CAPÍTULO 8
Le desato las muñecas y me dejo caer a su lado con un suspiro.
—Ven aquí —susurro.
Paso la mano por debajo de su espalda, la atraigo hacia mí y la abrazo.
—Darrell…
—Shhh… —la silencio—. Déjame abrazarte, Lea. Déjame quedarme así, junto a ti.
Hundo la cara en su pelo y aspiro, embriagándome del aroma que desprende.
Lea apoya su rostro en mi pecho desnudo y me abraza sin decir nada, dejándose llevar por mí y por la ternura del momento. Yo también me dejo llevar, sin pensar en nada.
Extenuado, cierro los ojos y me quedo dormido mientras meto los dedos entre los mechones de pelo de la melena de Lea y le acaricio suavemente.
Me despierto con el estrepitoso sonido de la sirena de una ambulancia. El resplandor de la luz anaranjada cruza a toda velocidad por la ventana. Somnoliento, giro la cabeza y veo a Lea dormida sobre mí.
Paseo la mirada por la escena. La cama está deshecha y entre las sábanas revueltas puedo contemplar su brazo, su pierna desnuda, ligeramente doblada por la rodilla, la vertiginosa ondulación de la cadera y parte del muslo, mientras el resto del cuerpo permanece cubierto. La estampa es tan sensual que creo que en cualquier momento voy a volver a tener una erección.
Vuelvo la vista a su rostro, enmarcado por ese extraño cabello de color bronce que tiene y esculpido por las sombras claroscuras que inundan la habitación. Lo contemplo durante un rato. Entonces me doy cuenta de que no me canso de mirarla.
¿Por qué no me canso de mirarla?, me pregunto. Es como si estuviera bajo un influjo mágico que no me permite apartar los ojos de ella.
Alargo la mano y le acaricio la mejilla con delicadeza. El contacto hace que Lea esboce una ligera sonrisa y automáticamente yo también sonrío. Sin pensarlo.
El escandaloso sonido de una segunda ambulancia llena el aire. Lea se remueve un poco y abre los ojos. Pestañea un par de veces. Se despereza de golpe cuando repara en que la estoy mirando fijamente. Alza las cejas.
—Me gusta que me abraces —afirma con voz de sueño, retrepándose contra mí—. Me gusta mucho; me hace sentir protegida.
—Siempre te voy a proteger, Lea. Siempre.
No se pronuncia. En silencio pasea la mano por mi pecho, acariciándolo suavemente y dibujando figuras imposibles con las yemas. Lo toca como si se tratara del torso del David de Miguel Ángel y me fuera a rayar, o como si fuera a desaparecer.
—Gracias por dormir conmigo —dice.
—Gracias a ti —le digo, dejando que se recree en el contacto.
De reojo advierto que se mordisquea el interior del carrillo y eso me hace intuir que está nerviosa.
—¿Es verdad lo que has dicho antes, Darrell? —me pregunta.
—¿El qué exactamente?
—Que sientes… Que estás sintiendo algo por… mí —contesta con timidez.
—Sí. —Mi respuesta es contundente.
Lea se incorpora y me mira a los ojos.
—Pero…, ¿tú enfermedad?
Me encojo de hombros.
—No lo sé —digo—. Lo único que sé es que tú despiertas en mi interior un millón de sensaciones. Sensaciones que nunca he tenido antes. —Hago una pausa y recorro su rostro con la mirada—. Todo es tan nuevo para mí, Lea, que no sé muy bien cómo… actuar. Por eso necesito que me ayudes, que me enseñes a amarte. Quiero ser tu caballero andante. Uno de esos hombres románticos y caballerosos…
—Ya eres caballeroso —interviene Lea con voz suave.
—Pues quiero serlo más —afirmo—. Regalarte flores, prepararte el desayuno, tratarte con dulzura, escribirte poemas de amor, susurrarte palabras tiernas al oído…
Lea baja la cabeza, alza los ojos y me mira por debajo de la espesa línea de pestañas.
—También quiero que me susurres palabras… sucias.
—¿Sucias? —repito.
La entiendo perfectamente, pero me gusta ponerla nerviosa, sonrojarla. Me excita.
Carraspea.
—Sí… bueno… Ya sabes a qué me refiero —dice apocada.
Se muerde el interior del carrillo. Me incorporo y acerco mi rostro al suyo sigilosamente. Me pongo tan cerca de ella que respiro su aliento. Puedo notar como su respiración se entrecorta.
—¿Quieres que te diga que cada vez que te muerdes el carrillo me dan ganas de comerte la boca? —le susurro al oído con voz sensual—. ¿Que ahora mismo tengo unas inmensas ganas de follarte?
Asiente varias veces con la cabeza.
—Sí —contesta en un hilo de voz.
Suspiro, resignado conmigo mismo. ¿Por qué siempre la encuentro tan apetecible?
Antes de que le dé tiempo a reaccionar, tiro de su mano, la tumbo en la cama y me pongo encima de ella. Y me sumerjo en las profundidades del deseo a una velocidad aterradora. La deseo como no he deseado a nadie nunca.
La noche va a ser larga.