CAPÍTULO 67

 

 

 

 

 

Ya está todo listo, menos mis nervios. Pero lo demás está todo listo.

Dos filas de pequeñas velas encendidas dibujando un sendero desde la puerta hasta el salón, la alfombra llena de pétalos de rosa, decenas de ramos y ramos de rosas rojas inundando cada rincón, globos de helio con forma de corazón colgando del techo, otros atados a los respaldos de las sillas con un gigantesco «te quiero» escrito en medio. Ambiente extraordinariamente romántico, una balada de Coldplay sonando de fondo y Kitty, la gatita de peluche rosa de Lea, sentada en mitad del sofá, como espectadora de lujo.

Miro el reloj. Falta un minuto para que las manecillas señalen las nueve y media, la hora a la que regresa Lea de las clases de preparación al parto. Respiro hondo, tratando de calmar las pulsaciones, que me van a mil por hora.

De pronto, el sonido de la puerta se escucha al otro lado del piso.

—Tía Emily, ya estoy en ca... —oigo la voz de Lea que se apaga poco a poco, supongo que al ver la escena que se despliega ante sus ojos—. ¿Tía Emily?

Saco ligeramente la cabeza de detrás de la columna donde estoy escondido y me asomo. La veo avanzar por el salón apartando con cuidado los globos que salen a su paso y mirando de un lado a otro con una expresión de asombro en el rostro, como una niña pequeña en un parque de atracciones.

—Dios mío… —musita.

Deja el bolso en una silla y esboza una sonrisa tímida.

Ha llegado mi turno.

—Darrell… —dice, cuando me ve salir de detrás de la columna. Se queda boquiabierta.

—Hola, pequeña —susurro.

La oigo tragar saliva, nerviosa y confundida al mismo tiempo.

—¿Has preparado todo esto para mí? —me pregunta incrédula.

—Sí —afirmo—, todo es para ti.

Los ojos de Lea se humedecen y comienza a mordisquearse el interior del carrillo.

—Darrell, no sé qué… qué decir.

Antes de que siga hablando, saco una cajita de terciopelo del bolsillo de mi chaqueta, hinco la rodilla derecha en el suelo, la abro y le muestro el anillo que hay dentro.

—Lea, ¿te quieres casar conmigo? —le pregunto, sin dudar un solo segundo.

Lea abre los ojos de par en par.

—Oh, Dios mío… —dice.

Un torrente de lágrimas empieza a precipitarse por sus mejillas ruborizadas mientras se lleva las manos a la boca.

—¿Quieres pasar el resto de mi vida conmigo? ¿Hasta que la muerte nos separe?

Lea tarda unos segundos en contestar, unos segundos que se me antojan eternos, y en los que incluso veo pasar toda mi vida delante de mis ojos. Noto que el corazón me va a mil por hora y que la garganta se me seca.

—Sí, sí quiero, Darrell —responde al fin.

Sonrío.

—Entonces, ¿Acepta mi petición de matrimonio, señorita Swan? —le pregunto por tercera vez, para asegurarme de que no estoy en un sueño.

—Sí, señor Baker, acepto su petición de matrimonio.

En esos momentos una explosión de alegría estalla en mi interior. Extraigo el anillo de la caja, le cojo la mano y se lo pongo en el dedo anular. Alzo el rostro, expectante ante su reacción.

—Oh, Dios mío… Dios mío… Dios mío… —repite una y otra vez, sin dejar de mirar el anillo.

Me incorporo y me fundo con ella en el abrazo más cálido del mundo.

—Te quiero, te quiero mucho, Lea —digo.

—Y yo a ti también, Darrell. Te quiero muchísimo.

—Siento lo que hice, de verdad. —Tengo la voz cargada de emoción—. Siento haberte alejado de mí, yo solo quería que fueras feliz, que… 

Lea me coge el rostro con las manos.

—Eso ya no importa, mi amor —murmura entre lágrimas, con voz cariñosa—. Eso ya no importa. Tú también has sufrido mucho al estar en la cárcel por un delito que no habías cometido.

—Y al estar separado de ti. Eso ha sido lo peor —añado—. Mi pequeña… —Hago una pausa y suspiro: rendido, aliviado, ilusionado y con otras tantas emociones más a flor de piel—. Lo hago lo mejor que puedo —digo, apoyando mi frente en la suya.

—Lo haces muy bien —me responde Lea en un tono extremadamente dulce, comprensivo.

—Te he echado tanto de menos —confieso.

—Y yo a ti. No sabes cuánto… —corresponde Lea.

Acerco mi boca a la suya y la beso, recreándome en el gesto, saboreando una y otra vez sus labios de miel. La sensación es tan reconfortante.

—Nunca más, en mi vida, voy a volver a separarme de ti, Lea. Nunca más, en mi vida, voy a dejarte sola, ni a ti ni a nuestros pequeños.

—¡Ay!

Lea se lleva la mano a la tripa.

—¿Pasa algo? ¿Estás bien? —le pregunto alarmado.

—Creo que nuestros pequeños también están felices de que estemos juntos. No paran de moverse —dice Lea sonriendo—. Mira… —Me coge la mano y la pone encima de su barriguita.

—Wow… —profiero, cuando siento como se mueven y dan pataditas—. ¿Te duele? —le digo a Lea.

—No —niega—. Además, empiezo a estar acostumbrada. Son muy revoltosos.

Sonrío, pasmado como un bobo, pero feliz. Muy, muy feliz.

—Así que son guerreros… —comento, acariciándole la tripa y empapándome de la magnífica sensación que estoy teniendo.

—Mucho

—¿Sabes el sexo? —curioseo.

—Sí. —Lea asiente con los ojos brillantes—. Vamos a tener un niño y una niña.

—Wow… —vuelvo a decir—. Un niño y una niña… —repito. Es lo único que consigo decir, porque estoy tan emocionado que me estoy quedando sin palabras.

—Kitty también está muy feliz —comenta Lea, soltando una risilla y volviendo la vista hacia la gatita rosa de peluche.

—Sí, creo que sí —afirmo con una sonrisa que se abre de lado a lado de mi rostro.

—¿De dónde has sacado la idea de que formara parte del… escenario? —me pregunta.

—Ella ha sido testigo de nuestra relación, así que tenía que formar parte de mi petición de matrimonio.

Lea se echa a reír a carcajadas.

—¡Estás loco, Darrell! —exclama, rodeándome el cuello con los brazos.

—Estoy loco por ti —digo.

Me inclino y la beso de nuevo.

—¡Felicidades, parejita!

Me separo de Lea y miro por encima de su hombro. A su espalda están sus tías; Emily y Rosy, y Lissa. Cuando Lea se gira y ve a Lissa en mitad del salón, se echa de nuevo a llorar de la emoción.

—Lissa… Oh, Lissa… Pero, ¿cómo…? ¿Cómo has venido? —le pregunta, atónita, mientras se abalanza hacia ella y le da un abrazo.

—Eso se lo tienes que preguntar a tu futuro marido —dice Lissa, mirándome de reojo—. No sé qué contactos ha movido, pero en unas pocas horas me ha traído aquí.

Lea me mira.

—Lissa tampoco podía perderse mi petición de matrimonio —intervengo—. Al igual que tampoco podían perdérsela tu tía Emily y tu tía Rosy.

—¡Felicidades! —vuelven a decir en ese momento Emily y Rosy, entusiasmadas. Se acercan a Lea y la abrazan a la vez.

—Gracias —dice Lea, sorbiendo por la nariz—. Gracias a las tres por estar aquí.

Emily me guiña un ojo disimuladamente y yo le sonrío. Soy el hombre más feliz del mundo.

 

 

 

—Por cierto, ¿quién era el que estaba detrás del tráfico de drogas? —me pregunta Lea, mientras volvemos a Nueva York.

—Paul —respondo.

—¿Paul?

—Sí, junto a algunos de los miembros del Equipo de Administración.

—¡Cabrón! —exclama—. Nunca me gustó ese tipejo —observa.

—Fue gracias a tu intuición y a tu advertencia que pudimos descubrir que era él quien andaba detrás de todo —le explico, sin apartar los ojos de la carretera.

—¿Ah, sí? —dice, con cierto orgullo en la voz.

—Sí —asiento—. Así que se puede decir que me has salvado dos veces. Una de la alexitimia y otra de la cárcel.

—¿Ah, sí? —repite.

Y noto como su orgullo va creciendo.

—Sí. Eres mi heroína —afirmo.

—¿Ah, sí?

—Sí. —Se acerca a mí y me da un beso—. Gracias —le agradezco.

—Yo también tengo que darte las gracias —me dice Lea.

Frunzo el ceño, extrañado por sus palabras.

—A mí, ¿por qué? —le pregunto.

—Por darme una familia.

No sé qué decir. Así que hago lo que me ha enseñado a hacer Lea; sonreír.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La petición del señor Baker
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