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AL llegar a la Auberge Semiramis, Adam subió discretamente a su habitación. Pero, cuando estaba abriendo la puerta, oyó sonar el teléfono. Estaba claro que la «señora del castillo» había pedido que la tuvieran informada de su llegada. Ningún reproche, no obstante, ni ninguna reprimenda. Sólo quería decirle que no iba a estar hasta la noche y que lo llamaría cuando volviera para cenar juntos.
Adam empezó por tomar unas cuantas notas acerca de sus conversaciones con Ramez y su mujer, sobre todo sobre lo que le habían dicho de Ramzi, que podría resultarle de utilidad cuando fuera a verlo al monasterio. Abrió luego la tapa del portátil para mirar el correo. Le había llegado mientras estaba fuera un mensaje largo de Naím.
«Mi muy querido Adam:
»A1 leer tu último correo, y al volver a leer lo que había escrito yo, me parece que ha habido un leve malentendido que me gustaría deshacer.
»Dije, desde luego, que me fui del país "a pesar mío" y tú sacaste la conclusión de que mis padres me obligaron. Le debo una rectificación a la memoria de mi padre: no me obligó, me convenció durante una larga conversación "de hombre a hombre" que nunca olvidaré.
«Habíamos tenido, las semanas anteriores, varios altercados. Cada vez que mencionaban el viaje, yo manifestaba mi desaprobación, él me reprendía, yo contestaba irritado, el tono iba subiendo y mi madre se echaba a llorar. El ambiente de la casa nos resultaba a todos abominable. Un día mi padre me llamó a la habitacioncita que usaba de despacho. Me pidió que me sentase en un sillón, cerró la puerta y, luego, hecho excepcional, se sacó del bolsillo el paquete de Yenindji y me ofreció un cigarrillo. Era, como quien dice, el equivalente espiritual de la pipa de la paz. Me lo encendió, luego encendió el suyo y empujó el cenicero para que estuviera a igual distancia de los dos.
»¡Recuerdo la escena como si fuera de la semana pasada, aunque hace de ella ya más de un cuarto de siglo! La habitación no era grande, como bien sabes; sólo cabían los dos sillones en que estábamos sentados. Las paredes estaban forradas de libros en varias lenguas y habría un secreter de madera con incrustaciones de nácar, con muchos cajoncitos. La luz entraba por una ventana que daba al jardín del edificio. Hacía frío aquel día, pero mi padre la había entornado por el humo.
»Recuerdo las palabras con que empezó el alegato: "Cuando tenía tu edad, yo también tenía amigos estimables, muchachos honrados, instruidos, con talento, que pertenecían a todas las comunidades y tenían las más nobles ambiciones. Para mí eran aún más importantes que mi familia. Soñábamos juntos con un país donde no se definiera en primer lugar a los ciudadanos por su profesión religiosa. Queríamos que se movieran las mentalidades y dar al traste con las antiguas costumbres".
»Uno de sus caballos de batalla, me dijo, tenía que ver con los nombres. ¿Por qué tenían que llevar sistemáticamente los cristianos nombres cristianos, los musulmanes nombres musulmanes y los judíos nombres judíos? ¿Por qué tenía todo el mundo que llevar en su mismísimo nombre el estandarte de su religión? En vez de llamarse unos Michel o Georges, Mahmud o Abderramán otros, y nosotros Salomón o Moisés, podríamos tener nombres "neutros": Selim, Fouad, Amin, Sami, Ramzi o Naím. *
»"De ahí procede tu nombre —me explicó mi padre—. Varios amigos míos tuvieron al respecto peleas muy serias con sus familias. Algunos tuvieron que ceder; yo no me rendí. Tu abuelo quería que te llamase Ezra, como él. Para justificarme, le expliqué que durante siglos los judíos tuvieron que llevar ropa distintiva para que los goyim los reconocieran a primera vista y pudieran evitarlos o mantenerse en guardia; y que los nombres distintivos desempeñaban un papel semejante. No estoy seguro de haberlo convencido, pero me dejó que hiciera lo que quisiese.
»"Si te cuento esto es para que sepas que yo tuve de joven los mismos ideales que tú, los mismos sueños de coexistencia entre todas las comunidades; y que, desde luego, no me alegra hoy llevarme a mi familia de un país donde han vivido quinientos años mis antepasados. Pero para nosotros se ha vuelto imposible vivir aquí, y todo me mueve a creer que mañana será aún peor.
»"No te hagas ilusiones: pronto no quedará ninguna comunidad judía en el mundo árabe. ¡Ninguna! Algunas están ya en vías de extinción, las de El Cairo, Alejandría, Bagdad, Argel, Trípoli… Y ahora la nuestra. ¡Pronto no quedarán en esta ciudad diez hombres para rezar juntos! Es un rumbo triste, muy deprimente. Pero no podemos hacer nada por cambiarlo, Naím, ni tú ni yo.
«"¿Quién tiene la culpa? ¿La creación del Estado de Israel? Ya sé que tus amigos y tú lo pensáis. Y es cierto en parte. Pero sólo en parte. Porque la discriminación y las vejaciones de todo tipo llevan siglos existiendo, mucho antes del Estado de Israel, mucho antes de este contencioso territorial entre judíos y árabes. ¿Hubo un solo momento en la historia del mundo árabe en que nos tratase alguien como a ciudadanos de pleno derecho?
»"Me dirás que tampoco en otras partes. Sí, es cierto. En Europa pasaron cosas peores, mil veces peores. No lo dudo. Fue necesaria toda la abominación nazi para que empezasen a cambiar las mentalidades de forma radical, para que se comenzase a considerar el antisemitismo como una costumbre degradante y una enfermedad vergonzosa.
»"Estoy convencido de que esa evolución podría haber llegado al mundo árabe. Si, recién concluidos los horrores nazis, no hubiera surgido este conflicto en torno a Palestina, ¿no habría mejorado la suerte de los judíos en las sociedades árabes en vez de irse deteriorando? Creo que sí, e incluso estoy seguro. Pero no fue eso lo que sucedió. Lo que sucedió fue todo lo contrario. En todos los demás lugares mejora la situación de los judíos; y sólo se deteriora aquí. En otros lugares, los pogromos están ya en el cubo de la basura de la Historia; y aquí vuelven a empezar. En otros lugares, los Protocolos de los Sabios de Sión desaparecen de las bibliotecas respetables, y aquí los publican a más y mejor.
»"E1 otro día, cuando hablábamos de la guerra de los Seis Días, comparaste el ataque de la aviación israelí contra los aeródromos militares árabes con el ataque sorpresa de los japoneses en Pearl Harbor. Ese paralelismo me parece exagerado, pero tiene parte de verdad, si no en los hechos históricos, sí, al menos, en la percepción de éstos. Es cierto que muchos de nuestros compatriotas nos ven ahora como súbditos de una potencia enemiga, algo así como a esos norteamericanos de origen japonés a quienes encerraron en campos después de Pearl Harbor y no quedaron en libertad hasta después de la victoria. ¿Qué habría sucedido si el Japón hubiera ganado la guerra, si hubiera podido conservar todas sus conquistas en Asia y en el Pacífico: China, Corea, Filipinas, Singapur y todo lo demás, y si hubiera impuesto a los Estados Unidos un armisticio humillante que los hubiera obligado a abandonar Hawai, por ejemplo, y a pagar gravosas compensaciones?
»"Desde ese punto de vista, podríamos decir, efectivamente, que la guerra de los Seis Días es algo así como un Pearl Harbor que hubiera tenido un éxito rotundo. Mientras que los israelíes no caben en sí de júbilo, los árabes están locos de rabia, y nosotros nos convertimos en sus chivos expiatorios. Son penosos los ataques a una población civil que no puede defenderse, pero no hay que esperar de las muchedumbres humilladas que sean ni magnánimas ni caballerosas. Nos señalan como enemigos y como a tales nos tratan; incluso a ti, Naím, tengas las opiniones que tengas. ¡A eso hemos llegado! Nos guste o no, no hay escapatoria."
»Es la primera vez que pongo por escrito estas palabras de mi padre. Gracias a ti, Adam. Gracias a las preguntas que me has hecho, a los recuerdos que has despertado en mí. Y también gracias a las explicaciones detalladas que me proporcionaste ayer acerca del proceder de Mourad. Me dije, al leerlas, que la historia de nuestras familias y la de nuestra pandilla de amigos, la de nuestras ilusiones y la de nuestros extravíos no carece de interés porque es también hasta cierto punto la historia de nuestra época, de sus ilusiones, precisamente, y de sus extravíos.
»Pero cierro el paréntesis para volver a aquella conversación que tuve un crepúsculo con mi padre, en vísperas de nuestro viaje, de nuestro pequeño éxodo, mi madre prefiere llamarlo nuestra "salida". No fue una conversación en realidad, sino un alegato, como ya te dije al principio de esta carta, un alegato que había tardado mucho en preparar, no sólo para convencerme, sino también para convencerse a sí mismo y poder tomar una decisión.
»Lo dejé hablar. Parecía tan emocionado, tan sincero, tan respetuoso con las ideas que tenía yo, que no me entraron ganas de polemizar con él. Es cierto que, pese a los enfrentamientos tormentosos que habíamos tenido esa temporada, yo lo admiraba, lo quería muchísimo y no dudaba ni por un momento de su integridad moral ni de su agudeza intelectual.
»Y no era el único que lo admiraba. Toda la comunidad oía sus opiniones con respeto y estaba pendiente de sus gestos. Por eso fue, por lo demás, por lo que nuestra familia fue una de las últimas en salir del país. Mi padre sabía que su marcha sería una señal, y no quería hacerla a la ligera. Mientras quedase aún una esperanza, quería explorarla.
»Hubo un momento, durante esa conversación, en que le pregunté si habríamos tenido que exiliarnos incluso aunque Israel hubiera perdido la guerra. Me puso en el brazo una mano consoladora. "No le des vueltas, Naím, es inútil; no hay solución, ya he pensado yo las cosas miles de veces. Nuestra suerte está echada desde mucho antes de que nacieras, e incluso desde mucho antes de que naciera yo. Si Israel hubiera perdido la última guerra, habría sido aún peor, nos habrían perseguido y despreciado al tiempo.
»"De todas formas, no pronunciarán nunca mis labios el deseo de una derrota de Israel, que significaría su destrucción. Para nuestra reducida comunidad, la creación del Estado fue desastrosa; para el conjunto del pueblo judío es una empresa arriesgada; todo el mundo tiene derecho a estar a favor o en contra, pero ya no se puede hablar de ello como si fuera un proyecto inconcreto del señor Herzl. Ahora es una realidad, y estamos todos embarcados en esa aventura, nos parezca bien o mal. Es como si tú, Naím, me hubieras quitado el dinero, sí, todo el dinero de la familia, hasta la última piastra, y te lo hubieras jugado, en las carreras, a un caballo; te habría llamado de todo, te habría acusado de habernos arruinado, a lo mejor hasta habría llegado a maldecir la hora en que naciste. Pero ¿habría rezado para que tu caballo perdiera la carrera? No, seguramente no. Habría rezado, pese a todo, para que tu caballo fuera el ganador. Si Israel perdiera la próxima guerra, sería para todos los judíos una tragedia con la magnitud de un cataclismo. Y ya nos han pasado bastantes tragedias, ¿no te parece?"
»A1 llegar a este punto de la conversación, le pregunté si, según él, el destino último de nuestra familia iba a ser Israel. Tardó unos segundos en contestarme: "No, va a ser Brasil". Le temblaba un poco la voz, lo que me hizo pensar que no estaba decidido del todo. Pero sí lo estaba y se atuvo a ello hasta el fin de su vida. Fue varias veces a Israel, pero nunca pensó en afincarse allí. Mi madre era de otra opinión. Tenía dos hermanas en Tel Aviv y le habría gustado vivir cerca de ellas. Pero es de la antigua escuela, de esa en que las mujeres no discuten las decisiones del marido. Cuando le entraban dudas, se las callaba. De todas formas, sólo eran preguntas que se basaban en vínculos sentimentales y no podían competir con los razonamientos bien estructurados de mi padre. Cuando lo oía criticar a Israel, no le gustaba, pero reaccionaba con suspiros o se esforzaba por hablar de otra cosa antes que devolverle la pelota.
»Un día, mucho después del viaje, una de mis tías maternas, Colette, vino a vernos a Sao Paulo. Era regordeta, avispada, divertida, y mi padre la quería mucho. Y por eso se sintió autorizada a soltarle durante una comida familiar: "¿Qué, Moisés, cuando te vas a llevar de una vez a la familia a Israel para que podamos vivir cerca?". Mi padre se limitó a sonreír. Entonces mi tía insistió: "Brasil está muy bien, pero la verdad es que aquello es lo nuestro, ¿no te parece?". Mi padre no contestó y no dijo nada hasta el final de la comida. Mi madre se había apresurado a cambiar de conversación. Aunque seguía vigilando a su marido con el rabillo del ojo porque sabía cómo funcionaba. Por mucho que le buscasen las cosquillas, o incluso que lo provocasen, nunca reaccionaba de forma impulsiva. En cualesquiera circunstancias, se tomaba el tiempo que precisara, pensaba, calibraba.
»Así que ya nos habíamos levantado de la mesa para ir a sentarnos en la veranda. Y fue en el momento en que estaban sirviendo el café cuando mi padre se decidió por fin a contestar a mi tía. Sin mirarla, dijo con la vista clavada en el fondo de la taza, como si hubiera dentro un autocue. "A Palestina tenemos derecho a llamarla eretz yisrael, y tenemos derecho a vivir allí, tanto como cualquiera, e incluso un poco más. Pero nada nos autoriza a decirles a los árabes: ¡Venga, largo, fuera de aquí, esta tierra es nuestra desde siempre y aquí no pintáis nada! Eso a mí me parece inadmisible, interpretemos como interpretemos los textos . y hayamos padecido lo que hayamos padecido."
»Se calló, tomó un sorbo de café y luego añadió con tono contenido: "Pero no es menos cierto que si nos hubiéramos presentado tímidamente, disculpándonos por la intromisión y preguntando a los árabes si tenían a bien hacernos un huequecito, no habríamos conseguido nada y nos habrían echado".
»Estuvo callado otro rato y, luego, por primera vez, miró de frente y a los ojos a su cuñada preferida: "Para preguntas como ésas, Colette, no hay respuestas satisfactorias. ¿Cómo dejar de ser un cordero sin convertirse en lobo? El camino por el que han tirado los israelíes no me convence, pero no tengo alternativa que proponerles. Así que me voy lejos, me callo y rezo".
»Se calló, como si realmente estuviera rezando. Luego añadió, en tono más alegre: "La gente de aquí suele decir: Deus é brasileiro! Al principio, me hacía sonreír, pero ahora opino que tiene razón, mucha más razón de lo que cree. Cuando el Padre Eterno contempla el mundo, ¿qué comarca lo hace sentirse más orgulloso de Su creación y de Sus criaturas? ¿Qué comarca siente que Lo glorifica y cuál siente que Lo ultraja? Estoy convencido de que es esta tierra, Brasil, la que Él contempla alegre y ufano; y que es la nuestra, allá, en Levante, la que contempla triste y airado. Sí, mis nuevos compatriotas tienen razón. Deus é brasileiro. Ésta es la tierra santa, ésta es la tierra prometida, y yo, humilde Moisés, no lamento haber traído hasta aquí a los míos".
«Perdona, querido Adam, esta respuesta tan larga a tu breve frase. Pero era necesaria. Para honrar la memoria de mi padre y también para exponerte mis ideas personales. Porque sus palabras, tal y como acabo de referírtelas de memoria, son representativas, en lo esencial, de lo que ahora pienso yo. Me legó su punto de vista, de la misma forma que me legó sus libros antiguos, y tengo la sensación de ser el heredero de una sabiduría pasada de moda que ya no les interesa a nuestros contemporáneos. Estamos en la era de la mala fe y de los campos atrincherados. Bien seas judío, bien seas árabe, sólo puedes elegir ya entre odiar al otro u odiarte a ti mismo. Y, si tienes la desdicha de haber nacido como yo, árabe y judío al tiempo, entonces ya ni existes, sencillamente, y ni siquiera tienes derecho a haber existido; no eres sino un malentendido, una confusión, una equivocación, un falso rumor que la historia se ha encargado ya de desmentir. ¡Y, sobre todo, que no se te ocurra recordar ni a éstos ni a aquellos que Maimónides escribió en árabe la Guía de perplejos!
»¿Crees que en nuestro círculo de amigos, o en lo que quede de él, podremos hablar aún de estos temas con serenidad? ¿Este judío podrá expresar los matices de su pensamiento sin tener que declararse de entrada antiisraelí o antisionista?
»Te hago —y me hago— esas preguntas, pero no son una condición para que me decida a ir. Tengo ganas de volver a ver mi país, de volver a encontrarme con los amigos, y, si no es posible charlar con serenidad, no charlaré. Nunca me rebajaré a decir lo que no pienso, pero no me cuesta nada abstenerme de decir todo lo que pienso. Visitaré el país, me atracaré de cosas ricas y contaré mis recuerdos de infancia evitando los temas enojosos.
»Tu fiel amigo
»Naím.»