CAPÍTULO 2
—¡Estás despedido! —le digo al chico que está sentado al otro lado del escritorio.
Permanezco de pie y no puedo dejar de dar vueltas de un lado a otro del despacho. Michael me amonesta con la mirada, pero lo ignoro. Se levanta del asiento.
—John, ¿verdad? —le dice al chico, asegurándose de que se llama así. El chico asiente sin atreverse a pronunciar palabra. Está rojo como un tomate y tiene la cara desencajada—. ¿Por qué no sales un momento fuera mientras yo hablo con el señor Baker?
—Ssssi, sí, sí… —tartamudea.
—Bien —le dice Michael con voz calmada.
El chico se incorpora de la silla y sale de mi despacho con paso titubeante.
—¡¿Qué coño te pasa?! —me increpa Michael.
—Nada —respondo tajante, girándome hacia los ventanales.
—¿Nada? Pues para no pasarte nada estás inaguantable. ¿Crees que es normal lo que estás haciendo? —me pregunta Michael, sin abandonar su tono recriminatorio—. Es el quinto empleado al que despides en una semana. ¿Qué mosca te ha picado?
—Soy el jefe, ¿no? Puedo hacer lo que me dé la gana —contesto en tono mordaz—. Además, ¿qué culpa tengo yo de estar rodeado de incompetentes? —espeto, sin darme la vuelta.
—Solo hemos sufrido un pequeño problema informático, que al final se ha resuelto satisfactoriamente. Como ocurre casi todos los días.
—Tenía que haberse solucionado hace media hora —alego.
—¡Vamos, Darrell! Sabes de sobra cómo funciona esto de la informática… Demasiado pronto lo ha solucionado el chico. —Chasqueo la lengua, pero no cedo al argumento de Michael—. Tienes que hacerte mirar esa mala hostia que te gastas últimamente, o vas a terminar quedándote sin trabajadores —añade.
Aprieto los dientes sin decir palabra mientras contemplo la silueta que dibujan los rascacielos de Nueva York en el horizonte.
—¿Qué te sucede?—insiste Michael, intuyendo que algo no va bien.
Tardo unos segundos en responder.
—No lo sé —respondo al fin, dándome la vuelta hacia él.
—¿Tiene que ver con la empresa?
Sacudo la cabeza, negando.
—No.
—¿Entonces?
—Lea se ha ido.
De pronto tengo la necesidad de contarle a alguien lo que sea que me está pasando y Michael es la mejor persona para ello porque conoce mi enfermedad y todo lo que hay alrededor de ella.
—¿Lea es la chica a la que habías alquilado la habitación esta vez? —me pregunta.
—Sí.
—Ahora lo entiendo todo… —dice de pronto Michael. Su rostro se esponja—. Es la abstinencia sexual lo que te tiene de tan mala hostia. ¡Lo que necesitas es follar! —asevera con los brazos abiertos.
—No necesito follar, Michael —intervengo con voz seca.
Michael me mira durante un rato sin entender, o quizá entendiendo todo a la perfección.
—¿Desde cuándo te ha importado que una de las mujeres a las que has alquilado la habitación se vaya? —me pregunta.
—Nunca —contesto.
—Y con esa chica… con Lea, ¿no es así? —tantea, haciendo las veces de psicólogo.
Alzo los ojos y lo miro.
—No sé la razón, pero no, no es así —digo—. Su marcha no me ha dejado indiferente.
La expresión del rostro de Michael se torna circunspecta.
—Ya sé que no eres capaz de identificar lo que sientes, Darrell. Soy consciente de tu problema, pero, ¿qué te pasa por la cabeza? ¿Qué piensas? ¿Qué te gustaría? Quizás podamos sacar una conclusión.
Reflexiono durante unos instantes.
—Tengo ganas de ella. Muchas ganas —confieso.
—¿Sexuales? ¿Quieres… follártela? —especifica Michael.
—Sí, claro que sí. Estaría todo el día follándomela. Pero hay algo más, Michael… —digo, sentándome detrás del escritorio. Michael se acomoda al otro lado y me presta toda la atención del mundo—. Quiero… estar con ella, o que ella esté conmigo… No sé… —Hago una pausa, confuso y, en cierto modo, frustrado. Nunca me ha pasado nada parecido—. Cada vez que entro en casa espero verla allí, en el salón —prosigo—, dormida mientras ve una película, en la cocina, bailoteando mientras prepara algo de comer… vestida con su camisetita y sus pantaloncitos cortos. Desde que se ha ido, entro todos los días en su habitación. ¡Todos los días! Y me quedo allí un rato, con Kitty.
Michael frunce la frente, desconcertado.
—¿Kitty?
—Es una gatita de peluche. Es de Lea.
—Vaya… ¿Y por qué está en tu casa? ¿No se la llevó con el resto de sus cosas?
—Imagino que se le olvidó —respondo—. Me gustaría devolvérsela, porque es el único recuerdo que tiene de su madre y sé que es un peluche al que aprecia mucho, pero no sé dónde vive, ni dónde trabaja, ni nada…
—¿Has probado a llamarla por teléfono?
—No me lo va a coger —arguyo—. Ni siquiera se despidió de mí cuando se fue —me quejo.
—¿Te molesta que se fuera sin despedirse de ti? —me pregunta Michael.
—Sí, porque le pedí que lo hiciera.
Michael se para a pensar.
—Si no recuerdo mal, ha habido otras que tampoco se han despedido y no le has dado la menor importancia.
—Porque no la tenían.
—¿Y Lea sí la tiene?
Aprieto los labios.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque Lea es… diferente. Lea es Lea —digo como si fuera algo obvio. De hecho lo es; cualquiera que la conociera se daría cuenta de lo especial que es.
Guardo silencio.
—Darrell, ¿te estás escuchando? —Michael trata de hacerme entender algo que yo no logro reconocer de inmediato—. Esa chica te gusta. Hablas y te comportas como un quinceañero.
Su afirmación me sorprende. Me sorprende mucho, porque a mí jamás me ha gustado nadie, en el sentido que Michael le da en ese momento a la palabra «gustar».
—¿Te das cuenta? La has tenido que perder para darte cuenta de que te gusta.
—No sé si Lea me gusta de la manera que estas tratando de darme a entender, Michael. Te recuerdo que mi corazón está muerto.
—Los corazones resucitan.
—¿Incluso el mío?
—Incluso el tuyo —afirma—. Todas las enfermedades tienen un antídoto. Quizá Lea es el de tu alexitimia.
Me paso la mano por la nuca.
—No sé si Lea es el antídoto de mi enfermedad, pero es la primera vez en toda mi vida que echo de menos a alguien —confieso.
—Bienvenido al club —bromea Michael—. ¿Qué hacemos con el pobre chico que está esperando fuera? —me pregunta, cambiando de tema.
Suspiro.
—Dile que puede volver a su puesto de trabajo.
Michael sonríe.
—Al final te vas a ganar el cielo —dice.
—Yo no estoy tan seguro. Me voy a convertir en un demonio si no consigo ver a Lea pronto.