Capítulo 5

De marciano a terrícola

Este mundo no es mi hogar;

Sólo estoy de paso.

Mis tesoros están a salvo

En algún lugar más allá del cielo.

Los ángeles me hacen señas

Desde la puerta abierta del cielo,

Y ya no puedo sentirme en casa

En este mundo.

(Canto cristiano popular).

Una visión del mundo es algo interesante. Todos tenemos una, supongo. La mayoría de los librepensadores son naturalistas; la mayoría de los religiosos son sobrenaturalistas. Esta dicotomía nunca se manifiesta con mayor claridad que cuando un ateo intenta conversar con un fundamentalista cristiano. Es como hablar con alguien del espacio exterior, ¿lo ha notado? ¿Se pregunta qué engranajes giran dentro de la cabeza de una persona inteligente que cree en milagros, demonios, animales parlantes y escrituras inspiradas divinamente? ¿De dónde viene esta visión espiritual del mundo?

Una vez creí. Firmemente. Ahora que soy un ateo puedo ver que mi conversión desde la fe a la razón fue un cambio radical de mentalidad —un cambio de mi visión del mundo. De marciano a terrícola. Una vez creí que esta vida presente es una simple subrealidad temporal de una esfera espiritual superior, tal como expresan los versos de arriba.

Pronuncié algunos de mis sermones favoritos sobre este asunto. «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». (2 Corintios 5:17) «Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque muertos sois, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios». (Colosenses 3:2,3) «Porque la intención de la carne es muerte; mas la intención del espíritu, vida y paz… Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu… el cuerpo a la verdad está muerto á causa del pecado; mas el espíritu vive». (Romanos 8:6-10) El verdadero cristiano cree que su ciudadanía está en el cielo, fuera de este mundo. ¡Son extraterrestres!

Lo que tenemos aquí es un problema de comunicación intercultural. Todos los intentos de intercambio necesariamente deben perder algo en la traducción. Mi anterior visión religiosa del mundo me impedía percibir a los librepensadores con precisión. Pensaba que todos los ateos estaban ciegos, locos o retorcidos; ¿por qué no podían ver la verdad?

La adquisición de una visión del mundo es como la de las lenguas: la primera es la más fácil. No recuerdo haberme esforzado para aprender inglés. Me «salió solo» por observación e imitación. Aprender español, sin embargo, fue algo totalmente diferente. Lo logré gracias a un proceso racional cuidadoso, deliberado, metódico y disciplinado.

El cambio del cristianismo al ateísmo fue un proceso similar, aunque más difícil, ya que el primero tenía que ser sustituido totalmente por el último. El término «bilingüe» no encaja en esta analogía.

Mi estructura mental religiosa, como mi lengua materna, me entró principalmente por observación. Me educaron en un universo cristiano: padres evangelistas, miles de sermones, himnos, rezos. Todo «tenía sentido» para mí. Milagros, un Dios amoroso/iracundo, pecado y salvación estaban apoyados por todos los que conocía, así que parecía natural. En mi mente el Espíritu era real, muy real. Me hablaba, conmovía mi corazón, me orientaba, me daba gozo y paz. Acepté conscientemente a Jesús como Salvador y Señor, confesé mi falta de mérito y me «llenó el Espíritu Santo». Era maravilloso. Transformador, integrador, edificante. Mi mente flotaba en la esfera espiritual y veía todos los aspectos de la vida a través del prisma de la fe. Tras haber sido llamado al ministerio poseía un fuerte sentimiento de propósito, plenitud, orgullo y aventura. De verdad me daban pena los ateos que se iban a ver privados para siempre de esa maravillosa realidad que lo abarcaba todo.

Los psicólogos han intentado explicar el fenómeno. Orlo Strunk Jr. dice: «las creencias religiosas se aceptan e internalizan de modo que para todos los propósitos prácticos pasan a formar parte de la persona… un caso de conversión de la teología de un individuo en su psicología». (Religión: Una interpretación psicológica). Freud dijo que la religión es la «neurosis obsesiva universal de la humanidad». («El futuro de una ilusión») «La devoción a un objetivo, o a una idea, o a un poder trascendente al hombre como puede ser Dios, es una expresión de esta necesidad de completitud en el proceso de vivir» (Erich Fromm, «Un análisis de algunos tipos de experiencia religiosa»).

Pienso que todo esto es cierto: la visión religiosa del mundo es una psicología poderosa. La fe es profundamente motivadora. Y se ve elevada por la ilusión de que está basada en ciertos hechos: la biblia, testimonios personales, respuestas a la oración, «razonamientos» de los apologistas, autoridades eruditas, la vida de Jesús, sentimientos internos de la «presencia» de un dios. La mentalidad religiosa percibe ansiosamente estas «evidencias» como realidades patentes, mientras que el escéptico las ve como pensamiento deseoso y supersticioso. Que es lo que son.

Mi experiencia confirma el hecho de que la visión religiosa del mundo es la que distorsiona la realidad. Lo hace imponiendo presuposiciones sobrenaturales a todos los sucesos y datos. El naturalista, por otra parte, se ve severamente limitado por los hechos, al no imponer nada más allá de lo que cualquiera puede observar, comprobar y verificar. Hacerme ateo me aclaró la visión.

Solía pensar que todo lo que me sucedía tenía algún tipo de significado espiritual. Si estaba buscando un sitio para estacionar y un coche salía cerca de donde lo quería, decía «gracias, Jesús, por darme un lugar donde aparcar». Si tenía que aparcar lejos, entonces decía «gracias, Jesús, por enseñarme lo que es la paciencia». Consideraba cualquier cosa que recibía como un don inmerecido del cielo. Intentaba interpretar todos los sucesos de las noticias para encajarlos en el plan Dios para el mundo. Si sucedía algo malo, decía «La maldad tiene un precio». Si sucedía algo bueno, entonces decía «es un signo de la bendición de Dios». Cualquier noticia de Oriente Medio era un signo de que Dios ponía su atención en el lugar del combate de los Últimos Días, que estaban a la vuelta de la esquina. En mi vida no había nada accidental. Todo lo que ocurría era una lección que aprender, o una parte de un designio divino, una tentación del diablo. Tras el mundo visible estaba un mundo espiritual muy real habitado por ángeles, demonios, espíritus, santos, todos luchando, buenos contra malos, peleando para ganarse mi alma y destruir al otro bando. Hacía la vida muy interesante, como podrá imaginar.

Un día iba conduciendo hacia casa por las estribaciones de los montes al este de Modesto, en California. Iba pensando sobre mi ministerio y rezaba para que Dios me enseñase cómo seguir su camino. De verdad quería obedecer a Dios, ser un fiel sirviente y reconocer su «verdadera voz» en mi oído espiritual. Mientras viajaba por la autopista «oí» a mi mente decir «gira a la derecha». Imaginé que tenía que ser la voz de Dios, y si alguna vez tenía que aprender a obedecer sería mejor que hiciera lo que se me había dicho. Giré a la derecha. La pequeña carretera llevaba por entre tierras de labranza, y seguí conduciendo, esperando otra señal. Después de un rato oí la voz de nuevo: «gira a la izquierda». Así que giré a la izquierda. La cosa siguió, girando aquí y allá, y empezaba a sentirme excitado acerca de lo que Dios pudiera tener guardado para mí cuando llegase a donde me estuviera dirigiendo. Quizás, pensé, habría alguna persona perdida, sin dios, que estaba desesperada por oír el evangelio. O quizás encontraría un generoso donante para mi ministerio. Seguí conduciendo hasta que llegué a un camino de tierra en medio de la nada y oí «gira aquí». Giré y conduje a lo largo de una media milla (800 metros) hasta un camino sin salida en medio de un campo de maíz. Detuve mi coche y paré el motor, buscando alrededor lo que fuera que Dios tenía en mente. De verdad esperaba que alguien saliese caminando de entre el maíz, o algo así. Después de unos quince minutos empecé a sentirme un tanto estúpido. Entonces, unos minutos después, me di cuenta de que tenía que haber otra razón por la que Dios me había llevado hasta el final de un camino de tierra sin salida. Por fin caí en ello: ¡Dios estaba probando mi fidelidad! Con un cálido sentimiento por todo el cuerpo sentí que el Espíritu decía «estoy orgulloso de ti, Dan. Eres un hijo obediente. Ya puedes irte».

No es fácil cambiar tu visión del mundo. Es costoso psicológicamente, pero el gasto en mi caso valió la pena, estoy seguro de que estará de acuerdo. La fe tiene su propia inercia y la creencia es cómoda. Reestructurar la realidad es traumático y temible. Por eso mucha gente inteligente sigue creyendo: el descreimiento es una incógnita.

Es como intentar desenamorarse. Enamorarse rara vez es al principio el resultado de una evaluación racional escrupulosa. La fe produce una dependencia psicológica de Dios que es casi imposible de abandonar. Es la mentalidad que rechaza ver las faltas del amado, defendiendo irracionalmente lo indefendible. («¡Atrévete a decir algo malo de mi mamá!»). La mayor parte del razonamiento ateo cae en oídos sordos o resulta distorsionado por el cristiano hasta hacerlo irreconocible. El amor del religioso hacia Dios es demasiado fuerte para verse afectado por los hechos del caso.

¿Estoy diciendo que es imposible razonar con un cristiano? No, no es imposible; pero es enloquecedoramente exigente. Para lograr una deconversión, como en mi caso, hace falta carretadas de paciencia y perseverancia. Una persona así no va a sacudir la cabeza alegremente y decir «Bueno, vale, Dios no existe».

Johnson y Maloney en su libro La conversión cristiana: una perspectiva psicológica, presentan un interesante modelo de conversión al cristianismo. Muestran a una persona atravesando un proceso con tres periodos de desarrollo: adquisición de la conciencia, evaluación e incorporación. Las dos transiciones entre los periodos son un punto de comprensión y un punto de encuentro. Tal como estudiaba este modelo me di cuenta de que eso exactamente fue lo que sucedió en mi viaje de salida del cristianismo.

El período de Adquisición de la Conciencia fue un proceso largo y dulce en el que gradualmente fui tomando conciencia de que había otros puntos de vista que merecían una investigación. Como evangelista interconfesional se me presentó un amplio espectro de teología cristiana y por fin llegué a ver mi propio tipo de fundamentalismo en perspectiva. Mis primeros pensamientos fueron «si todos estos liberales sinceros son vulnerables al error, ¿por qué yo soy inmune?». Llegué al punto de comprensión de que tenía dudas, dudas honestas que exigían una evaluación respetuosa, aunque esperaba resolverlas por completo y mantuve fuerte mi fe.

El segundo periodo, la Evaluación, fue menos dulce. Duró unos cinco años y casi me arrancó las entrañas. Afronté las cuestiones cara a cara para plantear batalla, y perdí en todos los casos. Fiabilidad bíblica, evolución, moralidad, fe frente a razón, profecía, historia de la iglesia, milagros, respuestas a la oración, psicología. No quería perder mi fe, pero fui dolorosamente consciente de que el cristianismo no era defendible. Descubrí que no hay evidencias que apoyen el cristianismo. Y también averigüé, para mi asombro, que no son necesarias.

¿Puede imaginar lo que estas verdades hicieron con mi visión del mundo? ¿Puede sentir mi desesperación, el impulso de volver corriendo a los acogedores brazos de la fe? Amaba mi vida cristiana y no quería renunciar a ella. Jesús para mí era lo más preciado, y lo veía morir lentamente ante mis ojos, veía cómo carne y sangre se convertían en vapor. En ese periodo de cinco años lloré, grité, luché, aporreé las puertas del cielo. En vano. El cielo está vacío. Por fin dejé de llamar «¡Padre!», y grité «¡Tío!».

Llegué al punto de encuentro donde me di cuenta de que ya no era cristiano. Era un bebé ateo recién estrenado ¡renacido! Tras salir de las cálidas comodidades del útero, la luz hirió mis ojos y el frío me hizo tiritar. Pero estaba vivo —el trauma valió la pena.

El periodo final, la incorporación, es mucho más agradable. Al principio estaba solo, desnudo y trastabillando, sin nada más que una enorme confianza en la razón y en mi carácter. Me sentí solo con mis libros, deseando que hubiera por ahí algo como una comunidad de librepensadores. Los ateos no tienen una iglesia en cada esquina, ni un telepredicador en cada canal. Pero descubrí que si haces públicas tus opiniones encuentras espíritus afines. Encontré la dirección de la Freedom From Religion Foundation en el libro de Annie Laurie Gaylor Ay de las mujeres — Porque la Biblia me lo dice, e inmediatamente escribí una carta. Algunas cartas de contenido librepensante enviadas a los periódicos locales destaparon a otros ateos en mi zona. Somos algo parecido a una comunidad, repartidos por todo el mundo, desiguales y tan apenas unidos, pero una comunidad en cualquier caso. Quizás los librepensadores no compartimos todos una visión del mundo común, pero estamos de acuerdo en nuestro rechazo de la visión ortodoxa del mundo.

¿Dónde estaban los librepensadores cuando los necesité? ¿Por qué nadie me interceptó cuando era un joven que se preparaba para el ministerio? ¿Dónde estaba el consejero escolar, maestro, humanista, ateo, vecino racionalista al que necesitaba oír? El librepensamiento es respetable. El librepensamiento es crucial. El librepensamiento necesita hacerse público.

¿Por qué cree la gente inteligente? Creen por defecto. A no ser que se muestre que la visión racional del mundo es una alternativa atractiva a la superstición, la inercia de la ortodoxia jamás se podrá detener.

Freethought Today, marzo de 1985.