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EN cuanto acabó de leer aquel mensaje tan largo de su amigo, y antes de pensar qué podría contestarle, Adam abrió la libreta para apuntar algunos recuerdos.
No conocí afondo al padre de Naím. Lo saludé algunas veces, crucé con él dos o tres frases corteses, pero nunca hablé con él. Tal y como lo recuerdo, era alto, con gafas de montura de concha y pelo castaño muy corto. Me acuerdo de que llevaba zapatos de dos colores, en blanco y en marrón, que debían de estar de moda por entonces. La impresión que de él me ha quedado es la de una persona severa, seguramente porque su hijo bajaba el nivel de voz si sabía que él estaba en casa.
Recuerdo muy bien también el despachito donde tuvieron aquella larga conversación. Bien pensado, me digo que aquel hombre no debía de ser tan intransigente afín de cuentas, ya que Naím no vacilaba en llevarme a esa habitación. Incluso jugamos allí a veces al ajedrez, sentados en los dos sillones grandes. Efectivamente, nos rodeaban libros en varias lenguas y algunos parecían muy antiguos. Pero sólo les veía el lomo; nunca abrí ni uno.
Cerró la libreta, volvió a leer la carta de cabo a rabo y se dispuso a contestarla.
«Mi muy querido Naím:
» Gracias por haber sacado tiempo para contarme ese episodio de tu vida. Me ha emocionado leer tu relato y he sentido continuamente una mezcla de tristeza y de orgullo.
»El orgullo es por mis amigos. Al menos, por la mayoría de ellos. Desde que volvía este país en las circunstancias que ya sabes, me esfuerzo por localizarlos, por volver a descubrirlos, casi siempre tras muchos años de haber estado alejado de ellos, y me doy cuenta de que éramos portadores de los valores más nobles. Si me hubiera podido caber la mínima duda al respecto, la carta que me acabas de escribir habría bastado para disiparla.
»La tristeza es por lo que nos ha pasado, ¿Cómo explicas que hayamos tenido tan poca influencia en la marcha de nuestro país y de nuestra comarca? Y para qué mencionar la marcha del mundo, ¿Cómo explicas que nos veamos ahora en el bando de los perdedores, de los vencidos? ¿Que nos hayamos dispersado así por el mundo? ¿Y que esta voz sensata que es la nuestra se haya vuelto tan inaudible?
»Pero paso sin más demora a esa hermosísima carta tuya y al asunto tan serio del que trata con tanta sinceridad.
»Aquel conflicto que trastornó nuestras vidas no es una riña regional como las demás y no es sólo un enfrentamiento entre dos "tribus vecinas" a las que maltrató la historia. Es mucho más que eso. Más que cualquier otro, es ese conflicto el que impide a Occidente y al islam reconciliarse, es el que hace retroceder a la humanidad contemporánea hacia las crispaciones identitarias, hacia el fanatismo religioso, hacia eso que llaman en nuestros días "el enfrentamiento de las civilizaciones". Sí, Naím, estoy convencido de que ese conflicto que nos estropeó la vida a los dos es en la actualidad el nudo doloroso de una tragedia que va mucho más allá de nosotros y de nuestra civilización, que va mucho más allá de nuestra tierra natal o su comarca. Lo digo midiendo bien las palabras: es en primer término por ese conflicto por lo que la humanidad ha entrado en una fase de involución ética y no de progreso.
»¿Estaré cayendo en ese error, tan frecuente entre los nuestros, que consiste en darle una importancia a todas luces excesiva a todo cuanto nos toca de cerca? Acuérdate de cómo nos burlábamos antes de quienes, a la menor disputa entre dos aldeas, empezaban ya a especular acerca de qué harían los norteamericanos, qué dirían los franceses y de qué forma reaccionarían los rusos, como si el resto del mundo no tuviera nada más en que pensar. Como, por mi condición de historiador, tengo un sentido muy desarrollado de la relatividad de las cosas, siempre me he guardado muy mucho de decir, e incluso de pensar, que ese conflicto de Oriente Próximo podría quizá haber desviado la caravana de la humanidad entera hacia un destino diferente.
»Pero, a fuerza de querer evitar ese fallo ridículo, cae uno en el riesgo de caer en el fallo inverso, el de la trivialización que describe este refrán tan nuestro: Ma sar chi, ma sar metlo.
Se lo cito a veces, a mis alumnos y lo traduzco a mi modo: "Todo cuanto sucede se parece forzosamente a algo que ya ha sucedido", Y lo refuto con vehemencia, porque las realidades de hoy nunca repiten las de ayer y las semejanzas son más engañosas que instructivas.
»En el caso que nos ocupa, casi podríamos afirmar sin riesgo de equivocarnos que, en la historia cuatro veces milenaria del pueblo judío, la década de los años cuarenta del siglo XX, que presenció un intento de exterminio, y luego la derrota del nazismo, y luego la creación del Estado de Israel, es la más dramática y la más significativa.
» Tu padre te lo dijo a su manera y yo estoy tan convencido de ello como él: cuando nacimos tú y yo acababa de ocurrir un cataclismo que iba a tener consecuencias regionales y planetarias al tiempo, que iba a desintegrarnos inevitablemente la existencia, y no podíamos hacer nada en absoluto.
»En un mundo ideal, las cosas podrían haber sucedido de forma muy diferente. Los judíos habrían ido a Palestina explicando que allí vivieron sus antepasados hace dos mil años, que los expulsó el emperador Tito y que ahora querían regresar; y los árabes que moraban en esa tierra les habrían dicho: "Pues claro que sí, adelante, ¡bienvenidos! Os dejamos la mitad del país y viviremos en la otra mitad".
»En el mundo real, no podían suceder así las cosas. Cuando los árabes cayeron en la cuenta de que la inmigración judía no consistía en unos cuantos grupos de refugiados, sino que era una empresa organizada que pretendía incautarse del país, reaccionaron como habría hecho cualquier población: empuñando las armas para impedirlo. Pero los vencieron. En todos los enfrentamientos que hubo, los vencieron. No puedo ya contar la cantidad de derrotas que han padecido. Lo que sí es seguro es que tantos desastres consecutivos fueron desequilibrando progresivamente el mundo árabe y, luego, todo el conjunto del mundo musulmán. Lo desequilibraron en el sentido político de la palabra, pero también en el sentido clínico. Nadie sale indemne de una serie de humillaciones públicas. Hay en todos los árabes rastros de un hondo traumatismo; y no me excluyo del lote. Pero ese traumatismo árabe, cuando se mira desde la orilla opuesta, la orilla europea, mi orilla adoptiva, no causa sino incomprensión y suspicacia.
»En el "alegato" que me cuentas, tu padre puso el dedo en una verdad capital: nada más acabar la Segunda Guerra Mundial, Occidente se enteró del horror de los campos, del horror del antisemitismo; mientras que, a ojos de los árabes, los judíos no se presentan en modo alguno como civiles desarmados, humillados, en los huesos, sino como un ejército invasor, bien equipado, bien organizado, temiblemente eficaz.
» Y, durante las décadas siguientes, esa percepción diferente se fue acentuando. En Occidente, reconocer el carácter monstruoso de la matanza que perpetró el nazismo se convirtió en elemento determinante de la conciencia ética contemporánea y se plasmó en ayuda material o moral al Estado donde habían hallado refugio las comunidades judías martirizadas. Mientras que en el mundo árabe, donde Israel se alzaba con una victoria tras otra, contra los egipcios, los sirios, los jordanos, los libaneses, los palestinos, los iraquíes, e incluso contra todos los árabes unidos, está claro que no se podían ver las cosas de la misma forma.
»El resultado, y a esto es a lo que quería llegar, es que el conflicto con Israel desconectó a los árabes de la conciencia del mundo, o, al menos, de la conciencia de Occidente, lo que viene a ser más o menos lo mismo.
»He leído hace poco el siguiente testimonio de un embajador israelí acerca de su carrera en las décadas de los años cincuenta y sesenta: "Estábamos en una situación delicada porque teníamos, a la vez, que convencer a los árabes de que Israel era invencible y a Occidente de que Israel estaba en peligro de muerte". Visto a distancia, puede decirse que aquel diplomático y sus colegas llevaron a cabo con éxito notable esa misión contradictoria. No hay que extrañarse, pues, si los occidentales y los árabes no miran igual al Estado de Israel ni el itinerario del pueblo judío.
»Pero no es, por supuesto, la maña de los diplomáticos lo que explica esta percepción diferente. Existen, objetivamente, dos tragedias paralelas. Incluso aunque la mayor parte de las personas, tanto entre ¿os judíos como entre los árabes, prefieran no admitir sino una. A los judíos, que padecieron tantas humillaciones y persecuciones en el curso de la historia, y que hace poco que pasaron, en pleno siglo XX, por un intento de exterminio total, ¿cómo explicarles que no tienen que perder de vista las tragedias de los demás? Ya los árabes, que atraviesan en la actualidad la etapa más sombría y humillante de su historia, a los que Israel y sus aliados infligen derrota tras derrota, que se sienten escarnecidos y rebajados en el mundo entero, ¿cómo explicarles que no pueden hacer caso omiso de la tragedia del pueblo judío? «. ¿i». »No hay muchos que, como nos pasa a ti y a mí, sean muy sensibles a estas dos "tragedias rivales". Y son —somos—, de
entre todos los judíos y todos los árabes, los más tristes y los más desvalidos. Es cierto que a veces me dan envidia esos que, tanto en un bando como en otro, se sienten capaces de decir, con ánimo sereno: ¡Que triunfe mi pueblo y que revienten todos los demás!
»Pero lo dejo aquí. Tendremos dentro de poco más ocasiones de contarnos nuestras desdichas. Sobre todo en ese reencuentro que me estoy esforzando en organizar.
»A ese respecto, las cosas se van concretando. Acabo de pasar veinticuatro horas en casa de nuestro amigo Ramez. Almorzamos juntos y, luego, me llevó en su avión privado —¡como te lo cuento!— a Ammán, donde vive en la chabola que puedes suponer… Ya te referiré con más detalle esa visita, o por escrito o de viva voz. Sólo quiero decirte ahora que se entusiasmó cuando mencioné la idea de un encuentro de nuestro antiguo círculo de amigos. Podremos contar con su presencia y también con la de su mujer, que se llama Dunia y me parece con capacidad para integrarse en el grupo como si siempre hubiera pertenecido a él.
»En cambio, el otro "Ramz" no estará en la lista. No sé si te lo habrá dicho alguien, pero Ramzi se retiró del mundo para meterse monje. Sucedió hace poco más de un año. Había levantado con su socio un auténtico imperio, había amasado una fortuna y un día decidió dejarlo todo para irse a vivir como un asceta a un monasterio de la montaña. Se hace llamar "fray Basile". No sé si hay que admirarlo o que compadecerlo. Los cínicos hablan de depresión, y a lo mejor aciertan. Pero hay demasiados cínicos en el mundo, y en este país algunos más que en cualquier otro lugar; en lo que a mí se refiere, prefiero creer que nuestro amigo se hizo auténticas preguntas espirituales y éticas.
»Su "álter ego" no consigue reponerse; le asoman las lágrimas en cuanto habla de él. Fue una vez a verlo y Ramzi lo echó.
»Pese a todo, voy a hacer un intento personal para hablarle de nuestro proyecto de encuentro. Dudo de que quiera sumarse a nosotros, pero si acepta recibirme y explicarme su decisión, podré contarles a los amigos lo que me diga. Y así no faltará del todo a nuestro reencuentro…»
En ese punto de la carta estaba Adam cuando lo llamó Semiramis para informarlo de que el restaurante del hotel cerraba aquella noche porque se celebraba una fiesta privada y que había pedido que le llevasen a su casa unas cuantas fuentes. Estaba en ese momento en la terracita, la mesa estaba puesta y lo invitaba a que fuera.
—Estaba escribiendo a Naím.
—Ya acabarás más tarde. Te espero. Está abierto el champán. Si no te das prisa, se le irán las burbujas…
—Sujeta esas burbujas, Semi, termino el mensaje, lo mando y voy para allá. Tardaré cinco minutos…
Volvió a la pantalla.
»Semi, la belleza, me está metiendo prisa. Y esta carta es ya demasiado larga, pero me quedan aún dos cosas por decirte.
»La primera es que estoy encantado de que quieras volver a ver esta tierra después de tantos años; e impaciente por estar junto a ti cuando vuelvas a ver tus casas, la de la capital y la de la montaña, lugar emblemático del estupro, si te he entendido bien, ¡Vistas las disposiciones vigentes, espero de ti una confesión completa!
»La segunda es que ahora vendría bien, e incluso sería bastante urgente, pensar en fechas concretas para ese reencuentro, ¿Qué te parecería, por ejemplo, la última semana de mayo o la primera semana de junio? Hoy estamos a 27 de abril. Mourad falleció en la noche del 20 al 21; la "cuarentena" cae el 31 de mayo, y mi sugerencia es que nos reunamos más o menos en esa fecha, preferiblemente un fin de semana largo… Si te viene bien, dímelo, hablaré con los demás mañana mismo. Todavía no sé con seguridad cuántos seremos. Albert no me ha contestado aún al último mensaje, pero tengo esperanzas. Por supuesto, estarán Tania y Semi, Ramez y su mujer y también, seguramente, Nidal, el hermano del pobre Bilal y tú y yo… Por cierto, ¿vendrás acompañado —"opción recomendada", como dicen los creadores de programas informáticos— o vendrás en plan soltero? En lo que a mise refiere, voy a insistirle a Dolores, mi compañera; espero que acepte alejarse de su revista aunque sólo sea por cuarenta y ocho horas…
»Pero ya me despido, con un fuerte abrazo.
»Adam.»
Pulsó la tecla de «enviar» y se apresuró a ir a reunirse con Semiramis en la casita.
Ella había dejado la puerta abierta.