ESTÚPIDAS LISTAS

Compré el libro sin esperar demasiado de él, salvo por las ilustraciones. Realmente son muy buenas. Pues sí. De nuestra pictórica época, he conservado esa afición un tanto anticuada de leer el texto junto a la imagen. El título me sorprendió un tanto. Ha habido bastantes más tiranos en la historia, por lo menos cien mil. Algunos fueron cafres durante poco tiempo, y otros, durante mucho. Algunos estaban al mando de pequeños territorios, y otros, de inmensos. Algunos se contentaron con asesinar a su propia familia, mientras que otros hicieron extensible la idea de acabar con la indeseada familia a toda la población. Y así, sucesivamente. Entonces, ¿por qué escoger y redondear la cifra a cien? ¿Es realmente posible tener un criterio de selección aquí? En cambio, el autor no se planteó ninguna de estas preguntas: simplemente se dedicó a empaquetar dentro del libro al primero que se le ocurría. Encontramos a Stalin, a Hitler, y, junto a ellos, también a Napoleón. ¿No es exagerar un poco? Por el contrario, no aparece Robespierre. Es probable que el autor piense que sus víctimas no son más que accidentes relacionados con su trabajo. Cómo no, aparece Torquemada, pero ninguno de sus sucesores. Está Beria, pero ninguno de sus predecesores. Está Pizarro, pero ningún otro conquistador-genocida. ¿Es posible que el autor no tuviese suficiente espacio para algudichado Luis II de Baviera, quien no era ni pretendía ser el doble de Drácula? O, por ejemplo, Robert Menzies, el primer ministro australiano, quien rompió hasta tal punto con la oposición y los ministros que, llegado el momento, no tuvo más remedio que presentar su dimisión... Si Pol Pot, Idi Amin y Bokassa se enterasen de que han metido a Menzies en el mismo saco que a ellos, llorarían de la risa. Un momento. ¿Qué se supone que estoy haciendo? Me estoy dejando arrastrar por un juego un tanto equívoco. Involuntariamente estoy comenzando a meditar cuántos cadáveres y gente aterrorizada es necesario dejar atrás para merecer el título, y cuántos hay que añadir a ese número para encontrarse en el ránking de los mejores. Al parecer, el Espíritu dominante de esta época también me ha agarrado de los pelos y me ha arrastrado hacia sus queridas puntuaciones, sondeos, diagramas, top-tens y los cien mejores. Están por todas partes. Está bien si hablamos de deportes, la bolsa o estadísticas económicas. Pero debería evitarse que ciertas cosas se resguardaran bajo el amparo de todas esas listas. Por ejemplo, la cultura. De martes a miércoles nos enteramos de qué obra ha tomado la delantera y cuál se ha quedado rezagada. Inmediatamente se analizan todas esas cifras aun a sabiendas de que la cotización de miércoles a jueves puede ser otra. Además, se colocan obras, una junto a la otra, tan diferentes que resulta absolutamente imposible compararlas. Hace un par de años vi una lista que informaba de que, atendiendo tado a la Biblia y que, a su vez, El Libro Rojo de Mao había pasado a Agatha. Alguna cosa debe querer decir todo esto, solo que no sé el qué. Pasa lo mismo con la historia. No hay manera de hacerla entrar en todas esas estúpidas listas. Lo cierto es que cualquiera de los que compraron un ejemplar de Los cien mayores tiranos hubiese hecho mejor comprando el mucho más barato y, de largo, más útil Cien maneras de cocinar con patatas.

Los cien mayores tiranos, Andrew Langley, traducción del inglés de Marek Maciołek. Pozna´n: Wydawnictwo Podsiedlik-Raniowski y S-ka, 1996.

 

Lecturas no obligatorias: Prosas
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