Capítulo 3

Simplemente perdí la fe en la fe

Este fue mi primer artículo para Freethought Today. Apareció en el número de junio de 1984.

La religión es algo poderoso. Pocos pueden resistirse a sus encantos y pocos pueden romper de verdad su cerco. Es la sirena que seduce al viajero de paso con canciones de amor y deseo y, una vez que tiene éxito, convierte la mente en piedra. Es una hermosa planta carnívora. Su atracción es como la de las drogas para un adicto que, queriendo ser libre y feliz, se ve atrapado y desgraciado.

Pero la parte más triste de la dependencia es el hecho de que la mayor parte de los participantes son víctimas voluntarias. Creen ser felices. Creen que la religión ha cumplido su promesa y no sienten deseos de buscar en ningún otro sitio. Están profundamente enamorados de su fe y cegados por ese amor, cegados hasta el punto del sacrificio incondicional.

Sé que esto es cierto porque fui uno de los discípulos de Cristo durante más de diecinueve años, y mi autoseparación subsiguiente fue (es) traumáticamente dolorosa.

Mi padre era músico profesional durante los años 40. En uno de sus conciertos conoció a una vocalista y, lo que son las cosas, se gustaron (por suerte para mí). Se casaron, y siendo yo muy pequeñito encontraron la verdadera religión. Papá tiró a la basura su colección de discos originales de Glenn Miller (¡ay!), dio la espalda a su anterior vida «pecaminosa» y se inscribió en un seminario para hacerse ministro. No terminó a causa de las grandes exigencias de criar tres niños. Pero vivió su fe a través de su familia y del ministerio laico en iglesias locales.

La espiritualidad de mi gente era tan fuerte que les costaba mucho encontrar una iglesia que cubriese sus necesidades. Así que fuimos saltando de iglesia en iglesia durante muchos años. No puedo recordar todas las iglesias, pero fuimos baptistas, metodistas, nazarenos, de las Asambleas de Dios, pentecostales, fundamentalistas, evangélicos, «creyentes en la Biblia» y carismáticos.

Durante unos años formamos un equipo musical familiar y ejercimos el ministerio en muchas iglesias del sur de California (nada del otro mundo), papá tocaba el trombón y predicaba, mamá cantaba solos, yo tocaba el piano, mis hermanos hacían sonar varios instrumentos y todos cantábamos juntos esas famosas armonías de gospel. Para los niños fue una experiencia estupenda. Mi niñez estuvo llena de amor, diversión y propósitos. Me sentía de verdad afortunado por haber nacido en la «verdad» y cuando cumplí quince me comprometí para dedicar mi vida al ministerio cristiano.

Mi compromiso duró diecinueve años. Dio a mi vida un sentimiento de propósito, destino y plenitud. Pasé años recorriendo México con obras misioneras: reuniones en aldeas, junglas, desiertos, grandes estadios, radio, televisión, parques, prisiones y calles. Pasé unos años más de evangelismo viajero por todos los Estados Unidos predicando y cantando en iglesias, en esquinas, dando testimonio de puerta en puerta, en campus universitarios y donde quiera que se pudiera encontrar una audiencia.

Era un «hacedor de la palabra y no sólo un oyente». Fui a una universidad cristiana, me gradué en religión y filosofía, me ordené y serví en un puesto pastoral en tres iglesias de California. Acerqué personalmente a muchas personas a Jesucristo, y animé a mucha gente joven a pensar en dedicarse al servicio cristiano.

Serví un tiempo como bibliotecario del coro de Kathryn Kuhlman en Los Angeles, observando los «milagros» en primera fila. Incluso participé en varias curaciones.

Durante varios años dirigí el «King’s Children», un grupo musical cristiano que interpretaba casi de todo, incluso una corta temporada en un programa de una televisión cristiana local.

Durante quince años trabajé con Manuel Bonilla, el principal artista musical cristiano del mundo hispanohablante. Fui su principal productor y arreglista, y trabajar con él me dio la oportunidad de aprender las habilidades necesarias para producir muchos otros álbumes cristianos, incluidos algunos míos.

He escrito más de cien canciones cristianas que se han publicado o grabado por diversos artistas, y dos de mis musicales para niños siguen entre los más vendidos en todo el mundo. («María tenía un corderito», un musical navideño, y «Su lana era blanca como la nieve», para Semana Santa, ambos publicados y distribuidos por Manna Music. Puede ver el simbolismo religioso: Cristo, el cordero de dios sin mancha que fue el sacrificio final por el pecado).

Podría seguir detallando mis logros cristianos, pero me parece que ya se ve que me tomaba mi fe muy en serio, y que soy bastante capaz de analizar la religión de dentro hacia afuera. El viernes pasado por la tarde dirigí un estudio bíblico en mi propia casa. Lo dejé abierto para todo el que quisiera venir y anuncié que agradecería cualquier punto de vista con el objetivo de examinar los documentos con escepticismo más que con fe. Las ocho personas que llegaron (para mi sorpresa) eran cristianos que ya sabían de mi posicionamiento ateo actual y sentían curiosidad sobre mis intenciones. Mi aliado más próximo era mi hermano, un agnóstico teísta [Darrell ahora es un activista librepensador]. Uno de los asistentes, un teólogo, me informó de que su propósito al venir era convertirme de nuevo a la fe. (Fracasó).

Fue una tarde divertida y vivificante y se intercambió mucha información, pero me di cuenta de algo interesante. Estaban más preocupados por mí y mi ateísmo que por la biblia. La discusión volvía una y otra vez a un análisis de mi abandono de la fe. Estaban intrigados de que alguien que había sido fuertemente religioso pudiera «extraviarse» tan radicalmente y no estar avergonzado. Buscaron sin parar alguna profunda causa psicológica, algún desencanto oculto, amargura secreta, tentación u orgullo. Eran como médicos espirituales intentando extirpar un tumor o una catarata que me cegase.

Un asistente sugirió que Satanás me había cegado porque el Diablo estaba tan intimidado por mi potente testimonio cristiano que necesitaba neutralizar al enemigo, dejarme fuera de servicio. Resultaba muy halagador, pero se equivocaban de asunto.

El asunto es que los méritos de un argumento no dependen del carácter del hablante. Todos los argumentos deben sopesarse por sí mismos, según su propia evidencia y consistencia lógica.

Antes incluso de que comenzase el estudio bíblico uno dijo: «Dan, cuéntanos qué te hizo perder la fe». Así que se lo dije.

No perdí la fe, la abandoné intencionadamente. La motivación que me llevó al ministerio es la misma que me sacó de él. Siempre he querido saber. Incluso cuando era un niño buscaba fervientemente la verdad. Rara vez me conformaba con aceptar las cosas sin examinarlas, y mis exámenes eran intensos. Era un aprendiz ávido, un buen estudiante y un buen ministro gracias a ese impulso. Siempre lo desarmé todo y lo volví a armar.

Como me enseñaron, y yo creía, que el cristianismo era la respuesta, la única esperanza para «el hombre», me dediqué a entender todo lo que pude. Devoré todos los libros, todos los sermones y la biblia. Recé, ayuné y obedecí las enseñanzas bíblicas. Decidí que apoyaría todo mi ser sobre la verdad de las escrituras. Esta actitud, estoy seguro, dio la impresión de que estaba un punto por encima, de que se podía confiar en mí como autoridad y líder cristiano. Los cristianos, ávidos de validación, me permitieron con gusto apropiarme de un lugar de liderazgo y yo lo tomé como una confirmación de mi llamada sagrada.

Pero mi mente no se echó a dormir. En mi sed de conocimiento no me limité a los autores cristianos sino que deseé con curiosidad entender el pensamiento no cristiano. Imaginé que la única manera de comprender de verdad una materia era viéndola desde todos los ángulos. Si me hubiera limitado a los libros cristianos probablemente todavía sería cristiano hoy. Leí filosofía, teología, ciencias y psicología. Estudié la evolución y la historia natural. Leí a Bertrand Russell, Thomas Paine, Ayn Rand, John Dewey y otros. Al principio me reí de esos pensadores mundanos, pero al final empecé a descubrir algunos hechos inquietantes —hechos que desacreditaban al cristianismo. Intenté no hacer caso de esos hechos porque no se podían integrar en mi visión religiosa del mundo.

Durante años pasé por un intenso conflicto interno. Por una parte estaba feliz con la dirección y realización de mi vida cristiana; por otra parte tenía dudas intelectuales. La fe y la razón se declararon la guerra dentro de mí. Y fue recrudeciéndose con el tiempo. Llegaba a gritarle a Dios pidiéndole respuestas, y no llegaba ninguna. Como la esposa maltratada que se aferra a la esperanza, seguí confiando en que Dios algún día se haría oír. Nunca lo hizo.

La única respuesta propuesta fue la fe, y poco a poco fue dejando de gustarme el olor de esa palabra. Al final me di cuenta de que la fe es una forma de escabullirse, una derrota —una admisión de que las verdades de la religión no son accesibles a través de la evidencia y la razón. Son sólo afirmaciones indemostrables que exigen la suspensión del razonamiento e ideas débiles que exigen fe. Simplemente perdí la fe en la fe. Las contradicciones bíblicas se hicieron más y más discrepantes, los argumentos apologéticos más y más absurdos y, cuando finalmente deseché la fe, las cosas se fueron aclarando cada vez más.

Pero no crea que fue un proceso fácil. Fue como hacer astillas todo mi armazón de la realidad, hacer jirones el tejido del significado y la esperanza, traicionar los valores de la existencia. Dolió. Y dolió mucho. Fue como escupir a mi madre, como tirar a uno de mis hijos por la ventana. Fue un sacrilegio. Todos los cimientos de mi pensamiento y mis valores se tuvieron que reestructurar. Añada a ese conflicto interno el conflicto externo de la reputación y tendrá una guerra desestabilizadora. ¿De verdad quería desechar el respeto que había construido con tanto cuidado durante muchos años con tanta gente importante?

Puedo entender por qué la gente se aferra a su fe. La fe es consoladora. Proporciona muchas «respuestas» a los acertijos de la vida. Mi vida cristiana fue bastante positiva y de verdad no veo ninguna razón externa o cultural por la que debería rechazarla. Sigo compartiendo muchos de los mismos valores cristianos que me enseñaron (aunque ya no los llamaría «cristianos» —son mis valores); y muchos de mis amigos cercanos son personas decentes y cristianas a quienes quiero y respeto.

Los cristianos tienen el profundo sentimiento de que su forma de vida es la mejor posible. Les parece que su actitud hacia el resto del mundo es de amor. Así es como me sentía yo. No podía entender por qué la gente criticaba el cristianismo a no ser que estuvieran motivados por influencias «mundanas» satánicas. Fingía amar a todo el mundo mientras odiaba el «pecado» que había en ellos, como se supone que hizo Cristo. (Se nos enseñaba que Cristo era el mayor ejemplo de amor).

Para mí era un misterio cómo podía alguien estar ciego a las verdades del Evangelio. Después de todo, ¿no queremos todos amor, paz, felicidad, esperanza y significado en la vida? Cristo era la única respuesta, creía yo, e imaginaba que todos los no cristianos debían estar impulsados por otras cosas, como la avaricia, la lujuria, el orgullo maligno, el odio y los celos. Tomé la caricatura que ofrecían los medios de la situación mundial como evidencia de ese hecho. Para mí convertirme en una de esas criaturas sin dios era casi imposible, y me resistí todo el tiempo. (Desde entonces he descubierto que la ética no tiene nada que ver con la religión, al menos no con una correlación positiva).

No tuve un punto de inflexión específico. Un día me di cuenta de que ya no era cristiano, y unos meses más tarde reuní el valor para hacer público ese hecho. Eso fue en enero pasado, hace seis meses. Desde entonces todos mis preocupados amigos y familiares me han bombardeado. Agradezco su preocupación y sinceramente espero mantener abierto el diálogo.

Por ejemplo, mientras tecleaba este artículo recibí una llamada de larga distancia de una antigua amiga cristiana que se había enterado de mi «deserción». Es difícil tratar llamadas como esa. Estaba aturdida, y estoy seguro de que en este preciso momento está rezando por mí, o llamando a otros para que recen con ella. Quiero a esta persona, la respeto y no le deseo ningún daño inmerecido. Me dijo que había leído un artículo que había escrito para mi periódico local. (Es un misterio cómo llegó a su zona). Comprendo su preocupación y la compadezco porque sé exactamente lo que está pensando.

Durante muchos años fui un predicador, y supongo que no todo se ha ido. Me gustaría influir a otros que puedan estar luchando como yo luché —influenciarlos para tener los arrestos para pensar. Para pensar deliberada y claramente. Para que no acepten ningún hecho sin un examen crítico y para que permanezcan abiertos a la búsqueda honesta, donde quiera que esta les lleve.

What Good Is Your Love? (¿De qué sirve tu amor?)
(To the Christian). (Dirigida al cristiano)
por Dan Barker

Chorus:

What good is your love,

If you can’t let me be me?

What good is our fellowship,

If we cannot be free?

Don’t give me your rules

In the name of «God’s love».

Any friendship between us

Will not come from above.

Estribillo:

¿De qué sirve tu amor,

Si no puedes dejarme ser yo?

¿De qué sirve nuestra camaradería,

Si no podemos ser libres?

No me des tus reglas

En nombre del «Dios del amor».

Cualquier amistad entre nosotros

No vendrá desde arriba.

You tell me you love me,

But I can’t see a word.

Anxious theology

Is all I have heard.

Why are you afraid

To look in my eyes?

Our common humanity

You cannot disguise.

Dices que me quieres,

Pero no lo veo de ningún modo.

Teología ansiosa

Es todo lo que oigo.

¿Por qué te da miedo

Mirarme a los ojos?

La humanidad que compartimos

No la podrás disfrazar.

We don’t have forever—

We only have now.

If we’re going to be friends at all,

Then let’s figure out how.

I offer myself,

For whatever that’s worth,

With the hope that together

We’ll make true peace on earth.

No tenemos la eternidad—

Sólo tenemos el ahora.

Si vamos a ser amigos de alguna manera,

Vamos a ver cómo.

Me ofrezco,

Para lo que pueda valer,

Con la esperanza de que juntos

Lograremos la verdadera paz en el mundo.

© Copyright 1986 by Dan Barker.