CAPÍTULO 49
—Culpable.
La palabra golpea mi cabeza como un martillo de hierro. Culpable. Finalmente me han declarado culpable del delito de tráfico de drogas y de atentar contra la salud pública. Los peores augurios se acaban de cristalizar en esa palabra: culpable. Diecisiete años y medio de cárcel. Durante unos segundos cierro los párpados, en una pretensión inútil de que cuando los abra, todo sea una pesadilla.
Sin embargo, todo sigue aquí.
Como un autómata, giro el rostro hacia Lea. Sus ojos me miran vidriosos mientras su rostro refleja una mezcla entre desconsuelo e incredulidad. Sus labios se mueven.
—Darrell… —consigue articular en voz baja.
No puedo apartar la vista de ella. No puedo hablar, por más que trato de pronunciar alguna palabra. Mi vida y mi amor por Lea se han partidos por la mitad por una pesada broma del destino.
Siento que alguien me aferra las manos por detrás y me pone unas esposas al tiempo que la realidad que me rodea se difumina y solo veo a Lea, cuyas mejillas se han llenado de surcos de lágrimas. A su lado están mi madre y mis hermanos, rotos de dolor.
El policía que está detrás de mí me empuja para que reaccione y eche a andar por el espacio que queda entre los bancos de madera que se abren a ambos lados.
Murmullos de toda clase recorren el juzgado de un extremo a otro. Pero yo solo veo a Lea.
—Te quiero —la oigo decir, llorando.
Como puede, trata de abrirse paso entre la gente que está presente, pero cuando me alcanza, el policía que me custodia tira de mí para que avance y no nos deja ni siquiera despedirnos.
—Te quiero, Lea —es lo único que me da tiempo a decirle antes de que me saquen del juzgado—. Te quiero, pequeña.
—Lo siento, Darrell —se lamenta Michael apesadumbrado, cuando esa misma tarde estamos de nuevo en la sala de visitas de la Metropolitan Detention Center de Brooklyn—. Lo siento mucho.
—No es tu culpa, Michael —digo.
—Voy a seguir investigando. Esto no se va a quedar así. ¡Joder, esto no se va a quedar así! —prorrumpe, dando un fuerte puñetazo sobre la mesa.
—Me han jodido la vida —mascullo, pensando en las consecuencias que va a traer consigo esa sentencia—. Los hijos de puta que están detrás de todo esto, me han jodido la vida.
—No te preocupes, Darrell, conseguiré pruebas, haré que se reabra el caso y que te declaren inocente —se apresura a decir Michael.
—¿Y para cuándo demonios sería eso? —lanzo al aire con escepticismo. —Hago una breve pausa—. Pueden pasar años. Si es que se logra averiguar algo. Sacudo la cabeza enérgicamente—. ¿Qué va a pasar con Lea? ¿Qué va a pasar con mis pequeños? —me pregunto. De pronto siento una punzada de desesperación en el corazón—. ¿Qué va a pasar con ellos?
Apoyo los codos encima de la mesa y hundo el rostro entre las manos.
—Darrell…
—Dios mío, ¿cómo puede estar pasando esto?
Culpable.
Diecisiete años y medio de cárcel.
La voz del juez repitiendo la sentencia resuena en el interior de mi cabeza una y otra vez sin parar. Recordándome dónde voy a pasar el futuro.
¡Todo parece una puta pesadilla!
—Lea puede venir a verte… —comienza a decir Michael, intentando animarme—. Por buen comportamiento se podrá reducir la pena y dentro de unos años pediremos el tercer grado.
—Dentro de unos años… —murmuro.
Un año, un mes, una semana, un solo día me parece una eternidad si no estoy con Lea. Si no la tengo a ella; si no puedo escuchar su voz, acariciar su piel, verla sonreír, oler su aroma a cítricos.
¿Qué futuro le espera a mi lado? ¿Amando a un hombre que va a pasarse los próximos diecisiete años y medio pudriéndose entre los muros de una cárcel? No es justo para ella. Solo tiene veintidós años y una vida entera por vivir. Por vivir sin mí.
—¿En qué estás pensando? —me pregunta Michael, viendo que el silencio se está prolongando demasiado.
Alzo la vista.
—Voy a romper con Lea —asevero.
—¡¿Qué?! ¡¿Te has vuelto loco, Darrell?!
—Nunca he estado más cuerdo en toda mi vida.
—¿Qué gilipolleces estás diciendo?
—No puedo permitir que se pase los próximos diecisiete años de su vida esperando por mí —respondo—. Esperando a que yo salga de aquí. ¡Joder, son diecisiete años! ¡Diecisiete años!
—¿Y crees que ella va a querer?
Me encojo de hombros.
—Me da igual si quiere o no —digo—. Sería muy egoísta por mi parte pretender que se quede a mi lado.
Michael chasquea la lengua.
—¿Y qué vas a hacer?
—Dejarla libre, para que pueda empezar una nueva vida.
—¿Empezar una nueva vida? —repite Michael, ceñudo—. ¿Te estás oyendo, Darrell?
—Sí, me estoy oyendo.
—Y dime…, ¿cómo quieres que Lea empiece esa nueva vida que has planeado para ella? ¿Con otro hombre? —Alzo la vista y lo fulmino con la mirada, porque me está dando donde más me duele—. ¿Quieres que otro hombre críe a tus hijos? —Aprieto las mandíbulas.
—Te recuerdo que voy a pasarme aquí dentro los próximos diecisiete años de mi vida, Michael —digo con desdén—. Si no los cría junto a otro hombre, los va a criar sola. Cualquiera de las dos opciones es mala.
—Entiendo que estés ofuscado, Darrell —dice tolerante Michael—. Es perfectamente comprensible. Todo esto nos ha pillado de sorpresa, pero no debes precipitarte…
—No es una decisión precipitada, ni tomada a la ligera —le interrumpo—. Lo he estado pensando detenidamente desde que cabía la posibilidad de que no se encontraran pruebas y pudieran declararme culpable, como ha sucedido. No estoy dispuesto a condenar a Lea a llevar la vida que llevaría si se quedara conmigo. Con estar condenado yo, es suficiente.
—Darrell, te estás equivocando. Esa es una decisión que tiene que tomar Lea, no tú.
Michael intenta hacerme entrar en razón, pero está lejos de conseguirlo. Es una decisión meditada y en la que los contras ganan por goleada.
—No, Michael —le refuto—. No puedo ser tan egoísta como para retener a Lea a mi lado sin tener absolutamente nada que ofrecerle, excepto algunos encuentros esporádicos en la fría habitación de una cárcel.
—Tú verás lo que haces. Pero piénsatelo otra vez… Quizás después ya no haya marcha atrás, Darrell.
—Ya está todo pensado —concluyo contundentemente.
Michael baja los hombros y niega para sí con la cabeza sin apartar la mirada de mí. Me conoce, y sabe que no hay nada más que hablar.