CAPÍTULO 26

 

 

 

 

 

—¿Qué te parece si preparas uno de esos suculentos platos tuyos con los que nos chupamos los dedos, y nos quedamos en casa? —le propongo a Lea.

Se acerca a mí y me agarra por la cintura.

—Me parece perfecto —dice—. Pero solo si tú me ayudas.

—¿A cocinar? —digo, enarcando las cejas. Lea mueve la cabeza de arriba abajo en silencio—. ¿Estás segura de que quieres que te ayude a cocinar? —Lea vuelve a asentir con la cabeza sin decir nada—. Está bien —claudico—, pero que conste que no me hago responsable de lo que pueda suceder, ni siquiera de un posible envenenamiento o intoxicación.

Lea estalla en una sonora carcajada que resuena en toda la habitación.

—No tienes remedio, Darrell —dice entre risas, sin poderse contener.

—No te rías. Te lo estoy diciendo en serio, si nos intoxicamos, alegaré que tú me obligaste.

Lea niega sin parar de reír y me da un pequeño golpe en el hombro.

 

 

 

—¿Por dónde hay que empezar? —pregunto al entrar en la cocina.

—Por ponerse el delantal —responde Lea con una sonrisa.

Abre el cajón donde están los delantales y saca dos de color blanco. Se aproxima a mí con uno de ellos, me lo mete por el cuello y me lo ata a la espalda. Seguidamente se pone el suyo.

Mientras lo hace, observo con la cabeza daleada lo sexy que está. Se ha puesto una de mis camisas, porque solo tenía el vestido que había llevado a casa de William y de Margaret. Le queda enorme en su cuerpo menudo. Pero es precisamente eso lo que le hace estar tan sensual, porque sus muslos quedan prácticamente al descubierto y, seductora, se ha desabrochado los botones justos para dejarme ver el nacimiento de los pechos y torturarme cruelmente con la panorámica.

—¿Y ahora? —digo, manteniendo la compostura.

—¿Hacemos de primero un revoltijo de verduras y de segundo…?

—¿Lasaña? —le corto sin dejarle terminar—. Me muero por tu lasaña —digo, relamiéndome.

—Vale. Y  lasaña. ¿Te atreves a picar la verdura? —me pregunta Lea con ironía.

—Por supuesto —respondo, cogiendo un chuchillo de la encimera y dándole a entender que estoy más que dispuesto a hacer todo lo que me diga.

Y lo estoy. Me divierten mucho este tipo de cosas sencillas, sobre todo si las hago con Lea. No las cambiaría por ir al mejor restaurante, ni por ir a jugar al pádel o al golf, ni por cualquier deporte acuático… No lo cambiaría por nada.

Lea busca la tabla de madera y la pone encima de la mesa. Abre la nevera y saca un par de pimientos, unos tomates, una berenjena y otras cuantas cosas más de lo que a veces compra Gloria, por si me da por pedirle que me haga algo.

—¿Cómo quieres que lo trocee? —digo, cogiendo un pimiento.

—En láminas —indica Lea, que se acerca a la vitrocerámica y pone encima una sartén con un chorrito de aceite.

Coloco el pimiento sobre la tabla de madera y comienzo a cortarlo en láminas. Lea hace lo mismo con la berenjena. Al principio tengo muy poca destreza porque, ¿para que engañarnos?, jamás he hecho algo semejante ni me imaginé nunca estar entre fogones.

—¿Lo estoy haciendo bien? —le pregunto, transcurrido un rato.

Lea echa un vistazo al montoncito que he ido formando en una de las esquinas de la tabla.

—Muy bien —dice, regalándome una de sus maravillosas sonrisas.

—¡Bien! —exclamo con voz de triunfo.

—No cantes victoria tan pronto, señor chef —me dice Lea con burla.

—Te voy a demostrar lo buen alumno que soy —le advierto, siguiéndole la broma.

—Anda, trae a la sartén lo que has picado.

Hago lo que me indica, rodeo la mesa con la tabla de madera llena del pimiento picado y me acerco a la vitrocerámica. Cojo la cuchara de madera que me ofrece Lea y lo echo en la sartén con cuidado. Después Lea vuelca la berenjena y el tomate y lo mezcla todo.

Mientras se pocha, saco una botella de vino, busco dos copas y nos sirvo un trago. Cojo una de ellas y se la tiendo a Lea.

—Gracias.

—Por una vida contigo, Lea —brindo.

—Por una vida contigo, Darrell.

Ambos sonreímos sin despegar los labios y damos un sorbo del vino.

—¿Seguimos? —le digo a Lea.

—Sí. Todavía hay mucho que hacer —responde, mirándome con una complicidad que adoro.

—¿Te viene bien que la próxima semana vayamos unos días a Florida, a ver a mi madre? —le pregunto a Lea al tiempo que empezamos a preparar la lasaña.

—Sí, genial —me responde entusiasmada—. No tengo que trabajar en el Essence porque descanso ese fin de semana y después de los exámenes las clases no son tan importantes. Además, le puedo pedir los apuntes a Ma…

Lea se interrumpe súbitamente, alza los ojos y me mira.

—¿A Matt? —termino de decir yo.

—Sí… —afirma Lea, apocada.

Sonrío ligeramente para que se tranquilice. No puedo saltarle a la yugular a ese chico cada vez que Lea me lo nombre. Son amigos, compañeros de clase y eso tengo que respetarlo. Aunque me hierva la sangre pensar con qué ojos la mira él, que no son precisamente con los de un amigo o un simple compañero de clase.

—Bien, entonces si Matt puede pasarte los apuntes después, la semana que viene nos vamos a Florida —digo con voz templada.

—¿Te molesta que hable de Matt? —quiere saber Lea.

—No me… agrada demasiado. Porque sé que él siente algo por ti. —Lea se muerde el interior del carrillo cuando hago esta afirmación, lo que me corrobora que estoy en lo cierto—. Tengo celos —confieso. Me encojo de hombros—. Pero debo de aprender a gestionarlos, como todas las emociones que estoy experimentando últimamente: los celos, el miedo, la tristeza, echarte de menos, las ganas de estar todo el tiempo contigo, el amor…

Lea se acerca a mí y me acaricia el rostro cariñosamente.

—Yo te agradezco el esfuerzo que estás haciendo, Darrell —me dice, y su revelación no me deja indiferente —. Sé que son demasiadas emociones y sentimientos que gestionar, y todos a la vez. Me imagino que eres como una olla a presión a punto de explotar.

—Más o menos… —digo.

—Yo… trato de ayudarte de la mejor manera posible… —Lea coge aire—, pero no sé sí lo estoy haciendo bien… Al mencionar a Matt, al decirte que prefiero seguir viviendo en mi apartamento…

Alzo la mano y la deslizo por su mejilla hasta la línea de la mandíbula.

—Lo estás haciendo muy bien —afirmo.

—Tú también lo estás haciendo muy bien, Darrell —me dice.

—¿De verdad?

—Sí.

—Entonces, ¿estoy siendo un buen… novio?

Lea dibuja una sonrisa en los labios ante mi pregunta.

—El mejor —asevera.

Se pone de puntillas para alcanzarme y me besa. Le atrapo el labio inferior, se lo muerdo y tiro de él suavemente hacia mí.

 

 

 

 

 

 

 

 

La petición del señor Baker
titlepage.xhtml
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_000.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_001.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_003.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_004.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_005.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_006.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_007.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_008.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_009.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_010.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_011.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_012.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_013.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_014.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_015.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_016.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_017.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_018.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_019.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_020.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_021.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_022.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_023.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_024.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_025.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_026.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_027.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_028.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_029.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_030.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_031.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_032.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_033.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_034.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_035.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_036.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_037.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_038.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_039.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_040.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_041.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_042.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_043.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_044.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_045.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_046.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_047.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_048.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_049.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_050.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_051.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_052.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_053.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_054.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_055.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_056.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_057.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_058.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_059.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_060.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_061.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_062.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_063.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_064.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_065.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_066.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_067.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_068.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_069.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_070.html