Capítulo 13

Sin la menor duda

Cuanto más llevo siendo ateo, más me asombra que en algún momento creyese en las ideas cristianas. Algunas de las cosas que prediqué, creídas por millones de cristianos, son tan tontas que ahora me parece que debería haberme dado cuenta entonces.

En sus pensamientos más íntimos, hasta el cristiano más devoto sabe que hay algo ilegítimo en lo de creer. Bajo su profesión de fe hay un gigante durmiente de duda. Los predicadores amonestan constantemente a los creyentes para que mantengan fuerte su fe, lo que delata una inseguridad subyacente. Los sermones de «mano dura» pueden provocar que los seguidores obedientes entierren sus hábitos normales de pensamiento crítico e incertidumbre bajo una montaña de fe, tradición, y miedo, pero los humanos en un universo natural no pueden evitar dudar de las afirmaciones sobrenaturales.

Dejando a un lado la duda, los teístas recitan sus doctrinas como si se fueran a volver verdaderas por simple repetición. Después de un tiempo, se convierten en parte de su psicología. Siguen ahí como sustitutos de lo que debería ser pensamiento. Conforman la interpretación de la realidad.

Los cristianos difieren de los no creyentes en la forma en que están «condicionados» para ver el mundo, pero esto no significa que todos los cristianos tengan visiones similares. Las dudas particulares de cualquier creyente dependen de las doctrinas concretas que sigue.

Recuerdo una vez cuando estudiaba el primer capítulo de los Hechos con una amiga. Estaba en plena fase pentecostal, y tenía la esperanza de que ciertos versículos bíblicos convencieran a mi amiga, que era cuáquera, de «bautizarse con el Espíritu Santo» (una frase usada por los carismáticos y pentecostales para designar la recepción de los dones del Espíritu, especialmente el hablar en lenguas). Me sorprendió lo excitada que estaba al leer el mismo capítulo que era tan significativo para mí. Juntos leímos los ocho primeros versículos, que incluyen:

Hechos 1:5 «Porque Juan a la verdad bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no muchos días después de estos».

Hechos 1:8 «Mas recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me seréis testigos…».

Tras leer el versículo ocho, paré y le pregunté qué pensaba. Sus ojos se iluminaron y dijo que sí, que estaba feliz de ver que estábamos de acuerdo.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, curioso por saber cómo iba a reaccionar una no-pentecostal a la verdad de la experiencia carismática.

—Este pasaje es muy especial para los cuáqueros —dijo—. ¿No lo ves?

—¿Quieres decir el versículo ocho?

—¡No! —replicó—. ¡El versículo cinco!

Durante años había oído el versículo ocho repetido como una de las escrituras cruciales para respaldar el pentecostalismo. Nosotros los hablantes en lenguas lo usábamos para decir que los cristianos modernos recibirían un «poder» muy real para hacer cosas muy reales, como la glosolalia, la curación por la fe, la profecía y otros «dones del espíritu», y que este versículo relataba la primera vez que ese poder se concedió a la iglesia. Para mí era una doctrina tan potente que imaginé que Hechos 1:8 era un faro encendido para quienquiera que lo leyese. Sin embargo, mi amiga pasó por él sin apreciarlo.

Por ser la tradición cuáquera una reacción a los sacramentos católicos, ella se interesaba más por el versículo cinco. Mientras que la mayoría de los protestantes practican menos sacramentos que los católicos, los cuáqueros (y sus homólogos modernos, los amigos, que no son tan estrictos), no observan ninguno. O sea, no ejecutan ningún sacramento externo, físico: ni bautismo, ni vino, ni oblea de comunión. Nada físicamente simbólico. Su «comunión» es interna, espiritual, a menudo alcanzada durante un momento de absoluto silencio. Muchos cuáqueros primitivos se sentaban en silencio y temblaban (to quake, en inglés), de ahí su nombre. Durante toda su vida, a mi amiga le habían enseñado a respetar Hechos 1:5 como una escritura crucial de la doctrina cuáquera, que demuestra que el agua del bautismo no es necesaria. ¡Ella imaginaba que era un faro encendido para ! Ambos habíamos leído el mismo capítulo a la vez, y habíamos visto dos verdades totalmente diferentes.

Al saber que fui un verdadero creyente, los librepensadores suelen preguntarme qué es lo que me hizo abandonar mi fe. Están buscando la bala mágica, me parece, que no existe. No hay un argumento afilado que funcione con todos los creyentes. Cada cristiano tiene un conjunto particular de doctrinas preferidas, que dependen de la textura de su crianza y formación religiosa, y por ello tendrá un conjunto único de dudas. Puedo enumerar sólo mis propios pensamientos, y espero que se correspondan —más o menos— con los de otros creyentes.

Echando la vista atrás, tengo que admitir que mi mayor duda era sobre la eficacia de la oración. La oración no funciona. Punto. Sé que recé cientos de miles de oraciones que fueron una pérdida de tiempo. O sea, ahora sé que se desperdiciaron. Pero como la oración es una doctrina tan poderosa en el cristianismo, imaginaba que había cierto significado detrás de todo eso.

La oración es terriblemente confusa para los cristianos. Los teólogos han inventado tal maraña de respuestas incomprensibles al fracaso de la oración que sólo empeoran el problema. Por ejemplo, algunos dicen que Dios responde a todas las oraciones con un «Sí», un «No» o un «Espera». Este ejemplo de falta de raciocinio puede permitir a alguien decir que «la oración obtiene respuesta» en un sentido semántico, pero aporta poco para resolver el problema. Si las respuestas a la oración son sólo lo que Dios quiera, ¿para qué rezar?

Algunos dicen que la oración es un ejercicio importante porque, sin tener en cuenta el resultado, nos pone en contacto con Dios. Pero esto contradice las enseñanzas directas de Jesús: «Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mateo 21:22), y «si dos de vosotros se convinieren en la tierra, de toda cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos». (Mateo 18:19). El autor de 1 Juan 5:14-15 dijo «Y esta es la confianza que tenemos en él, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que demandáremos, sabemos que tenemos las peticiones que le hubiéremos demandado».

Los cristianos honrados saben que estos versículos son falsos. No hace ningún bien afirmar que muchos rezos quedan sin respuesta porque no están «conformes a su voluntad». Hasta las oraciones que están claramente en línea con la expresa «voluntad de Dios» rara vez tienen éxito. Incluso si este razonamiento es válido, convierte en inútil a la oración como medio de cambiar la naturaleza.

Algunos cristianos interpretan las oraciones fallidas como indicativo de que hay algo mal en su vida espiritual. Tienen que «rezar más fuerte» o «hacer las paces con Dios» antes de poder ver algún resultado.

Échele la culpa a la víctima.

La mayoría de los cristianos hacen lo que yo hacía. Me obligaba a olvidar los fallos, y me concentraba en los escasos momentos en los que parecía que mis oraciones de verdad habían sido respondidas. Si se colaba algo maravilloso en mi vida, hacía memoria de una oración general pidiendo la bendición de Dios unos días antes y decía «¡Mira! ¡Dios responde a las plegarias!». Si una oración específica se veía seguida por un resultado específico, lo que sucede de vez en cuando (si millones de cristianos rezan miles de oraciones en un año, sería sorprendente si no sucediese alguna vez), sonreía y aceptaba el resultado como una respuesta directa a mi plegaria, sin analizar qué tenía de diferente esta vez respecto a otras. ¿Estaba más «a buenas con Dios»?

Recuerdo que llegaba tarde a una reunión, incapaz de encontrar un lugar para aparcar cerca del lugar de celebración. Creyendo que el creador del universo se preocupaba íntimamente de mis actividades diarias, recé «querido Dios, por favor, ayúdame a encontrar un lugar donde aparcar», ¡y un coche hizo marcha atrás para salir de un hueco de aparcamiento justo junto a la puerta! «Gracias, Jesús», dije, creyendo que era una respuesta directa a mi plegaria. Lo que olvidaba era las miles de oraciones similares que había rezado antes de ese momento y que sencillamente se habían evaporado en el aire. Al no pensar críticamente, supuse que las coincidencias «exitosas» eran prueba de que Dios responde a la oración mientras que los fallos eran prueba de que había algo mal en . Nunca podía haber nada malo con Dios, a mi modo de ver. Hoy, como ateo, sigo experimentando más o menos el mismo porcentaje de sucesos afortunados que cuando era un creyente. A veces, cuando sucede alguna coincidencia, digo (como chiste). «¡Mira! ¡Esto demuestra que Dios existe!». No demuestra nada, por supuesto, pero me echo unas risas.

Los cristianos honrados tienen que admitir que hay algo horriblemente equivocado en la idea de la oración. Ahora que soy un librepensador honesto, sé que también hay algo horriblemente presuntuoso en ello. Pensar que el soberano del universo va a venir corriendo a ayudarme y violar las leyes de la naturaleza para mí es el summum de la arrogancia. Esto implica que todos los demás (como puede ser el equipo de fútbol rival, un conductor, estudiante o padre) está discriminado, desfavorecido por Dios, y que yo soy especial, por encima de todo.

No pregunte a los cristianos si creen que la oración es efectiva. Se inventarán algún tipo de respuesta que sólo tendrá sentido para ellos. No se lo pregunte, dígaselo: «Sabes que la oración no funciona. Sabes que te estás engañando a ti mismo con vanidad mágica». No importa lo que respondan, en lo más íntimo de sí mismos sabrán que usted tiene razón.

Hablando con librepensadores que han tenido una educación religiosa, he aprendido que no todos llegamos al descreimiento por el mismo camino. Algunos lucharon con cuestiones que nunca me importaron: los milagros de la biblia, afirmaciones descabelladas de nacimientos virginales, animales parlantes, mesías flotantes y resurrecciones.

Otra creencia que muchos dudan es la afirmación de que los cristianos son mejores que los no cristianos. Sé que no todos los creyentes afirmarán que el cristianismo te hace mejor persona en esta vida, pero todos creen que hay alguna diferencia, alguna ventaja sobre los no creyentes. Cuando ven ateos y agnósticos felices, realizados, compasivos y morales no pueden evitar preguntarse si su religión es indispensable.

La mayoría de los cristianos dudan. Como la ira reprimida, la duda reprimida puede provocar un incomodidad extrema. Según mi experiencia, lo mejor forma de vencer a la duda es ceder a ella.