CAPÍTULO 10

 

 

 

 

 

—Tengo que irme a clase —anuncia Lea.

—¿Por qué no haces novillos? —le sugiero—. Yo puedo explicarte la lección… —digo en tono pícaro, haciéndole una carantoña en la mejilla.

—Ya he faltado a las dos primeras clases de hoy, Darrell. No puedo faltar a las siguientes o me pondrán falta de asistencia —me refuta con sensatez—. Además, tú tienes que ir a trabajar. Tienes una empresa que sacar adelante y dirigir a no sé cuántos miles de empleados.

Lea se levanta de la cama, dejando visible sus nalgas desnudas. Le doy un pequeño azote en una de ellas. Gira el rostro y me mira por encima del hombro con expresión pícara.

—¿Te he dicho que me encanta tu culo? —digo.

—¡Darrell!

Resoplo y decido darme por vencido. Recuesto la cabeza en el cabecero y la veo salir de la habitación en dirección al cuarto de baño.

Lo mejor será que también me ponga en acción.

 

 

 

—¿Sólo sin azúcar? —me pregunta Lea con la cafetera de la mano cuando salgo de la habitación.

Está preciosa y eso que lleva un simple pantalón vaquero y una camiseta negra de manga corta con una de esas muñecas morenas de nombre raro que tiene dos puntos negros como ojos y que carece de nariz y boca.

—No se te ha olvidado —observo.

—No. Lo recuerdo desde que me lo pediste por primera vez siendo camarera del Gorilla Coffee —dice, vertiendo un chorro de café en una pequeña taza amarilla.

—Me acuerdo de ese día… —apunto.

—Yo también —dice Lea—. Y del siguiente, cuando me sorprendiste llorando porque Bill me acababa de decir que el Gorilla Coffee se cerraba. —Niega con la cabeza para sí—. Fue… bochornoso.

Se sonroja al rememorar el momento.

—No fue bochornoso —la contradigo.

—Para mí sí. Tú eras el señor Baker, un hombre misterioso y extremadamente serio que nunca sonreía, y yo…

—Y tú la chica más especial que he conocido en mi vida —le corto. Me acerco y le doy un beso en la mejilla—. ¿Te puedo hacer una pregunta? —le digo mientras se sirve su café en una taza también de color amarillo.

—Claro.

—¿Es normal que quiera estar todo el día besándote? —Me siento a la mesa—. No hablo de besos sexuales —aclaro—, que también… Hablo de esos otros besos que no tienen ninguna implicación relacionada con el sexo.

Lea sonríe y me mira como si yo fuera un niño pequeño que está comenzando a descubrir el mundo. Aunque tengo que reconocer que en cierta manera me siento así, como un niño pequeño.

—Bueno, es normal cuando la persona te gusta, cuando estás enamorado… —responde—. Necesitas besar y abrazar a esa persona. Necesitas sentirla.

—Vaya…

—¿Te asombra?

—Sí, porque yo nunca he necesitado besar ni abrazar a nadie. Ni tampoco que me besen ni me abracen… —Me callo y me quedo un rato pensando. Entretanto, Lea saca unos croissants de chocolate de un armario y los coloca en un plato—. Todo lo que despiertas en mí es tan novedoso y tan intenso… —digo—. Michael, abogado de la empresa y mi mejor amigo, dice que parezco un adolescente.

—La verdad es que te comportas como un adolescente cuando está enamorado por primera vez —apunta Lea.

Frunzo ligeramente el ceño, analizando.

—Pues… me gusta —afirmo.

 

 

 

 

—¿Te acerco a la universidad? —le pregunto a Lea, terminándome el café.

Lea consulta su reloj.

—Sí, por favor. Así me da tiempo a llegar a la clase del profesor Wayne.

—¿Comemos juntos?

Lea da el último sorbo al café y me mira por encima del borde de la taza.

—¿Te apetece?

—Mucho —respondo sin dudarlo—. ¿Te recojo cuando salgas?

—Sí.

Sonríe y, como me ocurre últimamente, su sonrisa me desarma.

 

 

 

La mañana se me hace larga y tremendamente tediosa. Tengo unas ganas locas de volver a ver a Lea, que de pronto se ha convertido en una especie de adicción de la que necesito cada vez más. ¿Cómo cojones es posible si la he visto hace apenas un par de horas? ¡Solo un par de horas! ¿Se puede tener tanta necesidad de una persona a la que has visto y con la que has estado hace un par de horas?

Resoplo e intento concentrarme en el informe que me ha pasado Paul para adquirir una empresa aeronáutica que se ha venido a pique el último año. Pero solo se queda en un intento frustrado, porque la imagen de Lea se pasea a sus anchas por mi cabeza.

Lanzo el informe sobre el escritorio, recuesto la espalda en la silla de cuero y dejo que Lea deambule por mi mente tranquilamente. Lo contrario es ir contracorriente. Giro la silla hacia los enormes ventanales y pierdo la mirada en las cimas de los centenares de rascacielos que forman el horizonte de Nueva York.

De inmediato me sumerjo en la marabunta de sensaciones nuevas que Lea ha despertado en mí. Desde el dolor que me produce verla llorar, que es inmenso, hasta lo maravilloso que me resulta dormir abrazado a ella. Nunca he soportado demasiado el contacto humano y menos los besos y los abrazos, que incluso a veces me parecían absurdos. Siempre los he rechazado, hasta que ha llegado Lea y todas esas demostraciones de afecto han cobrado sentido. Ahora entiendo por qué las personas se besan, por qué se abrazan.

Incluso el sexo ha adquirido una dimensión distinta con ella. Algo que abarca mucho más que el propio sexo.

—Me parece increíble estar pensando en esto —murmuro a media voz—. Yo… que por mi enfermedad nunca he podido sentir.

—¿Se puede? —pregunta Michael, abriendo la puerta y metiendo la cabeza.

Me doy la vuelta.

—Pasa —digo en tono animado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La petición del señor Baker
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