CAPÍTULO 28
Dejo a Lea en su apartamento y me voy para el despacho. Quiero adelantar trabajo y dar algunas instrucciones a Michael y a Paul para que las tengan en cuenta los días que me voy a ir a Florida a ver a mi madre.
A media mañana le digo a Susan que llame a Michael para que suba a mi despacho.
—Buenos días, jefe —me saluda Michael cuando entra.
Baja la voz al darse cuanta de que estoy hablando por teléfono. Le miro y le hago una señal con la mano para que se siente y me espere un momento.
—Está bien, Paul —digo, dando vueltas de un lado a otro del despacho—. Ponte a ello ya y pásamelo en cuanto lo tengas. Quiero que Michael lo dé el visto bueno. —Cuelgo con Paul—. Buenos días —le respondo a Michael, dejando el móvil sobre la mesa.
—Veo que estás ocupado —observa.
—Me voy con Lea a Florida para que conozca a mi madre y a mis hermanos. Vamos a quedarnos allí unos días y quiero dejar terminado todo el trabajo pendiente y adelantar otros proyectos —le explico al tiempo que tomo asiento detrás del escritorio.
Michael alza las cejas.
—Definitivamente, te estás tomando en serio a Lea —comenta.
—Lea es el asunto más serio de toda mi vida —asevero.
—Veo que te ha calado hondo...
—Muy hondo. —Levanto la vista y lo miro para enfatizar lo que voy a decir—. Soy inmensamente feliz, Michael —afirmo con contundencia—. Desde que estoy con Lea soy otro… No me preguntes cómo lo ha hecho, pero soy otro, otro totalmente distinto. Ahora vivo… no sé… en un especie de nube —trato de explicarme—. Nunca me he sentido así. Nunca. Y nunca pensé que me sentiría cómo me siento.
Michael sonríe con sinceridad.
—Desde luego, Lea te ha sentado muy bien.
—Muy, muy bien —corroboro—. Estoy como un adolescente experimentando su primer amor.
—Bueno, Lea es tu primer amor, aunque no tengas quince años.
—Amor… —susurro en un suspiro—. ¿Te das cuenta, Michael? —pregunto retóricamente—. Amor. Yo sintiendo amor… Ni en mis mejores sueños pensé que podría llegar a enamorarme…
—Aprovéchalo, Darrell —me aconseja Michael—. Vívelo cómo se tienen que vivir estas cosas; intensamente. Incluso hasta que duela.
—Sí, así lo estoy viviendo. Me siento tan vivo… —comento finalmente.
—¿Y cuándo os vais a Florida? —me pregunta Michael.
—El jueves. Estaremos allí hasta el domingo.
—Tu madre estará encantada.
—No sabe que voy —digo—. Será una sorpresa y, sobre todo, será una sorpresa que vaya con Lea.
—¿Tú dando una sorpresa? ¡Joder, Darrell! ¡Ver para creer! —prorrumpe en exclamaciones Michael—. Definitivamente Lea te ha cambiado. Me imagino la cara de tu madre cuando te vea con ella…
—Si alguien se merece disfrutar del cambio que estoy experimentando es mi madre —arguyo, tirando de sensatez—. Ella es una de las personas que más han sufrido con mi enfermedad. Ella que nunca ha recibido un abrazo de mí, un beso, o un «te quiero».
—Tienes razón. Tu madre va a ser una de las personas que más se van a alegrar del cambio que Lea está obrando en ti. Va a adorarla.
—Todo el mundo adora a Lea —intervengo—. William, Margaret, Bob…
—¿Bob? —me interrumpe Michael.
—El portero del edificio donde está mi ático —respondo, y continúo—: Lea tiene un carisma que para sí quisieran muchos políticos. Es increíble.
Michael sonríe, contagiado del entusiasmo y del orgullo que manifiesto cada vez que hablo de Lea.
—Pero bueno, dejemos a un lado el estado de enajenación mental en que me encuentro en estos momentos y trabajemos un poco —digo.
—Sí, será lo mejor —me apoya Michael, riéndose.
El miércoles de esa misma semana, quedo por la tarde con Lea para ir a ver la exposición de The Keeper que tiene lugar en el New Museum. Una planta dedicada exclusivamente al impulso que tenemos de coleccionar cosas. Desde ositos de peluche, muñecas, sellos, hasta imágenes o piezas de arte. No deja de ser interesante el valor que tiene la acción de acumular objetos.
Cuando paso a recogerla, salgo del coche y la llamo por el portero automático para que baje.
—¿Puedes subir? —me pregunta por el interfono en un tono de voz que no acabo de descifrar, pero que no es alegre.
—Sí, claro. ¿Está todo bien? —sondeo.
—Sube, por favor —me responde únicamente.
Mientras asciendo escaleras arriba, no puedo evitar sentir una punzada de preocupación. Estoy completamente convencido de que ocurre algo, y algo grave, pero no alcanzo a atisbar qué puede ser. Ayer estaba bien.
Al llegar a su apartamento, entro directamente porque ha dejado la puerta ligeramente abierta. Cuando accedo al interior, la veo sentada en el sofá, cabizbaja. Lissa está a su lado con expresión seria. En cuanto me ve, se levanta nerviosa.
—Yo… me voy ya… —anuncia titubeante. Se inclina y da un beso en la mejilla a Lea, que permanece en silencio—. Hasta otro día, señor Baker —se despide.
—Hasta otro día, Lissa —digo serio.
Lissa sale del apartamento.
—¿Qué sucede, Lea? —le pregunto con un visible deje de alarma en la voz cuando Lissa cierra la puerta a mi espalda.
Lea alza la cabeza y me mira pero no dice nada. Me adentro unos pasos en el salón y me siento a su lado. Es cuando la tengo cerca cuando advierto que tiene los ojos rojos y que ha estado llorando.
—Lea, ¿qué pasa? —le vuelvo a preguntar cada vez más inquieto e impaciente—. Me estás asustando.
—No sé… No sé cómo decírtelo —habla finalmente.
Baja la cabeza y se mira las manos. Le tiemblan. Alargo el brazo y le levanto la barbilla, obligándola a mirarme.
—¿Qué te tiene así, Lea? —insisto, sujetándole los dedos temblorosos para intentar calmarla.
Los ojos comienzan a llenársele de lágrimas y se mordisquea el interior del carrillo.
—Vamos, Lea… —le digo con voz extremadamente suave —. Sea lo que sea, lo solucionaremos juntos. Dime qué te pasa.
Le dejo unos segundos tranquila para que tome aire, sin embargo, sigue guardando silencio y yo estoy empezando a desesperarme. Así que cambio de táctica. De alguna forma tengo que hacer que hable.
—Si no me cuentas lo que sucede, Lea —murmuro, clavando mis ojos en los suyos—, me voy a enfadar contigo.
Lea respira hongo y despega los labios después de unos segundos.
—Estoy… Estoy embaraza —responde al fin.