CAPÍTULO 53
—¿Cómo estás? —me pregunta Michael.
Me encojo de hombros.
—Supongo que bien —respondo.
—Lo que significa que estás mal —apunta Michael.
—Estar sin Lea me está matando —digo—. Es una agonía constante a la que me enfrento cada día desde hace tres meses y medio.
—¿Piensas ahora que romper con ella y sacarla de tu vida del modo que lo hiciste fue una buena idea?
Alzo la mirada y entorno los ojos.
—¿Te has convertido en mi conciencia? —le reprocho.
—No, pero soy abogado, y a veces lo soy del diablo.
—No estoy para sermones, Michael —asevero tajante—. Ya tengo bastante.
El rostro de Michael está ligeramente contraído. Le conozco desde hace años y sé que esa expresión en un síntoma inequívoco de que está tratando de ocultarme algo.
—¿Ha ocurrido algo? —le pregunto.
Guarda silencio un momento.
—No sé si contártelo… —contesta.
—¡Vamos, Michael, desembucha! —le apremio.
—No puedes hacer nada, así que…
—¡Michael!
Mi tono de voz es imperativo. Casi le estoy obligando a que me cuente que ha ocurrido.
—Es… Lea —comienza a decir con cautela.
Cuando oigo su nombre el rostro se me demuda. Trago saliva.
—¿Lea? —repito alarmado—. ¿Qué le ha pasado?
—Antes de nada quiero que sepas que está bien, que se está recuperando…
—¡Por todos los demonios, Michael, habla de una puta vez! —le ordeno, presa de una impaciencia que me está comiendo vivo—. ¿Qué le ha pasado a Lea?
—Ha tenido un sangrado.
Frunzo el ceño con gravedad.
—¡¿Qué?!
Es lo único que sale de mis labios.
Mi cabeza comienza a dar vueltas a mil por hora. Una espiral de pensamientos viaja a toda velocidad de un extremo a otro sin orden ni concierto.
—¿Ha… Ha perdido a los bebés?
Apenas tengo valor para hacer la pregunta.
—No —niega al fin Michael. Cierro los ojos y respiro inmensamente aliviado—. Ha sufrido una amenaza de aborto espontáneo, pero por fortuna solo se ha quedado en eso, en una amenaza —añade.
—¿Y cómo está ella? —me adelanto a preguntarle, ansioso—. ¿Cómo está mi pequeña loquita?
—Bien —responde—. Está ingresada todavía, pero está bien.
—¡Joder! ¡Joder! —exclamo, dando un golpe en la superficie de madera de la mesa.
Los presos que están con sus familiares en la sala de visitas giran sus rostros curiosos hacia nosotros.
—Me siento tan impotente, Michael —me lamento, chasqueando la lengua e ignorando las miradas de la gente—. Tan impotente…
—Aún está ingresada en el hospital —continúa explicándome Michael—. Pero según me ha dicho, le darán el alta en un par de días.
—Debería de estar con ella… A su lado, cuidándola. Debería de estar con ella y no encerrado en esta maldita cárcel —me quejo con rabia.
—Darrell, piensa que Lea está bien —trata de calmarme Michael—. Solo ha sido un susto. Necesita reposo y estar tranquila.
Tranquila…, pienso en silencio. Siento una punzada de culpabilidad. No creo que la manera en que rompí nuestra relación le haya dado mucha tranquilidad.
—¿Cómo te has enterado? —pregunto a Michael.
—La llamé para hablar sobre la pensión mensual que quieres pasarle… —comienza a explicarme—, y me lo contó. En cuanto colgué con ella, fui a verla al hospital.
—¿Estaba sola?
—No, estaba con una amiga…
—Con Lissa —matizo.
—Sí, con Lissa —confirma Michael—. Cuando me iba llegó un chico alto y delgado…
—Matt —digo, y cuando termino de pronunciar su nombre unos celos incontrolables me asaltan. Cierro las manos formando un puño.
—¿Ese es el chico que dices que está enamorado de Lea? —curiosea Michael.
—Sí —respondo únicamente, arrancándome el monosílabo de los labios.
—¿Estás celoso?
—No puedo evitarlo. Sé que no… que no tengo ningún derecho sobre Lea, pero te juro que no puedo evitarlo. Me da igual que sea Matt o cualquier otro hombre —asevero—. ¿Te… Te preguntó por mí? —le pregunto a Michael, con un matiz de esperanza en la voz que no me molesto en disimular.
Michael niega con la cabeza lentamente.
—No. No quiere saber nada de ti. Se pone muy tensa cuando sale tu nombre… —comenta Michael—. Pero, si me permites decirlo, es normal, Darrell. Ella piensa que estás fuera de la cárcel, viviendo una nueva vida. Le hiciste creer que no la querías, que nunca la habías querido, que solo estabas con ella para pasar el rato, y todo eso estando embarazada.
Y aunque sé que Michael tiene razón, yo me desinflo como un globo. ¿Qué espero? ¿Qué me tenga en buena estima? ¿Después de todo lo que le dije? ¿Después de la manera en que la traté?
Aprieto los dientes. Noto como un músculo se contrae en mi mandíbula.
—Sé lo que hice, lo que le dije y también sé que estaba embarazada. No me lo tienes que recordar —apunto malhumorado.
Michael resopla, pacientemente.
—Ya sabes que no estuve de acuerdo en la manera en que la alejaste de ti —apunta, incapaz de morderse la lengua.
—No había otra manera —refuto—. Era la única forma. Conozco a Lea. Jamás se hubiera ido de mi lado si no la hubiera hecho creer todo lo que la hice creer. Soy consciente de que me amaba tanto como para esperarme diecisiete años, cien, incluso una eternidad si hiciera falta.
Hago una pausa y desvío la mirada hacia la ventana que posee la sala de visitas. El cielo luce azul al otro lado de los cristales. Un cielo que no volveré a ver con libertad hasta dentro de casi dos décadas.
—Sé que no lo entiendes, que nadie me entiende… —tomo de nuevo la palabra—. Pero si alguien se tenía que sacrificar en esta historia, era yo, no ella. —Vuelvo la vista hacia Michael, que me mira con la cabeza ligeramente ladeada—. Con el tiempo, Lea se olvidará de mí y podrá empezar una nueva vida. Ella no se hubiera alejado de mí sí hubiera sabido que la quería, que la quiero con toda el alma y que desde que no la tengo cerca siento como si me hubieran arrancado un trozo de mí. No era justo, Michael. No era justo que ella sufriera las consecuencias de todo esto.
—Siento haber sido tan duro contigo, Darrell —recapacita Michael. La expresión de su rostro se esponja—. A veces me paro a pensar en tu situación y me planteo qué es lo que hubiera hecho yo y, sinceramente, no lo sé. De verdad que no lo sé. Estás empezando una preciosa historia con una persona y de pronto te quitan la libertad. ¿Qué haces? —se pregunta retóricamente—. ¿La dejas ir para que no tenga que esperar por ti diecisiete años?, ¿O la dejas a tu lado?
—Permitir que se quede a tu lado es muy egoísta, Michael —intervengo en tono sensato—. Porque encerrado en una cárcel no tienes mucho que ofrecerle, o por lo menos no mucho de lo que necesita una pareja, de lo que se alimenta el amor, y estás quitándole la oportunidad de ser feliz. Lo que yo podía darle a Lea estando aquí dentro eran solo migajas y ella se merece más, mucho más, aunque no sea yo quien se lo brinde.
—Analizándolo detenidamente, creo que es el acto más generoso de tu vida —afirma. Michael alza las cejas y vuelve a bajarlas—. Qué prueba más dura te ha puesto la vida en el camino, Darrell —me dice, después de unos segundos en silencio.
—A veces al destino le gusta gastar bromas —afirmo con ironía.
—Pero esta es muy pesada, demasiado pesada —asevera Michael—. De todas formas, no pierdas la esperanza. Yo sigo investigando… Quizá cuando menos lo esperemos aparece algo, una prueba que nos permita probar tu inocencia. Algún error han tenido que cometer los hijos de puta que realmente están detrás de esta red de tráfico de drogas.
Chasqueo la lengua.
—Yo no estoy tan seguro —digo con total pesimismo—. Al parecer, esos bastardos lo tenían todo pensado, incluso a quién cargarle el muerto en el caso de que la trama se descubriera —comento.
—Pero han tenido que cometer algún error, dejar suelto algún cabo. No hay crimen perfecto, Darrell, ni delito tampoco —alega Michael.
—Pues esta trama sí parece un delito impoluto —digo—, porque toda la mierda me ha caído a mí y ni la policía ha podido averiguar nada, ni siquiera quién ha metido casi media tonelada de cocaína en los almacenes de mi propia empresa —señalo—. Nadie dijo que la vida fuera justa, ni que la justicia no se equivocara.
Michael niega con la cabeza imperceptiblemente.