo primero. Tácito o bien está manipulando la historia desde la distancia o repitiendo un mito sin comprobar los hechos. En general los historiadores están de acuerdo en que Nerón no quemó Roma, de modo que Tácito para empezar está equivocado al sugerir que necesitaba un chivo expiatorio. Nadie en el siglo segundo citó jamás este pasaje de Tácito, y de hecho aparece casi palabra por palabra en los escritos de otro, Sulpicio Severo, en el siglo cuarto, donde se mezcla con otros mitos. El pasaje por tanto es altamente sospechoso y no añade prácticamente ninguna prueba a favor de un Jesús histórico.
En el siglo noveno un autor bizantino llamado Jorge Sincelo (Jorge el Monje) citó a un historiador cristiano del siglo tercero llamado Julio Africano que citaba a un autor desconocido llamado Talo quien se refería a la oscuridad durante la crucifixión: «Talo, en el tercer libro de sus historias explica tal oscuridad como un eclipse de sol. Irrazonablemente, me parece a mí». Todas las obras de Africano se han perdido, de modo que no hay forma de confirmar la cita o examinar su contexto. No tenemos ni idea de quién fue Talo, o cuándo escribió. Eusebio (siglo cuarto) menciona una historia de Talo en tres libros que termina sobre 112 a. C., así que lo que se sugiere es que Talo podría haber sido un contemporáneo cercano de Jesús. (En realidad, el manuscrito está dañado y «Talo» simplemente se supone a partir de «_allos Samaritanos»). No hay evidencias de un eclipse durante el tiempo en que Jesús se supone que fue crucificado. La razón por la que Africano duda del eclipse es porque la Pascua ocurre cerca de la luna llena, y en ese momento hubiera sido imposible un eclipse solar.
Hay un fragmento de una carta personal de un sirio llamado Mara Bar-Serapion a su hijo en la cárcel, de fecha incierta, probablemente del siglo segundo o tercero, que menciona que los judíos de esa época habían matado a su «rey sabio». Sin embargo, el Nuevo Testamento narra que a Jesús lo mataron los romanos, no los judíos. Los judíos mataron a otros líderes, por ejemplo al Maestro de la Rectitud esenio. Si esto es de verdad una narración de un hecho histórico en lugar de una transmisión del folklore, podría haber sido una referencia a algún otro. No tiene valor como evidencia a favor de Jesús de Nazaret, aunque puede encontrarse en las listas de algunos eruditos cristianos como prueba de que Jesús existió.
Un autor satírico del siglo segundo llamado Luciano escribió que la base de la secta cristiana era «un hombre al que crucificaron en Palestina», pero esto resulta igualmente sin valor como evidencia histórica. Simplemente está repitiendo lo que creían los cristianos en el siglo segundo. Luciano no menciona a Jesús por su nombre. Esta referencia es demasiado tardía para considerarse evidencia histórica, y como Luciano no se consideraba a sí mismo un historiador, nosotros tampoco deberíamos.
CLAVOS ARDIENDO A LOS QUE AGARRARSE
Además de Josefo, Suetonio, Tácito y los otros, hay un puñado de otros así llamados evidencias y argumentos que proponen algunos cristianos. Un intento muy ridículo es El Volumen Archko que supuestamente contiene auténticos relatos de primera mano del siglo primero, incluso cartas de Pilatos a Roma, ardientes testimonios oculares de los pastores de Belén que visitaron al niño Jesús en el pesebre después de que les despertaran los ángeles, y cosas así. Su florida prosa al estilo Rey Jacobo lo convierte en una lectura entretenida, pero ningún erudito lo considera auténtico, aunque algún cristiano despistado se ha visto engañado y se lo ha tragado. Lo escribió en el siglo XIX un viajante de comercio que dijo haberlo traducido a partir de documentos originales encontrados en un sótano del Vaticano, aunque nunca se encontraron tales documentos.
Algunos de los otros muy cuestionables intentos de confirmación incluyen a Tertuliano (197 d. C.), Flegón (fecha desconocida), Justino Mártir (hacia 150 d. C.), y partes del Talmud judío (entre los siglos segundo y quinto) que mencionan a Jesús en un intento de desacreditar al cristianismo, mostrando supuestamente que ni los enemigos de Jesús dudaban de su existencia. Aunque todas estas así llamadas evidencias son endebles, algunos cristianos tienen a gala listarlas sin apenas explicación en sus libros de apologética. Los ministros pueden blandir estas «confirmaciones históricas» sin miedo de que sus congregaciones se tomen el tiempo de investigar su autenticidad.
En Evidencia que exige un veredicto, Josh McDowell presenta un argumento que es común entre los apologistas: «Ahora tenemos más de 5300 manuscritos griegos conocidos del Nuevo Testamento. Añada a ellos 10 000 Vulgatas Latinas y al menos 9800 versiones primitivas más (manuscritos) y tenemos más de 24 000 copias manuscritas de partes del Nuevo Testamento que aún existen hoy en día. Ningún otro documento de la antigüedad se aproxima siquiera a semejantes números de testimonio. En comparación, la Ilíada de Homero está en segundo lugar con sólo 643 manuscritos que sobreviven aún». Esta información podría hacer que los creyentes aplaudan satisfechos de sí mismos, pero no va bien encaminada. ¿Qué tiene que ver el número de copias con la autenticidad? Si se imprime un millón de copias del libro que está usted leyendo, ¿lo hace más fiel a la verdad? ¿Se consideran fiables los hechos «históricos» narrados en la Ilíada? Actualmente existen millones de copias del Corán, en muchas formas y decenas de traducciones. ¿El mero número de copias lo hace más fiable que, digamos, una sola inscripción en un sarcófago egipcio? Este argumento es una cortina de humo. No existen manuscritos originales (autógrafos) de la biblia, así que todos estamos de acuerdo en que estamos trabajando con copias. Los críticos pueden estar de acuerdo en que las traducciones actuales de la biblia se basan en una transcripción razonablemente precisa de una forma temprana del Nuevo Testamento, pero ¿qué tiene eso que ver con la autenticidad, la fiabilidad o la veracidad?
Otro argumento presentado por McDowell y otros es el corto intervalo de tiempo entre los sucesos o los escritos originales y las copias más tempranas que poseemos. Homero escribió la Ilíada en 900 a. C., pero nuestra copia más antigua es de 400 a. C. Un lapso de quinientos años. Aristóteles escribió entre 384-322 a. C. y la copia más temprana está fechada en 1100 d. C. —Un hueco de mil cuatrocientos años. En contraste, el Nuevo Testamento fue escrito (dice McDowell) entre 40 y 100 d. C., y la copia más temprana está fechada en 125 d. C., un lapso temporal de veinticinco años.
Esto es importante cuando se tiene en cuenta la fiabilidad del propio texto. Un intervalo de tiempo más breve permite menos corrupciones y variantes. Pero no tiene la menor relevancia para la fiabilidad del contenido. Si se tuviera que considerar fiable el Nuevo Testamento basándonos en eso, también debería serlo el Libro de Mormón, que supuestamente fue escrito (copiado por Joseph Smith) en 1823 y publicado por primera vez en 1830, un hueco de sólo siete años. Además de Joseph Smith, están los testimonios firmados de once testigos que afirman haber visto las planchas de oro sobre las que el ángel Moroni escribió el Libro de Mormón. Estamos mucho más próximos en la historia al origen del mormonismo que al del cristianismo. Hay millones de copias del Libro de Mormón y una pujante Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (con millones de miembros y miles de millones de dólares en propiedades) para demostrar su veracidad. Aunque muchos eruditos (a favor y en contra) están de acuerdo en que la edición actual del Libro de Mormón es una copia fiable de la versión de 1830, pocos eruditos cristianos consideran que sea historia fiable.
NO ES LA VERDAD DE LOS EVANGELIOS
Si nos ceñimos al Nuevo Testamento (no tenemos más remedio), ¿cuánto podemos saber del Jesús de la historia? Aunque los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) se han colocado los primeros en el Nuevo Testamento actual, no son los primeros libros en escribirse. Los escritos más tempranos sobre Jesús son los de Pablo, que produjo las epístolas no antes de mitad de los 50. Extrañamente, Pablo menciona muy poco de la vida del Jesús histórico. El Jesús del que escribe Pablo es un cristo incorpóreo, espiritual, que habla desde el cielo. Nunca habla sobre los padres de Jesús ni del nacimiento virginal ni de Belén. Nunca menciona Nazaret, nunca se refiere a Jesús como el «Hijo del hombre» (como se usa habitualmente en los Evangelios), evita contar aunque sea un sólo milagro realizado por Jesús, no fija ninguna actividad histórica de Jesús en ningún tiempo ni lugar, no hace referencia a los doce apóstoles por su nombre, omite el juicio y no llega a situar la crucifixión en un lugar físico (Jerusalén). Pablo rara vez cita a Jesús, y es extraño, porque usó muchos otros recursos de persuasión para hacer valer sus opiniones. Hay muchos lugares en las enseñanzas de Pablo donde podría y debería haber invocado las enseñanzas de Jesús, pero las pasa por alto. Contradice las enseñanzas de Jesús sobre el divorcio (1 Corintios 7:10) al no permitirlo nunca mientras que el Jesús del Evangelio permitía excepciones. Jesús enseñó un bautismo trinitario («en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»), pero Pablo y sus discípulos sólo bautizaban en el nombre de Jesús, lo que tiene todo el sentido si el concepto de la trinidad es un desarrollo posterior.
Pablo nunca afirma haber conocido al Jesús preresucitado. De hecho, una de las contradicciones más flagrantes de la biblia aparece en dos relatos diferentes de cómo se encontró Pablo con el Cristo incorpóreo por primera vez. Cuando Pablo viajaba hacia Damasco un día para seguir persiguiendo a los cristianos, se vio derribado al suelo y cegado por una potente luz (¿golpeado por un rayo?). En ambas versiones de esta historia, Pablo oyó la voz de Jesús, pero en un relato los hombres que estaban con Pablo oyeron la voz (Hechos 9:7), y en el otro sus hombres específicamente «no oyeron la voz» (Hechos 22:9). ¿Oyeron la voz los hombres de Pablo o no? Ha habido muchos intentos ad hoc por parte de los apologistas de resolver esta contradicción (por ejemplo, fingiendo que las distintas declinaciones de φονη implican «voz» frente a «sonido», o que «oír» en uno de los pasajes significa «entender» —una táctica deshonesta que emplean algunas traducciones, como la popular Nueva Versión Internacional), pero son defensivas y nada satisfactorias.
El «silencio de Pablo» es uno de los problemas espinosos a los que se enfrentan los defensores de un Jesús histórico. El Cristo de los escritos de Pablo es un personaje diferente del Jesús de los Evangelios. Pablo no añade ni una gota de documentación histórica al relato. Incluso la supuesta confirmación de Pablo de la resurrección de 1 Corintios 15:3-8 contradice a los Evangelios cuando dice que Jesús vio primero a «Cefas [Pedro], y después a los doce». (Ver «No dejes piedra sin mover»).
Los Evangelios no se escribieron antes de 70 d. C., más probablemente durante los 90 y más tarde. Todos pretenden ser biografías de Jesús. Nadie sabe quién escribió estos libros, los nombres se añadieron más tarde por conveniencia. El escritor de Mateo, por ejemplo, se refiere a «Mateo» en tercera persona. Ni Marcos ni Lucas aparecen en ninguna lista de discípulos de Jesús, y no tenemos forma de saber de dónde sacaron la información. El consenso general académico es que Marcos fue el primero en escribirse (basado en un «proto-Marcos» anterior ya perdido) y que los escritores de Mateo y Lucas tomaron prestado de Marcos, adaptando y añadiendo sobre él. Mateo, Marcos y Lucas se conocen habitualmente como los «Evangelios sinópticos» porque comparten mucho material. El autor de Juan parece haber escrito aislado, y el Jesús retratado en su relato es un personaje diferente. Juan tiene poco en común con los otros tres, y donde se solapa suele ser contradictorio. (Ver «No dejes piedra sin mover»).
Hay poco que se pueda averiguar a partir de los cuatro Evangelios sobre el Jesús histórico. Su fecha de nacimiento es desconocida. De hecho, el año del nacimiento de Jesús no se puede saber. El autor de Mateo dice que Jesús nació «en los días de Herodes el rey». Herodes murió el año 4 a. C. Lucas cuenta que Jesús nació «siendo Cirenio [Quirino] gobernador de la Siria». Quirino llegó a gobernador de Siria en el año 6 d. C. Esto es un discrepancia de al menos nueve años.
Lucas dice que Jesús nació durante un censo romano, y es cierto que hubo un censo en el año 6 d. C. Esto habría sido cuando Jesús tenía al menos nueve años, según Mateo. No hay evidencias de un censo anterior durante el reinado de Augusto; Palestina no era parte del Imperio Romano hasta 6 d. C. Quizás Mateo tenía razón, o quizás la tenía Lucas, pero no podían tenerla ambos.
Mateo cuenta que Herodes asesinó a todos los primogénitos del país para ejecutar a Jesús. Ningún historiador, ni contemporáneo ni posterior, menciona este supuesto genocidio, un suceso que debería haber captado la atención de alguien. Ninguno de los demás autores bíblicos lo menciona.
Las genealogías de Jesús presentan un ejemplo particularmente embarazoso de por qué los autores de los Evangelios no son historiadores fiables. Mateo da una genealogía de Jesús que consiste en veintiocho nombres desde David a José. Lucas da una genealogía inversa de Jesús que consta de cuarenta y dos nombres desde José hasta David. Cada uno pretende demostrar que Jesús es de sangre real, aunque ninguno de ellos explica por qué la genealogía de José es relevante si no era el padre de Jesús: Jesús nació de la Virgen María y del Espíritu Santo. La línea de Mateo va desde Salomón, hijo de David, mientras que la de Lucas parte desde el también hijo de David Natán. Las dos genealogías no pueden ser de la misma persona.
La línea de Mateo es así: David, Salomón, once nombres más, Josías, Jeconías, Sealtiel, Zorobabel, Abiud, seis nombres más, Matán, Jacob y José. La línea de Lucas es así: David, Natán, otros diecisiete nombres (ninguno idéntico a los de la lista de Mateo), Melqui, Neri, Sealtiel, Zorobabel, Resa, otros quince nombres (ninguno idéntico a los de la lista de Mateo), Matat, Elí y José.
Algunos defensores del cristianismo afirman que esto no es en absoluto contradictorio porque la línea de Mateo es a través de José y la de Lucas a través de María, aunque un simple vistazo al texto muestra que ambos nombran a José. No hay problema, dicen los apologistas: Lucas nombró a José, pero en realidad quería decir María. Como José era el padre legal de Jesús, y como las genealogías judías son patrilineales, es perfectamente cabal decir que Elí (su elección para el padre de María) tuviera un hijo llamado José que a su vez tuviera un hijo llamado Jesús. Lo crea o no, muchos cristianos sueltan estas frases sin reírse. En cualquier caso, no encontrarán ni una sola prueba para apoyar esa idea.
Sin embargo, hay un problema más serio con este argumento: las dos genealogías se entrecruzan. Fíjese que además de empezar con David y terminar con José, las líneas comparten dos nombres: Sealtiel y Zorobabel, ambos conocidos ampliamente del periodo de cautividad en Babilonia. Si Mateo y Lucas presentan dos genealogías parentales diferentes, como afirman los apologistas, no debería haber intersección. En una defensa de última trinchera, algunos apologistas muy creativos han elucubrado con que la abuela de Sealtiel podría haber tenido dos maridos y que sus hijos Jeconías y Neri representan dos líneas paternas distintas, pero esto es dolorosamente especulativo.
Las dos genealogías son muy diferentes en longitud. Uno tendría que suponer que algo en los genes de Natán provocó que los hombres engendrasen hijos un cincuenta por ciento más rápido que los hombres de la línea de Salomón.
La línea de Mateo omite cuatro nombres de la genealogía dada en el Antiguo Testamento (entre Joram y Jotam) y esto cobra sentido cuando se da cuenta de que Mateo está intentando forzar su lista para que entre en tres bonitos grupos de catorce nombres cada uno. (El siete es el número más sagrado para los hebreos). Deja fuera exactamente el número justo de nombres para que encaje. Algunos han argumentado que era común saltarse generaciones y que esto no la hace incorrecta. Un bisabuelo es tan antepasado como un abuelo. Esto puede ser cierto, excepto porque Mateo narra explícitamente que había exactamente catorce generaciones: «De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce generaciones: y desde David hasta la transmigración de Babilonia, catorce generaciones: y desde la transmigración de Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones». (Mateo 1:17). Hemos pillado a Mateo trasteando con los hechos. Su credibilidad como historiador ha quedado severamente mermada.
Otro problema es que la genealogía de Lucas para Jesús pasa por Natán, que no estaba en la línea real. Ni podía la línea de Mateo ser real después de Jeconías porque la profecía divina dice de Jeconías: «porque ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá» (Jeremías 22:30, R-V 1995). Incluso si la línea de Lucas es de verdad a través de María, Lucas cuenta que María era prima de Isabel, que era de la tribu de Leví, que no era de la línea real. (Algunos cristianos sugieren a la desesperada que la palabra «prima» podría llegar a traducirse como «mujer del campo», al igual que los creyentes se llaman de unos a otros «hermano» o «hermana», pero esto es ad hoc.).
Como Jesús no era hijo de José, y como el propio Jesús parece negar su ascendencia davídica (Mateo 22:41-46), toda la genealogía carece de sentido. En lugar de anclar a Jesús en la historia, proporciona a los críticos una ventana abierta al proceso de creación de mitos. Los autores de los Evangelios querían hacer de su héroe no menos que lo que se afirmaba de los salvadores de otras religiones: un rey nacido de una virgen.
El primer Evangelio en escribirse fue el de Marcos. Mateo y Lucas basaron sus relatos en Marcos, según sus propios propósitos. Todos los estudiosos están de acuerdo en que los últimos doce versículos de Marcos, en las traducciones modernas, son muy dudosos. La mayoría está de acuerdo en que no encajan en la biblia. Los primeros documentos antiguos de Marcos terminan justo después de que las mujeres encuentran la tumba vacía. Esto significa que en la primera biografía, en la que se basan los otros relatos, no está la aparición posterior a la resurrección ni la ascensión de Jesús. Al darse cuenta del problema, un amanuense cristiano en una época muy posterior insertó los versículos 9 a 20. Los testimonios del Evangelio no se pueden considerar históricos, pero aunque se pudiera, ¡nos dicen que la primerísima biografía de Jesús no contiene ninguna resurrección! Nos dicen que los Evangelios fueron modificados, adaptados, alterados y añadidos en épocas posteriores para hacerlos encajar con la teología sectaria particular de los autores.
Los propios Evangelios admiten ser propagandísticos: «Y también hizo Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro. Estas empero son escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre». (Juan 20:30-31). Esto difícilmente suena como lo que se lee en un informe histórico objetivo. Este versículo nos levanta un banderín rojo de que lo que estamos leyendo debe tomarse con unas pinzas muy largas.
¿Cómo se originó el mito?
Si Jesús es una fábula, ¿cómo se originó el mito? ¿Cómo llegó a haber un seguimiento mundial de miles de millones de cristianos a lo largo de dos milenios si la historia no es cierta? Una historia no necesita ser cierta para que se la crean, y se podría preguntar lo mismo sobre cualquier otro mito: Santa Claus, Guillermo Tell, o Zeus. No obstante, pedir a los escépticos que sugieran una alternativa a la historicidad no es un reto desmesurado.
Hay cierto número de explicaciones plausibles para el origen natural del mito de Jesús, ninguno de los cuales se puede demostrar con certeza. Los no creyentes no están de acuerdo, ni tienen por qué estarlo. Algunos escépticos piensan que Jesús nunca existió y que el mito apareció a través de un proceso literario. Otros escépticos niegan que el personaje de Jesús retratado en el Nuevo Testamento existiera, pero creen que pudo haber una personalidad en el siglo primero a partir de quien se perfiló el mito por exageración. Otros creen que Jesús existió, y que algunas partes del Nuevo Testamento son precisas, aunque los milagros y la afirmación de divinidad se deben a modificaciones posteriores del relato original. Los hay aún que afirman que el Nuevo Testamento es básicamente cierto en todas sus afirmaciones excepto que hay explicaciones naturales para las historias de los milagros. (No sólo los ateos tienen estas opiniones. Muchos cristianos liberales, como Paul Tillich, han «desmitificado» el Nuevo Testamento).
No se puede demostrar ninguno de estos puntos de vista, no más de lo que se puede demostrar la posición ortodoxa. Lo que demuestran es que como existen alternativas naturales plausibles, es irracional saltar a una conclusión sobrenatural.
1) Una de las opiniones, sostenida por J. M. Robertson y otros, es que el mito de Jesús se perfiló a partir de una historia que se encuentra en la literatura talmúdica judía sobre el hijo ilegítimo de una mujer llamada Miriam (María) y un soldado romano llamado Pandera, a veces llamado Joseph Pandera. En Christianity and Mythology (Cristianismo y mitología), Robertson escribe: «… vemos causas para sospechar que el movimiento se originó en realidad con el Jesús Ben Pandera talmúdico, que fue lapidado hasta la muerte y colgado de un árbol, por blasfemia y herejía, la víspera de la Pascua durante el gobierno de Alejandro Janneo (106-79 a. C.). El Dr. Low, un hebraísta consumado, está convencido de que este Jesús fue el fundador de la secta de los esenios, cuyos parecidos con los cristianos primitivos legendarios tanto han excitado la especulación cristiana».
2) Otro punto de vista es que el mito de Jesús nació a partir de una secta precristiana de Josué. Algunos sugieren que la narración del Nuevo Testamento sobre intercambiar a Jesús por Barrabás (que significa «hijo del padre») surgió de la tensión entre las dos facciones de Josué. Orígenes mencionó a un tal «Jesús Bar-abbas». El nombre «Jesús» es la forma griega de Josué («Yeshua» en hebreo). En Marcos 9:38 los discípulos de Jesús ven a otro hombre que estaba expulsando demonios en el nombre de Jesús (Josué). El oráculo Sibilino identifica a Jesús con Josué en lo concerniente a la detención del sol.
3) Otros eruditos sugieren que el relato de Jesús es simplemente un imaginativo tapiz hecho de retazos tomados de otras religiones. Se puede encontrar paralelismos con mitos paganos para casi todos los puntos del Nuevo Testamento: la Última Cena, la negación de Pedro, el sueño de la esposa de Pilatos, la corona de espinas, el vinagre y la hiel en la crucifixión, la inscripción burlona sobre la cruz, la Pasión, el juicio, el lavado de manos de Pilatos, el acarreo de la cruz, la charla entre los dos ladrones colgados junto a Jesús, y así todo. Hubo muchos dioses solares crucificados antes de Jesús. Estuvo la crucifixión de Antígono, «Rey de los judíos», y Ciro, una figura mesiánica. Prometeo y Hércules llevaron coronas burlescas, y en algunas versiones del relato, ejecutan a Prometeo por crucifixión. Los prisioneros babilonios eran vestidos como reyes durante cinco días, luego los desnudaban, los azotaban y los crucificaban.
Attis fue un hombre-dios que se castró a sí mismo y que nació de una virgen, adorado entre el 22 y el 27 de marzo (equinoccio vernal), y lo colgaron de un pino cortado. Escapó, huyó, descendió a una cueva, murió, se levantó de nuevo y más tarde se le llamó «Dios Padre». Dionisos fue un salvador sacrificado que descendió al infierno. Está la historia de Simón, el Dios solar de Cyrene, que acarreó unos pilares hasta su muerte. (Compárelo con Simón el Cireneo que llevó la cruz de Jesús en el Nuevo Testamento). Antes de Jesús hubo muchos mitos de ascensión: Enoch, Eliseo, Krishna, Adonis, Hércules, Dionisos, y más tarde María.
Mitra fue un dios persa nacido de una virgen. En 307 d. C. (justo antes de que Constantino institucionalizara el cristianismo), el emperador romano designó oficialmente a Mitra como el «Protector del Imperio». La historiadora Barbara Walker registra esto sobre Mitra:
«Mitra nació el 25 de diciembre… que finalmente se apropiaron los cristianos en el siglo IV como fecha de nacimiento de Cristo. Algunos dicen que Mitra surgió de una unión incestuosa entre el dios sol y su propia madre… Algunos afirmaban que la madre de Mitra era una virgen mortal. Otros decían que Mitra no tenía madre, sino que nació milagrosamente de una Piedra hembra, la petra genetrix, fertilizada por el rayo fálico del Padre Celestial».
«Fueron testigos del nacimiento de Mitra pastores y Magos que trajeron regalos a su cueva de nacimiento sagrada en la Piedra. Mitra realizó el surtido habitual de milagros: levantar a los muertos, curar a los enfermos, hacer ver a los ciegos y caminar a los cojos, y expulsar demonios. Como Pedro, hijo de la petra, llevaba las llaves del reino de los cielos… Su triunfo y ascensión al cielo se celebraban en el equinoccio de la primavera (Pascua)…».
«Antes de volver a cielo, Mitra celebró una Última Cena con sus doce discípulos, que representaban a los doce signos del zodiaco. En su memoria, sus adoradores compartían una comida sacramental de pan marcado con una cruz. Este era uno de los siete sacramentos mitraicos, los modelos de los siete sacramentos cristianos. Se llamaba mizd, missa en latín, mass en inglés. La imagen de Mitra se enterró en una tumba de roca… lo sacaron de allí y se dice que volvió a vivir».
«Como el cristianismo primitivo, el mitraísmo era una religión ascética y antifemenina. Su sacerdocio constaba sólo de hombres célibes…».
«Lo que comenzó en el agua terminará en el fuego, según la escatología mitraica. La gran batalla entre las fuerzas de la luz y la oscuridad en los Últimos Días destruirá la tierra con sus trastornos y fuegos. Los virtuosos… serán salvados. Los pecadores… serán arrojados al infierno… La idea cristiana de la salvación fue casi en su totalidad un producto de esta escatología persa, adoptada por los ermitaños semitas y adoradores del sol como los esenios y los militares romanos que pensaban que la disciplina rígida y la vívida imaginería de batalla del mitraísmo era apropiada para los guerreros».
«Tras un amplio contacto con el mitraísmo, los cristianos empezaron también a describirse a sí mismos como soldados de Cristo… a celebrar su festividad los domingos[54] en lugar del sabat judío… Como los mitraístas, los cristianos practicaron el bautismo para, tras la muerte, ascender a través de las esferas planetarias hasta el más alto cielo, mientras que los malvados (sin bautizar) serían arrastrados hacia la oscuridad». (The Woman’s Encyclopedia Of Myths And Secrets (La enciclopedia de la mujer de mitos y secretos), páginas 663-665).
El nombre «María» es común entre los nombres dados a las madres de otros dioses: la Myrrha siria, la Maia griega y la Maya hindú, todas derivadas del «Ma» familiar por madre. Las frases «Palabra de Dios» y «Cordero de Dios» probablemente están conectadas, debido a un malentendido de palabras similares en lenguas distintas. El «logos» griego, que significa «palabra» y fue usado originalmente por los gnósticos, se traduce como «imerah» al hebreo; pero la palabra «immera» en arameo significa «cordero». Es fácil ver cómo algunos judíos, al vivir en la intersección de tantas culturas y lenguas, pudieron confundirse y verse influidos por tantas ideas religiosas en competencia.
En el siglo cuarto un erudito cristiano llamado Firmico intentó establecer la originalidad del cristianismo, pero en cada esquina se encontraba con precedentes paganos de la historia de Jesús. Se cuenta que dijo: «Habet Diabolus Christos suus!» («¡El diablo tiene sus Cristos!»).
4) W. B. Smith piensa que hubo un culto precristiano a Jesús del gnosticismo. Hay un antiguo papiro que tiene estas palabras: «Abjuro de ti por el dios de los hebreos, Jesús».
5) G. A. Wells es un estudioso que cree que Jesús nunca existió como persona histórica. Él, y otros, ve a Jesús como la personificación de la «sabiduría» del Antiguo Testamento. Los Rollos del Mar Muerto tienen un comentario esenio sobre la literatura de sabiduría del Antiguo Testamento, y Wells ha encontrado muchos paralelos con la vida de Jesús. El libro de los Proverbios describe la «sabiduría» como lo primero creado por Dios, antes del cielo y la tierra. La sabiduría interviene en la creación y lleva a los humanos a la verdad. La sabiduría es la gobernadora y sostenedora del universo. La sabiduría viene a morar entre los hombres y otorga dones. La mayoría de las personas rechazan la sabiduría y esta vuelve al cielo. La idea de Salomón de un hombre justo es el que es perseguido y condenado a una muerte vergonzosa, pero después Dios le da vida eterna, lo cuenta como uno de los «hijos de Dios», le da una corona, lo llama «sirviente del Señor». Lo desprecian y lo rechazan. En The Jesus of History and Myth (El Jesús de la historia y del mito), R. J. Hoffman escribe: «En resumen, la cavilación sobre la Sabiduría y sobre otra literatura judía podría haber impulsado a los cristianos primitivos a suponer que un redentor preexistente había sufrido la crucifixión, la muerte más vergonzosa de todas, antes de ser exaltado a la mano derecha de Dios».
6) Randall Helms presenta otra visión en un artículo, «Ficción en los Evangelios» en Jesus in History and Myth (Jesús en la historia y en el mito). Helms se da cuenta de que hay muchos paralelismos literarios entre las historias del Antiguo y el Nuevo Testamento. Llama a esto «ficción autorreflexiva». Es como si hubiera ciertas plantillas estructurales en las que los judíos colocaban sus relatos. Un ejemplo es la comparación entre la resurrección del hijo de la viuda de Naín en Lucas 7:11-16 y el del hijo de una viuda de Sarepta en 1 Reyes 17. No sólo es similar el contenido, sino que la estructura del cuento es casi idéntica. Otros ejemplos son los relatos de tormentas en los Salmos y en Jonás comparados con la narración en el Nuevo Testamento de una tormenta en Marcos 4:37-41, y la historia de la multiplicación de la comida de Eliseo con la de Jesús. Los judíos del siglo primero simplemente estaban reescribiendo relatos antiguos, como el remake de una película. Este enfoque, por sí mismo, no da cuenta completamente del mito entero de Jesús, pero muestra cómo los paralelismos literarios pueden desempeñar un papel en la elaboración de una fábula.
7) John Allegro sugirió que el personaje de Jesús estaba perfilado según el Maestro de la Rectitud esenio, que fue crucificado en 88 a. C. Escribió que los rollos del Mar Muerto demuestran que los esenios interpretaban el Antiguo Testamento de forma que les permitía encajar su propio mesías. Allegro escribe: «Cuando Josefo habla de la reverencia de los esenios hacia su “Legislador”… podemos presumir razonablemente que habla de su Maestro, el “Josué/Jesús” de los Últimos Días. Hacia el siglo primero, por tanto, parece que se le había otorgado un estatus semidivino, y que su papel de Mesías, o Cristo, se aceptaba totalmente». (The Dead Sea Scrolls and the Christian Myth). Los rollos del Mar Muerto y el mito cristiano
8) Un ejemplo de uno de los muchos intentos naturalistas de explicar los milagros es la «teoría del desvanecimiento», que se encuentra en The Passover Plot (La trama de Pascua) del Dr. Hugh J. Schonfield. Es la idea de que el relato de la resurrección es básicamente preciso en lo histórico, pero que Jesús simplemente se desmayó y se supuso que había muerto, volviéndole la consciencia más tarde. Algunas de estas explicaciones resultan ser tan difíciles de creer como los propios relatos de los milagros, en mi opinión; pero son, no obstante, hipótesis viables que muestran que incluso si los documentos son completamente fiables, la propia historia se puede explicar de otras formas. Si es posible que parte de la narración se haya malinterpretado, ¿por qué no toda?
La historia prudente exige que hasta que todas las explicaciones naturales del origen de una fábula descabellada se han descartado totalmente sea irresponsable mantener la verdad literal e histórica de lo que parece ser nada más que otro mito.
¿Los milagros son históricos?
Durante un debate en la Universidad del Norte de Iowa, pregunté a mi oponente:
—¿Cree usted que un burro habló en una lengua humana?
—Sí, lo creo —respondió.
—Ayer visité el zoo —continué—, y un burro me habló en perfecto español, diciendo «Alá es el único Dios verdadero»[55]. ¿Lo cree?
—No, no me lo creo —respondió sin dudarlo.
—¿Cómo puede ser tan rápido para dudar de mi relato y aún así me critica por ser escéptico del suyo?
—Porque yo creo lo que Jesús me dice, no lo que me dice usted.
En otras palabras, los milagros son ciertos si la biblia lo dice, pero no lo son si aparecen en cualquier otra fuente. Cuando uno cuestiona los relatos de milagros del Nuevo Testamento, esto se convierte en un razonamiento circular.
La presencia de relatos de milagros en el Nuevo Testamento hace altamente sospechosa la leyenda. Pero es importante comprender lo que dicen los escépticos sobre los milagros. Los escépticos no dicen que las narraciones de los milagros deban descartarse a priori automáticamente. Después de todo, puede haber futuras explicaciones para los relatos, quizás algo que todavía no entendemos sobre la naturaleza.
Lo que dicen los escépticos es que si un milagro se define como algún tipo de violación, suspensión, invalidación o detención de las leyes naturales, los milagros no pueden ser históricos. De todas las ciencias legítimas, la historia es la más débil. La historia, como mucho, presenta sólo una aproximación a la verdad. Para que la historia tenga una mínima fuerza, debe adherirse a una suposición muy estricta: que las leyes naturales son regulares a lo largo del tiempo.
Sin la suposición de la regularidad natural, no se puede hacer historia. No habría criterios para descartar relatos fantásticos. Todo lo que se ha registrado alguna vez debería tomarse como verdad literal.
Por tanto, si sucedió un milagro, este segaría la hierba bajo los pies de la historia. La misma base del método histórico debería descartarse. Puede usted tener milagros o puede tener historia, pero no puede tenerlo todo.
No obstante, si se define un milagro como un suceso «altamente improbable» o «maravilloso», la historia puede entretenerse con él, pero con una precaución importante: las afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias. Un escéptico que permita la remota posibilidad de un relato preciso de un milagro en los Evangelios debe en cualquier caso relegarlo a una probabilidad muy baja.
Como el Nuevo Testamento contiene numerosos sucesos que son o extraordinarios (como la resurrección de miles de cadáveres el Viernes Santo), o imposibles, el relato debe considerarse más mítico que histórico.
Conclusión
Bien por ignorancia, bien por plantar cara a la erudición, los predicadores como el televangelista Pat Robertson continúan blandiendo la lista de «evidencias» cristianas, pero la mayor parte de los eruditos bíblicos, incluyendo a la mayoría de los cristianos no fundamentalistas, admite que la documentación es muy endeble. En The Quest of the Historical Jesus (La búsqueda del Jesús histórico), Albert Schweitzer, escribió: «No hay nada más negativo que el resultado del estudio crítico de la vida de Jesús… El Jesús histórico será para nuestro tiempo un extraño y un enigma…».
Resumiendo: 1) No hay confirmación histórica externa para el relato de Jesús al margen del Nuevo Testamento. 2) Los testimonios del Nuevo Testamento son contradictorios internamente. 3) Hay muchas otras explicaciones plausibles para el origen del mito que no nos exigen que distorsionemos o destruyamos la visión natural del mundo. 4) Los relatos de milagros hacen muy sospechosa la historia.
Las historias del Evangelio tienen de históricas lo que el relato de la creación del Génesis tiene de científico. Están llenas de exageraciones, milagros y propaganda reconocida. Se escribieron en un contexto temporal donde los mitos nacían, se intercambiaban, se desarrollaban, se corrompían y se escribían para una audiencia susceptible a estas fábulas. Están cortados del mismo paño que otras religiones y fábulas de aquel tiempo. Teniendo en cuenta todo esto, es racional concluir que el Nuevo Testamento es un mito.
Para documentarse y estudios adicionales desde una perspectiva crítica:
Allegro, J. M., The Dead Sea Scrolls and the Christian Myth, Prometheus Books, Nueva York, 1984.
Arnheim, M. A., ¿Es verdadero el cristianismo?, Crítica, Barcelona, 1985.
Baigent, Michael y Leigh, Richard, El escándalo de los rollos del Mar Muerto, Martínez Roca, Madrid, 1992.
Brandon, S. G. F., The Trial of Jesus of Nazareth, Scarborough, 1979.
Carmichael, J., The Death of Jesus, Horizon, 1982.
Flew, Antony (un debate con Gary Habermas), Did Jesus Rise From the Dead?, Harper & Row, 1987.
Frazer, Sir James G., La rama dorada: magia y religión, Fondo de Cultura Económica de España, Madrid, 2005.
Gratus, J., The False Messiahs, Taplinger, 1975.
Hoffman, R. Joseph, Jesus Outside the Gospels, Prometheus Books, 1984.
Hoffman, R. Joseph, ed, The Origins of Christianity, Prometheus Books, 1985.
Hoffman, R. Joseph, y Larue, G. A., editores, Jesus in History and Myth, Prometheus Books, 1986.
Martin, Michael, Is Christianity True?
McCabe, Joseph, The Sources of the Morality of the Gospels, Watts, Londres, 1914.
McKinsey, Dennis, «Jesus, The Imperfect Beacon», Biblical Errancy (periódico). Números 24, 25, 27, 28, 1984-1985.
Paine, Thomas, La edad de la razón, (publicado por primera vez en 1794), Educal, México D. F., 2000.
Remsburg, John E., The Christ, The Truth Seeker Company, Nueva York, hacia 1909.
Robertson, A., Jesus: Myth or History?, Watts, Londres, 1949.
Robertson, J. M., Pagan Christs, Londres, 1911.
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Smith, Morton, Jesús el mago, Martínez Roca, Madrid, 1988.
Schweitzer, Albert, The Mysticism of Paul the Apostle, MacMillan, 1955.
Schweitzer, Albert, The Quest of the Historical Jesus, MacMillan.
Stein, Gordon, «The Jesus of History: A Reply to Josh McDowell», The American Rationalist (periódico), 7/82.
Talbert, Charles H., editor, Reimarus: Fragments, (Serie de Las vidas de Jesús), Fortress Press, Philadelphia, 1970.
Till, Farrell, «The Skeptical Review» (periodical), PO Box 617, Canton IL 61 520-0617.
Walker, Barbara G., The Woman’s Encyclopedia Of Myths And Secrets, Harper & Row, San Francisco, 1983.
Wells, G. A., Did Jesus Exist?, Elek, Pemberton, Londres, 1975.
Wells, G. A., The Historical Evidence for Jesus, Prometheus Books, 1982.
Wells, G. A., The Jesus of the Early Christians, Pemberton Books, 1971.