CAPÍTULO 21

 

 

 

 

 

Cuando el sol se hunde por completo en la línea que dibuja a lo lejos el horizonte, poco a poco la gente comienza a moverse y el tráfico se restablece a lo largo de Times Square.

—¡Madre mía, el Manhattanhenge es precioso! —exclama Lea mientras caminamos calle abajo en busca del coche—. Wow… —dice todavía embelesada por el fenómeno que acabamos de presenciar.

—Entonces, ¿nunca lo habías visto? —le pregunto.

Sacude la cabeza.

—No —niega—. Los años que llevo aquí en Nueva York siempre me ha pillado en exámenes y no he podido venir a verlo nunca —me explica—. Y tú, ¿lo habías visto alguna vez?

—No. Reconozco que nunca me han gustado este tipo de espectáculos —confieso—. Es curioso que ahora me parezcan una maravilla y que disfrute de ellos como un niño pequeño. —Reflexiono unos instantes—. Últimamente es así como me siento, como un niño pequeño.

Lea enarca las cejas.

—¿Lo dices en serio?

—Sí.

Durante unos segundos, un silencio íntimo nos envuelve a ambos, pese a que nos llega el bullicioso sonido de la ciudad. Miro de reojo a Lea. Está mordiéndose el interior del carrillo.

—Me encanta haber visto el Manhattanhenge por primera vez contigo, Darrell —me confiesa.

—Y a mí contigo, Lea.

—¿Sabes por qué se le llama Manhattanhenge? —me pregunta.

—Creo que por un monumento megalítico que hay en Inglaterra llamado Stonehenge… —respondo.

—Así es. Es un monumento situado cerca de Amesbury, en el condado de Wiltshire. Según he leído, las piedras están dispuestas en círculo, de tal manera que durante el solsticio de verano, el sol se alinea con el eje central de la construcción indicando el cambio de estación.

—Y aquí en Nueva York el sol se alinea con los edificios —apunto—. De ahí el nombre; Manhattanhenge.

—Sí.

Sin mediar ninguna palabra más y llevada quizás por la atmósfera de ensueño que ha creado la luz del atardecer sobre la ciudad, Lea busca mi mano y entrelaza sus dedos con los míos. Gira el rostro y me mira.

—¿Te molesta? —me pregunta algo temerosa.

¿Molestarme?, me repito para mis adentros. Para nada.

—No. Todo lo contrario, Lea —le respondo, apretando más su mano con la mía.

—Lo digo por tu enfermedad… Ya sabes…

—Sé que lo dices por eso y porque siempre he rechazado el contacto de las personas, incluido el tuyo fuera del acto sexual —digo—. Pero la alexitimia desaparece cuando estoy contigo, Lea. Ahora me encanta tocarte y que me toques, me encanta dormir contigo y que tú duermas conmigo, que nuestras piernas se enreden en la cama… Me encanta abrazarte, besarte y me encanta ir agarrado de tu mano por la calle. —Hago una breve pausa—. Es lo que te decía antes, lo de sentirme con un niño pequeño. Aunque no lo creas, hay muchas cosas que son nuevas para mí, o esa es la sensación que tengo.

—Sí te creo, Darrell —dice convencida—. Esas cosas que percibes como nuevas, lo son porque ahora las sientes, porque las percibes con emoción. Bueno, en definitiva, porque eres capaz de emocionarte. Por eso te parecen totalmente distintas.

—Antes yo estaba tan hueco, Lea —asevero apesadumbrado, según caminamos por la calle con el tenue resplandor de los últimos rayos de sol que desprende el atardecer sobre nuestras cabezas—. Tan… vacío. No puedo por menos que darte las gracias por el milagro que has obrado en mi vida.

—No tienes que darme las gracias por nada, Darrell —apunta Lea—. Yo estoy feliz si te veo a ti feliz.

Suspiro, me detengo en mitad de la acera y la estrecho entre mis brazos. La aprieto contra mí con fuerza. Lea corresponde a mi abrazo efusivamente.

—Tengo miedo, Lea —digo de pronto a media voz, apoyando la barbilla en su cabeza.

—¿De qué? —me pregunta Lea. En el tono que utiliza hay una visible nota de extrañeza.

—De no verte nunca más.

La gente pasa a nuestro lado, sorteándonos para no chocarse con nosotros. Lea echa hacia atrás la cabeza y me mira con el ceño fruncido.

—¿Por qué piensas eso? —dice.

—Es lo normal, ¿no? El amor siempre trae consigo un sentimiento de miedo que nace de no querer perder a la otra persona —alego, tirando un poco de teoría.

Lea se queda unos segundos pensando.

—Tienes razón —dice, transcurrido un rato—. Yo a veces también tengo miedo. Miedo de perderte, miedo de que esto se acabe, miedo de que me dejes…

—Yo nunca voy a dejarte, Lea. Nunca —le digo, sin dejar de abrazarla—. Tú eres la única persona que puede salvarme…

En mitad de la acera, Lea se aferra más a mí, y yo a ella, como si quisiéramos ser un solo ser, un solo ente, sin importarnos la gente que nos rodea. Cuando deshacemos el abrazo, después de un rato, proseguimos nuestro camino hacia el coche.

 

 

 

—¿Quieres subir? —me pregunta Lea al aparcar el coche en la puerta del bloque donde está ubicado su apartamento.

—Me encantaría, pero creo que lo mejor será que te deje estudiar —digo, tratando de usar algo de sentido común—. Si subo, me temo que voy a… entretenerte —añado con voz pícara y los ojos entornados—. Tengo que ponerme en tu lugar, aprender a empatizar para entenderte un poquito más…

—Gracias —dice Lea.

Aproxima su rostro al mío y me besa en los labios. Su contacto me desestabiliza. De repente siento una terrible debilidad física.

—Aunque puedo subir a explicarte la lección… —afirmo, arrepintiéndome de haberle dicho que lo mejor es que la deje estudiar.

—Darrell…

—Solo una lección —repito, besándola melosamente, para convencerla.

—Darrell… —dice Lea, tratando de frenarme, pero correspondiéndome al beso.

Respiro hondo y exhalo el aire que he cogido en los pulmones, resignado. Alzo los ojos y durante unos instantes la miro fijamente. Niego para mí. ¿Cómo es posible que me ponga tan débil? ¿Qué anule casi por completo mi fuerza de voluntad?

—Es tan difícil separarme de ti —digo, rozando su nariz con la mía.

—Para mí también es difícil —apunta Lea en tono susurrante.

Haciendo un verdadero esfuerzo, echo la cabeza hacia atrás. Tengo que parar esto ahora, o luego será demasiado tarde. Pero es que es tan difícil… Es como si una suerte de hechizo me impidiera alejarme de Lea, como si su cuerpo, su boca me imantaran hacia ella.

—Llámame si tienes alguna duda, ¿vale? No sé… con la Campana de Gauss, con las Superficies, con la Geometría diferencial de Riemann, o con lo que sea… Vendré en menos de diez minutos —bromeo, y aunque lo digo en tono de broma, me muero de ganas de que ocurra, de que me llame. Así tendría una excusa para venir a su apartamento y estar con ella.

Lea sonríe ante mi insistencia.

—Está bien. Te llamaré si tengo alguna duda… —dice, siguiéndome la broma.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

—Mira que la Geometría diferencial de Riemann es muy complicada… —señalo con ironía a escasos centímetros de su boca.

—¿Muy complicada? —repite Lea.

Su aliento, cálido y suave, me enardece hasta cotas inimaginables. Para ser sinceros, cualquier cosa de Lea en estos momentos me pone a cien. Hasta que estornude.

—Sí, mucho —me reafirmo, sin poderme contener. Vuelvo a acercarme a ella y la beso de nuevo—. Lleno de variables diferenciales… de métricas… de conceptos de distancia… Ufff… un auténtico lío.

Lea se echa a reír.

—Creo que podré con ello —dice.

Percibo en la entonación de sus palabras cierta risa.

—¿Seguro?

—Creo que sí —responde con voz débil.

—Vale… —Definitivamente me doy por vencido—. ¿Quedamos mañana para comer? —le pregunto.

—Sí.

—Bien.

Me da un último beso de forma fugaz.

—Hasta mañana —se despide.

—Hasta mañana —digo mientras me relamo.

Lea abre la puerta y sale del coche.

—Cuando termines los exámenes no te vas a escapar de mí, Lea —murmuro, al tiempo que la veo internarse en el portal a la carrera.

 

 

 

 

 

 

 

La petición del señor Baker
titlepage.xhtml
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_000.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_001.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_003.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_004.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_005.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_006.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_007.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_008.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_009.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_010.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_011.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_012.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_013.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_014.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_015.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_016.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_017.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_018.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_019.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_020.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_021.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_022.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_023.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_024.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_025.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_026.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_027.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_028.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_029.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_030.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_031.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_032.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_033.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_034.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_035.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_036.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_037.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_038.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_039.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_040.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_041.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_042.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_043.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_044.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_045.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_046.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_047.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_048.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_049.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_050.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_051.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_052.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_053.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_054.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_055.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_056.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_057.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_058.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_059.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_060.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_061.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_062.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_063.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_064.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_065.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_066.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_067.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_068.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_069.html
CR!7DAZE7TG155X5B7CW2QDGPSJ3D4F_split_070.html